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80. La reina de la gente espíritu

El dibujo es de la gran AikaLovesDeath, si aún no la sigues en Instagram no sabes lo que te estás perdiendo, porque te van a encantar sus fanarts, su estilazo y sus tíos súper cachas.

Un frondoso espino blanco cobijaba a la pareja, que dormía abrazada sin prestar atención a la lluvia que caía mansamente hasta que el rítmico chapoteo sobre las hojas obligó al joven a despertar. Oteando de soslayo el cielo encapotado, estrechó contra él a su amante, quien, entregada todavía al sueño, agradeció el intento de darle calor acurrucándose en su pecho con un suspiro.

Shura respiró hondo, aspiró la suave fragancia que desprendían las menudas flores blancas que cubrían el árbol y volvió a cerrar los ojos como si no quisiera volver al mundo real. Se sentía pleno y en paz consigo mismo: una verdad irrefutable le había sido revelada y él no había conocido un vínculo tan profundo en su vida; ni siquiera su devoción hacia Atenea, desesperada y estéril, había conseguido calmar el ansia de su corazón como lo hacía Morrigan con solo mirarle.

Se incorporó con cuidado de no molestarla, caminó unos cuantos pasos y se desperezó, dejando que las gotas rodasen por su cuerpo desnudo mientras los acontecimientos de la noche anterior se ordenaban poco a poco en su cabeza: la curación de sus heridas, las palabras de la diosa directas a su alma, el momento en que la había abrazado traicionando su antiguo credo y renunciando a todo lo que parecía dar sentido a su existencia hasta la fecha... aliarse con Morrigan era la decisión correcta, estaba seguro. La acompañaría sin dudar cualquiera que fuese su empeño. Harían justicia juntos.

Hizo crujir las articulaciones para estirarse con un gruñido de satisfacción, contemplando las marcas de mordiscos y arañazos que cubrían sus brazos y su torso: eran las pruebas del apasionado modo en que se habían explorado durante toda la noche hasta caer rendidos, con las manos unidas y las bocas aún sedientas de besos. Ni siquiera se esforzó en disimular la mueca de alegría que iluminaba su rostro, inmerso en aquella euforia desconocida para él y listo para volver con la mujer que descansaba bajo el espino.

—Mi señora... —musitó, sentándose con la espalda contra el tronco y rozándole la mejilla con dulzura.

—Mi guerrero...

Recostando la cabeza en el muslo del español, ella tomó aire y sonrió. Sus yemas se deslizaban por el musculoso torso en una danza distraída.

—Deberíamos marcharnos —aventuró él, sin demasiadas ganas.

—Lo haremos enseguida —dijo ella, abriendo por fin los ojos para mirarle—. ¿Cómo te sientes?

Él le acarició el cabello y le retiró una flor enganchada en un rizo.

—¡Como nunca! Este paisaje me recuerda a mi tierra natal: la vegetación, la humedad, la temperatura... El olor a lluvia y a... Espera, ¿por qué el árbol está en flor... en noviembre?

Morrigan extendió los dedos hacia las ramas y agitó una, derramando una breve lluvia de pétalos sobre ambos.

—Sé que aún faltan meses para la primavera, pero me sentía tan feliz entre tus brazos que no pude evitarlo.

Shura escondió su desconcierto fijando la vista en una nube grisácea que amenazaba con deshacerse en gotas. ¿Él... la hacía feliz? ¿A una diosa? ¿Y ella le apreciaba como para contárselo sin más?

—¿Estás bien, mi guerrero?

—Sí... es solo que nadie me había dicho que yo... bueno, que yo le provocase algo así. Es... extraño.

Ella se sentó en su regazo y le rodeó el cuello al tiempo que le besaba el mentón.

—Eres digno de ser querido, Shura. Si Atenea no supo verte como yo te veo, es solo su problema. Nunca hubo nada de malo o mediocre en ti; mírate con mis ojos y convéncete.

La abrazó en silencio. Quizá jamás conseguiría acostumbrarse a que Morrigan tuviese las palabras perfectas para serenarle, a dejarse consolar por la deidad a la que veneraba. Pero estaba allí, en alma y carne, acariciando su piel endurecida por el entrenamiento y plagada de antiguas cicatrices y clavando en él una mirada del color de las tormentas, tan honesta que le dolía en lo profundo.

Merecía amor. Él, el traidor burlado por un megalómano, era el amante de la diosa. Y esa certeza dotaba de sentido al mundo.

La lluvia se detuvo poco después de que emprendieran su camino y un sol tibio les acompañó durante todo el trayecto hasta Roscommon. Vestida con unos viejos vaqueros y un jersey negro que habían pertenecido a Kyrene, Morrigan pasaba por una joven corriente de excursión junto a su novio, un chico taciturno de cabello oscuro y semblante grave que no soltaba su mano en ningún momento y la tomaba por la cintura con exquisita delicadeza para ayudarla a salvar los charcos y los pequeños baches del sendero.

Rath Cruaghan se hizo presente ante sus ojos a primera hora de la noche, tras la jornada de caminata. La diosa se llevó la mano al pecho en cuanto llegaron en un gesto espontáneo que llamó la atención del caballero y señaló un lejano espino blanco bajo cuyo ramaje carente de hojas se ocultaba una minúscula oquedad coronada por un singular dintel de piedra. Él enarcó una ceja al advertir que, de nuevo, se encontraban ante el que era considerado el árbol mágico por excelencia; no podía ser una casualidad.

—Mi señora, esto es propiedad privada —la avisó, consciente de que iban a adentrarse en el terreno de una granja delimitado por una cerca de madera, en un susurro que no recibió respuesta.

Con lentitud casi ceremonial, Morrigan extendió el brazo. La valla se dobló como si estuviese hecha de mantequilla y ella caminó hasta arrodillarse frente a aquella especie de entrada que horadaba la tierra, haciendo que su cosmos se elevase en torno a ambos para esconderles de miradas indiscretas.

Uaimh na gCat, "la cueva de los gatos". He esperado tanto tiempo para volver...

Cauteloso, Shura miró a ambos lados antes de seguirla y se acuclilló junto a ella, que había posado las palmas sobre la hierba y sonreía de un modo extraño.

—Vamos, mi guerrero. Deja que te muestre mi reino.

A cuatro patas, diosa y caballero esquivaron las espinas desnudas del árbol y recorrieron los primeros once metros del túnel, excavado por manos humanas, que se volvía progresivamente más amplio conforme avanzaban, permitiéndoles ponerse en pie y seguir en dirección a la abertura natural de la gruta.

Shura chasqueó la lengua al pisar una superficie limosa y resbaladiza; Morrigan se volvió con una sonrisa y le tendió la palma.

—Ten cuidado, Shura. Esos son los restos de Odras, la dama a quien mi hechizo transformó en un lago por intentar profanar el reino de los espíritus.

—¿Que hiciste qué...?

—Eso dice la leyenda... —rio ella, pícara, acariciándole el rostro.

Caminaron tomados de las manos veinte metros más y entonces fue ella quien hizo un gesto de fastidio: una pared de piedra detenía su avance, fruto de un derrumbamiento provocado sin duda por alguna intervención en la superficie.

—¿Ves? —se quejó— El ser humano no respeta los lugares sagrados... Han estropeado la puerta a mi mundo.

Dejó ir un suspiro y rozó las rocas con melancolía mientras su energía se convertía en una especie de ola que los envolvió una vez más.

—Yo, la reina de la gente espíritu, diosa de las pesadillas, regente legítima y eterna del mundo de las hadas y los muertos, reclamo el poder sobre mis dominios y urjo a todos sus habitantes a postrarse ante mí —murmuró, en la lengua antigua.

Shura se mantuvo rígido, un par de pasos más atrás. El mensaje llegaba a su mente con total nitidez y lo entendía sin dificultad. El cosmos de la diosa semejaba ahora un tornado que se entremezclaba con el aire que les rodeaba y adelgazaba la separación entre ambas dimensiones de un modo que excedía su comprensión. Sintió como si una fuerza desconocida tirase de él con brusquedad, retorciendo sus extremidades en diferentes direcciones, y de repente pareció que el suelo se ablandaba bajo sus pies y que un oscuro remolino le engullía y le arrastraba hasta un paradero nuevo e ignoto.

Los oídos le zumbaban, los músculos le dolían igual que si hubiese pasado horas luchando y sus ojos ardían y lagrimeaban. Con dificultad, se irguió adoptando una postura marcial y se frotó el rostro en un intento de distinguir el paisaje que se extendía ante él.

—Sé bienvenido, guerrero, al lugar donde las leyes humanas no funcionan. Aquí, el tiempo y el espacio me obedecen —anunció Morrigan con orgullo a la vez que le tomaba de la mano y echaba a caminar.

Shura la acompañó, fascinado: se hallaban en un bosque repleto de altos árboles y arbustos en flor cuyos nombres desconocía. Sobre ellos, el cielo era negro por completo, carente de estrellas y de luna, pero la falta de astros luminosos era compensada por millares de hermosas luciérnagas que revoloteaban por doquier dotando al lugar de un aire onírico con sus titilantes destellos ambarinos.

—Este reino no se hizo para los ojos mortales, Shura —explicó ella, besándole los párpados—; quien se adentra en el síd muere, enloquece o cambia de modos inimaginables para tus congéneres. No obstante, tú vivirás en salud para contarlo, pues eres mi compañero.

Él asintió, perdido en la observación de cada detalle. El aire era fresco y más puro aún que en la pradera que habían dejado atrás y agitaba las hojas con delicadeza; a lo lejos, oculta en parte por la bruma, una montaña presidía el lugar, abierta en dos por una espectacular catarata cuyo rumor llegaba hasta ellos a pesar de la distancia, tan alta que su cima se perdía en el oscuro firmamento. Entre los frutos y las ramas, minúsculas criaturas se asomaban con curiosidad para escudriñar a la recién llegada pareja y terminaban posándose en los dedos de Morrigan, agarrándose a sus tobillos o jugando con su cabello.

—¿Son... hadas? —quiso saber, intrigado.

—Hadas, duendes... —respondió ella con una sonrisa, guiándole hacia la cascada—. Dales el nombre que más te guste; en esta dimensión moran todas las criaturas que han maravillado y aterrorizado a los seres humanos de mi isla desde los tiempos ancestrales.

En silencio, pasearon hasta hallarse al pie de la catarata, donde la única luz provenía del débil resplandor que parecía emitir la propia pared rocosa de la montaña. El ruido del agua al caer les impedía oírse uno al otro; sin embargo, Shura solo necesitó ver a Morrigan desprenderse de la ropa y saltar alegremente al agua para imitarla y seguirla, listo para complacerla en cualquier deseo que manifestase.

—Entonces, nos quedaremos aquí hasta el Samhain... —dijo Shura, tirando con suavidad de los brazos de la joven para volcarla sobre su pecho.

Su respiración aún era un jadeo, tras hacer el amor con su diosa bajo la catarata durante un tiempo que no habría sabido estimar. Se sentía pletórico, como si hubiese regresado a casa después de pasar años vagando por parajes hostiles.

—Así es —concordó ella, acercando un fruto a los labios del caballero y alejándolo con aire juguetón cuando él intentó morderlo—; nos fortaleceremos antes de volver al mundo humano y entonces sabrán de nuestras intenciones.

Él le asió la muñeca y estiró el cuello para olfatear el alimento: desprendía un aroma dulce con ciertas notas ácidas, pero no se parecía a nada que hubiese comido antes. Aun así, trató de nuevo de asestarle una dentellada, sin éxito.

—¿Acaso no conoces las leyendas? Se dice que, si pruebas la fruta que te ofrecen los habitantes del síd, no podrás salir... Vivirás para siempre atrapado en este lado del mundo, rodeado de criaturas extrañas y añorando a los tuyos —murmuró ella en su oído, traviesa y seductora.

—Pero tienes una misión entre los humanos y soy tu paladín... has de llevarme allí, como mínimo, una vez más —replicó él, acariciándole la cintura hasta el inicio de los glúteos y besándole la sien, divertido con aquel juego—. Haré cuanto me pidas, Morrigan, sea lo que sea.

—¿Y si yo te impidiese regresar?

Shura la miró a los ojos como si hubiese dado con la clave de un misterio irresoluble:

—¿Y si yo no quisiera regresar?

—¿No añorarías a tus amigos?

Él se aclaró la garganta y calló durante algunos segundos mientras intentaba dar forma al torrente de pensamientos que cruzaba su mente.

—He dedicado mi vida a una diosa que jamás se ha dignado mirarme, Morrigan. Ni siquiera al reclutarme me preguntaron si eso era lo que yo quería; dieron por hecho que mi talento y mi destino debían estar a su servicio y cuando la armadura de Capricornio me aceptó ya era tarde para echarme atrás. He pasado todos estos años orando, implorando respuestas y justificando de mil formas sus ausencias y silencios... hasta que llegaste tú y mi existencia cobró sentido.

Ella le dirigió una ojeada cargada de interés, animándole a proseguir.

—Había cerrado el corazón a todo salvo a Atenea, como un monje; era lo que se esperaba de mí y llevé con orgullo el apodo de "caballero más fiel a la diosa". ¿Qué podría echar de menos? ¿La soledad? ¿La incomprensión de mis compañeros? ¿El calor ocasional de otro cuerpo en una noche perdida? He malgastado tanto tiempo de espaldas a la verdad...

>>Lo que dije en el río... iba en serio, Morrigan. No deseo volver; no tengo fuerzas. Por favor, prométeme que, si muero en nuestra guerra, no me devolverás a la vida; prométeme que esta será la última. Déjame partir a un lugar mejor... a un lugar como este.

La profunda tristeza de su tono caló en el ánimo de la diosa, que asintió rozándole el rostro con los dedos.

—Yo también hablaba en serio. No te haré volver. Cuando llegue tu hora, lo sabré y juro que no manipularé el hado para obligarte a seguir sufriendo entre los mortales. Te llevaré de la mano hasta la isla de la eterna juventud y allí nos reencontraremos. Para siempre.

—¿Para siempre? ¿De verdad?

—Tienes mi palabra. Tu destino y el mío están unidos —dijo ella al tiempo que los dedos de ambos se entrelazaban—; triunfaremos juntos o abandonaremos el mundo humano... juntos.

Shura sonrió y le sujetó de nuevo el antebrazo para acercar el fruto a su boca. Con una mueca perversa exhibió los incisivos y los hundió en la dulce pulpa lentamente.

—Por una eternidad junto a ti, mi diosa.

Este es el primero de los dos capítulos que voy a publicar hoy, ya que mañana estaré viajando y no tendré acceso a una buena conexión. Podré responder comentarios, pero no subir contenido, así que lo dejaré listo ahora. El domingo, si todo va bien, volveré al ritmo normal de publicación.

Gracias por seguir mi historia, por votar y comentar. Es un honor poder compartirla contigo.

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