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08


Nunca había deseado tanto tener un día libre como esta semana. He estado dos días evitando a Carlisle. Literalmente me di la vuelta cuando lo vi en el pasillo ayer, como una rata asustadiza.

No suelo ser cobarde. De verdad que no. Pero no sé cómo iniciar una conversación con él sin que recuerde cómo me besó. O cómo se sintió su cuerpo contra el mío, la suavidad de las palmas de sus manos contra mis muñecas...Así que no, no me siento preparada para una conversación casual en mitad de nuestro lugar de trabajo mientras esos recuerdos se apoderan de mi mente.

Y mi compañera de trabajo tampoco me lo pone fácil. Ayer fui a darle el cambio de turno y me susurró en voz demasiado alta y emocionada para ser correcta:

-¿Sabes que el doctor Cullen se ha divorciado?

Hice un sonido que bien podría ser por causa de un atragantamiento con mi propia saliva pero ella se lo tomó como una invitación a seguir hablando.

-Creo que voy a mover ficha, ahora que está libre.

No me esperaba el aguijonazo de celos que me apuñaló el pecho. Clavé mi mirada en ella mientras me quitaba el delantal de la forma más digna posible.

-Deja al hombre descansar, no creo que quiera que nadie se lance hacia él después de un divorcio. –mi voz sonaba casual pero las palabras me supieron a mentira en la boca. Él no había estado para nada reticente a besarme. ¿Quizás lo haría con más? ¿Cómo una especie de crisis postdivorcio?

No me gustó como eso me hizo sentir ni cómo esa sensación me duró todo el camino a casa hasta que conseguí dormirme.





Así que cuando he abierto los ojos esta tarde y he recordado que efectivamente es mi día libre, me he sentido aliviada.

He bajado para comer con Charlie. Le toca trabajar esta tarde así que está comiendo la lasaña que Bella ha dejado preparada con aire pensativo.

-¿Intentas encontrar el sentido del mundo en la pared? –cuestiono mientras me sirvo una taza de café. Mi hermano resopla pero centra la mirada en mí.

-Ese horario nocturno te va a matar. –comenta mientras bebo mi taza de café y me sirvo una ración de lasaña. Bella siempre ha sido la mejor cocinera de esta familia.

-Tu trabajo te va a matar. –muevo el dedo para señalar sus ojeras y su palidez, realmente parece haber envejecido demasiado en poco tiempo y eso hace que frunza el ceño, preocupada. -¿Qué pasa?

-Son esas desapariciones. Cada vez son más. –se pasa una mano por el rostro, agotado. –Ni siquiera sé si es un asesino en serie o sólo una mala casualidad.

-No parece que haya muchos asesinos en serie por estos lares.

-Lo sé. –suspira y parece desinflarse

-Ya verás como encontraréis la solución, la fuerza de la ley es implacable.

Una sombra de sonrisa aparece en sus labios y lo tomo como una pequeña victoria.

Seguimos charlando de cosas más triviales hasta que él se marcha y yo me quedo en la silenciosa casa. Decido aprovechar esa tranquilidad para subir a mi habitación y enfrentarme a mi peor pesadilla: una página en blanco.

Hace meses que no escribo, la inspiración ha parecido huir de mí y no tengo esperanza de que vuelva. Golpeo la mesa con el bolígrafo, creando una melodía rítmica que apaga el silencio y da la banda sonora a mi vida como escritora fracasada.

Bella me encuentra así, asesinando a la página con la mirada como si ella tuviera la culpa de no estar rellena.

-¿Quieres ayudarme a limpiar?

Y estoy tan abrumada por mi propio fracaso que acepto casi con entusiasmo. Para cuando cenamos ambas estamos agotadas y nos marchamos a dormir sin apenas entretenernos.


Sé que será una mala noche mucho antes de tumbarme en la cama. El sueño me lleva evitando más de lo normal desde el beso con Carlisle. Así que he acabado en el alfeizar de la ventana con un cigarrillo mirando hacia la negrura boscosa de la parte de atrás de nuestra casa.

Esos árboles siempre han estado ahí. Desde antes de que naciera y probablemente estén después de que yo muera. Inmóviles, casi como si estuvieran congelados en el tiempo. Así me he sentido yo siempre en este maldito pueblo, como si me congelara en el tiempo. Nada cambiaba, era un infierno rutinario donde los sueños iban a morir.

Pero algo ha cambiado esta vez. El pueblo se siente...diferente. Como si estuvieran conteniendo el aliento ante todas las posibilidades que sostiene y que yo soy incapaz de ver. Casi incapaz porque la imagen de Carlisle se aparece en mi mente. ¿Él es una posibilidad? ¿O sólo un estrepitoso error?

No sé si es mi mente o simplemente mis ojos fallando por el cansancio pero creo vislumbrar un destello rubio entre la maleza. ¿Hay alguien ahí escondido? Automáticamente pienso en asesinos en serie y en que Charlie está aún trabajando mientras la ansiedad me aprisiona la garganta. Miro el punto fijamente durante varios minutos hasta que decido que ha sido mi imaginación.

Suspiro para expulsar la repentina ansiedad y me acabo el cigarrillo antes de volver a intentar dormir.




La mañana siguiente es lenta. Lenta hasta el punto de limpiar lo que ya está limpio. Charlie sólo ha vuelto para darse una ducha rápida y se ha vuelto a ir y Bella está en el instituto. Decido ir a dar un paseo a media mañana, el sol brilla y eso es algo tan poco usual que me sube el ánimo, disipando mi aburrimiento.

Antes me gustaba caminar por el bosque. Escuchar a los pájaros cantar. Sentir cómo las ramas se rompían bajo mis pies o las hojas moviéndose por el viento. Era algo que siempre me había gustado, de lo poco que siempre lo había hecho en Forks.

Estoy tan relajada que no noto que algo va mal hasta que llego a un pequeño hueco entre los árboles. En mi cerebro salta una alarma, algo primigenio como unos dedos fríos en mi espalda que me indican que algo está fuera de lugar. Giro sobre mí misma para ver si hay algo pero sólo hay vegetación.

Entonces lo noto.

Silencio.

Los pájaros han dejado de trinar. Un crujido suena a mi espalda y me giro de golpe.

Hay una mujer a un par de metros de mí. Su ropa está algo sucia, como si hubiera corrido por el bosque. Es joven, dudo que llegue a los treinta y tiene una piel extremadamente clara que contrasta con su salvaje melena pelirroja. Casi parece que tiene fuego alrededor de su cabeza. Pienso que es una senderista perdida hasta que me fijo en sus ojos.

Sus ojos son rojos. De un tono más oscuro que su pelo, más similar a...la sangre.

No sé por qué se me ocurre esa comparación pero el terror me paraliza cuando esa chica me sonríe. Es una sonrisa fría, casi como si se la hubieran tallado. No es una mueca humana, es más animal.

En un parpadeo está delante de mí. Puedo ver su rostro de cerca, apenas nos separan unos centímetros. Me hecho hacia atrás y mis pies se tropiezan así que caigo de culo contra el suelo. No sé qué me pone más histérica, si sus ojos, el hecho de que se mueva imposiblemente rápido o que no haya hablado en todo el maldito tiempo.

Y de repente hay un borrón que la aparta de mí. Apenas puedo distinguir que es otra persona. O lo que quiera que sean. Tiene el cabello rubio y, por un momento, se me ocurre que es Carlisle. ¿Cómo iba a ser Carlisle? Estábamos en mitad del bosque. Eso era imposible. Todo esto es tan imposible que me estoy planteando haberme dado un golpe en la cabeza y que mi cerebro se está imaginando todo.

Pero los gruñidos son demasiado reales. Parece que la pelirroja intenta llegar hacia mí y el rubio la frena en cada intento. Hasta que ella desaparece y él se queda quieto, de espaldas a mí justo donde había visto en un primer momento a la mujer. Se gira lentamente.

No estaba loca. Es Carlisle. Aunque su rostro está torcido por la preocupación. El silencio se extiende entre nosotros mientras nos miramos fijamente.

-¿Estás bien? –lo dice en un tono bajo, como si no quisiera asustarme. Y lo entiendo porque siento cómo mi corazón está a punto de atravesar mi pecho. Apenas me llega oxígeno a los pulmones y me estoy esforzando tanto en darle un sentido a todo lo que acabo de ver que me he olvidado de que estaba sentada en el suelo.

Me levanto con las piernas temblorosas. Él extiende un brazo hacia mí y yo alzo mi mano para frenarle.

-¿Qué...-mi voz se quiebra así que empiezo de nuevo tras coger una temblorosa bocanada de aire. -¿Qué acabo de ver? ¿Quién era esa mujer? ¿Cómo os movéis tan rápido? ¿Por qué tiene los ojos rojos?

Parece que cuando he encontrado mi voz parece que ya no puedo parar. Le disparo las preguntas sin apenas respirar y cuando me callo, aspirando aire a bocanadas para que la ansiedad no se apodere de mí, Carlisle parece está debatiéndose entre hablar o callarse.

-Es Victoria. –musita por fin cuando casi creo que no va a responder. –Y nos movemos tan rápido porque...-veo cómo traga saliva, su dilema interno forma la angustia en sus ojos dorados.-...somos diferentes.

-¿Diferentes?

Asiente.

-Algunos nos llamas monstruos. Y otros...otros nos llaman vampiros.

Mi mente se queda en blanco ante sus palabras. Literalmente me acaba de decir que es un vampiro. Busco algún atisbo de broma en su rostro o en su mirada pero no lo encuentro, sólo miedo y cierta...¿vergüenza?

-Los vampiros no existen. –es lo único que se me ocurre decir. Y de repente está sólo a un metro de mí. Se ha movido tan rápido como lo ha hecho la mujer, Victoria, instantes antes pero no se acerca tanto como ella.

Me alejo por instinto. Doy un par de pasos hacia atrás y agradezco al universo no volverme a caer.

-No te acerques. –las palabras se escapan entre mis dientes como un siseo. No sé si es verdad, si sólo está loco o si es una broma pesada pero no lo quiero cerca.

-Caroline. –dice mi nombre como una súplica pero lo ignoro. Camino hacia atrás, sin perderlo de vista. Él no hace el ademán de seguirme aunque su mirada de tristeza se clava en mi corazón.

Aún así no dejo que me afecte, no puede afectarme porque tengo que salir del maldito bosque. Cuando lo pierdo de vista me giro y me lanzo en una alocada carrera. No paro hasta que cierro la puerta de casa tras de mí con los pulmones ardiéndome y los músculos de mis piernas quejándose por el repentino ejercicio tan intenso.

Subo las escaleras y me escondo en mi habitación. No hay nadie en casa pero no quiero que me encuentren en este estado si llegan de repente. ¿Qué acaba de pasar? ¿Vampiros? ¿En serio? ¿En Forks?

¿De verdad me estoy planteando el simple hecho de que existan? Entierro las manos en mi pelo y me doy cuenta de que tiemblan. No puedo pensar así. Me dejo caer al suelo, tanteando las tablas hasta que doy con la que está suelta. Mi escondite secreto sigo lleno. Una pequeña victoria.

Cojo la botella de vodka que siempre he guardado en mi habitación desde los dieciséis. Esta es la última que dejé antes de irme, ni siquiera la había empezado antes de que decidiera hacer las maletas y largarme.

Le dio un trago largo y el líquido recorre mi garganta, prendiéndome fuego a su paso y calmando la tormenta desatada en mi mente.

-Eso está mejor. –murmuro con voz ronca.

Pero mis manos siguen temblando.





La verdad sale a la luz🙈 ¿Qué os ha parecido? Honestamente, yo habría reacciona como Caroline😅😅

Recordar darle amor y comentar, me encanta leeros🥰🥰

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