79. Está muerta para ti
Dublín le recibió con el ajetreo habitual de sus noches, concurridas y festivas. Entre turistas, paseantes y trabajadores que se preparaban para disfrutar el final de la jornada, el caballero caminaba con rapidez en busca de un lugar en el que, estaba seguro, hallaría algunas respuestas.
Tardó más de lo que esperaba y hubo de retroceder en un par de ocasiones para orientarse, pero, por fin, localizó la taberna infame que habían visitado durante su primer día de vacaciones en el país. En su interior, nada había cambiado: el televisor cantaba resultados futbolísticos ignorado en un rincón, el camarero más lento de la historia servía copas sin estresarse y los clientes compartían un silencio deprimente interrumpido por algún que otro comentario lacónico.
—Buenas noches, señor. ¿Qué desea tomar?
Deathmask se acodó en la barra, mirando a su alrededor con aire inquisitivo.
—Nada, en realidad. He venido para ver a la vieja.
El camarero frunció el ceño y le observó con mayor detenimiento.
—Espere, su cara me resulta familiar... ¿No es aquel italiano que vino de luna de miel? ¡Sí, es usted! ¿Y la chica? ¡No me diga que se han divorciado...!
El caballero chasqueó la lengua. Sus relaciones con el sector de la hostelería iban de mal en peor, empezando por Kyrene, pasando por el impresentable del restaurante y terminando con aquel bobo cuyas neuronas debían de haberse quedado secas a fuerza de masturbarse en la adolescencia.
—No, no nos hemos divorciado. Dile a la vieja que salga, anda.
—¿La... vieja? No entiendo a quién se refiere.
—Conan, no me toques las pelotas —dijo, levantando el rostro y atemorizando al joven con una mirada demente—. Cuando vinimos este verano, un grupo de señoras se llevó a Dánae a la cocina y entre ellas había una anciana. Quiero hablar con ella.
—¡Ah, se refiere usted a Eithne!
—Me refiero a tu padre desnudo tirándose a una cabra... ¡Avísala ya! —exigió Deathmask, aporreando la encimera.
El chico asintió, se giró para abrir la puerta que daba acceso al área privada del local, asomó la cabeza y regresó un par de minutos después, azorado.
—Pase, señor, por favor. Y pida lo que quiera, invita la casa...
Deathmask le agradeció con una inclinación de cabeza, asió el picaporte y entró en la acogedora estancia, en torno a cuya mesa se encontraban sentadas dos damas. La mayor de ellas sonrió entornando sus ojos azules y se dirigió a la otra:
—Maureen, luego seguimos. Déjanos solos, intuyo que este chico necesita privacidad.
La mujer de cabello cobrizo miró con suspicacia al recién llegado, pero obedeció a su amiga. Él esperó hasta que salió, depositó su caja en el suelo e ignoró el gesto con el que la anciana le invitaba a tomar asiento.
—No llegaron a presentarnos. Mi nombre es Eithne.
—Me da igual, señora. Necesito saber qué le dijo a Kyr... a Dánae aquella noche —respondió él, adusto.
—Vaya, ¿no viene contigo? ¿Está bien?
—No lo sé. Por eso es imprescindible que me cuente qué pasó. Ella dijo que usted la había asustado...
—¿Una pobre vieja como yo, asustando a una jovencita intrépida? ¡No lo creo! —rio la mujer.
—Señora, no estoy para bromas —dijo él, acercándose y apoyando las palmas sobre la mesa al tiempo que su cosmos se elevaba mínimamente para mover una silla con la cual atrancó la puerta—. Tengo prisa.
Eithne arqueó una ceja al ver desplazarse el mueble y volvió a sonreír.
—Me preguntaba si lo de Dánae había sido un sueño, pero tu presencia aquí solo puede indicar que la reina espectral ha vuelto, ¿verdad? ¡Es una gran noticia para todas nosotras!
—¡Mire, señora, mi mujer está en peligro! No es para alegrarse...
La mueca intimidatoria de Deathmask surtió efecto: la anciana se achantó y bajó el tono, no sin antes mirar hacia ambos lados como para asegurarse de que nadie les espiaba.
—Tú eres aquel que camina entre los muertos. La diosa aprecia a quienes tienen tu talento. ¿Ha sucumbido Dánae a la oscuridad?
—Ni siquiera sé si está viva. Esa... cosa se ha apoderado de ella y pretende desatar una guerra... —masculló, rabioso.
—Ah, esa es la naturaleza de An Morrigan: la cambiaformas, la reina de las pesadillas... No puedes hacer nada por tu mujer, entonces. Ahora pertenece a la diosa.
Deathmask golpeó la superficie con los puños, haciendo temblar las tazas de cerámica y a la mujer.
—¡No es eso lo que necesito oír! ¡Dígame cómo ayudarla! —gritó.
—¿Y quién soy yo para contrariar la voluntad de An Morrigan? Si ha escogido a una simple extranjera como templo, tendrá motivos sólidos... —replicó ella. Aún intentaba sonar firme pese al más que evidente pánico que sacudía sus hombros.
—¡Me importan una mierda sus motivos, señora! ¿Acaso no lo entiende? ¡Debo liberarla! —bramó al tiempo que su brazo se extendía en un gesto que derribó sin tocarlos todos los tarros de una estantería, dispersando en el ambiente su contenido de tés y especias como nubes de colores.
La dama comenzó a toser mientras él rodeaba la mesa para aproximarse. Sujetándola por la pechera de la blusa, la forzó a levantarse, con los ojos llenos de ira.
—Renuncia a ella, chico. Ya está muerta para ti... —dijo Eithne, tratando de aclararse la garganta.
—¡Mientes! ¡Tiene que haber un modo! ¡Habla o...!
La zarandeó vigorosamente, a punto de perder el control, mientras su energía se arremolinaba en su índice derecho. Kyrene era manejada por una diosa desquiciada, ¿y aquella condenada vieja se permitía el lujo de burlarse de él? Ella había empezado todo, hablándole de destinos extraños y entidades ajenas. Ella era la culpable de que ambos sufriesen, de que estuviesen separados, de que el mundo tal como lo conocían peligrase bajo el inminente resurgimiento de una diosa oscura.
—¿O qué? ¿Me matarás...? ¿Y qué conseguirías con ello? Yo solo vi uno de los infinitos futuros posibles... Dánae lo materializó con sus decisiones.
—Tú la condicionaste, le metiste ideas en la cabeza... Debería mandarte a Yomotsu para poner fin a tu existencia miserable ...
—Ningún ser humano puede oponerse a la Reina. Solo ella tiene las llaves del porvenir.
Deathmask resopló, exasperado. A pesar de la penumbra de la sala, se veía reflejado en las dilatadas pupilas de la anciana: un hombre agotado, desesperado, colérico... Atormentado por todos sus antiguos errores, que volvían para recordarle que no había sabido proteger a la mujer amada, asediado por el sufrimiento que había infligido a inocentes en aras del supuesto cumplimiento de su deber y que había resultado en vano. Él no era nada sino un envase listo para dar cabida, de nuevo, al asesino sin remordimientos capaz de acabar con la vida de una simple momia nostálgica y chiflada.
—¡Mierda, bruja maldita...! —murmuró al tiempo que la soltaba y la dejaba caer en la silla como un saco— No es a ti a quien debo masacrar... Aunque admito que ganas no me faltan.
La mujer se persignó, llorosa.
—¿Ahora vuelves a ser católica, vejestorio? Me das asco... —declaró él, riendo con crueldad y ajustándose las cinchas de la pandora box sobre los hombros— ¡Muy pronto te veré junto al pozo y, créeme, yo mismo te arrojaré allí de una patada en tu arrugado trasero!
Un destello cegador fue lo último que Eithne alcanzó a vislumbrar antes de advertir que el italiano había desaparecido de la sala. Jadeando, se llevó la mano al pecho en un intento de ralentizar los latidos de su corazón y llamó a Maureen con voz entrecortada para que le sirviese una taza de té que derramó por la mesa como si regase una planta inexistente.
—¿Qué ha ocurrido, Eithne? ¿Dónde está el turista? —preguntó su amiga, abrazándola para calmarla entre el desorden de hierbas y tarros estrellados contra el suelo.
—Es... creí que lo había soñado... la noche en que esa chica estuvo aquí y le leí las velas... ¡Maureen, Morrigan ha regresado! ¡Un futuro glorioso se abre ante quienes veneramos a la reina oscura!
Su interlocutora se limitó a suspirar y rebuscar en un cajón hasta dar con una caja de ansiolíticos, de la cual extrajo uno que ofreció a la anciana.
—Está bien, Eithne, está bien. Ten la medicación. El doctor dice que si te saltas tomas, puedes sufrir una recaída. Te prepararé una infusión y después subirás a descansar.
Deathmask no ha obtenido demasiada información en su entrevista con Eithne, pero al menos no flaquea en su propósito de recuperar con vida a Kyrene.
Como siempre, te agradezco que me acompañes. Seguramente mañana suba dos capítulos para compensar que el sábado no tendré acceso al ordenador. El domingo volveré a la frecuencia habitual de publicación. Espero que sigas con interés la historia y que la estés disfrutando.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro