10
-¿No crees que vas algo arreglada para una simple cita?
La diversión en la voz de Bella me hace poner los ojos en blanco pero no me giro a mirarla, demasiado concentrada en pintar mis labios de un rojo vino que me recuerda de manera poco conveniente a la sangre.
-¿No tienes deberes o algo así? –cuestiono girándome hacia ella. –Ahora en serio, ¿cómo estoy?
He puesto más esfuerzo de lo normal en parecer una mujer sensual que en absoluto va por casa con camisetas que tienen más agujeros que tela. He tenido que desempolvar los vestidos reservados para citas. Son tres: uno para aquellas citas que sé que van a ser un fracaso –así que no es demasiado elegante; otro para aquellas que tienen posibilidades –ni demasiado catastrófico ni demasiado revelador-; y otro para las que quiero que la prenda acabe tirada en el suelo.
He elegido el segundo porque aún estoy intentando unir en mi cabeza la inmortalidad con la sensualidad.
Mi sobrina me mira apoyada en el marco de la puerta del baño, el cual llevo ocupando más de una hora. El segundo vestido es de color negro con una tela fina que cae elegantemente hasta mis rodillas y tiene un ligero escote que permite ver algo de mi piel sin ser demasiado revelador.
Me he arreglado el pelo en un simple recogido pero algunos mechones han conseguido escapar así que espero que eso me dé un aire más informal.
-Estás preciosa, tía Carol.
Suelto el aire en un suspiro, ni siquiera me he dado cuenta de que lo estaba conteniendo.
-¿Qué les ha dicho a papá? –pregunta mientras bajamos las escaleras.
-Lo que tu padre no sabe, no le puede hacer daño. –respondo haciendo una mueca por los escasos pasos que he dado con mis tacones.
-Creo que ese es el lema de Bella. –Edward está en el salón y se levanta al vernos llegar. –Estás espectacular, Carol
Entrecierro los ojos hacia él.
-Sigue haciéndome la pelota, quizás arregles la que liaste en Italia.
Ahora que sé la verdad sobre todo lo ocurrido en Italia le he restado un millón de puntos a Edward por poner en tal peligro a Bella. En mi mente los Vulturis son como el conde Drácula de las películas antiguas pero multiplicado por tres.
El timbre salva a Edward de responder. Cuando abro la puerta me encuentro a un Carlisle que me hace arrepentirme inmediatamente de no haberme puesto el tercer vestido. Lleva un pantalón oscuro de traje junto con una chaqueta del mismo tono que contrasta con su camisa blanca.
No lleva corbata pero su pelo está perfectamente peinado hacia atrás y me invade un deseo irrefrenable de enredar mis dedos en él.
-Estás...increíble. –rompo el silencio entre ambos y noto cómo mi piel se enciende a medida que sus ojos me recorren hasta acabar en mi rostro.
-Estás perfecta. –su voz es baja, como si fuera un secreto entre nosotros. Sólo él puede hacer que un halago suene tan lascivo.
Parpadeó un par de veces, intentando librarme del hechizo de sus ojos. Necesito centrarme. Esta cena es para saber más, para conocerlo, para decidir si meterme en este mundo merece la pena. Aunque estoy bastante segura de que lo haré de todas formas; porque soy así de kamikaze.
-Divertíos. –la voz de Bella me hace girarme. Ella y Edward nos están mirando como si fuéramos una escena de película realmente divertida.
-¿Os vais a quedar aquí solos? –ambos asienten y yo alzo una ceja. –No manchéis el sofá.
Tengo el placer de ver cómo Bella se pone colorada y cómo Edward parece querer meterse bajo tierra antes de marcharme con Carlisle, que se despide brevemente de ellos mientras intenta esconder la sonrisa de sus labios.
El restaurante que ha elegido es un italiano que parece verdaderamente italiano, algo difícil de encontrar.
-Pensé que te gustaría algo que te recordase tu estancia allí. –me explica cuando nos sentamos en uno de los reservados.
-Es perfecto. –digo sinceramente, la boca ya se me hace agua sólo viendo la carta. Me surge la primera duda. –Bella me ha dicho que no coméis pero, ¿qué ocurre si lo hacéis?
-Es como un peso en el estómago, eventualmente tenemos que expulsarlo.
-Quizás deberíamos haber elegido otro tipo de cita. –reflexiono, ahora me siento mal de que tenga que fingir comer.
Niega con una pequeña sonrisa.
-Nadie verá que no como aquí.
Es cierto. Estamos alejados de la sala principal, nadie nos ve ni nosotros vemos a nadie pero puedo escuchar el murmullo de las conversaciones distantes.
-Así que, ¿dónde naciste? –lanzo mi primera pregunta después de que una camarera nos tome nota. Prácticamente ha babeado sobre Carlisle aunque él sólo le ha dedicado una sonrisa amable.
-Londres. Aproximadamente en 1640.
Bebo un poco de vino para disimular el impacto que aún tiene todo esto en mí.
-¿Y cómo...-intento encontrar las palabras correctas-...¿cómo pasó todo?
Sus ojos no se separan de los míos por lo que veo un atisbo de tristeza en ellos.
-Mi padre era pastor. Se dedicaba a cazar vampiros. La mayoría de las víctimas ni siquiera lo eran, ahora lo sé, pero antes era difícil distinguirlos; había demasiados leyendas, demasiado miedo que hacía que cualquiera que fuera diferente muriera.
>>Nunca estuve de acuerdo con ello pero era la razón de vivir de mi padre y consideraba que mi deber como buen hijo era ayudarle.
>>Una noche acorralamos a un vampiro. Estaba desesperado por huir, mató a varios de nuestro grupo y a mí me mordió.
>>Intuí lo que estaba pasando en cuanto el dolor comenzó. Había leyendas sobre cómo uno se podía convertir en vampiro. Me entró el pánico, sabía que mi padre me mataría; y eso lo mataría a él también.
>>Así que me escondí lo mejor que pude entre basura durante los tres días que tardé en completar la transformación. No podía gritar y no me atrevía a moverme siquiera. Pensé que ese infierno era el castigo por todos los inocentes que murieron por mi culpa.
Deja de hablar cuando la camarera aparece para dejar nuestra cena. Noto la boca seca. Su mirada me evalúa y lo único que puedo pensar es que tuvo un inicio terrible y aún así se mantiene entero; yo habría perdido la cabeza.
-¿Qué pasó después? –intento que mi voz no tiemble pero sale más baja de lo habitual.
Una sonrisa triste aparece en sus labios.
-No acepté demasiado bien ser un monstruo.
-No eres un monstruo. –replico con rapidez. Porque parece totalmente incorrecto que alguien como él se defina así.
Su mirada se vuelve más cálida y asiente en señal de agradecimiento.
-Creía que lo era en ese tiempo. –continúa. -Intenté desaparecer varias veces. Nada funcionó. Somos difíciles de erradicar, lo que ahora considero algo bueno pero antes me parecía una terrible maldición.
>>Decidí dejarme morir de hambre pero tampoco funcionó. Eventualmente perdí el control y ataqué a un animal. Ahí descubrí que podía alimentarme de su sangre sin dañar a nadie.
>>Con el paso de los años me cansé de Inglaterra, quería saber si en algún lugar había alguien más parecido a mí. Así acabé en Italia y después aquí, en Estados Unidos.
-Bienvenido a la tierra de la libertad. –bromeo para aligerar el ambiente y su leve risa provoca que las mariposas aleteen en mi estómago.
-Acabé convirtiendo a Edward y después al resto de mi familia. Me movió el egoísmo. –admitió y su sonrisa cayó, podía ver la culpabilidad en su rostro como si la tuviera tatuada.
-Pero Edward, estaba muriendo, ¿no? –recuerdo lo que Bella me ha contado, que todos estaban al borde de la muerte antes de ser convertidos.
Asiente pero no hay alivio en sus rasgos.
-¿Pero quién soy yo para decidir sobre la vida o la muerte? –murmura y suena como una pregunta que se ha repetido muchas veces a sí mismo.
-Les diste una nueva vida, nuevas oportunidades. –replico con suavidad e intento aligerar el ambiente con una pequeña sonrisa. –Y sinceramente, Edward parece realmente feliz de estar con Bella. Así que supongo que tenéis algo con la familia Swan.
Eso provoca una sonrisa más relajada de su parte. Hablamos de diversas cosas, de algunos lugares de Italia que ambos hemos conocido, de Forks, de sus hijos...No es hasta que pido el postre cuando me atrevo a preguntar.
-Así que...¿eras tan borde conmigo por tu secreto?
Niega con la cabeza.
-Es más...complicado. –lo animo a seguir con un gesto de la mano. Suspira como si hubiera temido que ese tema saliera a coalición. –Verás, a veces nos encontramos con humanos cuya sangre nos atrae de forma especial. En Italia lo llaman "tua cantante", como si la sangre de esa persona cantara para nosotros. Es muy difícil de resistir.
No me es difícil unir las piezas.
-Yo soy la tuya. –no es una pregunta, es una afirmación.
Asiente y no puedo evitar tragar saliva. Estoy ante alguien cuya máxima tentación soy yo. Es como si la muerte me mirara a los ojos y aún así no quiero salir corriendo; quiero que me siga mirando.
-Pero también existe otra cosa, los llamamos compañeros. Son difíciles de encontrar pero los vampiros tenemos los sentidos más desarrollados por lo que nos cuesta un poco menos que a los humanos; es algo similar a las almas gemelas. Todos nuestros instintos se vuelcan en querer proteger a esa persona.
Frunzo el ceño pero no digo nada porque la camarera entra en ese momento para dejar una porción de tiramisú justo delante. Por lo general estaría babeando por él pero estoy demasiado centrada en procesar las palabras de Carlisle.
-¿Y yo soy la tuya? –esta vez sí que es una pregunta.
Vuelve a asentir y me dedica una sonrisa torcida ante mi confusión.
-Como entenderás, en mi interior hay dos yo batallando contra esto.
-¿Y cuál va ganando? ¿El bueno o el malo?
Su mirada se oscurece cuando se inclina hacia mí, apoyando los codos en la mesa. Está tan cerca que podría inclinarme y besarle.
-No hay ninguno bueno. –confiesa en ese tono bajo que hace que mi estómago se agite. –Los dos quieren destruirte, sólo que de formas diferentes.
-Creo que una de las formas me gustaría más que la otra. –murmuro cuando recupero el aliento que sus palabras me han robado.
Puedo ver el impacto de mi confesión en sus ojos dilatados, por un momento creo que va a besarme pero se echa hacia atrás, poniendo distancia entre ambos.
-No sabes lo que dices. –replica con un tono duro que contrasta con el fuego de su mirada.
-No soy una cría, sé lo que digo. –igualo la dureza de su tono.
-Podría matarte, ahora mismo. Una parte de mí lo desea tanto que me vuelve loco.
-Quizás deberías hacer caso a la otra parte. –ni siquiera sé de donde salen mis siguientes palabras pero son absolutamente verdaderas. –Confío en ti.
-No deberías.
Me encojo de hombros y tomo un pequeño bocado de mi postra aún intacto.
-Demasiado tarde para eso, doctor Cullen.
Le dedico una sonrisa que elimina parte de la tensión del ambiente aunque mi mirada es retadora dejando claro el mensaje: no pienso dejar que me asuste sólo porque él esté asustado.
Creo que lo entiende porque acaba suspirando, sus rasgos pierden un poco de esa dureza y acaba asintiendo.
-¿La testarudez viene de familia? Bella es muy similar.
-Absolutamente. –respondo agradeciendo su apoyo para relajar el ambiente. –Es cosa de los Swan.
Seguimos charlando de forma más liviana hasta que nos vamos del restaurante. Me cuenta el motivo de ser médico, la necesidad que tenía de salvar vidas y cómo ha encontrado en ello su forma de redimirse por lo que es.
Cuanto más sé de Carlisle Cullen más siento que quizás su mundo no está tan ensombrecido como yo creo. Porque él es luz, quizás un poco veteado de oscuridad, pero es más cálido que muchos humanos.
-Antes de que acabe la noche, tengo que pedirte perdón. –me confiesa cuando bajamos del coche, las luces de casa están apagadas pero veo el coche de Charlie aparcado en la entrada. –Por el beso.
-¿No querías besarme? –pregunto desconcertada y la decepción empieza a aflorar en mí.
-Por supuesto que quería besarte, pero no de esa forma. No me conocías, no sabías nada de mí. –me explica, las farolas le daban un aire más blanquecino a su rostro. –Debería cortejarte como es debido, si tú quieres.
No puedo evitar soltar una breve risa.
-Nunca nadie me ha cortejado. –confieso. –Ya hemos ido a una cita, ¿cuál es el siguiente paso?
-Te desearía buenas noches y te pediría otra cita en unos días. –me recoge un mechón de pelo tras la oreja con delicadeza. Sus ojos son miel líquida y su sonrisa acelera mi corazón.
-¿Nada de beso de buenas noches? –murmuro atrapando mi labio inferior entre los dientes. No quiero sonar desesperada pero, joder, quiero que me vuelva a besar.
Sus ojos brillan.
-¿Quieres que te bese? –susurra.
-No me hagas rogar. –le advierto pero su cuerpo ya se está inclinando ligeramente hacia el mío.
Su risa ronca manda un escalofrío por mi columna.
-Aún no. –y hay un millón de promesas en sólo dos palabras que convierten mi sangre en fuego líquido pero no puedo incidir en ellas porque Carlisle ahueca mis mejillas con sus manos y me besa.
No es como el primer beso, no hay desesperación y miedo y deseo desbocado; pero es mucho más íntimo porque me besa como si fuera lo más delicado de su vida, lo más preciado. Y me siento absolutamente completa y segura cuando me hundo en ese beso, desando que no acabe nunca.
Para mi desgracia, tengo que respirar así que acabamos separándonos.
-Ese debería haber sido nuestro primer beso. –musita y sus labios están tan cerca que cuando los mueve roza los míos.
-No ha estado mal. -consigo decir aunque noto mi respiración agitada y mi rostro arde.
Me dedica una sonrisa divertida y relajada antes de alejarse un poco de mí, mis mejillas se sienten repentinamente frías sin sus manos en ellas, a pesar de que su piel estaba helada.
-Buenas noches, Caroline.
Suspiro porque odio no poder invitarlo a dentro pero una parte de mí le resulta absurdamente romántico todo el asunto del cortejo.
-Buenas noches, Carlisle. –alzo una ceja. -¿Debería hacer una reverencia o algo?
Su risa me hace reír a mí.
-Ve a casa, Swan.
Asiento aún con la risa flotando entre ambos y le dedico una última mirada antes de meterme en casa.
Ha sido mi primera cita con Carlisle Cullen. Y ya me siento increíblemente adicta a todo el efecto doctor Cullen.
Capítulo bastante largo porque me moría de ganas de escribir la primera cita de estos dos tortolitos. Siento que juntos son muy hot, y Carlisle es...bueno, es Carlisle😏
¿Qué os ha parecido? Recordar darme amor y comentar, me encanta saber vuestras opiniones sobre cómo va esta historia 🥰
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