75. La lealtad de Deathmask
Si bien no solían utilizarse en los tiempos modernos, los calabozos del Santuario habían sido diseñados y construidos específicamente para inhibir los poderes de quienes tuviesen el infortunio de ser recluidos en ellos, reduciéndolos a seres humanos dependientes de sus propias fuerzas, pero, aun así, nada se dejaba al azar: situados en las profundidades y cubiertos de sellos impregnados del poder de la diosa, cada inquilino era custodiado por doce guardianes divididos en tres turnos, de modo que cualquier intento de escapar fuese abortado antes de llegar a materializarse.
Su ubicación -una sala de roca robada a golpes de pico a una caverna cercana a las cabañas de los sirvientes- evitaba que la luz del sol iluminase los corredores, privando así a los prisioneros de la capacidad de distinguir entre el día y la noche en una eficaz tortura que, unida a la falta de alimento a la que se les sometía, había llegado a arrancar confesiones agónicas en siglos anteriores.
Deathmask de Cáncer ostentaba ahora el dudoso honor de ser el único habitante de aquellas instalaciones. Sin más compañía que sus pensamientos, había aterrizado a empellones en su celda jurando a gritos que mataría a quienes le habían escoltado hasta allí en italiano y griego, con tantos y tan creativos insultos que un joven centinela se echó a llorar en cuanto pudo salir al aire libre, aterrorizado.
La primera noche sus aullidos resonaron por las húmedas paredes, impidiendo dormir a medio santuario. Tras corroborar que no había allí ni una sola pieza de mobiliario que destrozar para dar rienda suelta a su cólera, se dedicó a recorrer a zancadas la escasa superficie del habitáculo una y otra vez, haciendo repicar contra los barrotes los pesados y anticuados grilletes que mantenían unidas sus muñecas, invocó a todos los ancestros de Shion y maldijo a Atenea y al Olimpo en general antes de caer dormido en el suelo de puro agotamiento.
Cuando despertó horas después, perdida la noción del tiempo, se aferró de nuevo a la reja exigiendo su liberación. Dos soldados entraron para ofrecerle un balde de agua fresca que él volcó de una patada.
—¡No seas estúpido, no estás en condiciones de rechazar nada! —sugirió uno de sus vigilantes.
—¿Qué me has llamado, futuro paseante de Yomotsu? ¡Pienso despellejarte vivo en cuanto salga! ¡Abre si tienes pelotas!
—¡No creas que no informaré al patriarca de tu actitud! ¡Deberías aprovechar para reflexionar sobre por qué te encuentras aquí!
—¿Reflexionar? ¿Y tú qué mierdas sabes de por qué me habéis encerrado? ¡Piltrafa! ¡Haré lo que me salga de los huevos, como si quiero matarme a pajas pensando en tu padre!
—No eres más que un loco... —comentó el guardián, meneando la cabeza con desaprobación.
—¿Un loco? ¿Te parezco un loco? ¡Pues memoriza mi cara, porque si algún día te pillo será la última que veas!
Sin embargo, la ira del caballero de Cáncer fue aplacándose poco a poco, gracias al cansancio y a la ausencia de comida. Desesperado y sin nada que le distrajese de su obsesión, se dedicó a ejercitarse para matar el tiempo mientras maquinaba planes para acabar con Morrigan sin dañar a Kyrene, pero no tuvo éxito. Sus únicas certezas eran que no podía permitir que su antiguo yo regresara y que aún la amaba y arriesgaría su propia vida para protegerla, pese al peligro que suponía para todos y la promesa que se había hecho de olvidarla. Pensaba en ella durante la vigilia; soñaba con ella cuando dormía. Las inquietantes apariciones de la diosa habían cesado, lo cual constituía un mínimo alivio, pero de un modo u otro, el recuerdo de Kyrene le perseguía, impidiéndole descansar, como un castigo por su torpeza a la hora de detectar qué ocurría. Se obstinaba en examinar hasta la náusea cada uno de los detalles extraños que le habían hecho desconfiar y el modo en que los había racionalizado para no creer lo que tenía ante los ojos; se culpaba de todo, machacándose sin tregua, y habría continuado atrapado en aquel bucle de autodestrucción de no haber sido por una visita inesperada.
—Joder, qué asco das, viejo crápula... Hueles como si llevases un mes muerto y abandonado al sol...
Incrédulo, el preso detuvo la serie de flexiones a una mano en la que estaba concentrado y levantó la cara para escrutar en la penumbra al recién llegado, ofreciéndole un deplorable paisaje de piel tiznada de suciedad, cabello alborotado y mandíbula cubierta por una barba asilvestrada.
—¿Qué coño haces aquí? ¿Cómo has entrado?
—Ser el antiguo patriarca tiene sus ventajas, mi querido amigo. ¿No te alegras de verme?
Deathmask hizo restallar la lengua, molesto, y se sentó en un rincón.
—Ah, vamos, muestra un poco más de entusiasmo... —Saga acercó un pequeño escabel mohoso y se acomodó en él, hurgando entre los pliegues de su túnica— Al fin y al cabo, me la estoy jugando por ti. ¿Tienes idea de la que me caería si Shion se entera de que he manipulado a los guardias? Me pondría a ese lado de los barrotes a hacerte compañía y de verdad que no estoy preparado para desprender el mismo hedor que tú ni para dormir junto a ti en estas circunstancias.
A su pesar, el prisionero esbozó una mínima sonrisa.
—Me tomaré eso como un "qué bien que has venido, querido Saga". Ten, anda —le tendió a través de la reja un estuche que el canceriano miró con desconfianza—; no tienes ni idea del revuelo que has montado, pedazo de truhán impresentable.
—No te hagas el digno, tú amas ver el mundo en llamas... —dijo por fin Deathmask, abriendo la funda y sacando un objeto de plástico que examinó con semblante sorprendido— Espera, ¿esto es...?
—En efecto, el discman de Milo —asintió, con una sonrisa.
—Pero es su tesoro... no va a ningún sitio sin él... dice que ya es una antigüedad y que vale una pasta...
—Me ha pedido que te lo preste; dice que ahora tú lo necesitas más, pero que si se lo estropeas te hará acupuntura en las bolas hasta que se te pongan como ciruelas.
—¿Y ha metido sus discos de Depeche Mode? Los copiamos juntos cuando teníamos... qué sé yo... ¿diecisiete años?
Recluso y visitante se quedaron en silencio unos segundos, rememorando épocas pasadas. Pese a la mala fama que arrastraba -merecida, nadie lo negaba- y de la cual jamás conseguiría desprenderse por completo, quienes sirvieron bajo sus órdenes sabían que Saga había emprendido reformas pertinentes y necesarias en el santuario: era él, por ejemplo, quien había dotado a todo Rodorio de tendido eléctrico y animado a sus habitantes a hacerse con los electrodomésticos básicos para tornar sus vidas más cómodas. Del mismo modo, había dado permiso a los caballeros de la Orden Dorada para escoger un producto tecnológico que llevar a sus templos, aliviando así el tedio de su rutina casi monacal. De aquella concesión habían resultado la radio a pilas de Shura, el televisor de Deathmask, el ordenador de Shaka o la motosierra de Afrodita, que había alucinado a sus compañeros de armas demostrando que era capaz de usarla tanto para talar árboles con el júbilo de un leñador canadiense como para darles sustos mortales caracterizado de Leatherface.
—Hace tiempo, sí. Pero eso no es lo único que te he traído.
Deathmask se fijó en el segundo paquete que Saga le ofrecía: se trataba de una bolsa de papel de estraza marcada con varias manchas de grasa que dejaban traslucir su contenido.
—¡¿Un sándwich de pastrami, rúcula, mostaza y queso gorgonzola en pan de tomate seco?! ¡No puedo creerlo...! —confesó, tras abalanzarse sobre el envoltorio para destrozarlo con dedos trémulos— ¿Sabes cuánto llevo sin comer? —preguntó, dando un primer y ansioso bocado sin preocuparse por hablar con la boca llena.
—Ya, ya, despacio, que te vas a atragantar —dijo Saga, paternal—. Sí que lo sé, pequeño gorrión descarriado: hoy es tu sexto día de ayuno estricto.
El italiano abrió la boca en un gesto de estupor que hizo que un trozo de carne resbalase hasta su regazo.
—¿Seis días? ¿Ese cabronazo de Shion me ha dejado aquí casi una semana? ¡Mierda, Saga! ¡Tengo que salir! ¡Kyrene podría estar muerta!
Saga se revolvió en su asiento, oteando la salida con repentina inquietud.
—¿Quieres serenarte, idiota? ¡No debemos llamar la atención! —siseó— Si ponemos a los guardias en un compromiso no volverán a ayudarnos... Ahora, escúchame calladito: tenemos una idea aproximada de hacia dónde podría haberse dirigido Morrigan. ¡Pero tienes que estar calmado o todo se irá a la mierda! Come, joder.
Deathmask asintió, impaciente, pero no volvió a tocar el sándwich.
—Te escucho.
—Eso está mejor. Ya sabes que Afrodita conoce a fondo el norte y su mitología. Pues bien, ha estado estudiando y ha llegado a la conclusión de que, dada la cercanía del Samhain, Morrigan podría estar preparándose para abrir las puertas del inframundo, como se supone que hace cada año según la tradición, para emerger escoltada por todas las criaturas espectrales. Y si lo consigue, estaremos en serios problemas. Todos nosotros.
—Esa sería una aparición estelar muy a su estilo, desde luego. Me pareció un poco diva.
—Ya sabes, a las diosas les gusta destacar.
—¿Y qué planea Shion?
—Confiaba en que Shura se bastase para acabar con ella, pero no hemos recibido noticias desde que salió de aquí. Sabemos que está vivo; sin embargo, desconocemos su paradero.
—Maldito desgraciado... si la ha matado, te juro que le voy a...
—Eh, relájate, Montesco, que ahora viene lo interesante: Afrodita ha deducido también la ubicación de la supuesta entrada al inframundo... Y ese dato solo lo tenemos dos personas, por el momento —susurró, con un guiño.
Llevado por el entusiasmo, Deathmask asió los barrotes y se aproximó hasta que su rostro quedó casi pegado al de Saga, que se retiró abanicándose con un exagerado gesto de asco.
—¡Joder, tío! Cuando te digo que apestas, es porque de verdad apestas... No se te ocurra acercarte hasta que hayas pasado por un buen túnel de lavado...
—¿Y a qué quieres que huela, si llevo seis días durmiendo en el suelo de una celda llena de mierda milenaria, sin ventilación y meando en un puto cubo oxidado?
—Bueno, en eso tienes razón... pero mantente lejos de mí. El caso es que voy a explicarte con exactitud dónde tienes que ir. Si Shura no da señales en breve, Shion mandará otro equipo, así que debes darte prisa y llegar en primer lugar.
—¡Está bien! ¡Estoy preparado para ponerme en marcha! —exclamó resueltamente Deathmask, levantándose de un salto y cayendo contra la pared casi al instante. Le reventaba tener que admitirlo, pero estaba debilitado hasta la extenuación.
—No seas imbécil, Death. Vas a pasar las próximas horas comiendo y durmiendo y mañana te sacaremos de aquí. Te diré cómo encontrar tu armadura y, a partir de ahí, continuarás solo. No puedo implicarme más, espero que lo comprendas.
—Claro que sí. Gracias, amigo —dijo Deathmask, con su mano sobre la del griego.
—Ten en cuenta que es posible que yo mismo sea parte del siguiente contingente y, en ese caso, me tocará luchar contra la aburrida de tu novia...
Una sonrisa amarga curvó los labios del cuarto custodio:
—¿Sigues considerándola aburrida, aun estando poseída por una diosa de la guerra?
—A ella, sí. Pero admito que esa tal Morrigan me parece fascinante... ¡Y además está buenísima!
Ambos se echaron a reír con ganas hasta que un ataque de tos hizo a Deathmask apretarse los pulmones con las dos manos.
—Mierda, sí que necesito algo de descanso antes de viajar a Irlanda...
—Ya puedes jurarlo. Además, no debes usar tu cosmos hasta estar a una distancia razonable: si Shion lo detecta, colgará tu cabeza en la entrada de tu templo y quizá la mía le haga compañía, así que te toca salir de Grecia por tus propios medios.
—¿Por qué me estás ayudando, Saga? Arriesgas mucho...
El aludido tomó una bocanada de aire rancio y carraspeó.
—Digamos que recuerdo tu lealtad y ha llegado el momento de devolvértela. Tú creíste en mí durante trece años y ahora yo debo creer en ti. Si piensas que Kyrene puede ser recuperada con vida, pondré todo de mi parte para ayudarte. Y cuando volváis de una pieza, le contarás que ha sido gracias a mí y tendrá que invitarme a las copas el resto de nuestras vidas.
—Visto así, es un plan sin fisuras —bromeó Deathmask, impresionado por el altruista gesto de quien había sido su líder, a pesar de su intento de disfrazarlo de frivolidad.
—Lo es. Ahora he de marcharme, así que deja que te dé el resto de los detalles. Y cómete el puto sándwich, que he tenido que hacer una cola alucinante en ese sitio italiano de Atenas que te gusta para conseguirlo.
Ahora sí, aquí está el capítulo. Te pido disculpas por el retraso, pero mi ordenador decidió que quería que le revisara la batería y que no podía esperar, así que a eso me dediqué el día de ayer.
Ahora que Shura y Kyrene están fuera de combate (literalmente), ¿logrará Deathmask llegar a tiempo para detener a Morrigan, o se le adelantará Shion con las fuerzas del santuario? ¿Acabará Saga haciendo compañía al italiano en un calabozo? ¿Desatará Morrigan una guerra entre panteones?
Mañana sin falta, el siguiente capítulo: "Desnuda, indefensa y desarmada".
¡Gracias por acompañarme hasta aquí!
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