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4._Vida


Con mucho cuidado Dai comenzó a abrir el cuerpo de lo que todavía podía identificarse como un hombre. El escalpelo brillaba frío bajo la luz de la luna. Shin vio a Dai cubrirse la nariz y la boca con el antebrazo cuando la caja torácica del cadáver se abrió como un libro. Los tejidos estaban tan blandos que eran incapaces de sostener su forma. Las costillas quedaron expuestas pálidas, casi limpias de toda carne. Dai se vio obligado a hacer una pausa para no vomitar producto del fuerte olor que desprendía el cuerpo.

Shin se quedó quieto, hincado detrás de los arbustos. Tan inmóvil que a la luz de los astros parecía una escultura de piedra. Hasta su respiración parecía haberse ralentizado. Aunque lo que estaba presenciando era por lo bajo sórdido, era incapaz de apartar la mirada. No se perdía detalle del meticuloso proceso por el cual Dai extraía las entrañas del cadáver que a ratos soltaba unos liquidos o eso parecía a la vista de Shin. Uno a uno los órganos iban quedando formados en el suelo y cuando Dai los extrajo todos los puso haciendo un círculo entorno a él.

Bajo la luna soplaba una brisa de estación. De pronto se detuvo. El sonido de los insectos nocturnos se interrumpió. Todo el lugar pareció quedar en animación suspendida. Totalmente estático. La atmósferas se volvió inquietante. Shin comenzó a sentirse observado desde todas partes. Despacio se levantó mirando de reojo a su derecha y luego a su izquierda. No había nada ahí. Ni un sonido o movimiento, sin embargo, tenía el presentimiento de que no estaba solo en ese lugar. Un sudor frío comenzó a cubrir su frente y a empapar su espalda. Como si estuvieras siendo acechado por un depredador invisible el muchacho se sintió obligado a pegar la espalda al tronco de un árbol detrás de él. Sintiendo la áspera corteza bajo sus manos Shin miró sobre las ramas. Ahí arriba puedo ver la luna a través del escaso follaje. De alguna forma eso le resultó todavía más inquietante. Su respiración comenzó a alterarse. Entreabrió la boca para regularizar su aliento, pero el sonido que eso provocó se le hizo estrepitoso.

Por un momento, por largos minutos, se olvidó de la presencia de Dai y de lo que este estaba haciendo. El murmullo de la voz de ese individuo lo hizo mirar al frente para ver como de los órganos surgían centenares de larvas u hormigas. No estaba seguro y no podía distinguir que eran esas cosas que se arrastraban por el suelo, como una masa viviente, hacia un corazón que Dai sostenía en su mano mientras recitaba unos versos oscuros en una lengua que no parecía provenir de este mundo, pero que pese a ello se escuchaba antigua cual si fuera el vestigio de algunas civilización previa la historia. Esa letanía tenebrosa y esas criaturas como plaga causaron en Shin una sensación de asco que le comprimió las entrañas haciéndolo vomitar. Trató de evitarlo cubriendo su boca con su mano, pero solo termino por ensuciarla con el contenido de sus entrañas. Un líquido amargo le escurrió por la nariz y la boca cuando no pudo sacar nada más de lo consumido ese día.

Un cuervo canto fuerte sobre las ramas del árbol y abrió vuelo. El sonido de sus alas se oyó pesado. Shin miró arriba de forma instintiva sin ver  otra cosa que  una alas oscuras seguidas de más alas oscuras. No había un cuervo, sino una bandada que huía hacia alguna parte. Pero Shin no recordaba que esos pájaros estuvieran ahí. Rápido se puso de pie como si hubiera temido que esas aves lo atacarán. Dió unos pasos de espaldas, luego buscó a Dai con la mirada. No estaba junto al cadáver y este parecía haber desaparecido. El aire se volvió más viciado, la cabeza le dio vueltas y el trino de un cuervo lo hizo temblar. No podía soportar más esa presión. Parecía que estaba atrapado en una burbuja de aire que en lugar de estallar se estaba comprimiendo y en el proceso aplastándolo. Esperando poder huir intentó echarse a correr, pero no pudo.

–¿Qué estás haciendo aquí?– le preguntó una voz que no reconoció, pero que sonó tan desprovista de humanidad que lo hizo temblar de los pies a la cabeza.

La cabeza de Shin se giro a tras y a su izquierda tan lentamente que las vértebras de su cuello bien podrían haber sido los oxidados engranajes de un reloj. El que estaba ahí era Dai. Era su cuerpo, su semblante, pero sus ojos parecían dos piedras de amatistas por lo fríos y muertos que estaban. Por un momento Shin creyó que él estaba flotando, aunque no bajó la mirada a sus pies. No pudo. Sus ojos quedaron fijos en lo que él estaba sujetando en su mano. Esa cosa...esa horrible cosa estaba hecha de almas. Almas deformadas y en agonía. Shin lo hubiera podido jurar. Siendo incapaz de moverse y sintiendo esa inconmensurable sensación de peligro, el muchacho solo pudo gritar antes de que todo se volviera negro entorno a él.

Al abrir los ojos Shin vio la luna y un cuervo sobre su pecho al que espanto con su brusco intento por ponerse de pie. Desorientado vio a su alrededor, quedándose sentado en el suelo. Había una pequeña fogata sobre la que colgaba una tetera. Más allá, sobre un tronco caído, había una docena de cuervos muy tranquilos que le estaban viendo. El que voló de su pecho fue a posarse entre ellos.

–Es usted muy curioso, joven– le dijo Dai que estaba hincado justo a su lado, pero del lado que no miro al abrir los ojos. Shin se giró a él con una expresión no muy diferente a la que regalo a los cuervos– Nunca ha oído eso de: "la curiosidad mató al gato".

La desagradable sensación de hace un rato no estaba. Soplaba el viento, cantaban los insectos y la luna brillaba acercándose al cordón montañoso tras el cual se dormía en la mañana. Shin vio entorno a él. Estaban en un sitio muy diferente al que recordaban, aunque le dio la impresión de no estar lejos de allí.

–Beba esto por favor– le pidió Dai ofreciéndole una taza con un líquido caliente que tenía un color rojizo y que Shin miró con duda– Sangre no es– señaló para tranquilizar al chico– Aunque puede que no tenga buen sabor.

Shin recibió la taza, miró el contenido, pero no bebió. Dai se sonrió y extendió la mano derecha hacia los cuervos para que fueran a alimentarse de los granos de trigo que tenía allí.

–Es usted muy sensible a los cambios energéticos– le comentó mientras las aves se alimentaban– La transmutación lo afecto. Suelo hacer esto lejos del pueblo para que nadie allí sufra las consecuencias de las energías residuales de los muertos. No esperaba que usted u otra persona anduviera por aquí.

Shin guardo silencio. Dai volteo a él cuando los cuervos terminaron de comer.

–¿Puedo saber que estaba haciendo exactamente?– le pregunto de manera directa, pero educada.

–Primero beba– le respondió Dai– Esta, usted, todavía muy saturado...

Shin volvió a mirar la taza. Realmente no parecía que el contenido fuera algo malo y antes Dai lo había ayudado. El primer sorbo fue amargo. Le dejó una sensación calurosa en la lengua y en la garganta. Un instante después de su boca brotó algo parecido a un vapor espeso y oscuro. La larga columna de humo, si es que lo era, se elevó hacia el cielo y se desintegró en el aire.

–En efecto...usted es muy sensible a las energías. Beba un poco más– le dijo Dai con un tono amable mientras iba por un bolso de cuero que estaba junto al tronco caído– Al igual que usted, yo estaba de cacería. Cazaba espíritus parásito.

–¿Espíritus parásito?– repitió Shin viendo como otro poco de ese vapor negro salía de su boca.

–Puedo enseñarle si quiere...– le ofertó Dai colgando el bolso sobre su hombro.

Después de apagar el fuego y de que los cuervos se marcharan esos dos echaron a andar rumbo al pueblo. En el viaje Dai le habló un poco de lo que estaba haciendo. Shin escuchó como al morir los cadáveres guardaban una carga energética del alma. Lo que Dai denominó: energía residual. Esa fuente en extinción atraía a toda clase de seres desde parásitos a formas de vida primitiva que no consiguieron materializarse. Él mediante el conocimiento que adquirió era capaz de extraer esa energía y usarla de carnada para atrapar esas criaturas.

–¿Es lo que uso para curarme esa vez?– le preguntó Shin.

–No. Esto es diferente. Es alimento. Sustancia para mis...para los seres que lo curaron– le explico sonríendo como si con eso escondiera una verdad perturbadora– La vida siempre devora a la vida. Sea un animal o un vegetal, sean minerales, bacterias o energía...todo ser viviente se alimenta.

–Nosotros usamos los cuerpos muertos de los animales como abono. El animal debe ser sacrificado con dolor. Pelear por sobrevivir para que su fuerza haga a las semillas brotar con fuerza– le explicó Shin tras quedarse callado un rato.

–Conozco ese metodo– confesó Dai, pero no se veía entusiasmado con ello.

–Al principio me parecía algo terrible, pero la vida de un animal podía salvar la vida de muchas personas...– continúo Shin, aunque lo hizo viendo el suelo– No era diferente a lo que sucede todos los días. Todo el tiempo los animales están muriendo para que los humanos puedan alimentarse. Incluso muchos de los que aseguran amar a los animales los comen. Hacen diferencia entre cuales animales son para amar, para trabajar y para comer. Por ello siempre es más terrible que maten un perro a que maten una gallina. Los criterios del hombre pueden resultar algo...

–Hipócritas– terminó Dai la frase que el chico no se atrevió.

– Sí– murmuró Shin– Creo que no muchos se tomarían a mal el que hayamos sacrificado sus mascotas para cosechar los vegetales que se han estado comiendo.

–Posiblemente, pero siempre hay quienes tienen una moral diferente. Una más estricta y sincera. Si soy honesto creí que usted era uno de ellos.

Shin lo miró sorprendido, luego bajo la mirada, cerró los ojos y se sonrío con una ligera arrogancia.

–Desde muy joven entendí lo que usted antes menciono– dijo y miró al cielo–La vida devora a la vida.

–Me alegra escucharlo– exclamó Dai y caminaron en silencio un rato.

–¿Puedo saber por qué no comparte su conocimiento con la gente? Esos poderes de curación podrían ayudar a muchas personas.

–Al principio me entusiasmaba esa idea– hablo Dai con un tono nostálgico– Pero de hacerlo sería todo un escándalo. El ser humano sigue horrorizándose con cualquier profanación que se le haga a un cuerpo muerto que no sea de carácter científico. Y si bien no apruebo cosas como la necrofilia, el exceso de cuidado con un cuerpo sin vida me resulta un desperdicio. Nada hay en un cadáver que nos pueda recordar a la persona que se ha ido. La conciencia, el alma, la energía; todo lo que estaba atrapado en la carne, al morir esta, abandona ese vehículo para siempre. Realmente nada del individuo queda allí salvo por una materia que se descompone hasta su más mínima partícula con el paso de los años.

–Creo que... una parte del hombre siempre se niega a creer que el ser amados ha partido a un lugar del que no regresará y por ello intenta preservar sus cuerpos para tener la certeza de que en el lugar en el que lo depositan, de alguna forma, le pueden encontrar. Que mientras su cuerpo permanezca en la tierra esa persona sigue ahí...

–Claro, pero no es verdad. Se lo digo yo que he deambulado por las riveras del mundo...

Los dos continuaron conversando hasta llegar al pueblo. Camino ahí Shin se fue enterando de muchas cosas de aquel singular individuo que se le fue haciendo alguien muy interesante, pero también muy peligroso.

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