12
La puerta al inframundo
Cuando al fin llegamos todos bajamos de los camiones cuál niños de primaria en zoológico.
Pero no nos culpo, seguro que no soy la única con las piernas dormidas, en el camión hacia un calor del carajo y aunque en esto seguramente si soy la única, ya no soportaba a mi compañero de asiento.
Bueno, igualmente él va a seguir jodiéndome el viaje lo que resta del día.
Intento no alejarme demasiado de los demás y los profesores que han venido ya inician su lucha por mantener concentrados a todos en un solo lugar.
Pero después de todo, controlar a chicos adultos que ya saben cuidarse solos no es igual a controlar niños a los que puedes asustar fácilmente con la amenaza de perderse para siempre.
Tomo a Belcebú del brazo y nos acerco a donde nuestro profesor de historia del arte intenta formar una fila, o al menos mantener un grupo formado.
—¿Qué hacemos? — pregunta Belcebú.
—Esperar a que las personas estúpidas comprendan que deben reunirse con los demás.
—Ah.
Alguien se aferra a mi brazo y tardo unos segundos en ver a Archer.
—No quiero perderme como la última vez — dice y me echo a reír cuando recuerdo lo que ocurrió la última vez.
Puso a un grupo de veinte personas a buscarlo durante tres horas por una reserva ecológica.
—Bien pensado, yo tampoco quiero que te pierdas, seguro que esta vez no sobrevives.
—¡Atención, chicos! — el profesor alza la voz para ser escuchado, y aunque no todos se callan al menos si los más próximos —, formaremos grupos de veinte personas, ¿quién viene conmigo?
Soy de las primeras en alzar la mano junto a Archer, y comienza a contarnos mientras nos formamos detrás de él.
—¿Tenemos que hacer todo esto? — pregunta el demonio —. Parecemos esclavos a los que eligen para comprar.
—Eso suena demasiado extraño.
—Yo lo he hecho.
—¿Ser esclavo?
—Por supuesto que no — niega frunciendo el ceño —, comprar esclavos.
—Eso suena mucho peor, estoy totalmente en contra de las personas que cometen ese tipo de atrocidades.
—Bueno, tiene mucho tiempo de ello, podemos hacer como si no hubiera pasado.
—Sí, prefiero eliminar ese detalle de mi mente.
—Bien, chicos, vámonos — el profesor comienza a caminar seguido de los veinte que conformamos su grupo, y dejando atrás al resto de chicos y profesores que aún no han conseguido controlar las cosas y organizarse.
Pero no me sorprende, como siempre, el profesor Benzon toma la delantera y demuestra el don de liderazgo que se carga.
—Si se sienten capaces de perderse pueden tomarse de la mano de su mejor amigo para evitarlo — bromea y reímos al imaginarlo.
Archer hace lo que dice y me toma de la mano, gesto que no me molesta en absoluto, pues no es algo extraño en nosotros.
—Ooow, bebé Archer tiene miedo de perderse — Zarah nota nuestro agarre y comienza a burlarse de mi amigo haciendo pucheros.
—Si yo fuera tú buscaría alguien para hacerlo también, no vayan a pensar que una zorra se les escapó del zoológico de la sección tres — contraataca Archer y escucho que varias personas se ríen por ello, no solo del grupo, sino personas que están por ahí caminando.
—Sí, buen punto — acepta ella y sus ojos se van directamente al demonio —, tú te ves con cara de necesitar una mano — le habla y se junta con él.
—Ah no, yo también temo perderme y Aradia se ve con cara de guía — niega rápidamente juntándose a mí y tomando mi mano libre con ambas manos.
—Hazte a un lado — reprocho quitándomelo de encima y empujándolo hacia Zarah, quien lo recibe con alegría —, yo no cuidado animales.
Me pone mala cara, sin embargo no dice más, y aunque no se ve contento acaba con Zarah del brazo.
—No lo va a soltar en todo el día — susurra Archer con gracia.
—Ya lo sé, acabo de conseguir niñera gratis para el demonio — respondo más bajo y comenzamos a reírnos tan bajo como podemos.
—Te estoy escuchando, Aradia — informa Belcebú desde atrás de nosotros y sólo le miro rápidamente —, cuando volvamos a casa vas a arrepentirte de esto.
Quiero reírme, sin embargo la amenaza me pone bastante tensa. ¿Qué podría ser peor que todas las cosas que me ha hecho que han conseguido arrepentirme de salvarlo?
No quiero averiguarlo.
Es más, si lo salvo de Zarah en estos momentos quizá se apiade de mí...
Con un carajo, por supuesto que no. Que se joda y se quede ahí con ella hasta que odie su existencia. Ya va siendo hora de que sepa lo que se siente.
—¿Qué hacemos aquí? — pregunta un chico cuando llevamos bastante de caminar sin llegar a algún lugar en específico.
—Bien, acérquense todos — pide el profesor sin dejar de caminar, pero yendo un poco más lento para que logremos acomodarnos bien detrás de él y podamos escucharlo —. Como tal vez algunos sepan estamos llegando al audiorama — el lugar es tranquilo, a excepción de nosotros casi no hay personas y es perceptible una música tranquila y baja —, este lugar ha sido de los favoritos de los habitantes de la ciudad desde tiempos prehispánicos, y se le conocía como "Esmeralda del Anáhuac". Para muchos de los pueblos era un lugar sagrado. Y dentro del inmenso bosque que es algunos habitantes creían que se encontraba en alguna parte un portal que llevaba directo al Mictlán.
—¿Al qué? — inquiere Zarah con desagrado.
—Al inframundo mexica, bestia — respondo yo.
—Así es, Aradia — acepta el profesor con una sonrisa, y veo que anota algo en su libreta —, la leyenda cuenta que en el año 1162, el último gobernante se quitó la vida allí. Aunque eso no es seguro, lo que sí lo es es que entró a ese lugar y no salió jamás; lo hizo por el sufrimiento que le causaba la decadencia y ruinas en las que su pueblo se encontraba.
—Algo cobarde, ¿no? — masculla Belcebú a mi lado.
—Quien sabe, tal vez todo estaba perdido.
—Cuando tus tierras están perdidas debes ser un buen líder y quedarte con los tuyos, no importa si todos mueren.
—He aquí, la gran puerta al inframundo — presenta con orgullo el profesor y nos deja mirar el lugar en cuestión.
—¿Una cueva? — cuestiona Zarah nuevamente con expresión tan desagradable que me dan ganas de meterla a la cueva y tirarla ahí mismo.
—No es sólo una cueva — niego exasperada —, es la entrada a una caverna, y si está prohibido el acceso es porque dentro hay un precipicio del cual estoy dispuesta a aventarte si no dejas de abrir la boca.
—Ay sí, y yo soy supergirl.
—Yo diría gatubela, pero como gustes.
—Eso es cierto — interviene el profesor —, por eso mismo está cerrada, hace algunos años cuando no lo estaba, un hombre se aventó al precipicio.
Me da escalofríos escucharlo aún cuando ya había oído algo sobre ello.
—¿Entonces no podemos entrar? — pregunta ella.
—Tú puedes entrar si gustas, y por favor, no pares de caminar hasta que dejes de sentir el piso bajo tus pies — respondo y me dedica una mala cara que correspondo con una sonrisa.
—Eso es una estupidez, solo son leyendas — debate.
—No puedo creer que esté aquí — musito bastante molesta.
—Sí, son leyendas interesantes que hablan de tu cultura y antepasados — responde el profesor por mí.
—¿Cómo es posible que haya una entrada al supuesto inframundo? Eso ni siquiera existe.
—No solo es una, hay siete ubicadas en diferentes partes del país — informo.
—Eso es aún más ridículo, son mentiras o inventos hechos por algún hippie que fumo más hierba de la que sus pulmones soportaban.
—No fumaban marihuana, consumían peyote, idiota — contradigo.
—¿Podemos acercarnos al menos? — solicita Belcebú evadiendo nuestra pelea, y noto que su rostro parece algo desconcertado.
—Por supuesto, pueden acercarse hasta la entrada — acepta el hombre, y aunque parece que nadie quiere ir, Belcebú esquiva a todos y va hasta la entrada.
Y lo sigo.
No es la primera vez que estoy aquí, pero las anteriores no he tenido el valor suficiente para acercarme, pues siempre que lo intento hay una sensación extraña en mi pecho que repele la idea de estar cerca de la entrada.
Y conforme me acerco, esa sensación se hace presente, pero ver al demonio ahí parado me da bastante valor para seguir.
—¿Todo bien? — pregunto cuando estoy llegando a él, pues parece tenso y no entiendo el porqué.
—No estaban tan equivocados — informa sosteniéndose de la roca de la entrada a la caverna.
—¿Quienes?
—Sus antepasados — dice —, pero sus creencias le dieron un sentido diferente al real.
—No entiendo a qué te refieres con exactitud.
—La entrada — explica y mira hacia dentro de la cueva —, es cierto, es una entrada, pero no al inframundo.
—¿Entonces...?
—Al infierno.
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