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77. Sangre de nuestros enemigos

Hundido hasta la cintura, Shura sostenía con cuidado el cuerpo femenino, mientras ella le enroscaba los brazos en torno al cuello e invadía su campo visual con una indefinible expresión, mezcla de entrega y desafío. Todo a su alrededor se difuminaba y perdía relevancia frente a la diosa a la que había decidido servir, la diosa que le había mirado a él de entre todos los seres de la tierra.

Por primera vez en su vida, era libre para elegir sus propias convicciones, para escoger líderes y causas. Aquella era la sensación que había anhelado siempre: saber que Morrigan no le exigiría que arriesgase su vida... le permitiría hacerlo.

Shura, sella tu pacto conmigo.

Las palabras resonaron en su mente sin que ella emitiese sonido alguno; se limitaba a mirarle con una encantadora y subyugante sonrisa que le animó a acercarse despacio a su boca -esperando y temiendo un rechazo que no se produjo- hasta rozarla con la suya.

Estaba besando a una diosa, pensó, presionando con delicadeza y saturándose del aroma a petricor que desprendía su piel.

No.

Estaba besando a su diosa.

Los labios de ella cedieron, cálidos e incitantes, consintiendo a su lengua inquieta adentrarse y explorar cada rincón con cuidado primero, con ansia después, en un beso interminable que le hizo reaccionar con una pasión jamás experimentada. El simple roce de los dedos de Morrigan en su nuca le volvía loco, su saliva era la droga perfecta.

—Es aquí donde se forjó la alianza entre tu reino y el mío, caballero... —murmuró ella, sin apenas separarse.

Asintió al tiempo que deslizaba las manos bajo la cascada de cabello hacia sus hombros para ceñirla más contra su torso. El rey dios Dagda, símbolo de la vida... Afrodita le había relatado aquella leyenda: enamorado de ella al verla soltarse la magnífica melena cuando se bañaba, habían consumado su enlace esa misma noche, tras lo cual Morrigan le dio poder para gobernar Eire.

—...y estas aguas serán testigo de nuestra unión.

Morrigan y Dagda, la representación del ciclo eterno de muerte y vida que hacía avanzar el mundo. Se decía que, desde entonces, los aspirantes a reyes de Irlanda debían someter a Morrigan y yacer con ella, pues, como diosa de la soberanía, podía otorgar o retirar el liderazgo a su antojo.

—Algunos estudiosos rechazan esta interpretación y yo estoy de acuerdo con ellos —había explicado Afrodita, señalando un párrafo rodeado de notas adhesivas—. ¿Crees que una combatiente tan fiera se dejaría dominar por nadie, dios o mortal? A mi entender, esto del sexo es una metáfora que pretende desautorizarla y esconder el hecho de que ella elegía al mejor candidato atendiendo a sus méritos de guerra y basándose en sus profecías, sin aceptar injerencias masculinas. Si de verdad vas a luchar contra Morrigan, debes tener mucho cuidado: puede llegar a ser una combatiente aterradora.

Pero aquellos pensamientos le llegaban desde un lugar cada vez más remoto, pues la piel alabastrina de la diosa, cuyo cuello se ofrecía a ser besado y mordido entre sensuales suspiros, absorbía toda su atención. El cuerpo de Shura actuaba de manera instintiva, se adhería en un juego lascivo de caderas unidas y lenguas enredadas al de ella, que comenzó a gemir en cuanto la boca del caballero se apoderó de sus pechos para devorarlos posesivamente.

—¿Me deseas, mi guerrero...? —preguntó, apretándole los costados entre las rodillas.

—Con todas mis fuerzas, mi señora —admitió él, con voz grave.

Morrigan rio y deslizó las manos hasta el pantalón de Shura, bajándolo lo justo para liberar su erección. Sin perder su enigmática sonrisa, comenzó a masturbarle con maestría mientras él jadeaba y observaba su reflejo en los ojos de la diosa, que ya no le recordaba en absoluto a la joven designada como portadora.

—Demuéstramelo.

La petición llegó acompañada de un sutil movimiento que encajó su glande entre las piernas de la deidad: bastaba una mínima presión y la haría suya, pensó Shura, tomándola por los glúteos para frotarse contra ella despacio y mordiéndole el mentón en un intento de aguantar un poco más antes de rendirse a su propia necesidad de penetrarla. Con exasperante lentitud, se adentró en ella poco a poco, fascinado con el modo en que su interior le acogía hasta que quedaron pegados por completo en un estrecho abrazo. Un escalofrío de placer palpitó en su abdomen en cuanto inició su balanceo, tan voluptuoso y ardiente que ninguno de los dos se esforzó en contener los sonidos que escapaban de sus labios rompiendo la paz nocturna.

—En este río arrojé el corazón y los riñones del rey Indech para poner fin a la batalla de Maige Tuired —suspiró ella, besándole sin pausa.

—Tú... la única diosa de la guerra...

—Profeticé nuestra victoria para mis fieles, los lideré en el combate...

—Déjame ser el primero de todos... déjame matar por ti —jadeó él, enardecido de deseo.

—Así será, Shura: tú y yo nos bañaremos en la sangre de nuestros enemigos.

Él hizo un movimiento afirmativo con la cabeza, entregado, al tiempo que la mano de Morrigan se hundía en el río y subía hasta sus labios, tiñéndolos de brillante carmesí. Sorprendido, el caballero miró a su alrededor en busca de una explicación: el agua se había convertido en sangre espesa y caliente. Él mismo estaba cubierto hasta los hombros por el oscuro líquido, que casi parecía negro bajo la luz pálida de la luna.

—La sangre... de nuestros enemigos... —alcanzó a musitar, echando la cabeza hacia atrás con una amplia sonrisa.

La premonición era clara: no habría más contención, ya no tendría que medir sus fuerzas; su sed de justicia se desencadenaría como un tifón hasta acabar con cada infractor, dando paso a un mundo nuevo bajo el mando de la única autoridad con derecho a erigirse en señora de la guerra.

—Morrigan, eras tú... siempre fuiste tú...

En otras circunstancias, aquel macabro escenario le habría asqueado, pero, por alguna razón, en ese momento le resultaba fascinante. Lamiendo los labios de su diosa desde una comisura hasta la otra, sus bocas se unieron de nuevo. Su pelvis se mecía ahora con mayor rapidez, aprisionando entre sus manos codiciosas a la dama, que le correspondía trazando en rojo símbolos secretos sobre su rostro y murmurando palabras que semejaban hechizos ancestrales, en un crescendo de gemidos y embestidas que alcanzó su culmen cuando ella se separó para mirarle a los ojos, solemne:

—Tú... tú eres mi guerrero y ahora te unes a mí por tu voluntad en un vínculo de honor indisoluble, más poderoso que aquello que los mortales llamáis "amor".

El caballero inspiró con fuerza. Aquello era justo lo que necesitaba oír, palabras dotadas del poder suficiente para desatar en su interior un caudal de emociones siempre reprimidas y para saciar su ansia de pertenencia de un modo que no había creído posible.

El rostro de Morrigan adoptó una expresión de serena alegría. Su colmillo se hundió en su labio inferior y lo desgarró levemente; a continuación, mordió el de Shura y se fundió con él en un beso salvaje en el cual él paladeó con perversa satisfacción el fluido vital de ambos antes de apoderarse de su cuello, dejando un reguero de marcas con las que aspiraba a cubrir para siempre las de su compañero de armas: Morrigan era su diosa y él su mano derecha y no consentiría que ningún otro ser viviente se interpusiera entre los dos.

—Morrigan, yo te... —alcanzó a jadear en el mismo segundo en que el primer espasmo del clímax atravesaba su columna y hacía que sus dedos se crispasen contra la piel de la mujer.

—Lo sé, Shura, lo sé —susurró ella, lamiendo la sangre de su boca una vez más.

Las estrellas que brillaban sobre ellos le ofrecían un firmamento mucho más cuajado que el del Santuario, pero a Shura no le interesaba buscar constelaciones. Todo su universo estaba contenido en aquellos momentos en el latido de la diosa cuyos brazos le rodeaban; con la cabeza recostada sobre sus pechos y los ojos cerrados para percibir mejor el rítmico palpitar, sentía el corazón henchido de una felicidad tan absoluta y desconocida que temía no ser capaz de soportarla. Los pedazos de su alma, que con tanto esfuerzo había tratado de mantener precariamente unidos cada día de su vida, encajaban a la perfección: el dolor, el arrepentimiento y la ira contenida se diluían hasta desaparecer, reemplazados por el único propósito que le animaba ahora: luchar por ella.

Yacían desnudos sobre la hierba, enlazados y en silencio, dejando que el viento susurrase en sus oídos. Por primera vez, sabía que cualquier sacrificio por su parte sería visto y apreciado, que todos sus años de privaciones servirían para algo.

—¿Por qué no me preguntas sin más lo que quieres saber, Shura? —dijo ella de repente, acariciándole el cabello.

Él levantó el rostro para encontrarse con sus ojos, que le miraban con ternura.

—¿Por qué has regresado justo ahora?

La diosa volvió a otear el infinito, sin dejar de enredar los dedos en los oscuros mechones de su amante.

—Mi corazón ansía venganza.

—Yo te ayudaré a satisfacer ese anhelo —aseguró él, con convencimiento—. ¿De quién quieres vengarte?

—Conocer el porvenir no es agradable, mi guerrero. Al contrario, duele saber que lo que has visto construir con tanto esfuerzo será demolido por los mismos que debían cuidar de ello. Yo fui atacada a traición por Atenea cuando descansaba tras vencer a los enemigos de mi tierra...

—¿Atenea te emboscó? —inquirió el caballero, perplejo ante aquella revelación.

—Así es; contraviniendo todos los códigos de honor en el combate, vino a mí por la espalda. Logré sobrevivir, pero ella escapó llevándose una parte de mi alma y quedé tan débil que no pude hacer nada salvo recluirme bajo Da Chích Annan. Allí esperé durante siglos, siendo testigo de innumerables conflictos, percibiendo los cosmos de todo tipo de guerreros en lid, incluso los de tu bando, de un lado a otro de Europa; preguntándome si esa griega que llevaba con orgullo el título de "diosa de la guerra" se decidiría alguna vez tras sellar a Hades a regir a los seres humanos con la severidad que vuestras atroces acciones merecen... pero eso jamás sucedió —sus yemas se tensaron de modo casi imperceptible sobre el cuero cabelludo del español—. Mi deseo era y es evitar el colapso de la civilización y es algo que solo puede conseguirse volviendo a tiempos anteriores, en ciertos aspectos. Si vuestras leyes, tan pretendidamente ilustradas, no son capaces de proteger a los débiles, la violencia de los justos lo hará.

—¿Es tan grave el declive?

—Por desgracia, sí. Falsos credos se apoderaron de nuestras tradiciones, borrando de los corazones a los antiguos dioses que habíamos auspiciado vuestro progreso. Yo misma fui degradada en el imaginario colectivo a lo largo de los siglos, de gran diosa de la soberanía a una figura siniestra y mortal primero, a una bruja temible después y, por último...

—Asimilada a Santa Brígida —completó Shura, recordando las enseñanzas de Afrodita.

—En efecto; mi culto fue reemplazado por el de ella, mis valores de fuerza y coraje quedaron ocultos bajo ideas cristianas de sumisión y entrega. Olvidada por mis devotos, angustiada por el futuro que vendría y prisionera en un hogar de roca sin más compañía que mi dolor y mi rabia, aguardé hasta tener la confirmación de que la actual encarnación de vuestra diosa tampoco pensaba actuar.

Shura estrechó la cintura de la joven en un gesto reconfortante y esperó con paciencia a que ella volviese a hablar.

—Como imaginarás, mi existencia y mi fuerza no dependen de que los seres humanos eleven plegarias en mi nombre; pasar el testigo a otra generación de dioses procedentes de diferentes panteones era lo adecuado dado el discurrir de los acontecimientos. Sin embargo, las sucesivas encarnaciones de Atenea no velaron por la humanidad como se suponía que era su labor; vi a muchos morir en su nombre sin recibir nada salvo desprecio e indiferencia. Eso me dio la certeza de que debía alzarme de nuevo y reclamar mi trono, pero mi alma estaba incompleta; necesitaba unirme a otra para fortalecerme.

>>Hace unas semanas, noté el cosmos de ese estúpido italiano acercándose. Me pregunté si su presencia se debería a alguna guerra incipiente, pero viajaba en paz con Kyrene, sin más. Aunque al principio no les di importancia, conforme se aproximaban se me ocurrió que quizá ella me daría información sobre el santuario y la Atenea de esta era: al fin y al cabo, vivía junto a un caballero dorado, y no uno cualquiera, sino el más afín a la muerte; era alguien a quien merecía la pena tener de mi lado y me ayudaría a averiguar por qué esa farsante no ponía orden.

>>Kyrene es una criatura interesante, ¿sabes? El cosmos de Deathmask es perceptible porque arde como una hoguera, lleno de energía y voluntad. A su lado, el alma de ella era una llamita pequeña, casi imperceptible... parecía poca cosa, pero, cuando visitaron las colinas gemelas, me di cuenta de que esa chispa resistía encendida a pesar de la tempestad y el viento, con una fuerza oculta que me fascinó. Quise avivar aquel fuego hasta incendiarla.

>>Ah... llevaba tanto tiempo sin manifestarme que fue un auténtico placer poseer este cuerpo... —dijo, deslizando una mano voluptuosa por el pecho y el suave abdomen— Volver a hacerme presente y disfrutar del mundo tras siglos a la expectativa; la comida, el amor, la naturaleza, el agua y el sol... pero al indagar en la cabeza de Kyrene veía más y más claro que todo estaba podrido.

>>¿Tienes idea de cómo fue su infancia, Shura? La ultrajaron sin piedad, una y otra vez. Lo que os hicieron a ti y a tus compañeros en nombre de Atenea también fue terrible y lo peor es que no se trata de un hecho aislado: ella consiente que el mal campe por toda la tierra. Os hacéis llamar demócratas y tolerantes, pero vivís en una anarquía despreciable, mucho más cruel que la época en que los dioses habitábamos entre vosotros. Yo hago fértiles los vientres; la vida es mi obra y, por tanto, no permitiré que los pequeños sufran.

El caballero frunció el ceño al rememorar una vez más su propia niñez; desconocía la de Kyrene, pero la multitud de marcas que la cubría indicaba que no había debido de ser fácil, pensó, oteando de reojo las del costado.

—Su alma estaba rota y la mía selló cada una de sus grietas para sanarlas, al igual que un artesano repara con oro una porcelana valiosa; la ayudé a recordar los rostros de sus padres, le di poder para vengarse de quienes la condenaron a ser una gata huidiza, la hice fuerte. Ahora ella me lo agradece regalándome su carne para que nada de esto vuelva a suceder. ¿No es un sacrificio hermoso y necesario?

—Sí, así lo creo.

—Las semanas que pasé en Rodorio me sirvieron para confirmar lo que ya sabía: Atenea, egoísta y caprichosa como siempre, se había desentendido de sus queridos seres humanos y Shion os organizaba en misiones humanitarias que despercidiaban vuestro poder, convirtiéndoos en una burla. Piensa en tus trabajos junto al italiano: ¿por qué entregar a la justicia a unos malvados que saldrán libres aprovechándose del sistema, cuando vosotros mismos podríais enviarlos al infierno? ¿Necesitáis el permiso de un tercero, teniendo las pruebas de su maldad?

El caballero cerró los ojos y asintió. En algún lugar de su mente, quería hablar de albedrío, equidad o presunción de inocencia, pero era consciente de que la terrible realidad que Morrigan estaba describiendo existía pese a sus esfuerzos; él había sido testigo en demasiadas ocasiones.

—¡Qué hipocresía la de tu patriarca, erigiéndose en cabeza de un ejército de paz! Él, que os arrebató la posibilidad de vivir como niños corrientes para convertiros en asesinos en nombre de Atenea, presumiendo de corregir los errores de este mundo... Él, que preside un santuario en el que la agonía y el dolor ahogan el amor y la alegría...

>>Por eso yo daré paso a una nueva era. Sangrienta, sí, pero honesta al fin y al cabo, donde los crueles no se atreverán a serlo porque sabrán que sus actos reciben un justo castigo, a manos de una diosa incluso.

—¿Y Deathmask...? ¿Cuál es su papel en todo esto?

—Ninguno, mi guerrero. En un primer momento, pensé que sería un gran aliado; está vinculado a la muerte sin remedio y Kyrene insistía en que le diese una oportunidad. Pero rechazó unirse a nosotras y habrá de afrontar las consecuencias de su decisión.

—¿Habrías preferido que fuese él quien estuviese contigo ahora? —preguntó él, tratando de ocultar un atisbo de celos que ella captó al vuelo.

—En absoluto. Tú eres el único paladín que quiero junto a mí. Te conocí en los recuerdos de Kyrene y supe, a través de ella, de tu soledad y tu tristeza. Y después, te deseé desde el día en que te vi en el mercado, Shura.

El apretó los párpados al escuchar su sobrenombre de guerrero, el único por el que el mundo le conocía, con excepción de sus amigos más íntimos y el patriarca.

—Mi nombre es Rodrigo. Mi maestro me apodó Shura, para que no olvidase que, a diferencia de esos espíritus enloquecidos que arrasaban con todo a su paso, mi destino era seguir el camino de la rectitud y el coraje. Yo lo adopté como mi identidad de caballero en la ceremonia en la que recibí la armadura.

—Me has confiado tu nombre, al igual que tu alma, y honraré ese gesto. Ya te dije que yo no me escondo tras un ejército como esa impostora, porque mi interés no es matar a sus huestes, sino vengarme y acabar con este absurdo régimen de horror.

—La razón está de tu lado, Morrigan. Lucharé contigo hasta mi último aliento, con el nombre que quieras darme.

—Tu valor te hace digno de loa, pero no dejaré que apuestes tu futuro como si fueses invulnerable.

—Mi fortaleza como caballero no consiste en ser invulnerable, mi diosa, sino en arriesgar sin miedo. Y el valor para arriesgarme nace de saber que lo que protejo es más valioso que mi propia vida.

—Te había infravalorado. No eres ningún idiota —admitió ella, empujándole con suavidad para voltearle y ahorcajarse sobre él antes de besarle, con el largo cabello formando una cortina a su alrededor.

—Tú, en cambio, eres la diosa por la que siempre soñé morir... la diosa para la que quiero vivir —confesó él mientras la abrazaba, entregándose al beso una vez más.

Como siempre, gracias por tu fidelidad a esta historia: le das vida con tus comentarios, votos y mensajes de apoyo.

Ya ves que se están formando dos bandos y ahora Morrigan tiene el apoyo del que se jactaba de ser el guerrero más fiel de Atenea... con Kyrene fuera de juego, Deathmask desquiciado y Shura de su parte, ¿logrará alcanzar su objetivo de vengarse de Atenea?

Mañana, "Granchio cazzo". 

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