Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Introducción

Hubo un tiempo remoto, antes de nuestra era, en el que los dioses caminaban entre los mortales, reverenciados por aquellos a quienes entregaban sus dones en mil y un cultos florecientes a lo ancho del mundo; un tiempo en el que las vidas humanas estaban vinculadas de manera irremediable al capricho de esos entes todopoderosos que, magnánimos y temibles, elegían y derrocaban reinas y reyes, sepultaban pueblos enteros bajo apocalípticas riadas o construían ciudades con un chasquido de sus dedos.

Algunas de esas divinidades habían presenciado la creación del universo, otras eran apenas más antiguas que la tierra que habitaban; pero todas tenían algo en común con sus fieles: sus pasiones, tan imprevisibles y profundas como las de cualquier campesino, capaces de gobernar sus actos y de atraer gigantescos desastres sobre el mundo.

No era ninguna excepción aquella conocida como Atenea: venerada a lo largo y ancho de Grecia como señora de la contienda estratégica, la civilización, la sabiduría y la justicia, había demostrado su temperamento en sus encuentros con Medusa, Paris y Aracne, en su predilección por Diomedes u Odiseo y en sus reiterados enfrentamientos con Hades y Poseidón, pese a lo cual todavía se la consideraba bondadosa y pacífica.

Y, sin embargo, una nueva inquietud dominaba su ánimo y la llenaba de desazón.

Una deidad se alzaba en el norte, una figura oscura y tétrica a quien llamaban "reina fantasmagórica", "reina de las pesadillas" o, simplemente, "gran reina". Se decía de ella que era la diosa de la guerra y que asistía a los combatientes, insuflándoles valor con su sola presencia hasta que entraban en trance y luchaban poseídos por tal ardor que no sentían las heridas; que su grito aterrorizaba a los enemigos y les forzaba a huir como niños, similar al gorgoneion; se rumoreaba que era la única en su panteón capaz de desplazarse entre las grutas de las hadas y de viajar a voluntad al inframundo, cuyas puertas abría una vez al año para celebrar las cosechas abundantes y la llegada del invierno, rodeada por todas las criaturas como su dueña y señora; se hablaba también de su don profético, unido con frecuencia al destino mortal de soldados y generales.

Por lo que sabía de ella, era comparable a Ares en su predilección por la guerra sangrienta y a Hades por sus atribuciones sobre la muerte. Pero también se la imploraba en busca de amor y se decía que elegía a los soberanos de la Isla Verde, poniéndolos a prueba y ofreciéndoles sus favores si se mostraban dignos de ella.

No, Atenea no podía consentir que esa impostora ascendiese. No permitiría que le robase el título de "diosa de la guerra" ni la adoración de sus devotos aquella entidad indigna, sedienta de matanza, vinculada al mundo de las almas y, para colmo, desconocedora de la modestia y el pudor que ella juzgaba imprescindibles en una deidad legítima.

Atenea observó las continuas batallas que se libraban por la soberanía de los territorios del norte, deseando en su corazón que la reina espectral fuese abatida, pero aquello no sucedió.

Algún tiempo después, supo que los Tuathá Dé Dannan, "el pueblo de la diosa Anu", de los cuales formaba parte aquella impostora, habían sido derrotados y sometidos por los despiadados fomorianos, capaces de controlar las fuerzas de la naturaleza. Aquel hallazgo la contentó. Sin embargo, los Tuathá no permanecerían mucho tiempo bajo el yugo de los fomorianos: decididos a poner fin su régimen de terror, se rebelaron y lucharon enconadamente contra ellos en las verdes praderas.

La griega esperó atenta el final de la contienda, en la cual, para decepción suya, los Tuathá vencieron sin bajas. La reina fantasmagórica, que había arengado a sus compañeros para henchir de coraje sus corazones antes de luchar, arrojó la sangre del rey enemigo al río desde el que escogía a los gobernantes de la isla y se alzó sobre una pila de cadáveres desmembrados para entonar un cántico con el que vaticinó que la prosperidad se cerniría sobre la tierra durante nueve generaciones. Después, en medio de la euforia general, volvió a profetizar con voz solemne, pero esta vez, su boca anunció catástrofes terribles.

Los compañeros de la diosa oyeron sus palabras, pero era hora de regresar a Tír na nÓg, la isla de la juventud, donde moraban en un eterno festín en compañía de los héroes, distrayendo su ánimo con música y entretenimientos. Ella se quedó todavía en la pradera teñida de carmesí, pues debía recorrer el campo de batalla para buscar entre los difuntos las almas de los que habían entregado sus vidas con bravura: era su tarea llevarlos consigo hasta la isla en una barca de cristal para ofrecerles la dignidad y honores que les correspondían.

Su culto se fortaleció y creció en las centurias siguientes, llenas de abundancia; los hombres y mujeres de las islas septentrionales veneraban a aquella tétrica divinidad, terrible y seductora, capaz de dar muerte y vida. Y Atenea sufrió el amargo mordisco de la envidia, pues solo ella debía ostentar el título de "diosa de la guerra".

La impostora favorecía a los suyos con prodigalidad. Llegó incluso a enfrentarse de nuevo contra los fomorianos, secundada por tan solo dos compañeros, para defender las tierras y cultivos protegidos por los Tuathá Dé Dannan e impedir que se apoderasen de ellos.

Y volvió a vencer. Erguida en la cima de la mayor montaña de la región, se autoproclamó soberana de aquellos pastos, ríos, valles y frutos. Sus adoradores hicieron ofrendas en su honor, dieron su nombre a aldeas y cantaron sus alabanzas.

Fue entonces cuando Atenea, devorada por los celos, se materializó rodeada de bruma junto al lugar donde la diosa norteña descansaba tras su hazaña y la atacó a traición. Ningún aliado ni devoto acompañó a la hija de Zeus en su empresa, pues, sabedora de la iniquidad de su acto, no consintió que nadie conociera sus intenciones.

La gran reina repelió a la agresora. A pesar de que sus fuerzas se hallaban mermadas tras la reciente batalla, resistió con coraje el asalto. Atenea vio frustrado su objetivo de sellarla en la vasija de barro que había llevado consigo, pero sí logró desgarrar una porción de su alma, despojándola así de gran parte de su fortaleza.

Satisfecha con el daño infligido a su formidable adversaria y comprendiendo que la rabia con la que se defendía no le permitiría acabar con su existencia, Atenea se retiró con su trofeo, dejándola malherida e ignorando las imprecaciones que profería mientras se arrastraba hacia ella con el brazo extendido y el rostro ardiendo de ira en un intento estéril de continuar su duelo.

Abandonada entre los cadáveres fomorianos y custodiada por una nube de cuervos que crascitaban lastimeramente, la reina fantasmagórica supo que había llegado el tiempo de su segunda profecía: las calamidades se abatirían sobre el mundo. Quiso avisar a sus compañeros, pero fracasó en su intento: sus exiguas energías eran insuficientes para volver a Tír na nÓg; tampoco podía viajar entre los sídhes ni mucho menos descender al inframundo. Recorrió la isla de norte a sur en busca de un lugar donde reposar y encontró a duras penas refugio en una gruta. Allí se recluyó, exhausta y llena de rencor, a la espera de alguien cuya alma pudiese completar la suya y repararla. Entonces resurgiría, revestida de su legendario poder, para vengarse de aquella que le había arrebatado cuanto tenía.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro