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⚛Una cita improvisada ⚛

Una cita improvisada.

Estaba tumbada sobre mi cama en la residencia, leía el libro que me había regalado Julie y disfrutaba de la paz que me rodeaba. Mi compañera se había ido anoche a una fiesta de uno de los chicos de último año, y dado lo silencioso que estaba el lugar eso me indicaba que aún no llegaba.

No éramos las mejores amigas pero si nos llevábamos bien, y lo mejor es que habíamos llegado a un acuerdo sobre llevar a las visitas a nuestras habitaciones si había plan de divertirse, fue lo mejor que conseguí luego de un día conseguirla casi teniendo relaciones en el sofá y explicarle que me incomodaba entrar a la residencia y encontrar gente casi en pelotas.

Estaba por dejar el libro a un lado y dormir un poco cuando mi teléfono sonó. Era él, el pelinegro de ojos verdes que había conocido en una tarde de parrillada en la urbanización.

—¿Ya me extrañas? —pregunté con burla al contestar la llamada.

—Sí, por eso te llamaba para decirte que salieras que estoy afuera de la residencia.

Me levanté y dejando la llamada en altavoz comencé a calzarme los converse blancos.

—Pero si me dejaste aquí hace tres horas.

—Tres horas sin ti es mucho tiempo, date prisa. —iba a responderle pero cortó la llamada.

Cuando estuve lista tomé el teléfono y una goma para el cabello y salí a paso rápido, desde antes de llegar a la puerta lo vi, estaba apoyado en el Jeep y a su lado, encima del capó, había un pequeño ramo de flores.

Cuando llegué a su lado tomó mi rostro entre sus manos y plantó su suave beso en mis labios y me entregó el ramo, eran tulipanes.

—He salido a dar una vuelta y me detuve en una pequeña tienda a comprar una botella de agua, habían muchos ramos de flores y una amable señora me dijo que su esposo le llevaba uno a diario; pero que ya tenía tantos que optó por venderlos y así saber que alguien más pudo recibirlos y no que se marchitaran.

>Vi unos tulipanes y recordé cuando emocionada dijiste que querías recibir esa flores al igual que la chica del libro que para ese momento leías.

Me abracé a su torso y poco después sentí uno de sus brazos rodearme por sobre los hombros y levantar el que tenía libre hasta llevar su mano a mi cabello y hacer suave caricias en él.

Varias chicas pasaban y se nos quedaban viendo. Para mí no era nada nuevo que incluso algunas de ellas le hicieran ojitos a Alan, y es que cómo no hacerlo si el chico era un encanto. Solía llevarse bien con muchos y ser amable con las chicas, pero siempre dejando claro mi lugar.

—Yo sueño con que algún día alguien como él llegue a mi vida —murmuró con voz soñadora una chica bajita que pasaba a poca distancia de nosotras.

Abrió la puerta del acompañante para que subiera al auto y cuando lo hice la cerró y dio la vuelta para ubicarse en el asiento a mi lado, tras el volante. Apenas puso el auto en marcha el reproductor se configuró a mi móvil y se empezaron a reproducir las canciones de mi playlist.

Poco tiempo duré callada porque la curiosidad de saber a dónde íbamos picó en mí. Había tomado un camino desconocido y quería saber cuál sería el destino así que no me contuve de preguntar:

—¿A dónde me llevas?

—Voy a secuestrarte —respondió sin quitar su vista del camino, pero con una bonita sonrisa adornando su rostro.

—No sería secuestro si yo quiero ir por voluntad propia.

—Buen punto. Aunque igual no te diré a dónde vamos.

El tiempo pasó con las canciones de mi móvil sonando de fondo a bajo volumen. Alan se había desviado por un camino de piedras y casi diez minutos después aparcaba bajo un árbol, muy cerca del barandal que protegía de no caer por el risco.

Ambos bajamos y nos acercamos al barandal, bajo nosotros había una playa de arena muy limpia, el mar estaba calmado y las olas rompían con suavidad en la orilla creando un sonido relajante.

—Desde que vinimos a la universidad no habíamos hecho un viaje a la playa. Investigué y la más cercana quedaba a casi dos horas así que decidí traernos aquí.

Sus palabras me sorprendieron porque no pensé que había pasado tanto rato en el auto. Desde mi percepción del tiempo, había sido un recorrido corto, pero caí en cuenta de que así suele sentirse cada vez que estoy con Alan.

Es como si las horas a su lado pasasen en un abrir y cerrar de ojos, como si las veinticuatro horas de día no fuesen suficientes.

—Ya es casi mediodía y no pasamos a comprar nada para comer. —dije.

—Lo tenía todo planeado. —dijo, tomándome de la mano y caminando de vuelta al auto —Aunque la entrada principal está a unos dos kilómetros más, pero vi este punto en el mapa y preferi traerte aquí donde estaremos solo los dos.

Del asiento trasero sacó una canasta y una tela de cuadros, tomó ambos con una mano y con la otra entrelazó sus dedos con los míos. Fuimos hasta un lado del barandal y vimos unos escalones de madera que llevaban hasta la playa. Los bajamos y empezamos a correr por la arena hasta que mi zapato se atascó y me fui de boca, cayendome y llenando mis brazos y piernas de arena.

Alan al verme tirada en el suelo empezó a reírse de mí.

—¿Qué te pasó?

—Me quise acostar sobre la arena, ¿no ves?

—Mejor acuéstate sobre mí, preferiblemente sin mucha ropa encima —me guiñó un ojo y se acercó para tenderme la mano, la tomé y me levanté para empezar a sacudir la arena que había quedado pegada.

—Que romántico —espeté con sarcasmo. —Cada día me enamoro más de ti.

—Yo podría decirte eso mismo a tí por el resto de mi vida. —me dio un casto beso en los labios y volvió a tomarme de la mano para seguir caminando.

El sol estaba bastante caliente, nos sentamos bajo unas palmeras que proveían sombra suficiente y él empezó a acomodar sobre la manta lo que había traído en la canasta.

Uvas, rodajas de pan, queso y jamón cortado en trocitos, un par de copas y una hielera con una botella de champán.

—Entiendo perfectamente esa mirada, cariño —después de decir eso, sacó dos bandejas tapadas pequeñas y me tendió una y un tenedor.

La abrí y era una porción de lasaña que se veía exquisita, y el sabor era una cosa otro mundo. Realmente divina.

—Tú sí que me conoces.

—Paso más días a la semana contigo que con cualquier otra persona, creo que te conozco lo suficiente como para saber que unas cuantas uvas y pan no calmarían a la bestia que tienes por estómago.

Sus palabras me hacen reír porque son ciertas, pasamos demasiado tiempo juntos como para ya saber lo suficiente del otro, como para saber que casi siempre ando comiendo algo o que cuando estoy en su departamento suelo hacerle comida para que así algunos días no se complique mucho con sus clases, deberes y el poco tiempo libre que le queda.

Y aunque sé perfectamente que puede valerse por sí mismo y que tiene muy buen sazón, igual me gusta ayudarlo un poco.

Me quité los zapatos y él imitó mi acción. Sirvió las copas de champán y me tendió una, dejó la suya sobre una pequeña tabla de madera y empezó a comer su lasaña.

—¿Desde cuando tenías planeado esta salida? —pregunté.

—Realmente no lo tenía planeado. —respondió —Hace días había buscado en Google Maps una playa cercana pero este plan salió de la nada, te juro que yo salí a dar una vuelta y terminé en esa tienda comprando lasaña casera, tulipanes y una canasta de picnic con mantel.

—¿Y el resto? —señalé con el tenedor lo otro sobre el mantel de cuadros.

—Eso lo tenía en mi departamento, el viernes antes de pasar por ti a la biblioteca hice mercado.

*****

—Vamos al agua —mi chico de ojos verdes me tendió la mano para levantarme.

—No tengo traje de baño. —me quejé.

—Que eso no te detenga, siempre puedes meterte en bragas y sujetador.

No tuve que pensarlo mucho para sacar mi vestido suelto por mi cabeza y tirarlo a la arena. Corrí hacia el agua siendo seguida por Alan, solo  alcancé a tener el agua a media pierna cuando él me tomó desde atrás y se dejó ir de lado conmigo entre sus brazos.

Cuando emergimos estábamos completamente empapados, mi cabello estaba desparramado por mi rostro y él con mucho cariño lo quitaba, metiendo unos mechones detrás de mis orejas.

Me separé de él y empecé una guerra de agua, me reía porque no me daba tregua y al final mi cabello terminó como al principio, pegado a mi rostro obstruyendo mi vista.

Me acerqué a él y me tomó haciendo que rodeara su cuerpo con mis piernas, rodeé su cuello con mi brazo izquierdo y mi mano derecha la llevé a su pecho, justo al lugar donde podía sentir su corazón latir desbocado.

—Quiero aferrarme a la idea de que así se siente el amor. —murmuré muy cerca de sus labios.

—Como si el mundo se detuviera cuando tu mirada conecta con la de la persona que amas. Como tú corazón late descontrolado cuando la siente tan cerca de ti... —continuó él.

—Como con solo un beso hace que te olvides de todo. —y después de decir esto lo atraje hacia mí y lo besé.

El beso era suave y delicado, demostraba todos esos sentimientos de los que nos privamos esos dos meses donde no supimos nada el uno del otro; y de los que poco a poco íbamos dando rienda suelta.

No tenía dudas de que mi amor era tan suyo y de que este era correspondido.

Rato después salimos del agua y volvimos a sentarnos sobre el mantel, pegaba una brisa fresca que hacía que me estremeciera por el frío que me provocaba. Alan se puso de pie y a paso rápido se dirigió hacia la escalera de madera que lo llevaría a lo alto del risco donde estaba el auto, no tardó mucho en volver y traer consigo un par de suéteres y una toalla. Me tendió la toalla par que me secara y él se colocó el suéter gris, dejando el azul a mi lado sobre el mantel.

Después de quitarme el brasier mojado bajo la atenta mirada del ojiverde, me enfundé en el suéter que había dejado para mí y he de decir que me quedaba mucho más grande que algunos otros que solía tomar de su clóset de vez en cuando.

—No sabía que vendrías con vestido pero fue una gran elección haber tomado el suéter más grande y así protegerte de ir enseñando tu precioso culo por ahí.

—Que considerado.

Me empecé a comer las uvas que habían quedado sobre la tabla de madera y Alan se acercó hasta quedar acostado con su cabeza apoyada sobre mis piernas.

Hablamos de trivialidades hasta que el sol empezó a bajar, entonces se levantó y empezó a recoger todo para devolverlo dentro de la canasta, me le quedé observando y me explicó que el atardecer se vería mejor desde arriba por lo que lo ayudé para terminar más rápido y así subir las escaleras que nos llevaría hasta arriba del risco.

Alan dejó la canasta y la toalla en el asiento trasero del Jeep, me sentó en el capó y él se metió entre mis piernas empezando a hacer suaves caricias en la parte externa de mis muslos, así estuvo varios minutos hasta que después de echar una mirada al cielo en la lejanía; se separó de mi y desapareció de mi vista.

Me fijé en el cielo y en cómo los tonos anaranjados se iban haciendo más intensos, sin duda iba a prencensiar uno de los atardeceres más bonitos que hasta el momento había visto.

Oí pasos resonando en las piedrecillas y volteé a ver hacia dónde provenía el sonido, Alan caminaba hacia mi sosteniendo en un mano derecha una guitarra acústica.

¿Cómo es que yo no me había percatado de ella en todo el rato que estuvimos en el auto de camino acá?

—Una de las cosas que hice durante los dos meses luego de que me fui; fue comprarme una guitarra y ver tutoriales en YouTube. —dijo sentándose a mi lado —Mi abuela amaba cuando mi abuelo se sentaba junto a ella con su guitarra y le cantaba, se veía tan feliz que me prometí a mi mismo algún día hacer feliz a alguien de esa manera, con solo una canción.

El atardecer estaba muy bonito y tener a Alan junto a mí tocando algunos acordes hacía de este momento uno muy especial.

—Justo cuando más pensé que un beso era imposible
Dejé de ser invisible porque me notaste tú
Y era más probable que el sol nunca más saliera
Que el reloj se detuviera, pero me notaste tú.

Sabía muy bien que canción era, solía tararear las canciones de esa banda casi siempre que hacía mi parte de los deberes en la residencia; o incluso en el departamento de Alan.

—Y quién lo iba a pensar, que tú me escogiera
Una noche cualquiera entre la multitud
Solo verte bailar me vuelve pedazos
Y hoy que te tengo en mis brazos
Solo te pido que tú

>Nunca te vayas que yo quiero salir con vida
Y aunque intentara olvidarte mi boca no lo haría
No me hagas daño, que yo quiero salir con vida
Porque tener que extrañarte sería un acto suicida
Y mi boca no lo haría...

Ya antes lo había oído cantar y sabía lo bueno que era en ello, pero verlo así concentrado tocando armónicamente la guitarra y haciendo alarde de su buena voz hacía que mi piel se erizara.

Me causaba tal felicidad que era difícil describirla con palabras.

Nadie había tenido un gesto tan romántico cómo ese antes, aunque bueno, mi vida amorosa antes de él era bastante inexistente; pero me emocionaba todo lo que él me hacía sentir.

Su transparencia a la hora de mostrar sus sentimientos me hacía sentir segura de que no jugaría con los míos. Él era todo lo bonito que una chica podía desear y yo era afortunada por poder tenerlo.

Dejó de cantar y me dedicó una sonrisa, le echó un vistazo al atardecer y yo hice lo mismo. Ya solo quedaba ajena fina línea anaranjada uniendo el cielo y el mar.

—Me la aprendí para poder cantartela a ti.

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