93. Girasoles y un adiós
Después de una noche en la cual el sueño le rehuyó, Deathmask saltó de la cama a primera hora de la mañana, se afeitó y se duchó, frotándose la piel con energía.
Sin embargo, cuando salió del baño no encontró el pantalón y la camisa colgados en la puerta del armario en la que solía dejarlos para que se aireasen. Molesto por aquel contratiempo que retrasaría su reencuentro con Kyrene, tomó una muleta y abrió la puerta, tapándose la entrepierna con el pijama que agarraba en la mano libre y listo para armar un escándalo en el control de enfermería, pero fue abordado por Aiko:
—Señor "D.M.", le hemos lavado su ropa. En cuanto supimos que la be... que Kyrene estaba despierta, la llevamos a la lavandería. Bueno, cuando usted se la quitó para acostarse, claro. Espero que perdone nuestra osadía, pero parecía importante para usted que ella le viese... presentable.
Le ofrecía con una ligera inclinación algo que sostenía en las palmas -sonrojada y tratando de no mirarle más abajo del ombligo- y tuvo que repetir su explicación dos veces más hasta que Deathmask comprendió.
En un primer momento, él no supo qué responder; aquel gesto por parte de las enfermeras le conmovía de un modo inusual. Apoyado en el quicio, se dobló con dificultad imitando la postura de Aiko y aceptó las dos prendas pulcramente dobladas, dejando caer sin advertirlo la pelota de ropa que le cubría y enarcando una ceja cuando la enfermera le dio la espalda con un gritito de sorpresa.
Poco después, asido a sus muletas y tan arreglado como le era posible con los medios de los que disponía, se dirigió por fin a la habitación de Kyrene, dispuesto a prender fuego a aquel lugar con todos sus inquilinos si le hacían esperar de nuevo.
—Señor "D.M.", buenos días. ¡Enhorabuena! —la voz de Rumiko le hizo girarse y tuvo que reprimir sus deseos de gritar que, por la diosa, le dejasen tranquilo— La doctora le dará el alta hoy. ¿No es una noticia excelente? Sus amigos han venido para hacerse cargo de sus pertenencias y acompañarle.
Abrió la boca para responder, pero sus palabras se evaporaron cuando vio frente a él a Aioria y Camus, con semblantes tan serios como si acudiesen a un entierro. Llevaban ropa corriente, pero su lenguaje corporal era, sin duda, el de unos soldados de Atenea en plena misión: marcial y firme.
—¿Qué coño...? Se supone que aún tengo rehabilitación para quince días, como mínimo... —dijo en griego, estupefacto.
—Lo siento, Death, el patriarca no quiere esperar más. Coge tus cosas y vámonos —respondió Aioria.
—No puedo. Kyrene está despierta y he de ir a verla.
—La fecha de tu juicio ya se ha decidido. Se nos ha ordenado que te llevemos de vuelta para que te sea comunicada formalmente —explicó Camus.
—¿Y tiene que ser justo ahora?
Aioria asintió. Su rostro dejaba traslucir cierta tristeza que no se le pasó por alto al observador caballero de Cáncer.
—Aioria, Kyrene es tan importante para mí como Marin lo es para ti. Por favor, dadme aunque sea cinco minutos —imploró, jugando aquella baza a la desesperada.
Los recién llegados se miraron entre sí y, por fin, Camus trazó un breve gesto afirmativo.
—De acuerdo, pero no hagas una de tus tonterías. Tenemos permiso para reducirte empleando la fuerza y no estás en condiciones de resistirte.
Deathmask evitó replicar, renqueó sobre sus muletas y se adentró en la habitación. Aiko asió el pomo de la puerta para cerrar, pero Camus negó con la cabeza y ella volvió a su lugar tras el mostrador del control con aire resignado.
—¿Crees que es buena idea? —preguntó Aioria en un murmullo, apostado junto al dintel.
—Una despedida es algo que solo les hace daño a ellos dos —respondió el francés, frotándose el ojo izquierdo.
—¿Estás bien?
Camus desvió la cara, incómodo.
—Si estás preocupado por Milo, se va a recuperar, has podido estar con él...
—No es eso.
—¿Entonces...?
—Oí a Shion cuando hablaba con Dohko. No va a volver a verla, Aioria.
Como cada mañana, entró en la soleada estancia, pero esta vez era diferente: no le leería durante horas, ni le contaría anécdotas graciosas; ahora que por fin podían mirarse a los ojos, tenía que despedirse y ella le vería marchar.
Estaba despierta, como le habían dicho. Ojerosa y pálida, le habían retirado la intubación y respiraba por sí misma. Parecía desorientada, pero le pareció advertir una leve sonrisa en su rostro cuando se fijó en él. O eso quiso creer.
Los libros que él ordenaba con precisión milimétrica cada mañana seguían aguardándole, formando una torre perfecta en la mesita de noche. Por toda la habitación, docenas de girasoles habían colonizado las superficies disponibles, incluidas la mesa auxiliar y el alféizar de la ventana, metidos en vasos de diversos tamaños y formas. Desde el más antiguo, marchito y reseco, hasta los que acababan de llegar esa misma mañana, cada uno de ellos era un "estoy bien, pienso en ti" dirigido a ella, para que le recordase nada más abrir los párpados.
Con un esfuerzo que hizo crujir las todavía precarias articulaciones de sus piernas, se arrodilló junto a la cama y dejó las muletas apoyadas en la pared. Que estuviera consciente le hacía más feliz que ganar un Euromillones, una isla privada y la vida eterna, aunque no sabía muy bien cómo dirigirse a ella teniendo en cuenta que ya no eran pareja.
—Eh, gatita, buenos días. Se te ha alargado la siesta, ¿eh? —comenzó, apartándole el flequillo de la frente y optando por el apelativo con el que siempre la había llamado. Era lo más sencillo, no perdería el escaso tiempo que tenían entrando en debates acerca de qué había entre ellos.
Kyrene parpadeó y movió la mano casi imperceptiblemente, con un dedo apuntando a la garganta.
—Lo sé, no puedes hablar. Has estado intubada y eso te deja hecha mierda por dentro. Seguro que serás la voz más masculina de Rodorio durante algunas semanas —bromeó, carraspeando para cambiar de registro—. Oye, me van a dar el alta. Tengo que volver para... ya sabes, para preparar todo el papeleo, el informe de la misión y esas tonterías burocráticas que le gustan a Shion. Tú estarás fuera también en unos días, así que nos veremos pronto, ¿vale? Milo sigue aquí y vendrá a darte palique hasta entonces.
Odiaba mentirle, pero ¿qué otra cosa podía decirle? "Oye, me he pasado por los huevos tantas reglas que, según la ley del Santuario, Shion puede condenarme a muerte y abandonar al sol mi cadáver hasta que los buitres se coman mis intestinos" no parecía el discurso más adecuado para una mujer que acababa de despertar de un coma gracias al poder de la diosa a la que había intentado masacrar... Y tampoco podía contarle que Shura se había marchado haciendo la cabra montesa por la ventana; sospechaba que seguía colada por él y entristecerla era lo último que quería.
Estrechó entre sus manos la derecha de Kyrene, que entreabrió los labios como si desease responder.
—No te esfuerces. Si te haces daño por mi culpa, Rumiko me dará tal azotaina que me devolverá a la silla de ruedas. Escúchame: te estaré esperando y entonces podremos hablar de todo. Yo... me quedé con ganas de decirte algo tras el viaje, no vi el momento... Pero ahora no es importante. Tú céntrate en mejorar para regresar a Rodorio.
Ella volvió a sonreír. Un sonido gutural escapó de sus labios.
—D-Death... —logró articular, con dificultad. Su voz era irreconocible.
—Lo sé, gatita, te intriga mi nueva nariz, ¿verdad? Pero tendrás que recuperarte para verla en acción. Es lo último del mercado, me han puesto hasta un detector de drogas.
Fuera, se oyó un "ejem" que recordó a Deathmask que el plazo estaba a punto de expirar. El italiano se llevó la diestra al bolsillo momentáneamente y después sus dedos se movieron sobre los de ella, en una caricia rápida.
—Tengo que irme. No tardes en volver. La taberna no será lo mismo sin ti, conseguiré que Eugenia y Nikos me sirvan gratis, así que date prisa o te dejaré sin existencias.
Kyrene sintió la dulce presión aflojarse poco a poco. Extendió el brazo en un intento fútil de retenerle, pero Deathmask ya se había incorporado y se alejaba sobre sus muletas sin mirar atrás, dispuesto a enfrentarse a su destino.
Deathmask va a recibir un castigo por sus meteduras de pata y Kyrene se queda en Japón a la espera de que la consideren lo suficientemente recuperada. Entretanto, ¿dónde está Shura? ¿Volverá para hablar con ella ahora que Deathmask sale de la ecuación? ¿Qué ha pensado Atenea para restablecer el orden en sus filas?
Mañana, "Un hombre frente al destino". Ya queda poquito para terminar.
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