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98. Cruzaría el mundo para reencontrarte

El paisaje silvestre del bosque de la Ficuzza le dio la bienvenida por segunda vez envuelto en una fría oscuridad muy distinta de la que había conocido a finales de verano, con árboles desnudos, hojas tapizando el suelo y el aire húmedo por las recientes lluvias. Sin embargo, la vegetación y los aromas no eran los principales intereses de la joven que conducía con pulso trémulo hacia Campofelice di Fitalia en un coche alquilado, apurando la última hora nocturna antes del alba.

Aunque recordaba la ubicación de la hacienda, le costó reconocerla, pues tal como le explicaron Afrodita y Saga, la cerca había sido reparada a conciencia y la puerta de forja recién pintada giró sin ruido sobre sus goznes, engrasados y ajustados, cuando ella empuñó el gigantesco pestillo para abrirla.

Sin Morrigan no podía percibir el poso de angustia y dolor que la había asqueado en su visita anterior, pero tenía bien presente la sensación, al igual que sus palabras:

"El hombre que reside aquí esparce el mal en el mundo."

No, ya no era así. Ella había erradicado su figura de la faz de la tierra con ayuda de la diosa para liberar a Deathmask, que a su vez había sido condenado a suceder a aquel cabrón en un ciclo interminable de dolor y sufrimiento.

Frente a ella, el camino había sido reconstruido con esmero, manteniendo la equidistancia entre las lajas de piedra y rellenando los huecos con la cantidad justa de grava para nivelar el conjunto. Sabía que los tres amigos habían dedicado semanas a la rehabilitación del edificio y sus aledaños, pero la impresión inicial de orden y pulcritud desapareció del todo de su mente en cuanto vio el patio y la vivienda.

Algo había sucedido desde la marcha de los caballeros, porque el estado de aquella zona era sencillamente desastroso, peor incluso que en su visita anterior. A pesar de la penumbra que aún reinaba, comprobó que el amplio patio de baldosas de barro cocido, en vez de estar limpio y listo para su uso por los nuevos aspirantes, parecía haber recibido el impacto de una bomba: un puro montón de cascotes y escombros entre los cuales se hacía casi imposible caminar. Al fondo, la casa ya no existía como tal; se había convertido en una pila de desperdicios junto a la cual se divisaba una humilde tumba que resguardaba, sin duda, el cadáver de Aldaghiero en el mismo punto en que ella y Morrigan lo habían abandonado tras su enfrentamiento.

Se aproximó con paso tranquilo. Si en el pasado había lamentado aquel crimen, se debía tan solo a los reproches de Deathmask; por ella, lo habría celebrado con champán, bengalas y karaoke. En su opinión, aquel individuo había ensuciado el aire que respiraba durante demasiado tiempo, pero ahora que ya no era una vengadora impulsada por una diosa guerrera, sino la fugitiva que solo quería vivir en paz, se daba cuenta de las implicaciones de su muerte.

Avanzó con dificultad hasta llegar al pie del sepulcro y sonrió de medio lado. La revancha seguía siendo dulce, incluso mezclada con el arrepentimiento que la sacudía cuando se culpaba del nuevo destino de Deathmask. Sabía que se había dejado llevar por un arrebato sanguinario, por mucho que el maestro fuese un maldito desgraciado, pero también tenía claro que, de no haber sido por ella, jamás habría pagado por sus malos actos y con ese convencimiento escupió sobre la tierra recién compactada, como si aquel gesto pueril la reconciliase consigo misma antes de girarse para contemplar el devastado paisaje al que había quedado reducida la escuela de Sicilia, alma máter de los santos de Cáncer.

Entonces le vio.

Sentado sobre las ruinas de la casa, hacía flotar entre los dedos un pedazo de cerámica que debía de haber pertenecido a alguno de los platos que decoraban la pared de la sala principal, con la mirada perdida, el cabello alborotado y la ropa -camiseta blanca sin mangas y vaquero gastado- llena de polvo y manchas.

Ella se acercó hasta que el crujido de un ladrillo al quebrarse bajo sus pies llamó la atención del caballero, que giró la cabeza y levantó el brazo en un gesto amenazante. Sin embargo, enseguida se detuvo, con los ojos entornados como si le costase reconocer la figura que tenía ante sí.

—¿Kyrene...?

Se había portado como un hombre sumiso y abnegado durante el tiempo que compartió con Afrodita y Saga. Madrugar, cocinar, limpiar, trabajar: tareas básicas que le mantenían a salvo de la locura mientras aguardaba con paciencia su momento. Sobrevivía.

Shion había sido muy claro al prohibirles utilizar el cosmos en la reparación de la hacienda y ellos habían obedecido, so pena de ver endurecidos sus castigos. Pero sus amigos ya no estaban allí y nadie había dicho nada acerca del uso recreativo de su poder mientras aguardaba a los futuros aspirantes, ¿verdad? Cuestión de matices, por eso se permitía utilizarlo para entretenerse con aquel cascote. Y por eso también había sido un buen chico hasta que el último representante del Santuario se marchó, maravillado con el estado de las instalaciones, para informar al Patriarca de que ya podían albergar una nueva remesa de jóvenes.

Tranquilo, resignado, formal. Un Deathmask desconocido para el mundo.

A solas por fin, apoyado sobre el mango de una pala a modo de muleta improvisada e innecesaria, había sonreído con satisfacción al ver el resultado de sus esfuerzos: paredes recién enjalbegadas, ladrillos reemplazados, tejado impermeable, jardín, patio y huerto limpios de malas hierbas.

Pero su serenidad no duró mucho. Al día siguiente, cuando tuvo la total certeza de que no había otros seres humanos alrededor, su rabia y su frustración se desbordaron como una erupción volcánica.

Ni siquiera intentó continuar reprimiéndose; disociado durante demasiado tiempo, estalló en una carcajada demente en el mismo instante en que su espíritu daba la orden a su cuerpo.

Arde, cosmos.

Y ardió. Envuelto en su energía, machacó con los puños desnudos y los pies descalzos aquella casa de dolor, avanzando desde el salón hacia el exterior como una apisonadora y riendo y llorando a la vez en una vorágine de violencia en la cual, por primera vez en semanas, se sintió él mismo. El jardín y el patio fueron sus siguientes objetivos: las baldosas se desprendieron de la tierra y reventaron en pedazos en una lluvia imposible mientras él profería un alarido tras otro, convertido en una especie de director de orquesta desquiciado. Tan solo el huerto y el muro que delimitaba la finca sobrevivieron a su ansia destructiva.

—¡Bien, Shion! ¿Querías una escuela para joder la existencia a otra generación? ¡Pues constrúyetela tú mismo! ¡Da la cara, mierda! —gritó, más para sí mismo que para su líder.

La noche había caído cuando terminó. Con las manos ensangrentadas y las rodillas doloridas, se sentó junto a la escombrera y recostó la espalda en ella, relajado y feliz.

—Me encantaría entrenar a mi sucesor, claro que sí... pero la escuela se ha roto, qué mala pata. Lo siento, chicos, volved otro día, el profe tiene mucho trabajo aquí... —murmuró antes de quedarse dormido bajo la luz lunar.

Pasó treinta horas sin moverse de ese punto, utilizando su poder para aprovisionarse con algunas naranjas y manzanas de los frutales y desternillándose de risa cada vez que pensaba en la -según él- perfecta solución que había encontrado a todos sus problemas. Y habría vivido mucho más tiempo en estado contemplativo de no haber escuchado aquel chasquido.

Raudo, extendió la mano con el índice cargado de cosmos para atacar al eventual enemigo, pero no encontró ningún soldado del santuario, ni emisarios acompañando a los aprendices, ni vecinos del pueblo preocupados por las chispas y fogonazos del día anterior.

No, porque la mujer que se acercaba lentamente, vestida de negro y con una mochila al hombro no era otra que Kyrene.

Kyrene, joder.

Miró por instinto a ambos lados en busca de Shura; si ella estaba allí, él no andaría lejos. Sin embargo, no parecía haber nadie más alrededor.

Ella se detuvo frente a él y se acuclilló para quedar a su altura. Sus labios se curvaron en una pequeña sonrisa y las manos se le tiznaron de polvo al apoyarse en las rodillas del caballero.

—Me prometiste que hablaríamos cuando volviese a Rodorio —dijo, con sencillez.

Él asintió, sin dejar de observarla con la misma fascinación que si estuviese ante un ángel; pero debía de ser real, porque notaba el calor de su piel a través del denim y su aspecto era mucho más saludable que la última vez que la vio: mejillas sonrosadas, ojos brillantes, extremidades funcionales. Tan solo las ojeras violáceas y la gran cicatriz de su sien recordaban lo que habían vivido unas semanas antes: el cabello aún no la cubría, pero crecía desdibujando un tanto el abultado contorno que él recorrió con dos dedos en una caricia dubitativa hacia la nuca, despejada gracias al rasurado que había reemplazado su melena.

—Lo sé, gatita, pero he estado liado —murmuró, ausente—. Te has cortado el pelo...

—Me apetecía un cambio de imagen y Aglaya me usó para sus prácticas de peluquería.

—Estás muy guapa. ¿Y él?

—¿Qué "él"? —Deathmask se encogió de hombros ante la pregunta— ¿Qué ha pasado aquí?

—Bueno... me entusiasmé con el plan de la reforma y se me fue un poco de las manos —dijo él, mirando a su alrededor como si acabase de caer en la cuenta de que estaban rodeados de cascotes.

—Sí, has puesto mucha energía en esto... —concordó ella, como si intentase no contrariarle.

—El patriarca dijo que no usara mi cosmos para rehabilitar la escuela, pero no me prohibió usarlo para destruirla...

—Y tú siempre has sido el rey de los matices... Death, ¿estás bien?

—Algo mejor, ahora que estás aquí. ¿A qué has venido, gatita?

Ella le palmeó el muslo y se sentó a su izquierda, dejando que sus ojos vagasen por el mar de desolación en que había convertido el terreno de la escuela.

—Quería ver tu nueva nariz —respondió, recostando la cabeza en el hombro del caballero—. ¿Me has echado de menos?

—Infinitamente —dijo él, sin moverse.

Permanecieron en silencio durante un par de minutos, absortos en el paisaje que empezaba a cubrirse de lenguas rojizas conforme el sol se desperezaba en el horizonte. La palma de Kyrene volvía a apoyarse en el cuádriceps de Deathmask, en un gesto cómplice que les devolvía a tiempos pasados, cuando la intimidad entre ellos era natural y los problemas, pequeños y resolubles. Inhaló en busca de las palabras que pudiesen acercarles, pero él se le adelantó y comenzó a hablar, monocorde, como si lo que relataba le hubiese sucedido a otra persona en un universo alternativo:

—Me quedan pocas cicatrices de los entrenamientos... están ocultas bajo las de las batallas. Qué asco de existencia, ¿verdad? Estaba lejos de ser el mejor candidato a la armadura y no quería seguir intentándolo. Mi vida era tan horrible que solo fantaseaba con despertar en cualquier otro sitio mientras lloraba hasta caer rendido. Cuando me di cuenta de que Shion me había traído aquí para que un cabrón me reventase a golpes en el nombre de Atenea, perdí la fe en el único adulto que parecía haberse interesado sinceramente por mí.

Kyrene se giró hacia él y vio que estaba rascándose la vieja marca de la nuca. La había mencionado durante una de sus pernoctas al aire libre en Waterford, cuando ella relató su intento de fuga, sentados sobre el coche en aquella misma posición, pero entonces no había querido entrar en detalles acerca de cómo se la había hecho.

—Empecé a tomarme en serio la idea de marcharme. Probé un par de cosas sin éxito, pero después se me ocurrió que, si huía de noche, pasaría inadvertido y podría llegar al pueblo para pedir ayuda, así que aproveché un día en el que fui campeón en el entrenamiento. El maestro dejaba al ganador dormir en un cuartito y los otros dos se quedaban al raso...

—Conozco la dinámica y ese zulo; me lo mostró durante mi visita —atajó ella, asiéndole el brazo izquierdo con cariño y volviendo a posar en él la cabeza.

—¿Ves aquel almendro? —señaló un árbol de ramas desnudas— Hasta ahí llegué. No tuve en cuenta que mis compañeros me estaban vigilando desde el patio. Me odiaban, porque también habían sufrido las consecuencias de mis planes anteriores; Aldaghiero era muy solidario repartiendo represalias. En cuanto me alejé un poco, dieron la voz de alarma y nuestro maestro salió. Salvatore me gritó para que me detuviese, pero yo eché a correr con todas mis fuerzas y, de repente, sentí que algo me golpeaba el hombro. Mis compañeros me estaban apedreando.

La chica levantó los ojos y le acarició la lesión como él acababa de hacerle a ella apenas unos minutos antes. Él continuaba mirando el almendro sin parpadear.

—¿Unos niños te agredieron... para impedirte escapar?

—La segunda piedra no me acertó, pero las siguientes iban cada vez más encaminadas. Oía a Aldaghiero arengarles: "¡si escapa, os haré responsables!", ¡id por él, la deserción se castiga con la muerte!", "¡quien lo derribe tendrá doble desayuno!"

—Maldito viejo cabrón...

—Ni siquiera se molestó en ir tras de mí. Se dedicó a arrojarles también piedras a ellos para asegurarse de que se esmeraban en apuntar y yo me levantaba tras cada impacto y seguía, aunque fuese renqueando. Esta marca es de la piedra que me abatió; el ganador fue Enzo, me reventó la cabeza y me hizo caer. Recuerdo que todavía quise reptar, pero mis compañeros empezaron a patearme y después me dejaron allí, encogido y sollozando. No sé cómo logré darme la vuelta para mirar la luna hasta el amanecer, suplicando a Atenea que tuviese misericordia de mí y pegase fuego a este antro... y ya sabes, debía de estar ocupada, porque no me hizo ningún caso. Por la mañana, el maestro me trajo de regreso a la casa, me lavó y me suturó mientras Enzo disfrutaba de la doble ración que le había prometido: la suya y la mía.

—Me contó cómo te trataba... lo del morse, los castigos... estaba orgulloso de lo que te hizo, ¡lo justificaba! Death, sé que no te gusta que diga esto, pero me alegro de haberlo matado. Me alegro mucho.

—Hablando de eso, creo que te debo una disculpa —dijo Deathmask, fijando la vista en ella—. Sé que no pretendías borrar mi pasado, sino regalarme una especie de nuevo punto de partida... No supe verlo entonces, pero ahora sí. Gracias, Kyrene.

Ella tragó saliva, con el corazón convertido en un tambor. ¿Cuánto tiempo había transcurrido desde la última vez que se observaron de aquel modo, perdidos en su propio universo secreto? ¿Podrían volver a sentirse así?

—No te gusta volar y, con todo, viniste hasta aquí para vengarme... Hiciste un gran esfuerzo.

—Bueno, no tiene demasiado mérito: yendo con Morrigan, no sentía miedo... ella me infundía valor.

—Pero ahora has vuelto y no creo que hayas llegado a nado... ¡Tu primer vuelo completamente sola!

—Eso es verdad —respondió ella, trazando arabescos con la uña sobre el viejo vaquero de él—. Cruzaría el mundo para reencontrarte.

Él bajó los ojos hacia la pierna que ella estaba arañando y entonces advirtió el pedazo de metal que envolvía su anular derecho.

"...si simplemente desea que el mundo sepa que sale con alguien, póngaselo en la mano derecha, con el corazón mirando hacia adentro..."

—El anillo de Claddagh... —dijo, con una mueca indescifrable.

Kyrene lo observó también, melancólica.

—Cuando me di cuenta de que me lo habías puesto, ya te habías marchado...

Él le cubrió la mano en un contacto cómplice y sus miradas volvieron a cruzarse durante largos segundos, sin palabras por parte de ninguno de los dos hasta que Kyrene sacó de su mochila un rotulador negro y lo destapó con los dientes.

—¿Qué vas a hacer con eso, gatita?

Ella no respondió; en su lugar, contorneó el anular de la diestra de Deathmask y trazó una alianza improvisada a imitación de la suya. Él contempló el dibujo con algo que parecía una sonrisa, se incorporó y la tomó de los brazos para ayudarla a levantarse.

—No vi el momento de dártelo con tantas discusiones, Kyrene —dijo, rodeándole la cintura y atrayéndola hacia sí—. Las cosas se pusieron... raras. Estuve a punto de tirarlo por el pozo, creyendo que todo había terminado. Yo... pensaba que estabas con Shura —ella negó, todavía con la capucha entre los labios; él se la quitó y la dejó caer al suelo—, que huirías con él en cuanto te diesen el alta, así que cuando el patriarca me desterró aquí, en cierta forma resultó liberador: como jamás podría volver a verte, no me quedaba otra opción que poner toda mi voluntad en intentar olvidarte.

—¿Y lo conseguiste? —preguntó ella, con un poso de angustia.

Él meneó la cabeza.

—Ya sabes que no. Solo logré añorarte más cada día que pasaba.

Ahí estaba cuanto necesitaba, pensó Kyrene, con las palmas apoyadas en su pecho, amplio y acogedor: aquellos ojos a los que jamás había podido resistirse, el calor de sus grandes manos en la espalda y su aroma a madera, camuflado bajo la mugrienta camiseta. La piel se le erizó y su ritmo cardiaco se aceleró aún más en respuesta a esa proximidad capaz de borrar toda la tristeza, toda la nostalgia.

—Entonces, ¿has venido para ver mi nariz y ya está?

—Para eso y para llevarte conmigo. No permitiré que te mueras de asco en este lugar. Ese no es el final de nuestra historia.

El caballero le apartó el flequillo del rostro buscando su propio reflejo en sus iris verdosos y la ciñó más contra él.

—La mitología cuenta que la diosa Oportunidad llevaba el cabello como tú, gatita: largo sobre la frente, pero corto en la nuca... para que quien la encontrase pudiera asirla solo durante un instante y no la dejase pasar.

—Entonces, no lo desaproveches.

Ellos eran supervivientes; nada podía abatirles si estaban juntos, se dijo ella, al tiempo que se ponía de puntillas y le rodeaba los hombros con los brazos.

Y estaban juntos.

Como si fuesen polos magnéticos opuestos, sus bocas se acercaron despacio, casi inseguras, hasta unirse en un beso con el que sellaron su pacto silencioso al cobijo de las menguantes sombras del amanecer siciliano.

¿Alguien creía que estos dos no volverían a verse? A Kyrene le da igual si lo manda Shion, Atenea o el mismísimo Zeus: renunciar a Deathmask no entraba en sus planes y lo ha demostrado claramente. Pero todavía necesitamos aclarar algunas cosas, por eso te espero mañana en "Una decisión sencilla".

@MaeBreca, quizá nunca leas esto, poco puedo decirte que no hayamos hablado ya mil veces, pero te quiero, tía.

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