30.-Oscuridad Vencida
No sé cómo logro mantenerme sereno las horas que le siguen a mi conversación con Bea. Como si en realidad no tuviera una constante sensación de ansias, de sobre pensar los posibles finales que esta noche puede dejar.
Por primera vez en meses me voy a casa temprano, Kyle no parece tener ni una sola objeción al respecto cuando me ve salir casi a prisa de mi oficina. No me molesto en decirle nada, simplemente me marcho.
En realidad no tenía planes de tener una conversación con Bea esta noche, así que tengo que hacer un par de llamadas de emergencia. Cuando llego a casa, Ceci tiene todo listo.
Y la sonrisa cálida que tiene en los labios me deja saber que es muy consciente de lo que pretendo.
—Supongo que tengo que decir que me siento orgullosa —dice con una sonrisa.
—No deberías sentirte así antes de tiempo, nana.
Ella me regala una mirada dulce.
—Sabes que siempre me he sentido orgullosa de los hombres que son —dice —y me da tanto gusto saber que te has decidido a ser feliz, lo mereces, mi niño.
Ceci ha sido como una segunda madre para nosotros, ha estado a cada paso que hemos dado. Alejarme de ella fue tan duro como alejarme de mi madre, y me hubiese encantado tener su compañía en casa, pero entendía que Kyle la necesitó más, y que aún la sigue necesitando.
—Espero entonces no darte un resultado que te decepcione.
—Sé que no —dice palmeando mi pecho —has tenido la iniciativa de hacer todo esto, sé que solo hay un resultado que tú aceptarás.
—Gracias, nana.
—El chofer me espera —dice dedicándome una última sonrisa.
—De acuerdo, adiós.
Cuando se ha marchado, miro mi hogar. Ceci ha preparado una cena digna de restaurante, la comida se encuentra cubierta y las copas junto con el vino justo en el centro.
Miro la hora, son las 6:30 así que cuento con el tiempo suficiente para poder darme una necesaria ducha.
Mientras me preparo, trato de convencerme de que sin importar que resultado obtengamos hoy, estaremos bien.
Porque esta vez, no estoy dispuesto a guardar ningún secreto.
Esta noche la verdad estará sobre la mesa. Y debemos decidir qué haremos con ella de una vez por todas.
(...)
Estaciono el auto en la entrada de la casa de Bea justo a las ocho en punto. No necesito tocar el timbre, cuando estoy subiendo los escalones de la entrada, la puerta se abre.
—Hola —dice con una sonrisa.
—Hola —mis ojos la recorren, porta un vestido negro, austado al cuerpo lo que deja ver perfectamente cada una de sus curvas. Mi atención se posa casi de inmediato en su escote, y el deseo que siento por ella se enciende al instante.
Tiene el cabello en ondas, que le cubren la piel descubierta de los hombros. Los labios de un rojo carmesí que me tienta a besarlos en este instante, y tengo que arreglármelas para no lucir como un necesitado.
—Luces preciosa —susurro extendiendo la mano hacia ella —¿estás lista?
—Sí —me responde el gesto.
Me da la mano, y cierra la puerta cuando ambos salimos. Mientras avanzamos hacia el auto, ninguno dice palabra. Le abro la puerta y ella se desliza dentro. Cuando cierro la puerta, tomo una inhalación que me permite recuperar el autocontrol antes de poder rodear el auto y subir yo también.
—Thiago te manda saludos —dice cuando avanzamos por la calle —y quiere asegurarse de que vendrás a jugar el fin de semana.
Una sonrisa aparece en mis labios.
—Luce tan diferente —me atrevo a confesar —¿cuánto cambia un niño pequeño en poco más de un año?
—Demasiado —dice soltando una risa.
El silencio cae entre nosotros más no es uno incómodo, es como si ambos nos tomáramos el tiempo para ordenar nuestras ideas, para asegurarnos de no perder el control antes de tiempo.
Nos toma cerca de veinticinco minutos llegar a mi hogar. Bea aguarda en el auto hasta que bajo y abro la puerta, y acepta la mano que le ofrezco. No la suelto aún cuando me detengo a abrir la puerta, el suave toque de su piel contra la mía ocasiona una explosión en mi interior que me deja saber que a pesar de todo, sigue siendo ella.
—¿Tú preparaste todo esto? —dice con una sonrisa en los labios.
—Tuve algo de ayuda, tengo que admitirlo.
Se adelanta a mí, observa todo el lugar y la mirada que tiene en los ojos, la forma en la que parece entusiasmada por esto, me da un respiro de esperanza.
—Todo luce exquisito —susurra.
Le hago un ademán para que tome asiento, me coloco justo frente a ella y saco la botella de vino para poder servirnos un poco en las copas.
—Sé que dije que hablaríamos, pero primero cenemos —señalo la comida.
Bea ríe levemente.
—Parece que has recuperado tu agrado por dar órdenes —dice mientras acepta la copa que le entrego.
—Nunca la he perdido, Sol.
Quito las tapas de la comida, el aroma nos envuelve y Bea se inclina levemente hacia adelante, dándome una visión más clara de todo su escote. Cuando desvía la atención hacia mí, me atrapa mirándola.
Arquea la ceja, pero no dice nada.
Cuando tenemos la comida servida, nuestro tema de conversación de centra en el trabajo, en como se ha adaptado de vuelta a Washington, me habla de como estuvo su periodo de estadía en Kansas, y de como, a pesar de todo, está feliz de volver.
Cuando terminamos, lleno de nuevo las copas y el silencio que cae sobre nosotros parece como un preludio de lo que está a punto de suceder.
—Una vez me preguntaste, que si de no verme obligado a decirte la verdad, lo hubiese hecho —la leve sonrisa que tiene en los labios decae —mi respuesta fue que no.
Le sostengo la mirada, obligándome a mantenerme en control.
—En ese entonces pensé que fue porque no quería perderte, porque quería asegurarnos un futuro, pero lo cierto es que fue un motivo egoísta, porque no deseaba que dejaras de mirarme como lo hacías.
Bajo la mirada un segundo.
—Ambos tuvimos motivos para lastimarnos, y cometimos errores. Pero ahora estoy dispuesto a decirte todas mis verdades, si tú estás dispuesta a darme lo mismo cambio.
Sus labios se curvan en una sonrisa sincera.
—No he venido para algo distinto —susurra —deseo lo mismo que tú.
—Mi padre fue asesinado, murió delante de mí. Los recuerdos de esos momentos son borrosos porque yo mismo estaba agonizando. Kyle fue quien presenció todo, quien tuvo que hacerse cargo cuando, debido a nuestros enemigos, yo tuve que desaparecer.
Mi mano se cierra con fuerza ante la ola de recuerdos dolorosos.
—Así que cuando descubrí quienes habían llevado a mi hermano frente a los hombres que asesinaron a mi padre, y que pretendían hacer lo mismo con él, no tuve piedad. No me arrepiento de absolutamente nada de lo que he hecho.
—Lo sé —susurra —y no pretendo que sientas arrepentimiento por eso.
—¿Entonces qué es lo que pretendes?
—Qué confíes en mí —sus ojos se mantienen fijos en los míos —que puedas confiarme la verdad, siempre. Que hayas matado a Ron, que seas un asesino, eso no me importa en lo absoluto, Johnson. Me importa el hecho de pensar que puedes verme a los ojos, hacerme juramentos, y mentirme sin remordimiento.
—Confío en ti, claro que lo hago. Lo que hice ha sido la única mentira que te he dicho, Sol. Porque juro que mis sentimientos siempre han sido reales.
—¿Volverías a asesinar?
Sé la respuesta, pero no tengo ni idea de si ella estará bien con eso. Pero me obligo a decirle la verdad, porque me prometí a mi mismo que no volvería a guardarme nada, aún si hablar significa dar una respuesta que ella no quiere escuchar.
—Si —Bea cierra los ojos, se incorpora de la mesa, mis ojos la siguen, puedo darme cuenta de la tensión en sus hombros, me da la espalda y me tomo varios segundos antes de incorporarme yo también.
—No es la respuesta que esperabas, ¿cierto? —sonrío con tristeza —lamento no ser el hombre que esperas, pero no voy a mentirte de nuevo. No voy a venderte una imagen que no soy, no voy a permitir que me idealices creyendo que puedo ser diferente, porque esta es la verdad.
No responde.
—Dices que quieres que confíe en ti, pues bueno, esto significa confiar en ti. Decirte lo que soy realmente, mostrarte mi oscuridad. No soy un asesino a sueldo, no soy un hombre que mata por diversión, lo hice por los míos, lo hice para cuidar de mi familia, para mantenerlos con vida y lo haría de nuevo incluso por ti o por Thiago.
Me acerco a ella, Bea no rechaza mi cercanía, sus ojos me enfocan y puedo ver claramente a través de ellos. Veo la lucha en su interior, sonrío levemente mientras elevo la mano para acariciar el costado de su rostro.
—La oscuridad es parte de mí. No planeo mentirte, Be. Eso es lo que soy.
Su mirada adquiere un brillo casi especial.
—Si no puedes tolerar la verdad de lo que soy, entonces supongo que es mejor que lo que sea que existe entre nosotros, tenga un fin definitivo, Sol.
No dice nada, no pronuncia palabra por largos segundos,simplemente permanece mirándome, con sus ojos fijos en los míos.
—¿Hay algo más que deba saber?
Niego.
—Bien —dice y toma una inhalación.
Da un paso para aproximarse, eleva las manos y coloca las palmas a los costados de mi rostro. Su mirada es suave, llena de un sentimiento que el solo hecho de considerarlo, hace que mi corazón se encienda por primera vez en meses.
—Siempre he sabido el hombre que eres —susurra —siempre he sabido que la oscuridad forma parte de ti, y me di cuenta muy tarde de que no me importa. No me importa en lo absoluto porque...estoy enamorada de ti, Johnson Beckham.
Suelto el aire que no me he dado cuenta que he estado conteniendo, reacciono ante ella, mis manos se envuelven en su cintura mientras me inclino, y la beso.
La beso con deseo, con necesidad. La beso deseando fundirme en el contacto de nuestros labios, porque la he extrañado, joder, la he extrañado tanto que besarla ahora es como tener una probada de la droga más potente, aquella que te hace adicto.
Nos apartamos cuando el aire se vuelve insuficiente, ella se ríe y pasa su pulgar sobre mis labios, quitándome el rastro de labial.
—Supongo que eso es una respuesta —dice con una sonrisa.
—Sabes la respuesta, Sol. He estado enamorado de ti desde hace mucho tiempo, tanto que no puedo recordar el momento exacto, solo sé que lo estoy, profunda y absolutamente enamorado de ti.
Vuelve a besarme, no me importan las manchas que su labial pueda dejar, porque la necesito.
Ahora.
Nos movemos por la cocina, con sus labios apoderándose de los míos con un movimiento cada vez más necesitado. Su delgado cuerpo está contra el mío para cuando llegamos a la sala, soy incapaz de seguir manteniendo el deseo en el límite, así que se desborda.
Nos apartamos, ambos tenemos la respiración entrecortada. Bea da un vistazo detrás de mi cuerpo y coloca las manos en mi pecho, empuja hasta que siento mis pies chocar con el sillón y caigo hacia atrás.
Ella queda de pie frente a mí, sonríe mientras toma los tirantes del vestido, y los desliza con suavidad sobre sus hombros. Mi miembro palpita cuando mis ojos la recorren, cuando libera sus pechos y el sostén de encaje me da la bienvenida. No se detiene, continúa bajando el vestido hasta revelar la ropa interior del mismo color y que es tan fina, que puedo ver la piel.
—Si me dices que te pusiste eso a propósito, vas a acabar conmigo —mascullo.
Ella se ríe, aún tiene los tacones, así que la imagen que tengo de ella en un conjunto de lencería de encaje, con tacones de aguja y el cabello cayéndole como cascada, es tan jodidamente sexi que el bulto en mis pantalones no le pasa desapercibido.
—Tenía mucha fe en esta noche —dice con una sonrisa.
Se aproxima hasta mí, se sube a mi regazo y una vez que se acomoda, nuestros labios se encuentran una tercera vez, mis manos se colocan en su cintura, siento su lengua rozar mis labios, pidiendo permiso para entrar al mismo tiempo que sus caderas se balancean sobre mi miembro.
Suelto un gruñido, mis manos se aferran a su cintura con fuerza, evitando que se aparte, y guiando sus balanceos, cada vez más profundos.
—Joder, sol.
Sus manos son hábiles para deshacerse de la camisa, mi deseo por ella solo se incremente cuando sus dedos se apoderan de la hebilla del pantalón para poder liberarme, no pongo objeción, la dejo hacer lo que desee, la dejo hacerme suyo en todas las formas que ella quiera.
Cuando su cuerpo se desliza hacia abajo, la expectación me recorre por las venas haciéndome palpitar.
—No tienes qué —susurro cuando la tengo de rodillas frente a mí.
—Lo sé —dice con una sonrisa mientras sus manos se deslizan por mis piernas —pero quiero hacerlo.
Toma los bordes del pantalón y yo elevo las caderas, ayudándola a bajar la tela, aprieto los dientes para contenerme cuando ella se coloca justo frente a mi entrepierna, su respiración choca contra mi miembro y maldigo.
Escucho su leve risa.
—Sol, te aseguro que si te ríes de nuevo voy a sentirme muy ofendido.
No me da una respuesta, su mano toma mi longitud y deja una caricia que me envía al cielo. Mis manos viajan hacia su cabello, Bea eleva la mirada y sonríe, formo una coleta con mis manos, sujetándole el cabello para que no le estorbe, entonces la llevo hasta la punta de mi miembro, ella lo acepta, en el segundo en el que la humedad de su boca me recorre...
—Joder —maldigo cerrando los ojos —carajo.
Bea se mueve contra mí, su cabeza subiendo y bajando, su lengua recorriéndome y haciéndome ver las malditas estrellas. No me doy cuenta de que estoy tirando fuerte de su cabello hasta que un quejido ahogado brota de sus labios, aflojo el agarre pero no la suelto.
Me concentro en lo que sea, en cualquier cosa para no acabar llenándole la boca porque quiero extender este momento tanto como sea posible. Su mano se suma para aumentar el placer, acaricia la base antes de subir asta la punta, la humedad de su boca junto con su mano me conducen hasta el maldito precipicio, y antes de que pueda lanzarme al puto acantilado....
Bea se aparta, reconozco las manchas de labial alrededor de toda mi longitud, las comisuras de sus labios están manchadas de carmesí, junto con la evidencia de mi placer.
—Ven aquí. —tiro de ella hasta conseguir que suba a mi regazo.
Coloco la mano en su espalda baja, ella se acomoda de nuevo sobre mi regazo, jadea cuando casi le arranco el sujetador, cuando veo la dureza de sus pezones, no dudo en llevarme un pecho a la boca, la sostengo con una mano mientras con la otra retuerzo el otro pezón. Bea jadea, gime tan fuerte que el sonido hace eco por toda la casa.
No sé si consciente o inconscientemente, se mueve, no entro en ella, pero mi miembro se desliza sin penetrarla, su abertura se desliza por toda mi longitud mientras mi boca succiona, chupa y muerde. La tela de su ropa interior, tan delgada, ahora está tan mojada que es una barrera casi invisible entre mi polla y su entrada.
Quiero follarla justo ahora, pero no planeo hacerlo en el maldito sillón. Abandono su pecho y ella se queja, me río levemente tomándole el mentón.
—No comas ansias, cariño.
La tomo de las piernas, Bea ahoga un grito cuando me incorporo y avanzo hasta las escaleras. Gracias a Dios no hay ninguna ventana cerca porque no deseo que ningún vecino chismoso nos vea moviéndonos desnudos.
Pateo la puerta de la habitación para abrir, avanzo hasta el colchón y la dejo caer. No pierdo tiempo en colocarme sobre ella, mis labios se adueñan de los suyos, ha dejado su iniciativa de lado, así que eso me otorga el control de nuevo.
Tomo los bordes de su ropa interior sin dejar de besarla, tiro con brusquedad eliminándola de su cuerpo, y deslizo la mano por sus pliegues consiguiendo un gemido.
Introduzco uno de mis dedos, ella jadea, su espalda se arquea mientras aprieta los párpados y abre la boca, presa del placer. Muevo el dedo encontrando el ritmo que le gusta, encuentro el punto exacto para darle placer consiguiendo que se retuerza bajo mi cuerpo, eleva las caderas como si quisiera llenarse más, pero la dejo en el borde, sin acabar porque quiero que lo haga cuando esté dentro de ella.
—¿Esto es venganza? —dice cuando retiro la mano, está agitada, su pecho sube y baja con rapidez, sus mejillas encendidas por el deseo mientras me coloco sobre ella, y le abro las piernas.
—En lo absoluto —respondo.
Empujo las caderas, un gemido fuerte brota de sus labios cuando ingreso con profundidad, sus paredes se cierran a mi alrededor y me siento en el puto paraíso. Nuestros cuerpos se fusionan, se hacen uno solo y creo que realmente estoy viendo las malditas estrellas.
Me muevo contra ella, aumentando la fuerza de mis embestidas cada vez más. Llevo una de mis manos hacia su pezón, apretujando y compensando el placer de follarla.
Su espalda se arquea, cada vez empujo con más fuerza, llenándola por completo. Me balanceo contra ella, apoderándome de su cuerpo y llenándome de satisfacción al hacerla mía una vez más.
Estar con Bea es como una maldita droga, lo he dicho.
Follarla se siente como estar en un paraíso que me niego a abandonar, como la droga que con solo un gramo, se apodera por completo de tu voluntad. Nuestros cuerpos se rozan, el sudor nos cubre mientras la poseo de todas las formas que puede haber.
Acaricio, muerdo, chupo y beso cada rincón de su cuerpo, sus uñas se clavan en mi espalda, su boca muerde la piel de mi cuello mientras ambos somos arrojados a un precipicio que no hacemos nada por evitar.
Empujo con más fuerza, continúo moviéndome, sintiéndola recibirme sin objeciones.
Nuestros gemidos se entremezclan perdiéndose en el eco de la habitación, y luego...luego su cuerpo se tensa, mi nombre brota de sus labios mientras aprieta los párpados y sus uñas se clavan en mi piel.
Una palabrota sale de mis labios, fuerte y clara mientras mi propio cuerpo se contrae, mientras cada músculo se tensa y luego me lanzo al puto acantilado con todo el gusto el mundo.
Mi liberación ocurre junto a la de ella, la toma entera, sin objeciones. Me tomo el tiempo para recuperarme, para recobrar el aliento sin salir de ella, cuando lo hago, Bea jadea y me mira.
Nos miramos por largo rato, y luego reímos. Tiro de su cuerpo, ella se refugia entre mis brazos, con su cabeza apoyada contra el sitio en donde mi corazón late.
—Te quiero, John.
Sus palabras me hacen arder, me provocan un sentimiento que nunca antes he sentido.
—Lamento tanto no habértelo dicho antes, pero juro que no volveré a irme. Volví para quedarme, para siempre.
La apego a mí, mis labios se encuentran en su coronilla.
—No necesito decirlo para que lo sepas, pero lo haré.
Eleva la mirada.
—Te quiero tanto, Sol. No deseo una vida en donde Thiago y tú no estén.
Su mirada se ilumina. Se levanta levemente solo para conseguir besar mis labios. Y entonces sé que mi expiación a acabado.
Y por un instante, la oscuridad se va, se deja vencer ante los luminosos rayos de sol.
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