94. Un hombre frente al destino
En el momento en que se hizo pública la fecha escogida por la diosa y Shion para juzgar y castigar a los caballeros involucrados en el ataque de Morrigan, el santuario se vio sumido en una actividad frenética. Escuderos, asistentes, centinelas: todos tenían algo que hacer para preparar las instalaciones de acuerdo con el rango de la ilustre dama Atenea antes de su llegada, incluida la sala de audiencias en la cual recibiría a sus guerreros y les comunicaría su voluntad.
La aldea no fue ajena a la magnífica noticia y los vecinos se volcaron en decorar los balcones con guirnaldas y limpiar a conciencia las calles, felices de tener cerca aunque fuese por unos días a aquella a quien elevaban sus plegarias. Los emocionados rodorienses se agolpaban a las puertas del santuario cargados con cestas llenas de flores y ofrendas, con la esperanza de ver a la encarnación de Atenea y, con suerte, recibir su bendición.
Sin embargo, el ambiente que se respiraba tras las murallas era de tensión e incertidumbre: demasiados hechos inusuales a la vez durante un supuesto periodo de paz preocupaban a los trabajadores, que cuchicheaban en los pasillos para escapar a las miradas escrutadoras del patriarca.
En primer lugar, la huida del caballero de Cáncer había tenido consecuencias serias para los soldados engañados por Saga, que ahora cumplían condena en las mismas celdas que solían vigilar. Luego estaba la ausencia de casi la mitad de la orden dorada, en teoría a causa de alguna misión de la cual, como era habitual, no se divulgaba información. Y, por último -y el secretismo en torno a este tema era tan sólido como una pared de hormigón-, se rumoreaba que, unos días antes, Atenea había pasado una semana recluida en su cámara privada, atendida tan solo por Shion y dos doncellas de su confianza antes de regresar a sus obligaciones cotidianas, sin que se conociese el motivo de su visita.
A Deathmask, que acababa de llegar junto con sus vigilantes, no se le permitió acceder al cuarto templo ni siquiera para cambiarse de ropa; el patriarca ordenó que se le enviase directo al calabozo en cuanto entró en el santuario, sin conmoverse por su periplo: en helicóptero al aeropuerto de Tokio, dieciséis horas de avión y una escala en Amsterdam para recorrer casi los diez mil kilómetros que le separaban de Atenas, de allí a la aldea vecina en tren y paseo de hora y media sobre las muletas hasta Rodorio. El italiano asumió aquella medida de seguridad sin oponerse; era perfectamente consciente de lo que había hecho y afrontaría las consecuencias, pero jamás le daría a Shion el gusto de verle hundido, pensó, acomodándose en el camastro que ya conocía bien para pasar la noche y dedicando una vehemente peineta y una carcajada a los soldados que le habían custodiado y que ahora le maldecían, tan prisioneros como él, aferrados a los barrotes igual que monos en un zoológico.
Por fin, a la mañana siguiente un amplio grupo de soldados capitaneado por Shaka de Virgo se hizo presente para escoltarles.
—Para comunicaros las acusaciones que pesan sobre vosotros y ser castigados como corresponde, la magnánima Atenea, soberana legítima del orbe terrestre, y su representante entre los seres humanos, el Patriarca Shion, me ordenan que os acompañe. Guardad silencio como muestra de respeto a la diosa.
Deathmask asió con firmeza sus muletas mientras un centinela le abría la puerta y atisbó delante de él las siluetas conocidas de Afrodita y Saga, que acababan de salir con semblantes cansados de sus propias celdas, situadas en otra zona del presidio. Unas cuantas miradas de reojo a modo de saludo fueron la única comunicación entre ellos antes de que la comitiva emprendiese el ascenso sin contravenir las instrucciones de Shaka.
Shion y Atenea los esperaban, ataviados con las vestimentas ceremoniales que correspondían a un evento de tal calado. En los extremos de la estancia, el resto de la orden dorada -con excepción de Milo, que continuaba recuperándose en Japón, y Shura, cuyo paradero era desconocido- se mantenía en actitud firme, portando sus armaduras, cascos y capas.
—Géminis, Cáncer, Piscis: la diosa os convoca a su presencia para haceros partícipes de la desolación y el dolor que vuestras acciones han hecho anidar en su alma —comenzó Shion, fiel a la fórmula tradicional—. Arrodillaos y escuchad sus palabras.
Nuevamente aquel crujido de huesos quejándose por un movimiento precipitado. Pero no les permitiría ver nada salvo lo que él quisiese mostrar.
—Saga de Géminis y Afrodita de Piscis, ¿conocéis el motivo por el cual habéis sido llamados? —preguntó Shion.
A su izquierda, Atenea portaba su báculo, impertérrita como una efigie de sí misma, pero con la tristeza reflejada en el rostro.
—Sí, mi señor —pronunciaron ellos, al unísono.
—Solo para asegurarnos de que todos estamos de acuerdo en los hechos, recapitulemos: Saga de Géminis ayudó a Cáncer a escapar facilitándole toda la logística, incluida la sustracción de su armadura, utilizando su poder contra los centinelas que lo custodiaban y ofreciéndole información confidencial antes que a mí. ¿Es correcto, Géminis?
El aludido mantuvo la cabeza baja al responder:
—Lo es, señor.
—Y tú, Afrodita de Piscis, entregaste los datos a Géminis y después indujiste a tus compañeros a lanzar una Exclamación de Atenea.
—Sí, señor.
Shion se mantuvo callado durante algunos segundos, dando tiempo a los presentes a procesar la información. Cuando volvió a hablar la decepción era patente en su tono.
—Cáncer, tú te llevas el premio gordo. Has pisoteado tantas normas que no sé por dónde empezar. Agrediste a un compañero para impedirle que cumpliese con su deber, contraviniste mi orden dejando escapar a Morrigan, huiste del calabozo y te inmiscuiste en una misión en la que no debías tomar parte, capitaneaste la Exclamación de Atenea y, por si todo eso no era suficiente, pusiste la guinda al pastel faltando al respeto a nuestra diosa con comentarios propios de un impío y equiparándola a su enemiga.
—Sí, Patriarca —dijo Deathmask.
—Bien. Yo, Shion, patriarca por la voluntad de nuestra señora Atenea, anunciaré ahora el castigo acordado para cada uno de vosotros.
Un denso silencio sobrevoló la estancia. Mu, Aldebarán, Aioria, Dohko y Camus permanecían de pie, expectantes. Junto a los reos, Shaka se mantenía tan sereno como si estuviese escuchando el hilo musical en un ascensor.
—Deathmask de Cáncer, has ensuciado la tradición de los caballeros de la Orden Dorada y el nombre de Atenea. Tus faltas te hacen merecedor de la pena de muerte.
No le sorprendía. Se lo había ganado a pulso, de hecho, durante varios años. Continuó postrado, centrando la atención en el dolor de sus rodillas para no demostrar ninguna emoción ante aquel anuncio. Una voz le susurraba desde el fondo de su cabeza que ya no tenía por qué reprimirse, que podía desahogarse a gritos delante de la diosa y del mismísimo Zeus si pasaba por allí, porque no habría más ocasiones. Podía ser el enfant terrible y morir dando la nota, ¿por qué no?
Pero, en el fondo, nada de eso le haría sentir mejor ni volver a ver a Kyrene... Joder, le había prometido que se reencontrarían en Rodorio y ella no tenía cerca al idiota de Shura para apoyarla ni sabía que él pronto sería un mero recuerdo. Tenía que arreglárselas para despedirse... quizá pudiera pedir a Afrodita que le transmitiese su mensaje de algún modo, o con suerte le permitirían telefonearla una última vez.
—¿Me has oído, Cáncer? —quiso saber Shion.
—Sí, Patriarca —respondió él, firme.
—Bien, porque aún hay algo más que tengo que decirte.
Deathmask arqueó las cejas sin demasiado interés. Los detalles acerca de cómo planeasen ejecutarle no le importaban en absoluto; todos sus recursos mentales estaban dedicados a trazar un plan para comunicarse con Kyrene.
—La magnánima Atenea nos dio normas y un código de conducta para mostrarnos el camino. Nos advirtió de las consecuencias para quienes se desvían de su lado y nos llamó a convertirnos en sus honorables caballeros. A pesar de tu vileza y tu desobediencia, ella, que ama a todos los seres humanos, ha intercedido por ti y ha ordenado que tu castigo sea conmutado por otro más útil para que puedas cambiar y ser por fin lo que se espera de ti.
Entonces sí, el italiano parpadeó, desconcertado. No necesitó moverse para saber que sus compañeros le estaban mirando, tan perplejos por lo que acababan de oír como él. Incluso Afrodita y Saga, arrodillados a su lado, le escrutaban de reojo, pendientes de la reacción del guardián de la cuarta casa. Shion hizo una pausa para permitir a los reos digerir el giro de guion y continuó:
—Por tanto, se te dispensa de la pena de muerte y, en cambio, se te condena a la pérdida de tu condición de caballero de la Orden Dorada de Atenea. En este mismo instante, quedas degradado y privado del honor de portar la sagrada armadura de Cáncer. Tu nombre y tus delitos serán registrados en los libros para servir a las generaciones venideras de ejemplo de cómo un caballero puede convertirse en un ser indigno de su rango.
Deathmask mantuvo su hieratismo mientras analizaba con rapidez el discurso del patriarca. Nada mal. Esa nueva propuesta era más benévola que la original y la ignominia de cara a la posteridad no le preocupaba; lo que opinasen de él los cadetes del futuro sería un problema de ellos. Ahora, Shion ordenaría que le escoltasen para recoger sus efectos personales en su antiguo templo y le invitaría a abandonar el Santuario como un civil desterrado. Solo tendría que esperar un tiempo prudencial y podría hablar con Kyrene, como había prometido.
—Sí, Patr...
Shion lo acalló con un gesto tajante.
—No he terminado. El puesto de caballero de Cáncer queda vacante, por tanto, Atenea te promueve a maestro de la escuela de Sicilia. Viajarás allí para entrenar a los aprendices y le ofrecerás un candidato para tu antigua armadura.
El italiano tragó en seco. Eso sí que no se lo esperaba. Sus manos se crisparon de modo casi imperceptible sobre los asideros de las muletas. Podía soportar la expulsión de la orden, que su memoria quedase marcada para siempre, que le asignaran las misiones más denigrantes, ¿pero aquello? Ser el maestro de Sicilia implicaba transformarse en lo que más había odiado durante toda su infancia. Desde luego, si Atenea se había sentido ofendida por sus actos, se estaba despachando a gusto y con creatividad...
A su lado, Afrodita y Saga seguían oteándole con disimulo, conscientes de la dureza de la sentencia. Si había alguien capaz de renegar de la jerarquía, ese era Deathmask, pero ahora se vería obligado a formar parte de ella, so pena de agravar sus problemas y enfrentarse a una condena fatal.
Como si les leyese el pensamiento, Shion remató:
—Huelga decir que el más mínimo indicio de desobediencia por tu parte, así como cualquier intento de abandonar la escuela y tus nuevos deberes, te acarreará la reactivación de la condena a muerte. Espero que así aprendas de una vez a no anteponer tus relaciones personales a los votos de servicio a tu diosa.
Deathmask levantó el rostro hacia el patriarca. Entendía que su castigo debía ser ejemplar, pero Sicilia estaba más allá de todo lo razonable y posible. Era crueldad, pura crueldad destinada a hacerle sufrir el resto de su vida, aislado y forzado a torturar a críos igual que habían hecho con él.
—Saga de Géminis y Afrodita de Piscis, vosotros le acompañaréis para ayudarle a acondicionar la escuela y sus instalaciones. Tenéis cuatro semanas para completar la tarea y se os prohíbe utilizar vuestros poderes para ello. Si percibo siquiera un destello de cosmos, tened por cierto que seréis desterrados para siempre y privados de vuestras armaduras. Evaluaremos los resultados cuando regreséis y decidiremos si hay que tomar medidas adicionales para corregiros.
Afrodita dio un paso al frente para pedir la palabra. Aun tras su estancia en el hospital y en el calabozo, su hermoso rostro todavía exhibía una fiera determinación.
—Patriarca Shion; mi señora Atenea —comenzó, declamando con voz firme las fórmulas protocolarias para dirigirse a la deidad—; perfecta y justa es la voluntad de nuestra diosa eterna, digna de ser honrada por sus fieles servidores. Sin embargo, en honor a la verdad, he de decir que Deathmask no encabezó la exclamación. Él se negó en principio y fui yo quien insistió hasta convencerles a él y a Aldebarán. Creí honestamente que era la única forma de impedir el advenimiento de los Trí Dée Danann.
Shion lo miró desde la tarima, con las manos ocultas en las mangas. A pesar de su serena apariencia, estaba claro que su humor era pésimo y que no toleraría una sola salida de tono.
—Gracias por mencionarlo, Afrodita. Era lo siguiente en mi lista. Aldebarán de Tauro, por participar en la técnica prohibida serás relevado de tus misiones y separado de tu armadura durante ocho semanas. En ese periodo, limpiarás las cabañas y letrinas de los aprendices. Espero que entiendas que este castigo es una minucia en comparación con la gravedad de tu acto. Luchaste con valor y sin flaquear para salvaguardar a nuestra señora Atenea y por ello no sufrirás más represalias.
Afrodita se mordió el labio, arrepentido de haber hablado.
—Sí, Patriarca —murmuró el caballero de Tauro, contrito.
—Atenea en persona ha sentido lástima de vosotros y ha decidido evitaros males mayores. En su infinita misericordia, ha perdonado la vida del insurrecto y os ofrece la oportunidad de purgar vuestros errores. Agradezcamos su magnanimidad.
Un murmullo monocorde, como una letanía, surgió de labios de todos los presentes hasta que la voz de la mismísima diosa se dejó oír, armoniosa y solemne.
—Caballeros, me habéis protegido con bravura, combatiendo sin miedo a perder vuestras propias vidas una vez más. Aldebarán, Afrodita, Saga y Deathmask —enumeró, paseando la mirada por cada uno de los rostros de los guerreros, que sostenían su pose marcial—, agradezco los riesgos que habéis corrido por mí y lamento tener que imponeros un castigo, pero estoy segura de que entendéis que los integrantes de la Orden Dorada deben ser un ejemplo de rectitud, templanza y mesura para todo el Santuario.
—Sí, mi señora —respondieron los aludidos.
—Mi señora —se aventuró Saga—, ¿qué será de Shura?
El gesto de la diosa se endureció, pero su tono no varió.
—Hay planes para él, si su coraje le permite regresar al lugar que le corresponde.
—¿Y Kyrene...? —insistió el griego.
—Su futuro también se ha decidido. Se le comunicará cuando esté recuperada.
Deathmask extendió una mano hacia Atenea para dirigirse a ella, pero Shion lo atajó de nuevo sin darle la ocasión de pronunciar siquiera una palabra:
—Vosotros tres saldréis hacia Sicilia en el primer vuelo disponible. Podéis retiraros para preparar el equipaje —remató, poniendo fin a la reunión.
Vigilado esta vez por Aioria, Mu y seis soldados, Deathmask bajó hasta el cuarto templo, donde se le concedió una hora para meter en una maleta algo de ropa y sus efectos personales más importantes, con la promesa de hacerle llegar el resto después.
La tenue resonancia de la armadura de Cáncer le llamó en cuanto puso un pie en la construcción que había sido su hogar durante casi dos décadas, el mismo tiempo que había gozado de la protección de aquel conjunto de piezas doradas provistas de voluntad. Respirando hondo, se dirigió a la cámara que las albergaba y observó la agresiva silueta metálica en su estado de reposo, semejante al cangrejo que daba nombre a su constelación. Una profunda sensación de nostalgia se apoderó de su ánimo cuando sus dedos rozaron la pulida superficie de uno de los guanteletes. Ella le había abandonado cuando sus convicciones flaquearon tras años de recorrer el camino descendente de la indignidad, pero le aceptó de nuevo al redimirse. Juntos, habían luchado y vencido hasta ahora, momento en que debía dejarla por orden de Shion y de Atenea.
—Bueno, pues parece que este adiós sí es definitivo —dijo, apoyando la frente en la parte correspondiente al peto—. Se supone que debo entrenar a tu próximo portador, ¿no es una ironía?
Cerró los ojos, presa de un enorme cansancio físico y mental. La sola enumeración de todo lo que había perdido en las últimas semanas le abrumaba. No sabía cómo podría encarar la vida en Sicilia, en aquel infierno lleno de recuerdos que había luchado por sepultar... y, sin embargo, no tenía otra opción.
Porque Deathmask de Cáncer quizá fuese el menos poderoso de la Orden, el mayor desquiciado que jamás había vestido una armadura dorada o, para muchos, un simple fraude con ínfulas; pero siempre -aunque fuese a su manera- cumplía con lo que se le ordenaba.
Parece que Atenea y Shion han dado en el clavo con el castigo que más puede destrozarle la vida a Deathmask y, además, Saga y Afrodita también tendrán que expiar sus culpas y el reencuentro con Kyrene se retrasa y complica sin que conozcamos aún el paradero de Shura.
A ti, que me acompañas desde hace casi cien capítulos, gracias. ¿Se te está haciendo muy larga la historia? Porque está a punto de terminar. Tengo la sensación de que aún me quedan cosas por contar, pero todo lo bueno ha de tener un fin para ser recordado con una sonrisa. Recuerda: tus votos y comentarios me ponen de buen humor (y de mal humor soy insoportable, no te mentiré).
Permíteme que le dé las gracias especialmente a @tequilucy, que siempre es un sol conmigo y me pone de buen humor con su conversación, tanto en los temas serios como en los frívolos. Hermosura, eres un encanto de persona y te mereces lo mejor.
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