87. Contra los Trí Dée Dannan
Con las espaldas juntas, los tres guerreros de Atenea presentaban un único frente, oteando cada uno en una dirección distinta para no dejar ningún flanco sin vigilancia y conscientes de que deberían dar lo mejor de sí para detener el avance de los Trí Dée Dannan antes de que fuese demasiado tarde.
A pesar de su físico monumental y de la innegable agresividad del diseño de su armadura, el caballero de oro de Tauro se consideraba un pacifista convencido que no golpeaba jamás en primer lugar. Consciente de su evidente superioridad, su estrategia contra los enemigos consistía invariablemente en permitirles ejecutar sus ataques sin moverse del sitio ni devolverlos, quieto como una efigie hasta que caían derrengados, momento en el cual los vencía con un solo toque.
Mínimo derroche de recursos, máximo aprovechamiento del cosmos. Ese era su modus operandi, exitoso en la gran mayoría de las ocasiones, y no le fallaría ahora.
O eso pensaba.
Ante él, un hombre ataviado con una piel de león que dejaba su torso al descubierto blandía una gran maza de madera y una espada del tamaño de un ser humano adulto. Su rostro exhibía los rasgos propios de alguien de edad avanzada, pero su musculatura cincelada desmentía esa impresión. Aldebarán cruzó los brazos sobre el torso con su acostumbrada contundencia y frunció el ceño en actitud rotunda y serena: nada indicaba que aquel guerrero pétreo revestido de oro fuese el mismo joven afable y risueño que tarareaba canciones populares mientras preparaba feijoada para sus compañeros los domingos.
—Has de saber que es mi primer combate en siglos, soldado —afirmó el recién llegado, Ogma, haciendo girar la maza por encima de su cabeza tan rápido que semejaba el nacimiento de un huracán.
—No por ello pienso darte ventaja —replicó Aldebarán, firme en su posición.
—Ten cuidado, Alde —murmuró Afrodita junto a él, sin perder de vista a sus adversarios—: han pasado mucho tiempo atrapados en el inframundo, así que estarán plenamente recuperados y deseando luchar.
—Tu amigo dice bien —concordó Ogma al tiempo que preparaba su primer envite.
—Y recuerda: sus armas están imbuidas de sus propios cosmos divinos... eso los hace todavía más difíciles de vencer —continuó el sueco.
Fueron las últimas palabras que Aldebarán pudo escuchar antes de que la gigantesca maza se estrellase contra su pecho, desplazándole varios metros hacia atrás y rompiendo la barrera defensiva que ofrecían los servidores de Atenea. Como si fuese una señal convenida, los otros dos dioses se lanzaron sobre Afrodita y Deathmask, dando inicio a una contienda que se preveía larga y sangrienta.
—¡Vamos, atácame! —bramó Ogma.
—¿Y darte el gusto de desgastarme en una batalla estéril? No es mi estilo, lo siento. Prefiero reservar mis fuerzas por si mi diosa me necesita.
El caballero de Tauro retomó su postura, decidido a salvaguardar a sus amigos de los avances de Ogma para permitirles concentrarse en sus propios problemas: Lugh y Dagda. Un segundo impacto de la maza le hizo jadear, pero permaneció inmóvil hasta que se vio obligado a retroceder un par de pasos para eludir la espada del dios, en cuya enorme hoja vio reflejado su propio rostro.
—¿Tu diosa? ¡No veo a ninguna salvo Morrigan! ¡Demuestra tu poder, vasallo fantasioso!
—¡Te repito que te extinguirás sin conocer el verdadero alcance de mi capacidad! —repuso el brasileño, aguzando el oído: tenía la impresión clara e innegable de que alguien cuchicheaba palabras en una lengua extraña que, sin embargo, comprendía como si fuese uno de los varios idiomas que dominaba —¿Qué es ese murmullo, Ogma? ¿Acaso tu espada está rezando a alguien más poderoso que tú? —inquirió, retador.
—Orna es el nombre de mi arma y eso que oyes es el relato de todas las hazañas que ha logrado a lo largo de su historia... aunque tu corazón esté cerrado al culto antiguo, esta noche puedes entender su mensaje —Aldebarán hizo un mohín de indiferencia que su interlocutor respondió con una nueva arremetida—¡Y bañaré a Orna en tu sangre, adorador de impostoras!
—¡No te dejes provocar, Aldebarán! —gritó Afrodita, que se medía contra Lugh, el portador de la lanza llameante.
—¡Preocúpate de lo tuyo y mañana celebraremos la victoria en mi templo...!
El sueco chasqueó la lengua con fastidio. Conocía la mitología del norte, desde los tiempos antiguos hasta la llegada del cristianismo, y sabía que sus dioses eran tan implacables como belicosos. No mostrarían piedad y era muy probable que gozasen desmembrándolos como a muñecos.
El siseo de la lanza de Lugh le sacó de sus cavilaciones forzándole a saltar ágilmente mientras invocaba sus rosas. El metal cubierto de llamaradas carmesí incendiaba la hierba a su paso.
—¿Tratas de detenerme con una flor? ¡Eres tan ridículo como débil, hombrecillo! —gritó Lugh, trazando con el brazo un arco mortal que dejó un rastro de desolación en el paisaje.
—¡No son meras flores! ¡Contienen mi cosmos, estúpido!
La réplica de Afrodita llegó desde la rama en la que se había encaramado para evitar el golpe; enseguida se dejó caer sobre la lanza, pateándola con su escarpe para proyectar a bocajarro una andanada de rosas negras contra el rostro y el pecho del enemigo.
—¡Mis rosas tienen espinas tan afiladas como la mejor daga... y son voraces como pirañas!
Lugh se sacudió para intentar librarse del asedio mientras el caballero de Piscis iniciaba el combate cuerpo a cuerpo con un brutal puntapié a la altura de los riñones.
—No puedes ganar... pero me divierte tu tenacidad, pobre humano —masculló el dios, usando su arma para quemar las flores—. ¡Voy a demostrarte que mi panteón es el más poderoso de la historia!
—¿Poderoso...? ¡Un puñado de iletrados del sur os sometieron, Lugh! ¿Vas a decirme que no recuerdas esa humillación...? —replicó Afrodita sin dejar de propinarle golpes que el otro bloqueaba con la lanza o con los antebrazos.
—Nuestro ejército estaba incompleto... ¡faltaba Morrigan para ayudarnos con sus profecías y su brazo valeroso, pero aun así combatimos con dignidad!
Las llamas que cubrían la lanza pasaron peligrosamente cerca del rostro de Afrodita, que pudo percibir el sofocante calor y el olor a quemado de un mechón de su propia melena.
—¡Hoy tendrás el mismo éxito que entonces, Lugh: ninguno! —bramó, con tal rabia que a él mismo le costó reconocerse.
Su mente funcionaba a toda velocidad tratando de recordar lo aprendido a lo largo de sus años de estudio: el dios debía de tener algún punto débil, solo necesitaba hacer memoria... Lugh había sido rechazado por los Tuathá cuando se presentó ante ellos por primera vez debido a que su abuelo materno pertenecía a los odiados fomorianos, pero había logrado ganarse la confianza de Dagda y los otros demostrando su lealtad y era, de hecho, el padre del aclamado héroe Cúchulainn, al que -se decía- la mismísima Morrigan había amado y protegido.
—Tu sangre será mi alfombra, miserable humano —amenazó el irlandés mientras las llamas se avivaban como si un viento imperceptible las acariciase.
Afrodita continuaba combinando sus rosas piraña con los ataques físicos, pero se resistía a emplear las diabólicas dada la cercanía de sus compañeros. La única opción que le quedaba era utilizar la rosa sangrienta contra su oponente, pero Lugh no le daba tregua: sus embates eran tan rápidos y certeros que el sueco pasaba más tiempo defendiéndose que arremetiendo o buscando aquella flaqueza que se le escapaba...
Cayó al suelo, acorralado. Lugh estaba erguido delante de él con aire triunfal. La legendaria Assal, la lanza invencible, apuntaba a su pecho, tocaba el metal del peto, elevaba la temperatura a su alrededor con su extremo ardiente...
Entonces, Afrodita de Piscis vio la única solución posible: sonriendo con orgullo, se giró cuanto pudo, asió con ambas manos el mástil y lo hundió en su propio costado. Las palmas se le abrasaron a pesar de la protección de los guanteletes y el puntiagudo metal traspasó la armadura con dificultad, hiriéndole hasta sacarle un alarido de dolor, pero consiguió su objetivo: el fuego de la Lanza de Assal se había extinguido por completo.
—Lo... lo sabía... tu lanza deja de arder cuando se moja en sangre humana... ahora la lucha estará más igualada...
Lugh parecía sorprendido por aquel giro, pero no perdió la ocasión de remover el arma en las entrañas del caballero antes de retirarla y dar un paso atrás.
—¿Has usado tu propio cuerpo para apagar a Assal...? ¡Sin duda eres temerario... y bravo! —murmuró, admirado.
Afrodita se incorporó con cierta dificultad, sonriendo; estaba orgulloso de aquel logro, a pesar de que las manos y el tronco le pedían que aullase de agonía.
—Vamos... sigamos luchando, Lugh. Te garantizo que esta noche llorarás suplicando piedad.
No muy lejos de él, Aldebarán se había visto forzado a abandonar su estilo defensivo para esforzarse al máximo en su escaramuza, repartiendo puñetazos demoledores y puntapiés tan contundentes que habrían podido dividir en dos la isla, pero Ogma no mostraba signos de cansancio ni le permitía bajar la guardia en ningún momento.
Deathmask, que trataba de contener a Dagda, comprendió enseguida que tenían las de perder, aunque tanto él como sus compañeros luchaban furiosamente: habían desatado la cólera de tres dioses contra ellos y Morrigan seguía intacta para enfrentarse a Atenea, amparada por Shura. Las perspectivas no eran muy esperanzadoras, desde luego.
Pese a todo, él continuaba decidido a ser lo más molesto posible.
Dagda significaba "dios bueno", pero el oponente de Deathmask no parecía dispuesto a hacer honor a su nombre cuando se plantó ante él de un salto tras el primer golpe de Ogma. La desmesurada porra que portaba impactó entre ambos y el suelo retumbó como un breve terremoto mientras Afrodita trataba de hacerse oír por encima de la refriega:
—¡Death! ¡La leyenda dice que esa porra tiene fuerza suficiente como para romper nueve cráneos a la vez! —explicó, agachándose para evitar ser ensartado por la lanza de Lugh.
—¿Y a mí qué más me da eso? ¡Yo solo tengo uno!
—¡Imbécil! ¡Su mango puede resucitar a los muertos...!
—¿Te parece un momento para chistes, Afrodita?
El sueco puso los ojos en blanco durante un segundo y retomó sus intentos de quebrar la lanza de Lugh, enfrascado en una rutina de saltos y patadas tan agotadora como increíble para cualquier ser humano normal.
Deathmask alzó una ceja previendo que el combate sería todo un desafío y se preparó para minar la moral de su oponente con su habitual inquina:
—¡Oye, Dagda! ¿Qué se siente cuando te abandonan por un humano?
El dios irlandés no respondió, concentrado en borrarle la mueca sardónica a golpes que él esquivaba con bastante habilidad a pesar del agotamiento.
—¡Eh, vamos! ¿Tú no tenías un lío con Morrigan? —preguntó, socarrón— ¡Porque lleva semanas pinchándose a ese de ahí...! ¡El del yelmo con cuernos, como los tuyos...!
Shura no pareció alterarse ante la alusión; tan solo una minúscula sonrisa asomó a su rostro, como siempre que mencionaban su relación íntima con la señora de la guerra.
—¿Ese mortal...? No es algo que deba preocuparme... Morrigan es dueña de su destino —respondió Dagda con una voz tan profunda que el italiano sintió sus tímpanos vibrar.
Con un giro de muñeca, orientó la porra directa a la cabeza de Deathmask, que la detuvo asiéndola con las dos manos. Sin embargo, el golpe llevaba tal inercia que el canceriano pronto se encontró con la rodilla hincada en tierra y sin poder incorporarse.
—¡Vaya, tío, qué liberal! —se mofó para ganar tiempo— A mí me pasa igual con mi novia, ¿sabes? No me molesta que haga su vida, en eso nos parecemos tú y yo... ¡El problema es que tu chica le ha robado el cuerpo a la mía, y creo que también un trozo de alma!
—¿Estás intentando hacerte su amigo, so memo? —se alteró Afrodita, acribillando a Lugh con una nueva tanda de rosas que parecían no infligirle apenas daño.
—¿Yo? ¡No! Solo quiero explicarle que no tiene por qué avergonzarse de que su mujercita se haya buscado un amante mientras él estaba de vacaciones en el inframundo...
—¡No hables tanto y muere! —bramó el dios.
La fuerza con la que empujaba la porra se incrementó. Deathmask sintió que se hundía en el suelo poco a poco, igual que si fuese un clavo y el arma un martillo. Debía hacer algo o pronto escucharía sus huesos reventando como palomitas de maíz. Con los dientes apretados y los brazos tensos, calculó cuánto podría ceder para que Dagda se confiase y esperó con paciencia hasta que le vio sonreír: estaba seguro de su victoria, presionaba más y más, ansioso por acabar con él... pero eso no sucedería aún.
Con un hábil giro, logró zafarse de su posición y escabullirse para evitar el aplastamiento; por un momento, se congratuló de su habilidad, pero enseguida advirtió que su pie izquierdo permanecía atrapado en la tierra. Tiró brutalmente, sin éxito, y se mordió la lengua cuando sintió la articulación quebrarse bajo el peso de la herramienta, pese a la protección del escarpe dorado. No le daría el placer de oírle gritar, se dijo, alegrándose de que las nuevas fracturas le permitieran al menos sacar la extremidad.
Dagda se giró, satisfecho con la evolución de la contienda.
—¿Ves, pedazo de escoria sureña? ¡Tu pie no sirve para nada ahora...!
—Bueno, no me preocupa demasiado: como le dije a Afrodita, cabeza solo tengo una y, aunque no lo parezca, la uso bastante... ¿vas a rendirte ahora, soltero involuntario?
—¡Nunca! ¡Fundiré tu armadura para hacerme un trono!
—¿Quieres dejarte de cháchara, Death? ¡Te recuerdo que hemos venido a salvar a Atenea y no nos sobra el tiempo! —vociferó Aldebarán, parando con el hombro un golpe de la espada de Ogma.
Deathmask asintió, mirando de reojo a su compañero: su sólida armadura presentaba marcas en toda su extensión y sus brazos y piernas habían recibido varios cortes, pese a lo cual no desfallecía. Tenía razón en que el tiempo corría en su contra, pero sus prioridades no coincidían: desde su punto de vista, Atenea era mayor para defenderse solita y algo habría hecho para cabrear a Morrigan; él quería ayudar a Kyrene... si es que aún era posible.
Deathmask no se rinde en su intento de recuperar a Kyrene con vida, pero las cosas no pintan bien para los caballeros de Atenea. ¿Lograrán Milo y Saga vencer a las criaturas del inframundo? ¿Cómo conseguirán los otros tres oponerse a los aliados de Morrigan? ¿Qué hará Atenea para ayudarles?
Sabremos todo esto mañana en "Choque de diosas". Y yo aprovecho para darte, como siempre, las gracias por leer, votar, comentar y difundir la existencia de mis historias.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro