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96. Prisionera

Los últimos días de Milo y Kyrene en el hospital estuvieron presididos por dos sensaciones: soledad y nostalgia. O tres en el caso de ella, ya que cuando fue consciente de que estaban en Japón y debería tomar un avión para regresar a Rodorio, su miedo a volar se reactivó.

Dado que eran los únicos inquilinos de la planta 3-D y que estaban fuera de peligro, el personal se redujo hasta que solo los fisioterapeutas y media docena de enfermeras se coordinaban entre sí y con los médicos para atenderles, lo cual dejó los pasillos casi tan silenciosos como en los tiempos en que nadie era tratado allí.

Los girasoles seguían llegando cada mañana a la habitación de Kyrene y la auxiliar los ubicaba donde podía, llevándose los más viejos para hacer sitio. Los dos jóvenes pasaban casi todo el tiempo juntos -incluidas sus sesiones de rehabilitación- compartiendo confidencias en voz baja a pesar de que nadie más entendía el griego allí y recibían a Saori Kido dos veces por semana en largas entrevistas por separado que dejaban a Milo eufórico y a Kyrene exhausta y llorosa.

Aquella amistad incipiente entre el caballero y la camarera era la principal vía de escape para ambos, sobre todo desde que Milo se sinceró acerca de su relación con Camus, confirmando lo que ella conocía por rumores y dándoles pie para hablar abiertamente, admitir cuánto echaban de menos a sus respectivos caballeros y fantasear acerca de planes y citas para cuando se reencontrasen.

—Bueno, suponiendo que Death quiera volver conmigo después de cómo le traté...

—¿Estás de broma, Kyr? Babea por ti, seguro que cuando llegues te lo encuentras montando guardia en la puerta de la taberna para ser el primero en saludarte.

Se les concedió el alta a la vez, tras una última visita de la señora Kido en la cual les anunció que deberían presentarse ante el patriarca a su vuelta. Un helicóptero los trasladó hasta el aeropuerto y desde allí viajaron en avión a Atenas para descansar antes de la reunión. Feliz por reunirse con sus compañeros y conocedor del pavor que le producía a Kyrene la idea de volar, Milo la animó durante todo el camino con mil anécdotas que la hicieron reír tanto que las azafatas tuvieron que llamarles la atención más de una vez por quejas del resto de los pasajeros, que no conseguían dormir con el barullo que armaba la parejita griega.

—Bueno, pensé que sería peor... Que te daría por vomitar o corretear gritando "¡vamos a morir todos!", pero eres bastante civilizada... —se burló él a mitad de trayecto, cuando ella confesó que le dolía la barriga de tanta carcajada.

—¡Claro que lo soy! ¿Por quién me tomas? —se defendió, con un codazo— Es solo que me pongo a imaginar accidentes y cosas horribles... Y, bueno, Death se durmió cuando íbamos a Irlanda...

—Eso es muy propio de él. Desconectarse en cuanto toca el reposacabezas es una de sus técnicas patentadas, ¡menos mal que ahora estoy yo para ayudarte!

Finalmente, llegaron a Rodorio agotados y necesitados de unas cuantas horas de sueño y se despidieron en la puerta de la taberna, pero a pesar del vaticinio de Milo, Deathmask no estaba allí; desanimada, Kyrene entró al local, colocó las gruesas trancas que bloqueaban el acceso y subió a la vivienda para asomarse al balcón en busca de alguna luz en el templo de Cáncer, sin suerte.

Bueno, aún le quedaba un cartucho, pensó, masajeándose el hombro izquierdo, que comenzaba a incordiarle a causa de la falta de calmantes durante el viaje. Volvió al dormitorio, sacó de la mesita de noche la linterna y se las arregló para encaramarse al tejado, desde el cual envió repetidamente el "raya, punto, raya" con el que él se le había declarado innumerables veces.

Nadie contestó.

Deathmask debía de estar descansando. Seguro que, si no estaba de misión, al día siguiente bajaría a visitarla y podrían hablar y aclarar todo... después de la audiencia con el patriarca.

Como aquella ocasión en que Helios la denunció, dos guardias la esperaban desde primera hora junto a la taberna para acompañarla al Santuario. Sin embargo, esta vez no fue escoltada hasta la sala por Milo ni ningún otro caballero; los centinelas abrieron las puertas, la invitaron a pasar y las cerraron a su espalda con un golpe seco que resonó en las paredes, sobresaltándola.

Frente a ella, Atenea la observaba desde lo alto de su tarima, vestida de blanco y adornada con joyas de oro. A su derecha, en un lugar algo más bajo, Shion le dio la bienvenida con un ademán, indicándole que caminase hasta el centro.

—Kyrene, gracias por venir. ¿Has tenido un buen viaje? —comenzó, afablemente.

Ella le dirigió una mirada de desconfianza, sin saber cómo interpretar su cordialidad. Su primera reunión, meses antes, había tenido un final agradable, pero ahora no estaba tan segura; sabía que el asunto era infinitamente más serio que el anterior y la presencia de la diosa no hacía sino darle la razón.

—Sí, gracias. Por supuesto, les reembolsaré todos los gastos, siempre y cuando me permitan hacerlo poco a poco...

—Eso no será preciso. Fuiste herida durante un conflicto relacionado con el Santuario y, por tanto, tus cuidados y traslado nos competen a nosotros.

Kyrene bajó la cabeza en señal de respeto. Tener de nuevo a Atenea ante sí sin el amparo de Morrigan la desasosegaba: en el hospital, Saori Kido la había impresionado con su ropa cara, sus modales corteses y su seriedad, y aun así parecía empática y capaz de entender las motivaciones de todos; no había en ella rastro de la belicosidad que exudaba la majestuosa figura que la miraba desde el podio. Shion dejó que sus labios trazasen una sonrisa milimétrica y continuó, pero esta vez su tono era neutro y protocolario y ya no la llamaba por su nombre de pila:

—Angelopoulou, ya has tenido ocasión de escuchar la sabiduría de la diosa al respecto de tu conducta. Durante sus visitas, te ha explicado la raíz del conflicto con Morrigan y su intención de cumplir el acuerdo del que tú, en principio, ibas a ser depositaria. Fuiste relevada de esa función en favor de Shura de Capricornio, pero dado que él no se encuentra entre nosotros, te comunico que la tarea de garante del acuerdo quedará vacante. Todos confiamos en Atenea y en su buen criterio para acometer los cambios que se negociaron aquella noche sin necesidad de supervisión adicional.

La griega frunció el ceño, extrañada. Recordaba el momento en que Morrigan le transmitió los términos de aquel pacto y sabía que lo había hecho para blindar su supervivencia. ¿Estaba en peligro? Quizá hubiesen decidido condenarla a muerte, pero en ese caso, ¿por qué la señora Kido la había ido sanando en cada uno de sus encuentros hasta devolverle la funcionalidad de ambos brazos? ¿Se trataba de una refinada estrategia para hacerle sufrir? ¿Y qué significaba eso de que Shura no estaba entre ellos?

—¿Shura ha... ha muerto? —preguntó con voz trémula. Jamás se perdonaría a sí misma si sus actos acarreaban la desgracia de las personas que le importaban.

—Desconocemos su paradero actual; por tanto, no tenemos certeza a ese respecto. Angelopoulou, se te ha mandado llamar para comunicarte algunas disposiciones con respecto a tu persona. Puesto que Morrigan te escogió para ser su portadora y que no podemos descartar totalmente que decida regresar en algún momento pese a la palabra que otorgó, Atenea considera que precisas la protección de su Santuario, así que, para asegurarnos de que no te ocurra nada, se te asignará una escolta permanente conformada por dos soldados.

—¿Dos...? Pero, Patriarca, yo no necesito guardaespaldas. Me basto para cuidar de mí misma, gracias —protestó ella, sorprendida.

—No es una sugerencia, Angelopoulou. Se te vigilará en todo momento y, a cambio, se te solicita que renuncies a salir de Rodorio en lo sucesivo.

—¿Qué? ¿Qué es esto? ¿Me están... arrestando o algo así?

—Debes entender que es de vital importancia impedir que Morrigan vuelva a utilizarte contra Atenea.

—Pero Morrigan no va a regresar... lo prometió. ¿Nadie va a darle el beneficio de la duda? ¿Por qué disfrazan un castigo como una especie de privilegio?

—La alta diplomacia de las relaciones entre panteones no es algo de lo que tengamos que rendirte cuentas, Angelopoulou —la reprendió Shion.

Kyrene miró a la figura divina, molesta. Ella le correspondió con frialdad.

—¿Así va a ser, Atenea? ¿Vas a consentir que me traten como una delincuente? ¡Quieres deshacerte de los que conocemos vuestro acuerdo para poder manipularlo! —le espetó, apuntándole con el índice.

Shion iba a replicar, pero la diosa le hizo callar extendiendo el brazo en el que portaba el báculo y respondió:

—Kyrene, las dos hemos hablado de esto antes: tu vida podría correr peligro si abandonas Rodorio. Solo quiero cuidar de ti, una civil implicada en una guerra que no le atañe. De haberte deseado algún mal, podría haberte rematado en Rath Cruaghan, pero te he traído hasta aquí. Esta es mi voluntad y debes respetarla.

—¡Yo no soy uno de tus fieles!

—Y, no obstante, vives en una aldea regida por mi Santuario —argumentó la diosa.

—Pero yo... tengo planes, cosas que hacer... esto es ilegal...

—Podrás asistir a tus clases en la universidad siempre y cuando tu horario le sea comunicado a Shion con al menos cuarenta y ocho horas de antelación y, por supuesto, irás acompañada —continuó Atenea, en un intento de conciliar que fue recibido con un bufido.

—¡No pienso ser una prisionera, ni plegarme a...!

—Te lo repito, Angelopoulou: no es una sugerencia. No olvidemos tus "hazañas" con Morrigan: Helios, Keelan, el maestro Aldaghiero y los proxenetas... si renuncias a nuestra protección, te expones a que las autoridades civiles te acusen de cualquiera de esos crímenes.

—Ellos no tienen nada contra mí...

—A menos que aparezcan nuevas pruebas en algún momento. Angelopoulou, ten presente que esto no es una negociación: garantizaremos tu seguridad mientras estés en Rodorio y esperamos que entiendas y valores esta muestra de la bondad de Atenea. Teniendo en cuenta tus actos, convendrás en que entregarte a la policía sería más que conveniente para el Santuario y, sin embargo, no queremos hacerlo. Por favor, no nos obligues a ello.

Ella tragó saliva, acorralada. No tenía más opción que someterse y regalar su libertad al jodido santuario.

—¿Y Deathmask...? ¿Él está bien? ¿Qué ha sido de Afrodita, Saga y Aldebarán?

—Todos han acatado las correspondientes sanciones por sus faltas y ahora cumplen el castigo decretado, conscientes de la importancia de honrar sus votos de celibato y del peligro que entrañan las relaciones personales con los civiles. Ahora, agradece a la diosa su generosidad y retírate —concluyó Shion, al tiempo que daba dos palmadas para que los soldados que aguardaban fuera abriesen las voluminosas puertas.

Kyrene apretó los dientes con rabia; entendía a la perfección la indirecta que le había lanzado el patriarca: su noviazgo con Deathmask ya no era bien visto allí. Sin embargo, consiguió reprimir las ganas de contestar y se las arregló para inclinarse en silencio, saltándose el saludo tradicional.

—Salve, diosa eterna, de voluntad perfecta y justa —le murmuró Shion, a la espera de que la camarera repitiese sus palabras.

—Sí, eso, lo que queráis —farfulló ella, dándoles la espalda y abandonando la estancia.

Para los que seguís a Kyrene desde "La redención de Cáncer", una pregunta: ¿cuán mala idea es cabrear a esta chica?  Porque de muy buen humor no se la ve... ¿se conformará con su destino? ¿Se presentará a los exámenes en la universidad? Que no la dejan estudiar a gusto entre enemigos, posesiones e historias diversas...

Mañana lo averiguaremos en el siguiente capítulo: "La libertad de Kyrene A."

A ti, como siempre: GRACIAS.

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