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92. La misma rutina

Estaba cansada, pero feliz. Aunque las prácticas eran tan agotadoras como le habían contado los estudiantes veteranos, a ella no se le ocurría quejarse. Al fin y al cabo, estudiar enfermería era su sueño y se había preparado a conciencia con la ayuda de su madre, Martha, que le había inculcado con su ejemplo el amor por la profesión. No era la estudiante más brillante ni la más dotada, pero se esforzaba y mejoraba cada día.

Salía de la escuela cargada con la mochila llena de manuales en un hombro y la bolsa del uniforme en el otro. El conjunto resultante era bastante pesado, y eso que los zuecos se quedaban en las instalaciones tras ser esterilizados. Flanqueada por un grupo de compañeros que charlaba alegremente acerca de los planes para el fin de semana, sonrió al descubrir al joven que la esperaba, apoyado en un viejo utilitario rojo que pasaba más tiempo en el taller que circulando.

—¡Hola, guapa! ¿Qué tal los ejercicios de hoy?

Ella se puso de puntillas para besarle. Los casi dos metros de estatura de Stavros, flaco, desgarbado y pálido como un poeta decimonónico, hacían que a veces desease ser más alta.

—Hola, guapo. ¡Muy bien! Aunque me tocaba ser responsable de grupo, así que adivina quién ha tenido que limpiar y pasar todos los materiales por el autoclave ...

—Si quieres te llevo a casa y dejamos para otro día el concierto... —sugirió él con media sonrisa, haciéndose cargo del bulto más pesado.

—¿Estás de broma? ¡Es Kurt Cobain! ¡Nirvana! ¡No me lo perdería ni loca! Solo deja que llame a mi madre, seguro que no se acuerda de que era hoy y no quiero que se preocupe.

Él metió las bolsas en el maletero del coche y le ofreció un bocadillo y un refresco de los que ella dio buena cuenta mientras recorrían los kilómetros que les separaban de la sala de conciertos. Miraba las luces a través de la ventanilla, contenta de poder compartir con él el poco tiempo libre que le dejaban los estudios.

Le amaba, y, sin embargo, sabía que faltaba algo.

No era ese el rostro que recordaba, el que le hacía estremecerse de amor y deseo. Parecía que alguien hubiese mezclado las cartas de su vida y las hubiese arrojado sobre el tapete para crear otra, similar pero distinta. Como si le hubiese leído la mente, la mano de Stavros -enfermedad degenerativa, acabará postrado sin poder comunicarse, no me importa, le quiero, seremos felices juntos- se apoyó en su rodilla, acariciándola con suavidad.

—¿En qué piensas, Kyr?

—¿Te he dicho alguna vez que eres el novio perfecto?

—Muchas, pero puedes repetirlo un poco más si quieres.

—Oye, Stavros...

—¿Sí?

—Kurt Cobain está muerto.

—¿Y...? —preguntó él, sin despegar la vista de la carretera.

—Nada de esto tiene sentido...

—Kyr... ¿no lo recuerdas?

—¿Recordar qué? —inquirió ella, con un deje de angustia.

—Ya lo sabes, guapa: todos estamos muertos.

La joven sintió que los ojos se le llenaban de lágrimas. Toda la alegría que la invadía unos minutos antes había sido drenada bruscamente. En ese momento, la voz extraña -¿de dónde venía, a quién pertenecía?- se dejó oír una vez más, insistente, casi desesperada:

—Vuelve, Kyrene. No es tu hora. Tu sitio está aquí, a este lado.

Hace un día muy bueno, gatita. Deberías ir espabilando, porque a este paso te vas a perder la floración de los cerezos.

Deathmask echó una ojeada a la joven dormida y le besó la frente. Aunque estaba fuera de peligro, continuaba necesitando asistencia para respirar. La herida de la cabeza estaba limpia y se secaba poco a poco; la del hombro requeriría rehabilitación, pero ya no revestía demasiada dificultad.

Él había abandonado la silla de ruedas en favor de las muletas para desplazarse por el hospital y durante sus paseos por el jardín. Los libros formaban una pirámide en la mesita de noche, meticulosamente ordenados de mayor a menor y con los lomos orientados en el mismo sentido, rodeados por los girasoles que llegaban cada mañana.

No te lo pienses tanto. ¿Qué hay en tu cabeza que no puedas disfrutar aquí, gatita? dejó caer, más para sí mismo que para ella, mientras acomodaba las muletas en el reposabrazos de su butaca y tomaba el volumen que coronaba el montónA ver qué tenemos para hoy... ¿Pasaporte a Magonia? Madre mía, nena, sabes que esto es una perfecta "magufada", ¿verdad? Ovnis y hadas conspirando juntos... Nada de lo que dice es verdadero, lógico o siquiera posible, pero te quiero tanto que haré un esfuerzo. Y tampoco te creas lo que dije de los cerezos: aún estamos en noviembre. Pero a veces pienso que, si no te meto prisa, harás la osa hasta el año que viene...

Carraspeó y comenzó a leer, fiel a la misma rutina de todas las mañanas. Pasaba las hojas con la mano izquierda y acariciaba los dedos de la chica con la derecha. El libro, con más de medio siglo a sus espaldas, debía de haber sido adquirido por Kyrene en algún mercadillo de segunda mano, porque las cubiertas estaban melladas y curvadas y sus hojas amarillentas desprendían el olor característico de las obras con mucho uso. El caballero desgranó los primeros capítulos durante veinte minutos y terminó por chasquear la lengua, exasperado y gesticulando con aire dramático.

Bueno, pues hasta aquí hemos llegado. No puedo, gatita. De verdad te digo que no puedo. Entre los comentarios al margen que escribió el primer chalado que leyó esto y tu subrayado con tres tonos diferentes de fluorescentes, no hay quien se entere de nada. Y las notas adhesivas que brillan en la oscuridad son el remate. Van muy a tono con el tema del libro. ¿Te parece bien que cambiemos?

Se inclinó sobre la cama y acercó el oído a los labios de la chica, sonriendo y asintiendo.

—¿Cómo? ¿Que te mueres de ganas de que te lea el Silmarillion? Bueno, si insistes, preciosa... Ya sabes que nunca he podido negarte nada.

Extendió el brazo para dejar el primer libro, agarró el otro y reemprendió la lectura. Su mano continuaba rozando con dulzura la de ella.

¿Tolkien otra vez, Death? ¿Has decidido aburrirla para forzarla a despertar y que te reviente a escobazos?

El aludido miró hacia la puerta, en cuyo vano estaba recostado Afrodita. Llevaba el pelo trenzado -obra de una de las enfermeras, que le había tomado especial cariño y le trataba como a un hermano pequeño-, una sudadera de Shin-Chan haciendo su típica danza y el brazo en cabestrillo, cubierto por un furoshiki decorado con flores blancas.

Hola, Dita. Tienes buena pinta.

Acaban de darme el alta. Van a escoltarme de vuelta al santuario y me enviarán al calabozo a la espera de que el patriarca decida mi castigo por ayudarte dijo Afrodita, sin demostrar emoción.

¿Y Milo?

Se queda. Todavía necesita algo de tiempo con el fisioterapeuta, por lo visto.

Deathmask dirigió su atención al monitor que registraba las constantes vitales de Kyrene, sin contestar.

La señora Kido ha dicho que vendrá a visitarla pronto. Sabes lo que eso significa.

Sí.

¿Y no te alegra?

Claro que sí.

Podrías cambiarte de ropa. Llevas usando la misma desde que ingresamos.

Ni de broma. Quiero estar presentable cuando despierte. Este vaquero y esta camisa son sus favoritos.

Al menos, envíalos a la lavand...

¡No puede haberse evaporado sin más! ¡Tiene que estar en algún sitio!

Afrodita se giró hacia la fuente de la exclamación que le había interrumpido. Frente a él, un revuelo de enfermeras y vigilantes uniformados corría por el pasillo, abriendo cada puerta que encontraba a su paso.

¡Tenemos órdenes expresas de la dirección! ¡Inspeccionad todas las habitaciones!

Un hombre irrumpió en la estancia. Había desenfundado su arma y la esgrimía, sosteniéndola con ambas manos en una pose que recordaba a alguna película hollywoodiense. Deathmask arqueó una ceja y lo miró de arriba abajo sin inmutarse.

Sal de aquí o juro que te rompo el cuello ordenó, con frialdad.

¡Cállate! ¡Estoy buscando a un huido! exclamó el otro, ignorándole y abriendo de par en par el armario, prácticamente vacío.

El caballero se levantó, usando una de las muletas como apoyo y apuntándole con la otra. Su cara parecía capaz de reflejar toda la cólera del universo.

Y yo te estoy diciendo que no molestes a esta paciente o necesitarás una caja para guardar el puzle en el que voy a transformar tu cara.

Hágale caso, por favor. Aquí solo estamos nosotros tres dijo Afrodita, más diplomático.

El vigilante los miró con desdén, echó una última ojeada bajo la cama y salió con un portazo. Afrodita le siguió y asomó la cabeza: Rumiko estaba tras el mostrador, tecleando en su tableta con frenesí.

Rumiko-san, ¿qué está pasando?

La jefa de enfermeras se acercó, entró y cerró la puerta tras de sí para hablarles en voz baja:

Uno de sus compañeros se ha marchado sin permiso. Cuando Masami ha entrado para cambiarle el vendaje del torso, se ha encontrado la habitación vacía y la ventana abierta. Hemos avisado a seguridad para que nos ayuden a encontrarle, pero de momento no ha habido suerte. Me preocupa que pueda hacerse daño. ¿Qué clase de loco salta desde un tercer piso estando todavía convaleciente de unas heridas tan graves?

Shura, pensó Deathmask, y la elocuente mirada de Afrodita le confirmó que opinaba lo mismo que él.

Como sus compañeros sospechaban, Shura no fue localizado. Afrodita regresó al santuario aquel mismo día, vigilado de cerca por Shaka y Dohko para evitar más incidentes. En el hospital quedaron el melenudo simpático, el conflictivo y la griega durmiente.

Transcurrieron dos días de calma. Deathmask continuaba con su recién establecida tradición: afeitarse, desayunar, ducharse, vestirse con la ropa preferida por Kyrene y coger las muletas para pasar la mañana leyéndole y poniéndola al día de los últimos acontecimientos narrados en los informativos.

La tercera tarde se dispuso, como siempre, a acompañarla, feliz de poder llevarle novedades: un celador le había traído un par de ejemplares de la biblioteca del hospital y estaba deseando introducirla en la ciencia ficción de Arthur J. Clarke, pero la puerta estaba cerrada y custodiada por dos guardaespaldas vestidos de riguroso negro. Aiko, una enfermera de cabello liso peinado en un moño bajo y, a la sazón, la única que lograba poner en su sitio al díscolo italiano, se le acercó con cautela y le habló en un susurro no exento de afecto:

Espere un poco, por favor. La señora Kido está con ella. Ha despertado.

Ha despertado.

Ha despertado.

Aquellas palabras resonaron en su mente como un eco ensordecedor. Kyrene estaba consciente. Iba a poder saludarla, mirarla a los ojos y pedirle perdón por no haber sabido evitar la catástrofe.

Aiko continuaba hablando, pero él ya no prestaba atención. Decía algo de cuidados intermedios, intubaciones y dormir mientras le guiaba de vuelta al dormitorio, palmeándole la espalda.

Ha despertado.

Se dejó conducir a su habitación y examinó compulsivamente su rasurado, feliz por una vez de que su barba fuese una masa irregular con sede en el mentón y escasas ansias de trepar por las mejillas, lo cual facilitaba el arreglo diario. Comprobó que el apósito que todavía le cubría el tabique nasal recién reconstruido estuviese limpio y se atusó el pelo, nervioso como un crío haciendo fila para conocer a su ídolo deportivo. Había recuperado algo de peso durante los días de descanso en el hospital; su rostro aún no lucía como antes de la batalla, pero al menos ya no parecía un espectro desahuciado, se dijo. Tendría que servir.

Estaba despierta, joder.

Espiando cada pocos segundos tras la puerta de su habitación, se precipitó afuera en cuanto vio que la señora Kido salía de la de Kyrene charlando en voz baja con la doctora responsable. Como era habitual, estaba acompañada por su asistente personal y escoltada por los guardaespaldas.

—Aten... señora Kido —comenzó él, en un intento de llamar su atención—. Quería agradecerle lo que ha hecho por Kyrene, ha sido muy generoso por su parte...

La joven le miró sin expresión. Tatsumi abrió la boca para hablar, agresivo como un perro de presa, pero ella lo silenció con un ademán.

—No tienes nada que agradecerme y yo no tengo nada que decirte. Nos veremos en el santuario. Ahora, déjala descansar —respondió en perfecto griego, sin darle opción a contestar.

Deathmask la observó mientras se alejaba, digna y orgullosa como correspondía a su doble papel de diosa protectora y rica heredera. No quería pensar ahora en lo que ocurriría en el Santuario: lo único que le importaba era Kyrene, pero la doctora leyó sus intenciones en su rostro y le impidió la entrada, apoyándole la mano en el hombro.

—Por favor, señor, ahora no. Está confusa y debe reponerse. Mañana podrá verla.

Kyrene ha despertado y Shura ha huido del hospital. ¿Acaso traman algo para estar juntos? ¿Qué hará ella cuando vea de nuevo a Deathmask, después de lo mal que terminó su relación? ¿Guarda Atenea mucho rencor a Deathmask por su actitud durante la batalla contra Morrigan? Te lo cuento mañana en "Girasoles y un adiós":

"Kyrene sintió la dulce presión aflojarse poco a poco. Extendió el brazo en un intento fútil de retenerle, pero Deathmask ya se había incorporado y se alejaba sobre sus muletas sin mirar atrás, dispuesto a enfrentarse a su destino."

Vota, comenta, gózalo con esta historia. Cada vez que le pones una estrellita yo rejuvenezco seis meses, así que dale amor porque no quiero hacerme la cirugía estética :D

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