Son las 8 de la mañana y tengo unas ojeras de espanto. El tiempo pasó muy rápido sin siquiera notarlo.

Me pasé toda la madruga lloriqueando y admirando la belleza de mi novio o futuro ex.

¡Mierda, es que están lindo¡ Claro que quiere terminar si una persona como yo no le llega ni a los talones. Todos estos años vivía en un sueño, que por temor a que no acabara exageré demasiado. A lo mejor de verdad no es mi destino. Cuando pensé que él era mi final feliz resulta ser que estaba equivocada.

Los finales felices no existen porque después del final siempre hay un nuevo guión en la trama. Después del beso en los cuentos de hadas y los “y vivieron felices por siempre” salen los problemas matrimoniales, la pegadera de cuernos y los tenemos que hablar en el interior del castillo para el divorcio y la separación de los bienes materiales.

No está documentado, pero seguro la Ceniciente o la Blancanieves fueron botadas y de astutas dejaron con el bolsillo pelado a sus maridos.

Mientras mis pensamientos revolotean como locos me preparo como puedo para estar lo menos horrorosa posible para el encuentro.

Me miro en el espejo por un minuto. Parezco una asesina en serie o una loca salida del manicomio. ¡Genial!

Mientras acomodo mis inútiles risos me imagino el momento en nuestro lugar de siempre. ¡No debió decirme eso! ¿Cómo me va a decir que vayamos al lugar de siempre, nuestro sitio favorito, donde comenzamos nuestra relación para que al final termine conmigo?

No sabía que era tan sádico el muy hijo de perra.

Pero ya es inútil tratar de cambiar el encuentro. Aunque sea en el sitio más hermoso del mundo, una ruptura siempre va a doler, sea donde sea, mi corazón lo sentirá igual.