EPÍLOGO: La micetta e il diavolo
¡Sorpresa! ¿Pensabas que te dejaría sin saber qué pasaba con Death y Kyrene después de su no-boda en Las Vegas? ¡No me digas eso! Aquí tienes un epílogo para que no queden dudas ni cabos sin atar... y si tienes buena memoria, verás un detalle que hace referencia al epílogo de "La redención de Cáncer", porque me gusta ir hilando las historias.
¡Espero que lo disfrutes!
Las cortinas entreabiertas permitían ver la playa bañada por las suaves olas del mar Tirreno y el cielo profundamente azul del mediodía. A lo lejos, algunos bañistas valientes se adentraban en el agua, apurando la mañana antes de retirarse a comer mientras los niños moldeaban y pisaban castillos de arena. Unos cuantos hombres y mujeres con aspecto de jubilados caminaban por la orilla. Los días seguían siendo soleados incluso en noviembre en aquella isla bendecida por los dioses, fuesen cuales fuesen, pensó la joven acodada en la ventana antes de volver a concentrarse en la tarea de colocar un búcaro de girasoles sobre cada una de las doce mesas que llenaban la sala.
Habían abandonado Las Vegas en junio para recorrer América hacia el sur en una especie de gira durante la cual apostaron a todo lo que se les ofreciese: póker, ruleta, dados, carreras de caballos, combates de boxeo... Envalentonados por el anonimato -la prohibición de llevar teléfonos móviles y cualquier dispositivo de grabación garantizaba la privacidad de los participantes en las partidas clandestinas-, fueron relajando las precauciones en el uso del poder de Deathmask y de la habilidad de Kyrene para las trampas, dejando a su paso un rastro de salas de juego al borde de la quiebra hasta que su fama les precedió: "¡No pienso enfrentarme a Bonnie y Clyde!" había exclamado un jugador al verles entrar, levantándose bruscamente de la mesa por considerar que era imposible vencerles.
Fue el punto de inflexión en la trayectoria de la pareja, que se dio cuenta de que había recaudado más dinero del que podría gastar en varios años. Por si aquello no bastase, Kyrene entró boquiabierta una mañana en el comedor del hotel que les alojaba en Natal, tras comprobar que a su cuenta bancaria llegaba cada mes sin falta una transferencia de parte de Eugenia y Nikos. Viendo que sus ahorros ya eran suficientes para vivir tranquilos sin sablazos, decidieron dejar de dar tumbos por el mundo y establecerse en un lugar fijo para una temporada.
La elección de Tertenia, localidad de menos de cuatro mil habitantes situada en el este de Cerdeña, fue casual: recalaron allí en septiembre en busca de un paréntesis de calma a la vuelta de América y se enamoraron de la luz, la gente y el paisaje mientras recorrían la isla italiana.
Y, sin embargo, la procedencia de esos jóvenes era un misterio para los terteniesi, a los que su compatriota explicaba una historia nueva y diferente cada vez que alguien intentaba indagar sobre sus vidas:
—Somos una pareja de espías retirados; el gobierno nos paga un subsidio bastante generoso por los servicios que prestamos a la nación en el pasado.
—Mi mujer era cirujana, pero cometió una negligencia y le realizó una vaginoplastia a un chico que solo tenía apendicitis, así que tuvimos que huir de Grecia a toda prisa.
—Pertenecemos a "Anonymous" y nos buscan en tres continentes por hackear el sistema informático de la CIA, alterar el resultado de los Oscar y robar la fórmula secreta de cierto refresco ultra famoso.
—Nos tocó un Euromillones y no queríamos compartir el premio con nuestras familias.
—Protección de testigos. Hemos tenido que operarnos las caras para que no nos reconozcan, antes éramos aún más guapos.
Fuera como fuese, la pareja de turistas había llegado para quedarse: tras un par de semanas alojados en un hotel, pagaron a tocateja una casa de dos pisos que llevaba varios años abandonada y la reformaron ellos mismos, recabando los servicios profesionales de algunos vecinos. Trabajaron con constancia y tesón hasta convertir la planta superior en su vivienda y la inferior en su modo de vida, lo cual les granjeó el respeto del resto de residentes, que comenzaba a encontrarlos simpáticos.
La chica era extranjera; era evidente por su acento -aunque lograba hacerse entender en italiano si el tema de conversación era sencillo- y por su nombre, que una vecina había confundido con "Chiara", rebautizándola sin que ella pudiese hacer nada por evitarlo. En el fondo, la situación le parecía divertida e incluso dotada de algún tipo de justicia poética: volvía a ser camarera en un lugar recóndito, con la diferencia de que ahora lograba dejar los cuchillos en el cajón y no vivía alerta en busca de posibles enemigos. La existencia era plácida en Tertenia, donde su mayor preocupación consistía en estirar los manteles de lino que cubrían las mesas para que luciesen perfectos.
—¿Cómo vas, micetta? —la sobresaltó una voz grave y conocida.
Un par de manos grandes y fuertes se entrelazaron sobre su vientre y un aliento cálido le dibujó palabras en el cuello, sacándola de sus reflexiones. La felicidad existía, sin duda, e impregnaba cada rincón de aquella casa.
—Bien, ya casi termino —respondió con una sonrisa, acariciando los nudillos del hombre que la abrazaba.
Su mirada se detuvo sobre el diseño que decoraba el anular izquierdo del italiano. Tal como él propusiera en Las Vegas, ambos llevaban un recuerdo indeleble de la noche en que Dolly Parton los declaró marido y mujer, imbuida de la autoridad que le otorgaba el estado de Nevada: un discreto tatuaje compuesto por dos líneas paralelas rodeando un rombo en homenaje al raya-punto-raya con el que él siempre se le declaraba y un par de palabras en la cara interna del dedo: "Σε αγαπώ" para él y "ti amo" en la derecha de ella. De acuerdo, no se habían casado de verdad ni se planteaban hacerlo, pero ¿qué más daba? Sus sentimientos eran auténticos y profundos y eso era mucho más de lo que jamás habían soñado tener, pensó ella, ojeando también el anillo de Claddagh que llevaba en la izquierda en posición de vínculo formal.
—¡Adivina quién ha venido a saludarte! —exclamó de nuevo la voz masculina, al tiempo que las manos la soltaban para permitirle resolver el misterio.
Intrigada, Kyrene se giró y se deshizo en una enorme sonrisa al encontrarse de frente con un mastín al que enseguida comenzó a acariciar. A primera vista el animal resultaba intimidante por su tamaño y aspecto: su pelaje bicolor estaba surcado de calvas causadas por viejas cicatrices, había perdido un ojo y parecía bastante veterano y gruñón, pero ella sabía que todo lo que le faltaba de atractivo le sobraba de ternura.
—¡Rengo, mi vida! ¡Llevo todo el día sin verte... pensé que me habías abandonado!
El perro profirió un sonoro ladrido que rebotó en las paredes de la sala, como queriendo explicarse, y Deathmask se prestó con gusto a la labor de traductor:
—Nada de eso, micetta... este abuelito y yo hemos hecho unas gestiones para darte una sorpresa —afirmó, al tiempo que le tendía un documento.
—¿A mí? ¿Por qué?
—Venimos del veterinario. Oficialmente, Rengo ya es parte de nuestra familia... de hecho, está a tu nombre, míralo ahí.
En efecto, la identificación del perro estaba en orden y en ella figuraba como responsable, anotada con los casi ilegibles caracteres del doctor Mancini, Kyrene Angelopoulou, que dejó de jugar y se incorporó para abrazar a su novio con los ojos húmedos.
—¿En serio? ¿Puede quedarse con nosotros?
—Claro que sí, preciosa, hemos legalizado todo. Mancini insistió en que tenías que ir tú en persona, pero fui muy persuasivo. Sé que no podrá sustituir a Bull, pero también se merece una oportunidad, ¿no? Y así tendrás alguien más a quien sobar cuando te pongas pegajosa en el sofá... —se mofó él, secándole con los pulgares las mejillas, por las cuales corrían sendas lágrimas— No he querido cambiarle el nombre porque responde bien. ¿Estás de acuerdo?
Asintió, emocionada. Rengo había sido abandonado en las inmediaciones del pueblo antes de que ellos llegasen y alguien le había dado el apodo por su evidente cojera, secuela de una fractura jamás curada; ella se indignó cuando Deathmask le explicó que "rengo" significaba "cojo" en italiano, pero el bichito carecía de collar o microchip que les permitiese conocer su denominación anterior y no parecía tener problemas con la nueva. Kyrene veía a aquella mole huidiza, asustada y en ocasiones hostil hurgando en la basura del hotel cada noche y trataba de acercarse, lo cual le llevó semanas de paciente espera. Estaba decidida a acogerle y, cuando por fin consiguió que el animal entrase a su patio para beber agua, un mes después, se sintió tan feliz que se echó a llorar, igual que en aquel momento.
—Yo... no sé qué decir...
—Pues di que estás contenta.
—Pensé que solo ibas al taller de Silvia a recoger los delantales nuevos...
Deathmask la miró con una sonrisa de suficiencia y se volvió para mostrarle una mochila de tela que pendía a su espalda:
—También hemos hecho eso. ¿Por quién me tomas? Soy tan eficaz que me adelanto a cualquier necesidad... ¿quieres verlos?
—¡Claro que quiero! —se impacientó ella, arrebatándole el paquete y abriéndolo sobre una de las mesas para desplegar su contenido— ¡Guau! ¡Han quedado de maravilla!
Él tomó una de las piezas de tela y la ató en torno a la cintura de Kyrene, ajustándola con un pulcro lazo y haciéndola girar para contemplarla. El delantal, negro y largo hasta casi los tobillos, tenía un bolsillo integrado en la zona frontal y un par de alforjas en las caderas y estaba adornado con un bordado que representaba una gatita blanca fastidiando a un diablillo de cuernos rojos. Rengo se acercó y los olisqueó a ambos antes de demostrar su aprobación sentándose y meneando el rabo.
—Te queda increíble, micetta... —dijo Deathmask mientras se colocaba el suyo— Y eso no es todo, espera: ¡mira esto! ¡No vas a poder resistir la tentación de abusar de mí aquí mismo!
—¿Un gorro?
—¡Pero no uno cualquiera! ¡Un genuino gorro de cocinero a juego con los delantales! —presumió él, calándose el sombrero.
—Oye, sí que pareces un chef de verdad... —dijo ella, mimosa, a la vez que le besaba.
—Eso es porque soy un chef de verdad... y tú eres la jefa de sala de verdad. Eh, mira, ha escrito nuestros nombres, ¿ves? En el mío pone "Angelo" y en el tuyo... ¿"Chirene"? ¿Qué es eso? —preguntó Deathmask, incapaz de reprimir una carcajada al ver el flagrante error plasmado sobre la tela.
—Ni te preocupes, ya estoy resignada a que nadie me llame correctamente y no me molesta.
—Bueno, en ese caso vamos a cortar unos tomates y a comprobar el punto de las salsas. También voy a cocer unos cangrejos para preparar un "Fuck Las Vegas" que hará chuparse los dedos a toda Tertenia.
—¿En serio sigues con esa idea? ¡Es un nombre horrible para un plato! ¿Crees que a alguien más le preocupa que en un puesto callejero de Las Vegas haya un garrulo mancillando tu tradición culinaria italiana?
—Por supuesto que sí, pregunta a quien tú quieras. El "Fuck Las Vegas" llevará marisco de la mejor calidad y un aliño clásico que resalte su sabor, como debe ser. ¿Dónde está el aceite de oliva?
—En la cocina, chef —Kyrene le apoyó la cabeza en el brazo, sonriendo ante su testarudez—. ¿Te vas a poner a prepararlo ahora?
—A menos que quieras subir y celebrar por todo lo alto nuestra gran inauguración... —rio él, besándola.
—Mmmh, si te imagino solo con este gorro y nada más, me dan ganas, sí... pero creo que lograré esperar.
—¿Seguro? Porque he hecho todos los recados en tiempo récord y he formalizado la adopción de Rengo... —insistió él en voz baja, rodeándole la cintura y apretándola contra su cuerpo.
—Bueno, otro beso sí que te mereces... —concordó ella.
Tiró de su mano con aire travieso hasta la cocina y cumplió su promesa en cuanto estuvieron rodeados de cacerolas, sartenes y aroma a albahaca y verduras salteadas, dejando al can en su rincón favorito, junto a la antigua chimenea rehabilitada que aún no habían tenido ocasión de encender.
—No, micetta, este no es el sitio... la cocina es sagrada —se opuso él, levantándola en brazos y mordisqueándole los labios.
—No tenías tantos remilgos en la taberna, allá en Rodorio...
—Claro, porque aquello no era una cocina, sino un vórtice de entropía... voy a llevarte al dormitorio y anunciarás a gritos la apertura del mejor restaurante de Tertenia...
—Joder, ¿cómo me has atado el delantal, que no consigo soltarlo...? —se quejó ella mientras él subía la escalera llevándola pegada a su pelvis, como un koala.
—Shhhh, vamos a hacerlo con la ropa de trabajo puesta, será una especie de bautismo. Un ritual de...
—¿Pero no decías que la cocina es sagrada?
—La cocina sí, los uniformes no...
Se dejó caer en la cama con Kyrene sobre él y le subió la camiseta con habilidad para acceder a sus pechos por los laterales del delantal. Con una risotada, ella le imitó, manoseándole los abdominales y desabrochándole el pantalón.
—Vale... Entonces vamos a servir comidas por primera vez después de haber echado un polvo, oliendo a tigre...
—A tigre olerás tú, preciosa, yo me he duchado antes de ir al veterinario... —la corrigió él, ocupado en recorrer su cuello con los dientes y en pellizcarle los pezones.
—Por cierto... por fin he averiguado de dónde eres...
—¿Ah, sí? ¿Tú solita o con ayuda? —inquirió él, con una ceja levantada y aire incrédulo, sin detener sus caricias.
—Florencia.
—Bueno, si esa es tu última apuesta... ¿estás segura?
Ella titubeó. Él se levantó, la recostó en las sábanas y la descalzó antes de sacarse su propia camiseta contorsionándose para no quitarse el delantal.
—Eh... sí, lo estoy.
—De acuerdo. Te lo diré cuando terminemos. Ahora vamos a echar un polvo para estrenar esta ropa tan sexy... —sugirió él, bajándole los leggings de un tirón y acomodándose entre sus piernas.
—¿Cómo que cuando terminemos...? —rezongó ella, pero su voz se entrecortó al primer lengüetazo sobre su sexo— ¡Tramposo!
—No te pongas quejica: me adoras y lo sabes...
—Vale, pero... luego me lo dices sin falta...
—Que sí, que sí...
Deathmask despachó el tema con un gesto de la mano y se dedicó a hacer gemir a Kyrene, que enseguida le enredó los dedos en el pelo con una sonrisa y los ojos cerrados.
—¡Chicos! ¿Qué hacéis? ¡Estamos esperando que abráis! ¡Dijisteis que estaríais listos a la una!
El grito provenía del exterior y había sido proferido por alguien joven, a juzgar por su voz. Deathmask se asomó a regañadientes, sin preocuparse de que le viesen el torso apenas cubierto por el delantal.
—¡Cállate, Piero! ¡No me importa que sea tu cumpleaños lo que celebramos, diles a tus padres que esperen media hora! ¡"La micetta e il diavolo" no puede abrir todavía, estamos... haciendo inventario!
—¡Eso es mentira! ¡Estás haciendo porquerías con tu novia! ¡Se os oye desde aquí abajo! —se encaró el chiquillo, de no más de quince años, apuntándole con el índice.
—¿Pero qué dices, retaco...? ¿Acaso no sabes que, antes de cocinero, fui un superhéroe con el poder de arrastrar las almas al mundo de los muertos? ¡Créeme, no quieres enfrentarte a mí!
Su amenaza pareció surtir efecto, porque no hubo nuevas réplicas. Deathmask dio media vuelta y regresó a la cama, jactándose de su treta.
—¿Y bien...? ¿Por dónde íbamos, señora jefa de sala...? —preguntó con perversidad, arrodillándose de nuevo y sujetando con ambas manos las corvas de Kyrene.
—Estaba usted comprobando el punto de la salsa —respondió ella, incapaz de contener la carcajada, al tiempo que él volvía a acoplar la boca a su clítoris.
—Ah, sí... deliciosa, cara signora, deliciosa...
Definitivamente, la felicidad existía y era fácil de encontrar: era una casa en un pueblo costero, un perro con el que pasear y un hombre dispuesto a hacerla enloquecer de amor y de deseo. Era la ternura y las risas y despertar juntos, era el café recién hecho y el futuro compartido. Y ellos tenían todo eso, entonces y siempre.
Ahora sí, querida lectora, querido lector, "Templo de carne y sangre" llega a su fin. Espero que lo hayas disfrutado tanto como yo gocé escribiéndolo y tanto como lo sufrieron mis amigos oyendo mis chapas y mis doscientos spoilers.
Sé que te haces una pregunta que te tiene sin dormir, sin comer, sin vivir... ¿Será este el final definitivo...? ¿Habrá trilogía? Porque no estaría mal, ¿verdad? Bueno, pues qué puedo decir yo, si de mí depende, quedan unas cuantas historias laterales que narrar y quizá, solo quizá, un último volumen para cerrar del todo las aventuras de estos dos con más desgracias, drama, lemon y caballeros invitados a sufrir gratuitamente solo porque la autora es una sádica.
¿Esperabas que apareciese Rengo? Si recuerdas, en el epílogo de "La redención de Cáncer" ya se le mencionaba... Kyrene no podía quedarse sin un perro, ya viste cómo lo pasó de mal con Laoch...
En fin, no te daré más la tabarra: gracias, gracias y gracias por acompañarme, apoyarme, dejarme comentarios y votos, por enviar mensajes tan bonitos, por ser siempre un elemento positivo y por animarme a seguir escribiendo las chorradas que me pasan por la cabeza y compartiéndolas contigo. Ha sido un viaje increíble gracias a ti.
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