26
La bruja
Continuamos acostados en la cama, yo sobre su pecho mientras me acaricia la espalda en círculos. Ambos siendo arrullados por la lluvia incesante.
No me considero capaz de mirarle a la cara ahora, incluso por bastante tiempo.
El momento de calentura por el que pasamos hace una hora me llevó a hacer cosas de las que no me sentía capaz apenas ayer, y aunque no me arrepiento de nada me siento un poco avergonzada ahora que todo ha vuelto a la tranquilidad.
A través de mis ojos cerrados consigo ver un corto destello de luz, que resulta ser alguien cuando miro.
Los gélidos ojos verdes del hermano del demonio sobre el que estoy recostada me miran con recelo y sigo sin comprender el porqué de su terrible hostilidad para conmigo.
—¿No te bastan los castigos que tienes por pagar para que ahora te encuentre así con una mortal? — escudriña.
—Cuando dijiste que volverías pronto no creí que lo harías hoy mismo — responde Belcebú relajado sin moverse de donde está.
—¿Y por eso aprovechaste el tiempo para desvirgar a una mortal como si de tu pertenencia fuera?
—Creo que estamos equivocados en la información — apunta sin la menor intención de salir de la cama.
—¿Ah sí? ¿En qué?
—No es de mi pertenencia.
—Y no era virgen — agrego.
—De donde nosotros venimos una violación no te quita la virginidad — enfatiza.
—¿Le dijiste? — interrogo por lo bajo a Belcebú.
—Tuve que hacerlo, sabe lo de anoche — explica apenado.
—Sí, sé cómo masacraron a un tipo anoche — corrobora con exageración.
—¿Se te hace injusto luego de que abusara de mí, intentara hacerlo otra vez y me golpeara brutalmente? — reclamo.
—No dije que fuera injusto, dije que fue una masacre — esclarece con acidez.
—Ay, no soporto a tu hermano — mascullo.
—Tampoco te soporto — concuerda el rubio y por primera vez le veo sonreír.
Pero es esa sonrisa fastidiosa que no genera más que repulsión.
—Ni siquiera me conoces como para no soportarme, en cambio, y aunque tampoco te conozco, eres tan desagradable que ni siquiera me quedan ganas de hacerlo.
—Excelente, porque no las necesitas.
—Basta ya, Lux, no tenemos que ponernos pesados — interviene Belcebú.
—Ella comenzó.
—Tú comenzaste desde el primer momento en que pisaste mi casa — acuso —. No vengan de llorón.
—¿Me dijo...? — su rostro enfurece y avanza un paso hacia nosotros
—¿Puedes no tomarlo tan personal? — pide su hermano —. No eres muy agradable que digamos, ella tiene razón.
—¿Ahora vas a darle la razón a ella? — brama.
—Bien — el demonio se para de la cama y me cubro rápidamente con la cobija —. Seamos honestos, Lux, eres un pesado de mierda, insoportable, creído, y le partes las bolas a cualquier ser en este mundo. Ari jamás te ha hecho una mala cara como para que te portes tan borde con ella, y sí, por si lo olvidas, estás en su casa, en su territorio y mínimamente podrías ser respetuoso. Al menos estás obligado a ello mientras estes aquí. Compórtate a la altura, ¿quieres?
—¿Tienes la verga afuera para distraerme? — propone mirándole con el ceño fruncido.
—Por supuesto, sé que te encanta — corresponde divertido, y aunque su hermano rueda los ojos le veo sonreír, y esta vez legítimamente.
Lucifer alza mano en dirección de su hermano, y conforme sube, ropa le cubre las piernas a Belcebú.
—Casi no recordaba lo perfecto que se siente tener esto encima — elogia satisfecho, y aunque quisiera verle tiene una capa que le cubre de mi vista.
—Un obsequio para que te apresures a encontrar tu Torkaly y vuelvas a casa.
—Trabajamos en eso — asegura.
—Porque vas a regresar... ¿no?
—Sí, por supuesto — confirma, aunque su tono de voz deja entrever una intención diferente.
—¿Estás dudando?
—No dudo mi regreso, más bien dudo que pueda ser pronto, y no sólo eso, desconfío de como se pueda tornar la situación en los próximos días.
—¿Además de desconfiar has movido el culo para investigar lo que acaba de surgir? — infiere inquisitivo.
—No — niega bastante acorralado.
—Excelente... te das el tiempo de satisfacer deseos humanos, pero no de preservar a tu propia raza. Felicidades, Zebub, eres un inconsciente.
—Bien, me largo — decido poniéndome de pie y jalando las cobija para poder cubrirme al salir.
Pero la tela no se zafa de la cama por más que intento.
—¿Problemas con la sábana, bruja? — pregunta Lucifer y me volteo a mirarlo arisca.
—No soy una bruja, demonio.
El tipo luce bastante divertido, y con un movimiento de mano arranca la cobija de mis manos y me deja desnuda.
Belcebú pone los ojos en blanco exasperado por las bromas de su hermano, pero éste termina haciéndome lo mismo que al castaño.
Y cuando estoy vestida comprendo las palabras de Belcebú acerca de la perfección en las prendas.
Son justas, como hechas a la medida, creando una presión perfecta sobre el cuerpo que es confortable.
—Te queda mejor que esa ropa rara que usas — piensa el de ojos verdes.
—Pues gracias.
—Ahora, tú — señala a su hermano —. Haz algo además de follarte humanas, y busca la información que te pedí.
—¿Y cómo supones que haga eso? — discute.
—Yo que sé, ve y busca alguna de las putas brujas que te rinden culto y que hagan su magia. Algo debes conseguir.
El demonio vuelve a marcharse y nos deja solos.
—Este bastardo sólo ha venido a sacarnos de la cama y perturbarnos con sus asuntos — se queja.
—Algo me dice que son sus asuntos — corrijo —. En plural y te incluyen.
—Nos — aclara —. Temo que estás dentro de esto tanto como yo.
—¿Perdón? Hasta donde yo sé no me he metido en problemas, sin contar el rescate nocturno en el cual te conocí.
—Temo que no te metiste en el problema, alguien más lo hizo por ti, y ya estabas predestinada a ello.
—¿Qué?
—Ahora vámonos, ya nos divertimos y es hora de cumplir las responsabilidades del día — informa tomándome de la mano y saliendo de la habitación.
—Belcebú, en esta época no se usan capas — aviso antes de que lleguemos a la salida.
—Genial — se queja y le veo tirar con una mano del hombro —. Deberían hacerlo, son geniales.
—Edna Moda dice lo contrario.
—No sé quién sea, pero se equivoca.
Arroja la prenda a uno de los sofás y nos saca del apartamento sin más espera.
—No llevo las llaves del auto — recuerdo cuando ya hemos bajado dos bloques de escaleras.
—No las necesitamos.
Eso no me gusta.
Si se supone que saldremos a hacer algo no me imagino saliendo sin auto, además del hecho de que aún llueve.
—¿A dónde se supone que vamos? — pregunto una vez que estamos saliendo del edificio.
—A buscar a alguien.
—Está lloviendo y no pienso salir sin auto — protesto.
—No te mojarás — promete, y cuando quedamos a la intemperie noto que la lluvia nos esquiva.
No puedo creer lo que miro, necesito sentir como las gotas de lluvia me mojan la piel, pero ellas simplemente me esquivan aunque intente tocarlas.
Belcebú aún no me suelta y vamos corriendo hacia la salida de la residencia. Al principio intento no ir rápido por miedo a resbalar, sin embargo las botas que llevo puestas no me dan inestabilidad, y parece que se adhieren al suelo en cuanto lo tocan, evitando a toda costa un deslizamiento.
Acelero el paso, consiguiendo ir a la par del chico sin forzarme demás, y pronto estamos cruzando la reja.
Noto que la policía sigue aquí, y peor aún, ya se han establecido de mejor manera para poder continuar por un tiempo prolongado.
—¿Al menos sabes a dónde vamos? — cuestiono.
—Lo sé — acepta y camina en dirección al aparcamiento de visitas.
—La policía está regada por todas partes y sería una buena idea que si nos miran estemos mojándonos como cualquier persona normal.
—Bien, bien, solo un poco — cede y siento que algunas gotas me mojan el rostro, pero no son la cantidad que deberían tenerme empapada para este momento.
No tengo la menor idea de lo que hacemos aquí, pero estar con Belcebú a tan poca distancia de la policía y a escasos metros del lugar de donde lo saqué me pone los nervios de punta.
—Espera aquí — se detiene momentáneamente y me resguardo bajo la sombra de los árboles por si el efecto impermeable desaparece cuando se vaya.
Está haciendo un frío del carajo, y aunque no es algo que pueda sentir donde la ropa me cubre, las partes que quedan desnudas como mi rostro y manos comienzan a congelarse.
—Aradia — alguien me nombra y busco por todos lados al responsable.
Adam viene acercándose, trae una sombrilla negra y le veo vestido más abrigado de lo común.
—Hola, Adam — saludo amigable e intento ocultar mi tensión.
—¿Qué haces aquí? La lluvia es muy fuerte para estar afuera — opina parándose a mi lado y cubriéndome con el paraguas.
—Digamos que voy de salida — respondo dudosa, pues no tengo idea de donde se metió el demonio, pero según comprendí saldríamos en busca de alguien.
—¿Se te ha hecho tarde para ir al colegio? — propone.
—Mis clases de hoy se cancelaron, saldré con un amigo — es lo más inteligente que se me ocurre decir.
—¿Y se han quedado de mirar aquí?
—Bueno, él... — estoy cuestionándome si decir que no sé dónde se ha metido cuando aparece otra vez.
Pero me aterra.
—Solo le pedí que aguardara un minuto — explica él mismo subido en una moto, y me da una mano para que lo acompañe.
Quiero negarme, me aterra la simple idea de estar sobre una moto y más si el conductor es él.
Pero estoy presionada, la presencia de Adam indirectamente me obliga a subir, pues no puedo darle lugar a una discusión frente a él.
—Nos veremos luego — me despido del detective y voy hasta Belcebú como si fuera algo que hiciéramos todo el tiempo.
Jamás he subido a una motocicleta, y no tengo la menor idea de cómo hacerlo sin caer antes de subir una pierna.
Pero Belcebú me ayuda y en cuanto estoy en el asiento me aseguro de abrazarme bien a su dorso.
Deseo reprocharle esto, hacerle cientos de preguntas acerca de cómo consiguió esta cosa.
Pero no podré hacerlo hasta que no bajemos de nuevo y mientras salimos del aparcamiento una idea llega a mi cabeza.
¿Acaso se atrevió a robarla?
Me siento lívida al pensarlo. Lo creo completamente capaz e idiota de haberlo hecho.
A pesar de imaginarme en un principio que iríamos meciéndonos de un lado a otro, no parece ser nuevo en esto, pues maneja perfectamente.
Y aunque sufro de una preocupación terrible cuando estamos entrando a la calle, no nos acercamos mínimamente a los autos y termino de creerme que esto es seguro y no corro peligro.
(...)
No tengo la menor idea de donde estamos.
Puedo decir que el último lugar conocido por el que pasamos quedó atrás hace media hora y no sabía que esto existiera.
Pero espero dos cosas: 1. Que no se haya perdido. 2. Que esto sólo quede de paso a un lugar diferente.
El lugar en el que nos encontramos es aún más solitario de lo que parecía ser el sitio de ayer.
Hay demasiada vegetación y apenas es creíble el camino de terracería por el que vamos.
No puedo creerme que alguien pase por aquí, incluso en estos momentos somos los únicos.
He visto chozas a nuestro paso, pero ninguna está cerca de la otra y ya hemos pasado al menos un par de kilómetros desde la última que vi.
Además, en ciertas partes del camino, a mi lado derecho es visible la ciudad por debajo de nosotros, lo que me dice que estamos probablemente en alguna especie de cerro.
Últimamente a Bael se le han estado ocurriendo ideas retorcidas y no deseo ver que me espera esta vez.
La vegetación nos rodea por ambos lados nuevamente, y aunque espero volver a ver la ciudad dentro de unos minutos nos desviamos del camino.
Damos vuelta a la izquierda, de modo que terminamos subiendo una pendiente poco empinada y yo me tenso al no ver nada más que árboles.
El día de por sí nublado no hace más que lucir el entorno lúgubre y tenebroso, y si no estuviera acompañada precisamente por un demonio temería aún más por mi vida.
Metros arriba de donde nos encontramos vislumbro otra choza solitaria; igual de oscura y deteriorada que las demás, aunque de mayor tamaño que el resto.
Siento un escalofrío al imaginarme la clase de persona que vive o vivió en dicho lugar, y solo deseo pasar de largo y dejarle atrás de una vez.
Pero el destino no está de mi lado esta vez (o más bien nunca), y Belcebú se detiene a pocos metros frente a la construcción de madera vieja.
—Tengo muchas preguntas por hacer — hablo.
—Lo sé, me sorprende que hablaras hasta ahora — acepta bajando de la moto y dejándome sentada.
—¿Qué estamos haciendo aquí? — interrogo temerosa del lugar en el que nos encontramos y sigo sin bajar.
—Hemos venido a buscar ayuda — responde y me da la espalda para observar la choza.
—¿Ayuda? — titubeo.
No parece haber nadie dentro, aunque si soy realista todo luce muy oscuro como para poder ver.
La madera por fuera es grisácea y agrietada, le hacen falta algunos pedazos y hasta parece que con un suspiro caerá.
Veo una mecedora vieja afuera, y la decoración me pone los nervios de punta.
En la puerta hay una cornamenta de buen tamaño colgando, el techo son grandes ramas de pinos, algunas secas, otras verdes, y en la esquina hay un colgante largo que se mece tranquilo con la brisa.
Belcebú se acerca allí, toma la cuerda más larga de dicho colgante y la sacude con calma, pero con la fuerza necesaria para hacer sus piezas sonar sobre el silencio pacífico del bosque.
Entonces el viento se desata.
Mi cabello se alborota y el sonido de las ramas de los árboles al chocar es el ruido predominante en el ya de por sí terrorífico bosque.
Al pasar los segundos solamente deseo salir de aquí.
Dentro de mi momento de tensión algo nuevo en el panorama llama mi atención, el pavor invade mi ser y me quedo petrificada al notar que algo comienza a levitar desde la parte trasera de la choza.
Tiene una forma humanoide terrorífica, grandes brazos con dedos lo suficiente largos para atravesar a alguien de lado a lado.
La prenda que tiene puesta es como un largo camisón que le cubre los pies y termina en tiras desgastadas.
Me muero.
No estaba preparada para mirar esto que parece ser sacado de una horrible película de terror.
El ser se acerca a donde estamos y mis ganas de huir me hacen ver como una buena idea robar la motocicleta para poder escapar más rápido aunque no sepa cómo manejarla.
Cuando está más cerca noto su cabello oscuro, revuelto, enmarañado; su piel blanca azulada y ya no tengo valor para estudiarle más.
Desciende cerca de donde me encuentro, aunque su atención afortunadamente se centra en el demonio y me pasa por alto.
—Daimonium eina aemicum — pronuncia Belcebú con claridad aunque no entiendo una sola palabra.
—Yn Mayissa doist ma ephty — contesta con voz hipnótica, suave y melódica, nada acorde a su apariencia.
—Soy Belcebú, gran príncipe del infierno y los falsos dioses — se presenta enalteciéndose a sí mismo.
—Es un honor para mí que se haya presentado en mis tierras — admira haciendo una alabanza —. Solo pida lo que desee y será conseguido por su humilde servidora.
Ya va, no me imagino a ese ser tan terrorífico alabando a la bestia de Belcebú.
—Hay algo que puedes hacer por mí — confirma y en cuanto veo que tengo su mirada encima recobro los nervios.
La que quiero suponer es una bruja, gira lentamente en mi dirección, dejándome helada al permitirme ver su rostro.
Es liso, con algunas líneas parecidas a las arrugas, pero no tiene ojos, solo un par de agujeros no muy grandes en su lugar, una abertura corta por boca y no quiero ver más.
—Buscas respuestas — dice ella mirando de nuevo al demonio —. Respuestas acerca de su origen — me señala con uno de sus largos dedos.
—Busco todas las respuestas acerca de ella que puedas darme — aclara desconcertándome por completo.
—Entremos — invita extendiendo una mano hacia la puerta y yendo en su dirección después.
—Vamos, Ari — él extiende una mano y se acerca a mí, pero mi cuerpo se niega a bajar de donde estoy.
Intento negarme, pero me doy cuenta que me quedado sin voz y no puedo decir palabra.
El chico señala la choza con la cabeza para que entremos, asegurando con la mirada que es seguro aunque parezca lo contrario.
Dado que no tengo salidas acepto, bajo de la moto y soy llevada hacia el lugar.
Sin palabras consigo que vaya frente a mí, pues ya es suficiente sacrificio atreverme a entrar como para que deje que lo haga primero.
En cuanto estamos dentro la puerta se cierra sola y me siento recién apresada y sin salida.
El lugar no es tan diferente a cómo lo hubiera imaginado, aunque hay algunos detalles que no son como creí.
Hace calor, y no uno insoportable, más bien parece agradable y hogareño.
El olor que impregna el sitio es extraño, una combinación de varias cosas: humo, incienso, madera y pino. Un aroma que describiría en general como rústico.
Y la única luz que ilumina todo es proveniente de una chimenea que ni yo misma me explico como no quema la madera de toda la construcción.
—Por favor — la bruja señala hacia la estancia, donde hay una especie de cajones en los que supongo debemos tomar asiento.
Belcebú me guía hasta allí, se quita la chaqueta antes de sentarse y le copio, pues estamos muy cerca del fuego y no resistiré tanto calor.
—¿Cuál es tu nombre? — pregunta mirando en mi dirección, y aunque lo intento no consigo mirarla a la cara.
—Aradia — respondo bastante reservada.
—Aradia... — repite lento acariciando cada letra con la voz —. Dame la mano.
Joder, no es suficiente con estar aquí adentro a menos de un metro de distancia, ahora debo tener contacto con ella.
Dado que no puedo negarme hago lo que pide, y me estremezco al sentir tu tacto áspero y rígido.
Intento no mirarla y me concentro en el fuego mientras estudia mi mano.
Segundos después vislumbro un destello metálico por el rabillo del ojo, y en cuanto noto una larga daga en su otra mano intento retirar la mía, pero es tarde, cuando quiero hacerlo ya me ha cortado la punta del índice, me sostiene con fuerza cuando por reflejo intento liberarme, y posteriormente lame la sangre.
En cuanto me suelta, mi mano se regocija con la otra sobre mi pecho e intento evadir el molesto dolor de la herida.
Noto que la bruja saborea lo que tiene en la boca y parece pensar unos segundos.
—Bien, tengo tus respuestas — se dirige al demonio —. Pero hay algunas que no te gustará escuchar — advierte.
—No hago esto por gusto, necesito escucharlas — dice él.
—Bien — acepta —. Tienes tres pregunta, ¿deseas comenzar con ellas, o las dejas al final?
—Al final — decide.
—Hay magia en su interior — comienza —. Muy fuerte, muy oscura, desmedida y desequilibrada, que de ser liberada necesitará de alguien que le brinde luz para generar un equilibrio.
—¿Qué más? — pide tras un momento de análisis.
—Veo una sola vida antes de esta — continúa, y a pesar de que yo soy la persona en cuestión y no comprendo nada, decido no interrumpir —. Pero es una vida larga y significativa, una vida inmortal que no debió terminar, pero que se puede retomar en cualquier momento.
—Bien.
—Su alma es... diferente.
—¿Diferente en qué sentido?
—Su alma es justa, bondadosa, inocente. Pero su espíritu es por completo diferente, es oscuro y destructor.
Belcebú parece analizar las cosas a profundidad con la mirada en el piso, y tengo la vista fija en el aunque eso no me permitirá leerle la mente.
—¿Qué más? — cuestiona.
—Hay una naturaleza salvaje y sabia en ella. Su mente guarda muy profundamente conocimientos que nadie más posee, una sabiduría que el creador envidiaría si supiera de su existencia — extiende uno de los dedos hacia arriba —. Y posee una inteligencia superior a la de cualquier otro ser. Con su fuerza, sabiduría, inteligencia y valentía sería capaz de salvar al mundo de las tinieblas en las que ha sido sumergido.
—¿Por que lo sería?
—Hay enemigos de por medio — explica.
—Pero no está sola, sus aliados superan a los enemigos — debate.
Aunque no parecía posible, la bruja sonríe, y no me da buena espina.
—Responderé tus preguntas — decide dejando claro que las explicaciones terminaron.
Belcebú respira hondo y parece pensar rápidamente algo.
—¿Qué significa la marca que tiene en el brazo? — consulta señalando mi extremidad derecha.
La bruja ladea la cabeza para ver mejor, pero coopero y me giro un poco para darle acceso visual, y cuando extiende una mano de nuevo, correspondo y dejo que me tome de la muñeca para inspeccionar mejor.
—Sabes lo que la marca significa — responde —. ¿Desperdiciarás tu pregunta con una respuesta que ya conoces?
—Dame todos los detalles que tengas acerca de la marca y lo que tenga que ver con ella — pide muy inteligente, seguramente consiguiendo mucho más información de la que una simple pregunta habría ganado.
—Es la marca del dragón rojo — responde mientras recorre mi brazo con la punta de la uña —. El emisario del juicio la porta, pero no lo sabrá hasta tener contacto con la bestia, con el gran dragón. La marca es una señal y fiel recordatorio de la llegada de la gran y última guerra, del juicio final y del exterminio de una raza. Es la purificación celestial que se prometió hace miles de años.
—¿Eso significa que ella...?
—Te dije que habría respuestas que no iban a gustarte — recuerda.
—¿Hay forma de evitarlo?
—No veo una muerte en ella — informa, sin responder la pregunta, pero aclarando un detalle supongo importante —. Solo una victoria que costará sangre y vidas.
Belcebú se queda callado, pero veo su rostro angustiado y parece que su mente va a mil por hora.
—Siguiente pregunta — habla la bruja.
—Aconséjame — intercambia la pregunta por ayuda.
—No hay manera de cambiar el destino de una persona, solo puede ser modificado de acuerdo a las circunstancias en las que se encuentre. No retardes lo inminente, siempre ve un paso adelante.
—Está bien — acepta pesaroso.
—Última pregunta.
—¿A quién favorece la suerte y en destino?
No responde.
Hay un momento en que el único sonido es el del fuego, después hay un chasqueo metálico, y veo que entre sus dedos detiene una moneda dorada.
—Averigüémoslo — decide, con un movimiento del indice y pulgar la moneda sale disparada hacia arriba.
El metal es atrapado entre sus dos palmas y me mira.
—La mano — pide, y sin preguntar solo extiendo hacia ella una de las manos con la palma hacia arriba.
En un movimiento rápido, nuestras extremidades se juntan, la suya encima de la mía, y siento el frío del metal en la piel.
Se retira un segundos después y miro con curiosidad, pero no sé si la cara de la moneda significa algo bueno o malo.
Los otros dos también miran.
—La suerte les sonríe y el destino es prometedor — interpreta —. Consérvala, será un buen amuleto.
Hago lo que pide y guardo la moneda en el bolsillo trasero del pantalón.
Belcebú se pone de pie, por lo que hago lo mismo en espera de marcharnos al fin
Ambos hacen intercambio en la daga de hace un rato, y el demonio corta su dedo igual a como hicieron conmigo.
Él mismo se ofrece a la bruja, y ella come la gota de sangre que estaba por caer.
—Ha sido un placer ser de tu ayuda — elogia ella.
—Estaré eternamente agradecido — responde.
La bruja se acerca a él sin tocarlo, pero pareciendo que dirá un secreto.
—No subestimes a una mujer, puede ser más capaz que un hombre — susurra aunque puedo oírle.
—Confío en que será así.
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