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Capítulo 3. Libros

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Athena movió con suavidad su muñeca, notando al instante un agudo y punzante dolor en el intento. Apretó los dientes para aguantar el gemido que le produjo, dejando, posteriormente, salir un suspiro pesado. La joven institutriz se encontraba en su pequeña alcoba que la Reina le había asignado. Tenía una cama individual, donde estaba sentada, debajo de una ventana que dejaba ver la ciudad. A un lado se encontraba un armario grande de madera blanca, con un espejo incrustado en una de las puertas, y, enfrente de él, un escritorio donde ella dejó algunos libros.

Desde el encuentro con el Príncipe Mirai se había encerrado en su habitación, sin salir siquiera para comer. El hambre le había abandonado y en ella no quedaba más que vergüenza al recordar como el hombre había osado propasarse al robarle el que fue su primer beso. Se le enrojecieron las mejillas por la rabia y la impotencia. Hubiera agarrado su equipaje y se hubiera marchado cuanto antes de allí, ¿pero a dónde iría? Recientemente cumplió la mayoría de edad y ya no podía residir en el orfanato. No tenía a donde ir y una oferta laboral de la que fue informada por parte de la directora del centro la trajo hacia donde estaba. No podía marcharse por mucho que lo deseara.

Se levantó del colchón y decidió abandonar la habitación. Esa tarde la tenía libre, solo dos días a la semana se quedaría con Bra tras los almuerzos, y ese día era uno en el que podía aprovechar para descansar. Podría ir a la ciudad y conocerla, pero la mala reputación que tenían los saiyajins le hacía desistir de la idea, así que marchó al único lugar que estaría en calma.

Salió de la habitación y cerró la puerta detrás de ella, para andar por los pasillos del palacio. Aún estaba sorprendida de lo grande que era aquel lugar. Comparado con el orfanato donde vivió diez años de su vida, aquello era como el mundo perfecto que leía en los libros e incluso en los cuentos de cuando era niña.

Avanzó hasta la puerta que conectaba con la biblioteca y la abrió. Ya tenía claro que ese era su lugar favorito. Perdida entre libros y embriagándose con el aroma que emanaba de las hojas. Cuando atravesó la sala se vio sorprendida de que allí había alguien más y que pudo reconocer enseguida.

–Alteza–Athena se inclinó ante la presencia del Príncipe Trunks, que estaba de espaldas a ella y que se dio la vuelta en cuanto escuchó la puerta. Éste cargaba un libro abierto en sus manos, pero lo cerró en cuanto se dio cuenta de que estaba acompañado. Emitió una amable sonrisa y dejó el libro sobre la mesa redonda mientras ella volvía a ponerse recta.

–No me diga que va a pasar su tarde entre libros–Trunks colocó sus manos detrás de su espalda, ocultándolas tras su rojiza capa. A diferencia de su gemelo, este llevaba un traje de combate azul, muy semejante al del Rey.

–Es en lo que siempre invierto mi tiempo libre–la humana estaba tensa al estar en la biblioteca donde fue abordada por el Príncipe Mirai, y aumentaba cuando su gemelo se encontraba en ella en ese momento–. Si le molesto, puedo volver en otro momento. –

–No, no–negó enseguida el muchacho. Era cierto que Trunks se mostraba mucho más amable y empático que su hermano, pero, aun así, el gran parecido de ambos hacía que Athena reviviera su mala vivencia con el heredero–. En verdad me alegro de que haya venido. Podría ayudarme a elegir un buen libro. –

En Trunks no había ningún detalle que mostrase altivez o egocentrismo. Ante los ojos desconocedores de la humana, aquel no era más que un muchacho que intentaba ser amable.

–Por supuesto, Alteza–Athena se aproximó con cautela. Trunks pudo apreciar aquel escudo invisible y precavido que ella había creado nada más se encontraron–. ¿Qué le interesaría leer? –

–Mmm–Trunks colocó una mano en su barbilla, dándole más expresión a su postura pensativa. Alzó la mirada a la joven y mostró su cándida sonrisa–. Me gustan las historias de terror. –

Athena asintió y se acercó a los estantes, buscando el primer libro que pasó por su cabeza. Trunks se apoyó en la mesa, cruzándose de brazos y observando a la joven. Ella se había aproximado a una estantería y buscaba en una de las baldas más altas. Se puso en cuclillas mientras se apoyaba en una de las maderas a la vez que intentaba alcanzar la novela. El Príncipe bajó la mirada hacia las piernas de la chica, contemplando el suave meneo de su falda que se elevaba cada vez que ella se inclinaba.

–Lo tengo–sonrió satisfecha al sacar un libro rojo. Trunks intentó mantener la postura cuando la institutriz se dio la vuelta, recibiéndola con una sonrisa. Athena se acercó a él y le extendió la novela, que agarró y contempló con curiosidad.

–¿Drácula? –leyó el título en negro. Aquel libro no estaba en tan mal estado como otros, pero se notaba que tenía bastantes años por el amarillo de sus hojas y los bordes desgastados.

–Puede que no sea de las que quite el sueño–Athena se mostraba motivada, apasionada ante la idea de que alguien más que su pupila se mostrase interesado por los libros–. Fue la primera novela de este género que leí. Es de los más famosos. –

–Algo me suena–Athena no podía ocultar su alegría. Trunks la contempló con curiosidad. Nunca había tratado con una humana tanto, exceptuando a su madre–. Me lo leeré. –

–Espero que le guste, Alteza–el guerrero dejó el libro encima del otro que anteriormente depositó sobre la mesa, para luego girar de nuevo y observar a la muchacha.

–Al final va a tener que ser también mi institutriz–una risita tímida escapó de los labios de Athena mientras bajaba la mirada algo avergonzada. Trunks se relamió los labios sin que ella se diera cuenta de aquel gesto que inició ante su comportamiento–. ¿Estaría interesada? –

Aquella pregunta no la esperaba, pues creía que el Príncipe estaba bromeando cuando habló. En cambio, sonó bastante serio, esperando por una respuesta temprana. Alzó su mirada, mostrándose muda y sin saber que responder. Ella estaba allí con el fin de enseñar únicamente a la Princesa, ya que sus hermanos eran demasiado mayores y estaban ya instruidos con los conocimientos de los saiyajins.

–Eso en realidad lo debería hablar con mi madre y mi padre debería dar el consentimiento, mientras mi abuelo se tira del pelo ante la idea de ser educado con conocimientos humanos–la sonrisa de Trunks calmó a la muchacha que volvió a tensarse ante buscar una respuesta a su pregunta–. Ya que ha encontrado un libro acorde a este ignorante, permítame hacer algo por usted–el Príncipe se apartó de la mesa. Con aquel simple gesto, Athena recordó lo sucedido con el gemelo. Los nervios volvieron a nacer en ella y una dolorosa angustia se clavó en su pecho–. Podría enseñarle la ciudad. ¿Quiere? –

Su amabilidad y la dulzura que envolvía a aquel Príncipe, pudo borrar cualquier situación negativa que pensó que se avivaría tras el encuentro con el heredero. Esa sinceridad y aquel respeto que él tenía calmó a la institutriz.

–Me encantaría, pero no me gustaría que perdiera su tiempo en mí cuando seguramente tenga más cosas importantes que hacer–Trunks escuchaba hablar a la joven mientras agarraba el libro que ésta le entregó–. No lo vea como una obligación. –

–¿Obligación? En verdad me haría un favor si me saca de estas cuatro paredes repletas de lunáticos–el comentario del muchacho logró otra tímida risa por parte de Athena–. Cuando quiera dar ese paseo, me avisa. –

Trunks le guiñó un ojo y le dio la espalda. Rodeó la mesa y salió de la biblioteca mientras Athena tomaba asiento sin dejar de contemplarlo. La diferencia entre los gemelos era notable y lo agradecía. Dos Príncipes igual de orgullosos serían muy difíciles de soportar.

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Mirai se encontraba en el despacho del Rey en compañía de su padre y de su abuelo. El Príncipe estaba sentado con desgana, dejando que su capa cayera por detrás del respaldo de la silla, con las piernas abiertas y las manos acomodadas a la altura de su abdomen. El monarca estaba sentado frente a él, leyendo con pesadez unos papeles mientras el más viejo se encontraba detrás del muchacho, andando de un lugar a otro de la sala con la mirada clavada en el futuro heredero.

–¿Me vais a decir ya por qué estoy aquí? –Mirai giró un momento a ver a su abuelo, que paró su caminata para dedicarle una mirada fría y amenazante. El muchacho bufó y volvió su atención a su padre–. Tengo cosas mejores que hacer que estar con vosotros. –

–Eres tan indisciplinado como lo fue tu padre–Vegeta rodó los ojos en cuanto su anciano padre le nombró para comparar el carácter de su hijo. Tiró los papeles sobre el escritorio, consiguiendo la atención de ambos.

–Quiere unirte con una hembra saiyajin, Mirai–el muchacho se irguió de golpe sobre el asiento, girándose hacia su abuelo con asombro.

–¿Qué demonios dices? Estoy comprometido y con una humana, vejestorio–Mirai se puso en pie para hacer frente a su abuelo, que se mantenía con la cabeza alta para enfrentarlo–. ¿La Reina sabe de esto? –

–Esto es asunto de hombres–al saiyajin puro le hervía la sangre de pensar en la Reina y las decisiones que tomaba sin contar con él, algo que él bien imitaba. Mirai mostró su rabia, descontento con una idea que pensaba haber solucionado en el pasado–. No vas a unirte a ninguna zorra humana, muchacho. No puedo permitir que nuestro linaje siga manchándose con la sangre de otra raza que no sea la saiyajin. –

–Me importa una mierda–se quejó el heredero, aproximándose más a su abuelo para intimidarle, pero este no se achantaba con sus amenazas–. Las hembras saiyajins son vulgares y estúpidas. No son atractivas. No me gustan. –

–Poco me importa si te gustan o no. Su única función es darte un heredero, nada más–Mirai se giró hacia su padre, esperando porque interviniera en aquella discusión.

–Padre–Mirai se aproximó a la mesa del monarca, golpeando con violencia la madera. Las hojas que el Rey leía estaban a su alcance. Bajó la mirada y leyó el nombre de varias féminas al lado de sus imágenes. Eran saiyajins de élite. Agarró bruscamente los papeles, arrugándolos al momento, y leyó lo que eran los perfiles de futuras candidatas a la corona–. No pienso unirme a ninguna de estas mujeres. –

–No estás obligado, Mirai–las palabras de su padre llegaron a tranquilizarle, pero en el anciano trastocaron–. Primero nos reuniremos con la Reina. –

–Esa mujer no pinta nada aquí–Mirai, mientras escuchaba a su abuelo hablar con rabia latente, rompió los papeles y se los tiró en la cara al saiyajin anciano. Él no ocultaba el odio que tenía a su madre. Nunca aceptó el matrimonio de ella con Vegeta, y estaba seguro que tampoco le complacían sus nietos.

–Ella es la Reina y tiene derecho a formar parte de este paripé que estás montando–el antiguo monarca se veía tentado a golpear fuertemente a su nieto, pero desgraciadamente el muchacho hacía mucho que superó su fuerza–. No vuelvas a desprestigiarla, viejo bastardo. –

Mirai abandonó el despacho sin despedirse si quiera de su padre. Abrió y cerró la puerta con tanta violencia que las paredes temblaron. Caminó por los pasillos con la intención de marchar a su habitación y desfogarse de la manera que más le placiera. Le urgía abandonar sus pensamientos por largo rato, pero por el momento tenía que convivir con el martirio que era tener una vida planificada.

Tuvo que hacerse el más fuerte para conseguir el respeto de los saiyajins, y tuvo que enfrentarse a miles de discusiones con su abuelo para poder tomar decisiones que no le sometieran a la condena que sería reinar. Si pudiera elegir su vida, renunciaría a todo e iría a vivir a la Tierra, planeta que ni siquiera conocía. Solo cuando veía a sus abuelos maternos o a su aventurera tía, la cual no veía desde que tenía diez años, podía imaginar como sería tener una vida humana. Eran tan diferentes al mundo en el que vivía que les envidiaba. Soñaba con ver el cielo azul y escapar de ese rojizo que envolvía al planeta Vegeta.

Giró por uno de los pasillos y allí se encontró con su hermano, quien portaba un libro entre sus manos. Trunks mostraba una sonrisa amplia, que terminó por molestarle. Pensó en seguir su camino sin intención de detenerse a hablar con él, pero aquella actitud esquiva despertó la curiosidad del gemelo.

–¿A dónde vas con tanta prisa, hermano? –Trunks agarró del brazo al heredero, deteniéndole al instante. Mirai se giró para enfrentarle mientras se apartaba con violencia–. Ya recuerdo. Tenías una reunión con padre y el abuelo. ¿Tan mal fue? –

Mirai no contestó a su pregunta porque no tenía intención de recordar la discusión con su abuelo. No podía imaginar cuanto trastornaba al antiguo Rey que la sangre saiyajin no perdurase, porque así era como lo veía. Pensaba que si engendraba un heredero con una terrícola, este bebé nacería más humano que saiyajin, y eso no lo podía consentir el anciano.

–¿Es por la boda con Mai? –Mirai olvidó por completo la existencia de su prometida. Él sabía que debía casarse y la eligieron a ella, pero siempre la tenía en el olvido. No la quería, pero la prefería antes a ella que a una saiyajin.

–El maldito viejo quiere romper el compromiso con ella para unirme con una saiyajin de élite–a Trunks la información no le sorprendió tanto. Su abuelo luchaba tanto por emparejar a su hermano con una guerrera que imaginaba que era cuestión de tiempo. Mirai resopló hastiado, bajó la mirada hacia la mano izquierda del menor para ver el libro que cargaba–. ¿Desde cuando lees? Si eres un analfabeto. –

–Hablo el señor catedrático–la sonrisa amplia de Trunks no contentó nada a su gemelo–. Me lo recomendó la institutriz de Bra. –

–Que patético eres–Mirai se cruzó de brazos. No había olvidado el rechazo de la humana. Se sentía humillado y el que su hermano fuera conocedor de ello le enrabietaba aún más–. ¿Piensas seducirla utilizando los libros? –

–No pienso contarte mi estrategia–Trunks golpeó a su hermano en el hombro con el libro. Mirai se apartó bruscamente, incrementando la altivez del gemelo menor–. Lo único que puedo decirte es que no me lanzaré a ella como un depravado sexual. –

–Hagas lo que hagas, no conseguirás nada–antes de escuchar la contraargumentación de su hermano, decidió darse la vuelta y seguir el camino inicial antes de ser detenido por él.

Trunks sonreía victorioso. Sabía que su hermano se encontraba con el orgullo herido al verse rechazado por una humana, y que con sus palabras solo consiguió que se sintiera más humillado.

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Athena terminó de colocar el libro que había estado leyendo hacia un rato. Se acercó a la mesa y agarró aquel que Trunks había dejado en su momento. Se trataba de uno pequeño y que trataba sobre artes marciales. Sonrió al recordar al muchacho con la novela de Drácula entre sus manos. En ese rato que pasó a solas se dijo que no le vendría mal conocer a gente y hacer amigos. Allí estaba bastante sola y no podía pasar todo su tiempo con la Princesa, pues ella tenía deberes reales que atender y su tiempo libre lo debía invertir como cualquier niña de su edad lo hacía.

Guardó el libro en la estantería donde estaban los demás que trataban de deportes. Miró sus manos y las vio algo grisáceas por el polvo. Las sacudió y se replanteó la idea de hacer una limpieza el próximo día.

Miró por la ventana y vio que estaba oscureciendo. Se tocó la barriga y pronto le urgió llenarla. No había comido nada desde el desayuno y estaba necesitada de alimentos. Se dio la vuelta para salir de la biblioteca, pero quedó paralizada cuando se encontró con el heredero entrar en la sala, cerrando la puerta tras de sí.

Athena tragó saliva con pesadez, notando un nudo en su garganta. El Príncipe no parecía cambiar aquel semblante altivo y orgulloso. Lejos quedó la postura seductora del medio día, ahora estaba serio, transmitiendo un aire gélido que erizó a la muchacha.

–Alteza–por mucho que le diera rabia su presencia, el protocolo la obligaba a actuar con respeto y educación ante una figura de tan alta importancia. Hizo una reverencia rápida, para poder marcharse con la misma velocidad que lo hizo por la mañana.

–No te vayas–ordenó el Príncipe. A diferencia de Trunks y de Bra, Mirai era el único que tuteaba a la institutriz–. Quería disculparme por lo ocurrido esta mañana. –

La muchacha asintió, aceptando las disculpas. Mirai apreciaba su estado de nervios y tensión, por mucho que aceptase su perdón, ella se mostraba desconfiada y preparada ante un movimiento imprevisto, así como lo hacía él cuando debía combatir.

Mirai se aproximó a ella. Athena quedó congelada mientras seguía su andar con los ojos clavados en su intenso color azul. El Príncipe quedó a una distancia prudencial para no asustarla más.

–Mis disculpas son sinceras–Mirai aproximó su mano al brazo de ella. Athena siguió la acción. Él estaba estudiando su mano, tocando con la yema de sus dedos la palma de ésta. Cuando pasó por su muñeca, ella se apartó a la vez que emitía un gemido de dolor–. Imaginaba que aquel bofetón te resultó más dañino a ti que a mí. –

–No más que la dignidad, Alteza–Mirai quedaba sorprendido de que ella, aun dentro de su elegancia y respeto, seguía hablando con impotente rabia que latía en su interior–. Si me disculpa, debo marcharme. –

–No hasta que creas mis palabras–Athena contempló los brillantes ojos del heredero. Mirai dio un paso hacia atrás, para seguir evitando su incomodidad–. Reconozco que mi relación con las humanas no suele pasar del ámbito sexual. –

–Pero ese no es mi oficio–se defendió la joven, avergonzada ante la comparación–. Yo sólo he venido para enseñar a la Princesa conocimientos humanos. –

–Y reiteró mis disculpas por ello–Mirai apartó la mirada hacia los libros. Allí habían estado ella y su hermano. Allí el heredero había humillado a la humana.

Athena intentaba descifrar si las palabras del Príncipe eran ciertas. Hubiera rechazado sus disculpas si aquel hombre no fuera el heredero, pero al serlo no le quedaba más que agachar la cabeza y asentir, aunque intentaba no morderse siempre la lengua, sabía que estaba ante un hombre de gran importancia.

–¿En la Tierra no era que daban segundas oportunidades? –Mirai consiguió enmudecer a la institutriz. Ella asintió avergonzada y él, para calmar su estado, le regaló una sonrisa. Él no sonreía como Trunks. No había dulzura o amabilidad en él, sino arrogancia y picardía, pero aún así no le llegó a incomodar tanto como aquella que le dedicó tras robarle el beso.

–Acepto sus disculpas, Alteza–esta vez habló con sinceridad. Su padre siempre le dijo que la gente merecía una doble oportunidad, y que si te traicionaba nuevamente ya no merecía la pena. Mirai no era un cualquiera, y lo mejor para ella era mantener aunque fuera un cordial saludo con él–, pero me gustaría comentarle algo antes de retirarme. –

Mirai alzó una ceja con curiosidad. Athena colocó sus manos detrás de la espalda, jugando con sus dedos para distraer los nervios.

–Espero que sus disculpas sean lo suficiente sinceras para soportar el peso de haberme robado mi primer beso–Athena quería que el Príncipe fuera consciente de la humillación que había sentido, pero lejos de ello, internamente disfrutó de la información. Pudo fingir su decepción y arrepentimiento–. Si me disculpa, voy a retirarme. –

Athena pasó de largo, dejando a solas al Príncipe con los libros. Éste sonreía satisfecho. Aquella información no llegó a pesarle como ella imaginaba, sino que le hizo pensar e imaginar las vivencias de la joven y lo ignorante que era en ciertos campos que a él más le gustaban. Se dio la vuelta y a gran velocidad abandonó la biblioteca.

Ella caminaba tranquilamente hacia su habitación, jugando con los dedos de sus manos que estaban a la espalda. Él corrió hacia ella y delicadamente la tomó por la muñeca sana, obligando a detener el andar de la muchacha y obligarla a girarse. La soltó de inmediato para no incomodarla.

–Lo siento, no debí cometer tal acto–la insistencia de Mirai sorprendía a la muchacha. No llegó a imaginar que tanto le importase lo que ella pensara de él–. ¿Puedo hacer algo para compensarlo? –

–No puede volver atrás el tiempo para remediarlo. Lo hecho, hecho está–su voz se escuchaba suave y dulce, pero sus palabras resonaban con más fuerza–. He aceptado sus disculpas. –

–Sé que eso no lo puedo cambiar, pero si quieres que haga algo por ti y que pueda compensar de alguna manera, lo haré–Athena se mordió el labio pensativa, curiosa e intrigada ante la idea del Príncipe, que vio aquel gesto demasiado erótico para una muchacha que parecía ignorar el campo de la seducción.

Athena volvió sus pasos nuevamente hacia la biblioteca, atrayendo la atención de Mirai que siguió su camino hasta ingresar de nuevo en la sala. Se encontró con que la institutriz de su hermana estaba agarrando un libro casi nuevo, con la portada blanca y las letras moradas. Se giró hacia el Príncipe con una sonrisa y se aproximó a él para extenderle el libro.

–¿Qué es esto? –Mirai agarró el libro y leyó el título que lucía en la portada blanca–. Las mujeres en la historia. –

–Si quiere mis disculpas, lea el libro–Mirai alzó una ceja para volver su mirada intensa a la muchacha que mostraba una sonrisa diferente a la que vio antes. Era más amplia, dulce y amable.

–¿Y por qué debería leer un libro de mujeres? –gruñó frunciendo el ceño, no contento con la propuesta de la institutriz.

–Porque piensa que puede tener a cualquier mujer con su dinero, y las mujeres somos mucho más que un entretenimiento sexual, Alteza–las palabras de la institutriz consiguieron asombrar al heredero. Ella mantenía su postura y su voz se había alzado más segura–. Descubra de lo que somos capaces, y entenderá el error que cometió este medio día. –

Athena le dedicó una suave sonrisa antes de abandonarle. Mirai resopló y contempló nuevamente el libro, quejándose mentalmente al comprobar que tenía demasiadas páginas.

–Libros–se dijo para si mismo mientras seguía examinándolo–. ¿No podía haber pedido otra cosa? –

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¡Espero que os haya gustado este capítulo!

~Nephim

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