Cuando el alba empieza a salir, y devuelve al cielo a su claridad diurna, los pájaros cantan en agudos tonos las notas de una confesión de amor para el pequeño Jungkook. Así despertaban a aquel jovencito que permanecía en la cama, plácidamente dormido entre las sábanas blancas de seda, con la mejilla reposada en la almohada y las pestañas descansando sobre su piel. Acompañando esta escena también caían los rayos de luz sobre sus rizos castaños, prosiguiendo a iluminar de entero la habitación y causando el angelical batir de sus pestañas hasta dejar ver la iris café de sus ojos.

Era todo un espectáculo que a TaeHyung le gustaba observar desde las sombras. De esta forma, escondido entre las cortinas de los enormes ventanales, permanecía adorando el despertar de una obra de arte, una que agradecía poder ver cada mañana.

TaeHyung vivía como un intruso en la casa de la familia Jeon, no era más que el hijo de un amigo del padre de aquel pequeño, que tras llegar al país, aparentemente se había situado en su vida como un compañero de juegos, tal vez.

Pero a decir verdad, y a diferencia de lo que Tae creía, a Jungkook le agradaba su presencia, su buen humor por las mañanas al verlo era una prueba de ello, pues aunque el rubio no tuviera idea, ayudaba en desmedida a mejorar el ánimo del castaño con el pasar de los días.

—¿Ya es de mañana...? —balbuceó Jungkook pestañando repetidas veces hasta acostumbrarse a la nueva intensidad de luz.

Sabiendo que TaeHyung, al escuchar esa vocecita, finalmente saldría de entre las extravagantes telas y sonreiría. Tal como lo hizo.

Entonces una libreta se elevó en las manos del rubio, en ella brillaban las palabras "Buen día, Kookie" que no tardó en llamar la atención del pequeño que aún se hallaba entre sus propias sábanas, sentado.

—¡TaeTae! —chilló abriendo sus delgados brazos para recibir al rubio entre ellos. Una oferta a la cual TaeHyung nunca se negaba.

Hace tres días que habían empezado esa rutina, y el mayor se sentía en una constante ensoñación.

Era una melodía el golpe de ambos corazones dentro de sus pechos, un suave roce la elevación que traía el suspirar antes de levantarse juntos y abrirse paso hasta bajar de la cama.

Era una alegría para Jungkook los besos de TaeHyung en sus mejillas y para TaeHyung la alegría era Jungkook, en su genuina forma de ser. Con sus tímidas risas, y desvergonzados abrazos, en cada color que tocaba su rostro y la música que fuera acoplada a su piel.

Cada parte de Jungkook poseía los puntos correctos para hacer que su mente se derritiera en un regocijo increíble. Era el calor de sus brazos cada mañana, el eco de su risa cada tarde y la suavidad de sus labios por las noches. Era todo lo que hacía ser a Jeon Jungkook quien era, todo aquello que significaba el pequeño castaño, había logrado enamorar a TaeHyung, y más aún había logrado mantener el mismo amor con fervor a través de los años vivo en su corazón.

Incluso cuando solo eran mudas confesiones, cuando eran sentimientos secretos profesados el uno al otro, habían permanecido sin desfallecer ni por un segundo. Porque Jungkook y TaeHyung no eran novios, no, ellos eran auténticos amantes, amantes silenciosos que se revelaban en los claros de luna, que se regalaban numerosos besos bajo el cielo estrellado, y que nunca habían escuchado la palabra amor de los labios contrarios, sino que se habían enterado de ello con cada movimiento que realizaban los músculos de sus cuerpos.

Porque sí, era mágica la forma en la que sus días transcurrían junto a Jungkook, sin duda. Era excepcional cada segundo que pasaban fundidos en un abrazo sin razón, uno por impulso, sin otra intención más que sentirse más cercanos el uno al otro.

Así era el amor de TaeHyung por Jungkook, tan tierno como el amor de un niño mudo.

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Dedicado a JEONBOOTY por ser tan maravillosa, y estar pasando ahora su segundo día con 17 hermosos años de existencia ♡