78. Granchio cazzo
Pese a la insistencia de Saga en que tratase de conciliar el sueño, el deseo de partir enseguida en busca de Kyrene fue más fuerte que el cansancio para Deathmask, que pasó las siguientes doce horas en una devastadora vigilia en la que la esperanza, la cólera y el temor a un desenlace fatal se alternaban sin darle tregua. Aquel paréntesis era una total pérdida de tiempo, se decía una y otra vez, escuchando en bucle los mismos temas en el discman de Milo, tan frenético que ni siquiera había sido capaz de mantener en su estómago el sándwich: en cuanto su compañero se marchó, se dobló sobre sí mismo entre lacerantes espasmos y vomitó en un rincón, maldiciendo a su cuerpo por no poder digerir nada tras una semana de rigurosa privación de comida.
Sin embargo, el plan estaba en marcha. Tal como el caballero de Géminis había augurado, la noche siguiente alguien dejó junto al balde de agua una llave que encajaba con la cerradura de sus grilletes y un sobre que contenía una nota manuscrita y un billete de diez euros; quizá ese mismo alguien olvidó trancar la puerta de su celda mientras los centinelas de guardia se hallaban convenientemente enfrascados en la reparación de una reja descolgada de sus goznes, de modo que nadie vio salir de los calabozos al joven demacrado que, con paso torpe pero rápido, se encaminaba a la puerta principal del santuario amparado por las sombras.
Cruzó el bosque que separaba Rodorio de la aldea aledaña tan deprisa como sus debilitadas piernas le permitían y consiguió llegar a la estación a tiempo para subir al último tren hacia Atenas. Su deplorable apariencia -barba irregular, ropa mugrienta, ojos hundidos en las cuencas como un zombi- hizo que el cajero que debía cobrarle el pasaje diese un paso atrás, temiendo estar a punto de ser atracado por un yonki, pero a él no le importó; su cerebro estaba enfocado en lo único importante: ayudar a Kyrene. Pagó, se dejó caer en un asiento y apoyó la frente en la ventanilla mientras el doloroso recuerdo de su ya lejana excursión con ella le asaltaba, robándole la escasa tranquilidad que había logrado reunir.
—¿Eres... viudo? —le había preguntado en aquella primera cita, en tono dubitativo.
Sí, en cierto modo lo era; había amado y había perdido; algo que no volvería a suceder. Helena era el pasado y no podía cambiar su triste destino, pero con Kyrene era diferente. Tenía que serlo. Haría cualquier cosa para sacarla de aquel embrollo, incluso entregar su propia vida. No quería imaginar un mundo en el que no pudiese despertar junto a la griega de mal genio y ojos claros.
Desdobló una vez más el pedazo de papel con cuidado y lo leyó compulsivamente para sacudirse aquellas ideas macabras hasta memorizarlo:
Maldito cangrejo enamorado y cursi:
Ya que vas a costarnos como mínimo un arresto, al menos haz las cosas bien. ¿Recuerdas mi picadero en Atenas? Menudas fiestas montábamos, ¿verdad? Bueno, te he dejado la llave en ese restaurante italiano que según tú es una mierda; el dueño solo se la entregará a "Granchio Cazzo*" (el nombre ha sido idea mía; ¿a que te encanta?). En el apartamento encontrarás tu armadura. No ha sido fácil llevarla hasta allí, así que tendrás que chupármela cuando volvamos a vernos, si es que sobrevives a esta.
Aprovecha para darte una ducha (que a estas alturas debes de ser rastreable solo por el pestazo tanto para Shion como para Morrigan) y come; te he llenado el frigorífico, acuérdate de bajar la basura al salir y cierra bien el grifo de la bañera, que suele gotear.
A partir de aquí, has de seguir solo. Ten cuidado, resuelve rápido lo de tu novia y regresa pronto. No quiero tener que matarte personalmente; pones caras muy raras cuando estás cadáver.
Un abrazo de tu amigo,
Saga.
Sin duda, el cansancio le hacía emocionarse con facilidad, pensó mientras dejaba que sus ojos se paseasen por la caligrafía llena de crestas y pomposas lazadas del anterior patriarca en un intento de mantenerse despierto; el rítmico traqueteo le impelía a cerrar los párpados para paliar el agotamiento que todavía le pesaba en los músculos y en el cerebro, a pesar de repetirse a sí mismo que debía aprovechar el trayecto para decidir cómo abordar a Morrigan.
Por suerte, el viaje no se alargó más de lo previsto y enseguida se encontró en la capital, tras lo cual solo tuvo que caminar veinte minutos hasta el restaurante, cuyo dueño estaba bajando el cierre con aire fatigado.
—Buenas noches. Vengo a recoger algo a nombre de Granchio Cazzo —saludó, rindiéndose a la broma privada de Saga con evidente fastidio y apretando los dientes al escuchar el desagradable chirrido del metal mal engrasado.
—Llega usted tarde, el paquete está dentro y no voy a abrir de nuevo. Vuelva mañana —respondió sin siquiera mirarle el hombre, un griego de unos sesenta años reconvertido en aspirante a italiano que presumía de todos los tópicos de los que sus ídolos renegaban, sin olvidar un frondoso bigote de puntas enceradas, un acento impostado que pretendía pasar por romano y un tono de voz tan estridente que una pareja de peatones se giró al oírle.
—Mi rendo conto, ma ne ho veramente bisogno. Capisci?** —replicó Deathmask en su lengua natal, con un gesto tajante.
El hostelero programó la alarma del local, comprobó que funcionaba y se volvió hacia él, sorprendido.
—Oh, uno compatriota! Però sfortunatamente me stava andando già***—explicó, en un italiano rudimentario plagado de sonidos ajenos y errores abismales.
Deathmask se frotó el puente de la nariz con dos dedos y resopló. Su paciencia y su tiempo eran tan escasos como sus ganas de comportarse de modo civilizado con aquel palurdo. Por supuesto, podía usar su cosmos para transportarse al interior del apartamento de Saga, pero eso pondría a Shion en alerta acerca de su paradero y echaría a perder el plan que con tanto cuidado había armado su amigo para él. Era imperativo conseguir la llave y, además, por medios pacíficos; la famosa diplomacia italiana volvía a ser necesaria.
—No me ha entendido, señor —prosiguió, de nuevo en griego, avanzando hacia él—. Va usted a subir el cierre, entrará en el local y me dará lo que busco.
El hombre iba a responder, pero las palabras se evaporaron de sus labios al percibir el aire amenazante de aquel joven alto cuyo aspecto, ahora que lo examinaba con detenimiento a la luz de las farolas, era bastante peor que el de cualquier indigente, dada la cantidad de suciedad que lo cubría y gracias a la cual, de hecho, había gozado de toda una fila de asientos para él solo en el tren.
—Yo... tengo que irme a casa —murmuró, paralizado.
—Y se irá, por supuesto. En cuanto haga lo que le he pedido —insistió el caballero.
—Voy a... voy a llamar a la policía —tartamudeó el otro, sacando un teléfono móvil del bolsillo del pantalón.
Sin embargo, no llegó siquiera a desbloquearlo: con un movimiento tan ágil que sus ojos no pudieron seguirlo, Deathmask se lo arrebató para arrojarlo al suelo y pisarlo, haciendo saltar carcasa y circuitos con un desagradable crujido.
—¡Jodido farsante! —exclamó, estampándolo de cara contra la pared e inspeccionando su ropa hasta dar con un voluminoso llavero— ¡Vamos, abre la puerta si no quieres morir esta noche...! No hace falta ser una lumbrera para ver que no tengo nada que perder...
El hostelero tragó saliva y asintió, extendiendo la mano para recibir el manojo de llaves y sobándolo con pulso tembloroso en busca de la correcta.
—Claro, señor, no se preocupe... Enseguida abro, ¿quiere cenar algo? Puedo encender la cocina en un momento...
—Ni de coña, tu restaurante es una mierda. Preferiría que me amputasen el pie derecho y comérmelo crudo —dijo Deathmask mientras le empujaba al interior y oteaba el panorama de la sala vacía.
—Esto es lo que me han dejado para usted. Por favor, no se enfade, yo... estaba cansado, eso es todo.
—No te agobies, solo eres un gilipollas al que le falta estilo, pero reconozco tu esfuerzo por ser un italiano de pro y lo respeto —declaró, palmeándole el hombro y recogiendo el paquete de Saga—. Eso sí, si vuelves a servir una carbonara con nata, juro que te cortaré los huevos para que recuerdes que solo lleva yemas, imbécil.
El apartamento secreto de su compañero de armas distaba apenas media hora del restaurante, pero a Deathmask, impaciente por reencontrarse con Kyrene, le dio la sensación de que todo transcurría con demasiada lentitud hasta encontrarse frente a la puerta, que se abrió con un chirrido dando paso a un paisaje familiar.
Saga había cumplido, desde luego: en el salón, junto al sofá, su armadura le esperaba, camuflada en una caja rotulada con el logo de una conocida marca de ropa deportiva y llamándole con su suave resonancia. Deathmask se acercó, la sacó del embalaje de cartón y apoyó el rostro en la cubierta de metal dorado, contorneando con los dedos los minuciosos grabados que la decoraban y feliz de tenerla de nuevo junto a él.
Entonces fue consciente de su propia extenuación: las rodillas le crujían a cada paso, el cuello se negaba a sostener su cabeza. Pasó al dormitorio y sonrió al hallar sobre la cama un pijama completo y ropa limpia, incluida una camiseta que rezaba "I'm with Stupid", a juego con la que le habían regalado a Shura -que jamás la había estrenado, argumentando que ni borracho iba a ponerse algo con el lema "Guess I'm Stupid"-. Sin borrar la alegre mueca, entró en el baño y se desnudó, listo para refrescarse bajo la ducha por primera vez en una semana.
Media hora después, una persona totalmente diferente emergió de entre la nube de vapor con la toalla atada a la cadera: un rasurado concienzudo, un exhaustivo cepillado de dientes y unas cuantas pasadas de peine eran justo lo que Deathmask necesitaba para volver a sentirse humano antes de atacar la nevera, cuyo contenido expolió sin molestarse en calentarlo.
Ya estaba preparado para partir; solo tenía que alejarse un poco más y podría transportarse hasta la isla, pensó, apurando una botella de leche en tres tragos y limpiando entre bostezos el menaje que había utilizado.
No obstante, no contaba con la ingente cantidad de somníferos que Saga había camuflado en el inocente envase, suficientes para obligarle a dormir durante unas dieciocho horas. Incapaz de mantener los párpados abiertos, trastabilló hacia la cama y se dejó caer sobre ella, maldiciéndose a sí mismo por no conseguir levantarse y abandonándose al sueño.
Despertó sobresaltado, horas después; ya no soñaba con Morrigan, sino con Kyrene. Se le había aparecido con sus habituales vaqueros desgarrados y un viejo suéter negro, lista para aporrearle con la escoba; sirviendo copas en la taberna; sonrojada y temblorosa el día en que se le declaró con un "te amo" escrito en morse sobre el pecho... Todavía desorientado, se frotó el rostro con ambas manos y se incorporó en busca de un reloj que agitó con brío para comprobar que no estaba estropeado. ¿Cuánto tiempo había dormido...? ¡Joder, tenía que marcharse enseguida! No podía permitirse descansar, se dijo, vistiéndose a toda prisa y echándose a la espalda la caja de la armadura.
Sin embargo, pese a que no quería admitirlo, comer y dormir había sido el mejor tratamiento para reponer fuerzas: ahora podía huir de Shion trotando a buen ritmo en busca de un lugar donde elevar su cosmos y materializarse en Irlanda. Intentaba mantenerse centrado en su idea de acabar con Morrigan, pero no conseguía dejar de pensar en la primera vez que recorrió aquel trayecto en avión junto a su novia, que había pasado las cuatro horas de vuelo aterrorizada mientras él dormía como un pedazo de capullo insensible. Mierda, debería haberla consolado; debería haberse preocupado en vez de dedicarse a roncar... Cuando volviesen a estar juntos, la llevaría donde ella quisiera y la atendería en todo momento, incluso leería con ella esos libros llenos de párrafos subrayados y garabateados que atentaban contra su sentido de la pulcritud; haría cualquier cosa para demostrarle cuánto le importaba... Si volvían a estar juntos. De momento, lo urgente era averiguar cómo sacar a la diosa de su cuerpo sin destrozarla.
Y para eso, por más que le irritase reconocerlo, no tenía una solución.
*"Maldito cangrejo" o "cangrejo de mierda".
**Me hago cargo, pero de verdad lo necesito, ¿comprende?
***El hostelero pretende decir: "¡Vaya, un compatriota! Pero por desgracia ya me marchaba", pero ha cometido varios errores en su intento. La forma correcta sería: "Oh, un compatriota! Però sfortunatamente me ne stavo già andando"
Deathmask ha conseguido salir de Grecia con ayuda de Saga y ahora solo necesita encontrar a Kyrene... lo que él no sabe es que Morrigan cuenta con un aliado que está dispuesto a darlo todo por ella, ni hasta qué punto la griega se ha sacrificado para fortalecer a la diosa. Quizá mañana averigüe algo acerca de eso en "Está muerta para ti".
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