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71. Una piedra y nada más

La ira, la tristeza y la desesperación luchaban por dominar su ánimo, instándole a reaccionar de un modo u otro, pero él no tenía ninguna prisa por entregarse a aquellas emociones. Apático, contemplaba la luna a través de la oquedad del techo de la caverna, dejando crecer el dolor físico para olvidar las heridas del alma.

Kyrene...

La muy idiota se había marchado, abandonándole en pos de un propósito tan heroico como inalcanzable. Una utopía que terminaría con ella muerta, destrozada por la estúpida ambición de una diosa que no se detendría ante nada para reivindicarse.

Se mesó el cabello y trató de diluir el nudo que obstruía su garganta. Ahora comprendía cada una de las reacciones que le habían llamado la atención; los cambios de humor, su evolución física, la sensación de que le ocultaba algo... Aquella no era Kyrene. Había sido engañada y manipulada por la maldita Morrigan hasta convencerse de que la sublevación contra Atenea era el camino hacia un mundo más justo.

Ira, tristeza, desesperación.

La primera era, sin lugar a duda, la ganadora de su duelo interno. De hecho, estaba tan enfurecido que le costaba respirar. Las venas se marcaban bajo la piel tensa de sus puños apretados, el corazón bombeaba con rapidez. Había fracasado en todos los sentidos posibles, contraviniendo la orden directa del patriarca y permitiendo que la diosa se llevase a Kyrene. ¡Una actuación típica del más indigno de los caballeros de la Orden Dorada, claro que sí!

Una gran piedra se desprendió de una de las paredes, seguida de un pequeño torrente de otras menores. El caballero sacudió con indiferencia la mano con la que había golpeado el muro y miró los tres regueros de sangre que se habían abierto en sus nudillos.

Se había ido, dejándole atrás. Nada de lo vivido juntos era relevante para ella. Él solo había sido un estorbo desde que Morrigan llegó con sus cantos de sirena y sus poderes, mucho más interesantes que la sencilla vida que compartían en Rodorio: toda una serie de alicientes capaces de seducir a una chica que había pasado años huyendo y ocultándose en las sombras, una chica que ahora se enorgullecía de tener poder para vengarse de todo y de todos... Quizá Kyrene no fuese una víctima de los ardides de la diosa, sino una acólita decidida, que obraba por su propio interés. Eso explicaría por qué no le había contado lo que sucedía, por qué le había permitido dudar y sufrir en la ignorancia.

Su cosmos ardía como una hoguera de rabia alimentada por la decepción de su corazón roto, tan intensamente que ni siquiera tuvo conciencia del momento en el que dejó atrás la gruta envuelto en un relámpago dorado para transportarse al único lugar del universo donde todavía podría sentir una pizca de calma.

La inconmensurable hilera de muertos avanzaba, como hormigas insignificantes. Y, sin embargo, cada uno de ellos había tenido una historia, familia, aspiraciones... Todo era fútil. No importaban sus actos ni cuánto bien hubiesen repartido por el mundo: nacían para morir, condenados desde la cuna.

Fue allí, en medio del opresivo silencio que habría angustiado a cualquier otro ser humano, donde una reflexión tan sencilla como sobrecogedora se abrió camino en su mente con total claridad: tenía que renunciar a ella, por mucho que la quisiera.

Kyrene y todo lo que ella representaba no tenían cabida en su vida. Él era el instrumento de una diosa y su trabajo era garantizar la paz para los demás. ¿Dónde estaba escrito que tuviese derecho a buscar su propia felicidad? ¿Desde cuándo los de su clase podían vivir en libertad o amar a alguien que no fuese Atenea? No era posible; por eso le habían obligado a suscribir el voto de entrega al recibir su armadura, cuando ni siquiera tenía edad para entender qué estaba sacrificando. Debía reservar todas sus fuerzas para proteger a la humanidad, pero sus sentimientos le habían distraído. Sí, eso era. El Deathmask de antaño, ese al que ella -¡ah, ingenua!- decía querer de vuelta, no habría parpadeado siquiera antes de aplastarla al primer gesto inusual. Ese era él, un arma mortífera, un criminal acostumbrado a matar sin preguntar, pero Helena y Kyrene le habían llevado por un camino equivocado, uno que no había de recorrer.

No volvería a ocurrir. Caminando alrededor del pozo, cada vez más cerca, su mano se deslizó en el bolsillo del pantalón hasta dar con la caja que había custodiado durante semanas y la abrió. El aro de plata destellaba ante sus ojos, coronado por el corazón verde cuajado de delicadas vetas. Lo sostuvo entre los dedos y lo elevó, mirando el paisaje yermo a través de él; inevitablemente, la piedra tallada le traía a la memoria el recuerdo de los iris de la joven, que él solía comparar con el océano en los instantes de dulce vulnerabilidad que solo se permitía con ella.

Desde su regreso de Irlanda, había imaginado cómo sería el momento en que le entregase aquel símbolo. No necesitaría hacerle promesas absurdas; ella ya sabía lo que sentía y lo entendía. Sonreiría y extendería la mano, ofreciéndole los dedos para comprobar si había acertado con el tamaño y se echaría a reír si resultaba ser demasiado grande, con alguna broma obscena acerca de dónde podía ponérselo. Los dos se troncharían de risa, la besaría y acabarían haciendo el amor sobre la colcha que había comprado en navidad, la misma que él decoraba con girasoles cuando se marchaba de misión para demostrarle que seguía vivo y que pensaba en ella. Eso era lo que debería haber sucedido y así habría sido de no haber intervenido la loca de Morrigan. Ella había apartado de su lado a Kyrene, estropeando su perfecta y plácida relación y ahora no había vuelta atrás. Para ellos dos quizá no hubiera remedio, pero era preciso acabar con ella para garantizar la supervivencia de los seres humanos.

—Una joya no es más que una piedra... y las piedras no valen nada —masculló, haciéndola girar con lentitud.

Aquel pedazo de metal y malaquita representaba su flaqueza, su dejadez, el abandono de su misión. Él no sabía cumplir con su tarea si no era masacrando todo a su alrededor como un huracán en su apogeo y la chica de los ojos verdes solo era un señuelo, un estorbo: el disfraz de la formidable enemiga que confiaba en que su hermosa apariencia le forzase a reprimir su vigor en el combate... Pero se equivocaba.

—Adiós, gatita... Te amo, pero no puedo dejar que socaves el orden de las cosas tal como Atenea las dispuso.

El pozo aguardaba. Todos terminaban en él, tarde o temprano. El pozo escondería su vergonzoso secreto y le exoneraría, se tragaría el ridículo anillo para que nadie supiese que Deathmask de Cáncer, el más cruel de los caballeros dorados, había perdido una batalla por amor.

Porque ganaría la siguiente, aunque las almas de los dos fuesen el precio.

El amanecer comenzaba a borrar las tinieblas cuando Deathmask se materializó junto a la entrada del Santuario, con el aspecto ojeroso y desaliñado que se había convertido en su marca personal en los últimos tiempos. "Vagabundo style", lo había llamado Milo en alguna ocasión, en honor a sus largas noches viendo "Zoolander" y tragando palomitas juntos, pero él no estaba de humor para reírle la gracia.

Los soldados que custodiaban la puerta se apartaron con respeto al verle llegar, descruzando las lanzas para franquearle el paso en un ademán marcial que él reconoció llevándose la mano al pecho sin interrumpir su paso cansado. Por la diosa, solo quería llegar a su templo y dormir; dormir durante una semana, dormir hasta que sus problemas se resolviesen espontáneamente, hasta que la solución se le presentase en un jodido sueño... Pero no podía hacerlo. Subiría a Cáncer, cogería su armadura y saldría tras Morrigan para expulsarla de Kyrene y truncar sus planes antes de que alguien advirtiese que la había dejado escapar como el imbécil enamorado que era.

—Señor, llega tarde —le interceptó en un nervioso susurro un sirviente surgido de quién sabía qué rincón.

—¿Qué dices? Aparta de mi camino, niño —repuso él, molesto.

El joven tragó saliva, abriendo un enorme par de inocentes ojos grises que reflejaban el genuino terror que aquel hombre le provocaba.

—Señor, por favor. Todos los santos dorados, excepto los que se hallan fuera del país, están convocados a una reunión con el patriarca y solo falta usted. He ido a buscarle y, al no encontrarle en su templo, pensé en bajar a Rodorio, por si estaba en la taberna con...

—Pues ya ves que no estoy "con" —dijo Deathmask, caminando con gesto adusto.

—Debe acompañarme, señor. El patriarca así lo exige... Es importante.

Tanta insistencia le hizo reparar en el significado de aquellas palabras: una reunión colectiva con el patriarca a aquellas horas no podía implicar nada bueno y él no quería que le asignasen algún trabajo que le impidiese correr tras la que había considerado la mujer de su vida, pero ahora no podía marcharse sin más o todo empeoraría, si es que eso era posible.

—Está bien, vamos. Tan solo deja que me ponga la armadura a la que pasamos por Cáncer —accedió por fin, de mala gana.

Inspiró ruidosamente cuando se encontró frente a la gran sala de audiencias que el patriarca reservaba para recibir a los caballeros de oro. Precedido por el sirviente, que abrió las dos grandes hojas recubiertas de volutas de pan de oro, hizo su entrada ante las serias miradas de sus compañeros.

—Gracias por honrarnos con tu presencia, Cáncer —saludó Shion, sarcástico, dirigiéndole un gesto para que se arrodillase en su sitio, entre Saga y Aoria—. Bueno, ahora que estamos todos, podemos comenzar. Os he mandado llamar porque un nuevo enemigo se cierne sobre nosotros.

Nadie quebró el disciplinado silencio, pero la atmósfera se tiñó de un aire de incomodidad e incertidumbre.

—Caballeros, Shura de Capricornio ha averiguado que ciertos asesinatos recientes están conectados entre sí y han sido cometidos por alguien cercano. Acaba de llegar para informarnos, así que escuchémosle con atención —Deathmask mantuvo la vista fija en la baldosa que quedaba bajo su escarpe izquierdo. Sabía a la perfección lo que iban a oír—. Ottavio Aldaghiero, Keelan y un puñado de proxenetas: todas estas muertes tienen algo en común, y es que su autora dejó su cosmos impregnado en la escena del crimen, como un sello personal.

—¿El cosmos de alguien de nuestro entorno, Patriarca? —inquirió Aioria— ¿De quién se trata?

—De Kyrene Angelopoulou —respondió el líder, con sencillez.

—¿Kyrene...? ¡Venga ya! Debe tratarse de un error —rio Saga, incrédulo.

—Géminis, cállate. Dejemos que Capricornio nos explique cómo ha llegado a esa conclusión.

El aludido se levantó y se colocó a la derecha de Shion, que le invitó a hablar con un ademán. A pesar de las piezas de metal labrado que ocultaban gran parte de su cuerpo, todos los presentes repararon en las heridas que se extendían por su mano derecha y en su aspecto abatido.

—Pude percibir el mismo cosmos en los tres lugares: la escuela, Mégara y la celda en Korydallos. Estoy seguro porque jamás había sentido algo así, tan... oscuro y belicoso. Pero no sabía a quién pertenecía hasta que me di cuenta de que ella llevaba unos pendientes idénticos al aro de metal que encontré en el patio de Aldaghiero. Anoche la visité y confirmé que, en efecto, le faltaba uno y que controlaba esa energía; por tanto, es la responsable. Esa mujer está hospedando al enemigo en su propio cuerpo.

"Esa mujer". El caballero de Cáncer notó un calambre de ira subiendo por su espalda al escuchar a Shura referirse a Kyrene con aquel aséptico apelativo, pero no se movió.

—Bueno, entonces está detenida, ¿no? —preguntó Milo.

—No, Escorpio, no lo está. Capricornio me informó anoche de su deducción y salió en su busca, pero no consiguió traerla. De hecho, me sorprende que Cáncer venga solo, después del mensaje que le envié.

Había llegado el momento de afrontar su error. Deathmask carraspeó y elevó la mirada hacia el consejero de Atenea, tratando de sonar firme.

—Señor, no pude retenerla.

—¡Pero si es tu novia! ¡Solo tenías que dejar de pinchártela un momento y...!

—¡Escorpio! ¡No toleraré ni una interrupción más, venga de quien venga! Cáncer, intentaste neutralizar a la mujer y escapó, ¿es así? —Shion se acercó y se inclinó para examinar las evidentes magulladuras que deformaban el rostro del italiano, sin demostrar emoción alguna.

"La mujer", de nuevo. Ya no era Kyrene, la camarera, la huérfana, sino tan solo una adversaria, deshumanizada para no inspirar ningún tipo de empatía.

—Sí, Patriarca.

—Está bien. Continúa, Capricornio —dijo, incorporándose y volviendo a su posición anterior.

—Ese cosmos no pertenece a un ser humano. Es demasiado antiguo y poderoso. Su fuerza es inconmensurable... —murmuró Shura, avergonzado de su fracaso.

—Entonces, ¿quién es?

—No quiso revelar su nombre, pero dijo ser la diosa de la guerra.

El patriarca les dio la espalda durante un par de minutos, meditando con la mirada fija en los frescos y tapices de las paredes.

—¿Desde cuándo, Cáncer? —preguntó al fin, girándose.

—Desde que volvimos de Irlanda, Patriarca; pero nunca había percibido en ella el menor rastro de cosmos hasta esta madrugada —repuso Deathmask, con sinceridad.

—Hace un año, en esta misma sala, te pregunté si habíamos dado refugio a una asesina y lo negaste. ¿Duermes con ella casi cada noche y pretendes hacerme creer que no sabías nada? —el tono de Shion se endureció al tiempo que se echaba hacia atrás, con los brazos cruzados entre los pliegues de su túnica ceremonial.

—Señor, Kyrene no es más que una persona normal. Jamás ha recibido entrenamiento de ningún tipo. Está siendo utilizada por una entidad mayor que la ha convencido de que están haciendo justicia.

—¿Qué justicia? ¡Le dije expresamente a esa mujer que no tenía ningún derecho a tomársela por su mano! ¿Cómo se atreve a desobedecerme?

Oír aquella expresión por tercera vez fue suficiente para colmar la paciencia de Deathmask, que se levantó con brusquedad, como impelido por un resorte:

—¡Basta! ¡No es "esa mujer", se llama Kyrene! ¡Y, para empezar, nada de esto habría pasado si tú no hubieses dejado libre a un delincuente! ¡Ella no hizo más que defenderse de un puto agresor! Es más, ¿sabes para qué sirvió tu justicia tan ecuánime, Shion? ¡Para que ese cabrón violase a una de las chicas del pueblo! ¡Le dio tal paliza que casi la mata! ¡Por eso Kyrene lo liquidó: quería evitar más víctimas!

Aioria, que continuaba arrodillado como el resto, extendió el brazo hacia él y asió su greba derecha en un intento de reconvenirle, pero no logró nada.

—¿De qué estás hablando, Cáncer?

—¡De la muerte de Helios Samaras! ¡Ese fue el comienzo! ¡Lo tenías delante de tus patriarcales narices y no quisiste verlo!

—¡Ten cuidado con lo que dices! ¡Tú eres quien ha fallado en su misión!

—¡Claro que anoche traté de traerla ante ti! ¡Y suerte que no lo conseguí... porque pretendes castigarla por librar al mundo de una amenaza que tú no atajaste! ¿Serás implacable con ella como lo fuiste siempre con nosotros?

—¡Silencio!

—¿Duele oír la verdad, Patriarca? ¡Tú eres responsable del sufrimiento de esa cría inocente a la que Kyrene vengó! ¡Ella ha hecho mucho más por las víctimas en solo unas semanas que nosotros en años!

—¡Basta! ¡No es ese el concepto de justicia que defendemos en este santuario de paz! ¡No bajo mi mando! ¡Y si no eres capaz de asumirlo, aceptaré de buen grado tu renuncia!

—¡No, Shion! ¡No estoy de acuerdo con ella, pero entiendo que la idea la seduzca! ¡Tiene poder para cambiar las cosas! ¿Quién podría reprocharle que lo ejerza?

Las miradas de ambos se cruzaron, cargada de un halo de frialdad la de Shion, plena de llamaradas de cólera la de Deathmask.

—Arrodíllate, Cáncer.

Deathmask reflexionó durante un instante. Acababa de gritar a su superior delante de toda la orden, lo cual constituía una falta grave, pero estaba seguro de que había conseguido penetrar un tanto en las sólidas defensas de Shion. Por mucho que pareciese imperturbable, la mención a su propia culpabilidad en la agresión a una joven de Rodorio no era algo que dejase indiferente al, en el fondo, cálido y paternal ariano y lo más inteligente ahora era dejar de presionarle y mostrarse tan cooperativo como fuese posible... aunque ello implicase tragarse el orgullo.

—Compórtate. Es la última vez que te lo advierto. La justicia ha de administrarse con prudencia o se convierte en despotismo. Ahora, cuéntanos todo. Más tarde hablaremos de tu actitud.

—Lo siento, Patriarca —dijo mientras adoptaba una postura más sumisa, con la cabeza gacha—. Como ha dicho Shura, Kyrene es la portadora de una deidad.

Un murmullo de asombro recorrió la sala y se extinguió en cuanto Shion dio un paso hacia el caballero.

—Continúa.

—No lo supe con certeza hasta hace unas horas, pero lleva consigo a Morrigan, la diosa irlandesa de la guerra y la muerte. Y esa tal Morrigan opina que Atenea no está cuidando de la humanidad como debería.

Afrodita se volvió con los labios entreabiertos en un gesto de asombro.

—Acuario, Piscis. ¿Qué sabemos de Morrigan? —preguntó Shion, dirigiéndose a los más avezados en la cultura del norte.

—Patriarca, solicito permiso para ausentarme un momento; querría aportar un texto —dijo el sueco.

Tras recibir el consentimiento pertinente, Afrodita salió y Camus comenzó a hablar en tono tranquilo:

—Es una diosa combativa, que lidera las batallas. Es capaz de llenar de valor a sus favoritos hasta hacerles luchar sin sentir dolor y de aterrorizar a los enemigos con su grito de guerra.

—Entonces, ¿la camarera muermo era la reencarnación de una diosa? ¡Esto sí que es un giro de guion!

—Géminis, guarda silencio —le reprendió el patriarca.

—No lo creo. Por el modo en que se expresa, Kyrene es solo una portadora. Morrigan la llamó "aliada"—aportó Deathmask, recalcando el nombre de su pareja una vez más.

—Por otra parte, sus atribuciones van mucho más allá: es responsable de la soberanía de su territorio y también se le rinde culto como protectora de la fertilidad, tanto de las tierras y el ganado como de las mujeres. De ella depende la renovación de la naturaleza en sus ciclos anuales, por eso se la venera en el Samhain, que es además la noche en la que los muertos se mezclan con los vivos.

—¿Es algo así como el Halloween de los antiguos irlandeses? —preguntó Aioria.

—Es similar. No se celebra el 31 de octubre, sino durante la luna llena que tiene lugar justo entre el equinoccio de otoño y el solsticio de invierno, es decir, unos días después. Es una fiesta que da la bienvenida a la oscuridad, al invierno del mundo.

Afrodita hizo repiquetear los nudillos en la puerta y entró de nuevo. Llevaba en sus manos un grueso volumen de cubiertas azules estampadas con letras doradas.

—Y aún es más que eso. Morrigan no es una simple diosa, sino una tríada. El problema es encontrar fuentes fiables acerca de ella... Toda la tradición celta era oral hasta hace apenas mil años, hay pocos escritos que recopilen lo que se sabía de su culto y potestades. Se dice que son tres deidades en una, pero no se sabe con exactitud cuáles: Badb, Macha y Anann, por lo general, pero a veces también se menciona a Nemain u otras... Los nombres varían. Acompañaba al paraíso a los guerreros que mueren en combate, elegía a los reyes de Irlanda y era considerada también la diosa del sexo y el amor ...

—Joder, Deathmask, ¡menudo tío afortunado eres, tirándote a una diosa del sexo!

—¡Milo, estabas advertido! —dijo Shion, aislando con un gesto al octavo guerrero tras un muro de cristal— El próximo irá directo al calabozo.

Afrodita puso los ojos en blanco un segundo y continuó hojeando el libro:

—Algunos autores consideran que es la mismísima Anu, diosa madre de los celtas, pero no hay datos concluyentes. No se la tiene por una entidad maligna, al contrario; Irlanda está llena de lugares consagrados a ella: cuevas, construcciones prehistóricas, montañas, incluida una pareja de colinas llamada "los senos de Morrigan" en el condado de Armagh, Dá Chích na Morrígna, donde se dice que reposa su alma...

Milo gesticuló como si no pudiese contener las ganas de hacer una broma al respecto, pero fue obviado por todos los demás. Deathmask, por su parte, golpeó el suelo con el puño, atravesado por una repentina certeza.

—No fue allí... sino en "Paps of Anu"... Dá Chích Anann, en Kerry. Salió a pasear, a solas... Debió de ser entonces cuando se apoderó de ella...

Shion le dirigió una mirada compasiva que el caballero de Cáncer no advirtió, sumido en una mezcla de impotencia y rabia.

—Es una diosa metamórfica —intervino Camus—. Las leyendas la describen como un ser capaz de cambiar su apariencia, pudiendo manifestarse como una doncella de gran belleza, una anciana o diversos animales.

—Así es: cuervo, corneja, vaca, lobo... Criaturas sagradas para su pueblo —concordó Afrodita.

—Sin embargo, me pregunto por qué alguien con tal poder se alojaría en un cuerpo mortal... —especuló el francés, con los dedos sobre el mentón y aire pensativo.

—No podemos presuponer nada. Morrigan tiene el don de profetizar los acontecimientos futuros. Vaticinó la prosperidad de la tierra justo después de la segunda batalla de Maige Tuired contra los fomorianos, una época de grandes logros para su panteón:

Paz hasta el cielo.

El cielo baja hasta la Tierra
y la tierra bajo el cielo;

fuerza en cada uno de ellos.

Una copa rebosante,

llena de miel,

hidromiel en abundancia,

verano en invierno...

Paz hasta el cielo.

La lanza ayudada por el escudo,

escudos ayudados por fortalezas,

fortalezas con salvaje furia para la batalla,

bosques crecidos con ciervos.

Para siempre las destrucciones se fueron.

Nueces en los árboles,

una rama marchita cae,

marchita por el crecimiento.

Riqueza para el descendiente,

un hijo sabio

de cuello fuerte,

el buey de una canción,

árboles nudosos,

madera para el fuego,

fuego en el hogar,

empalizadas nuevas y brillantes.

La victoria del salmón,

el Boyne los hospeda

en una hermosa posada

ampliada después de la primavera.

En otoño aumentan los caballos,

la tierra se conserva salva

y se recuenta con buenas palabras.

Poderosos en la eternidad

de excelentes bosques.

Paz hasta el cielo,

nueve veces eterna.

—Ese texto deja claras sus aspiraciones en cuanto a la vida de sus fieles, desde luego —dijo Shion—. ¿Qué más?

—Junto con esta declaración, también vio su propia victoria y... —frunció los labios, como si no quisiera seguir leyendo.

—¿Y qué, Piscis?

—Y el fin del mundo, Patriarca.

Ya sabemos un poco más de las intenciones y el carácter de Morrigan. Deathmask, por su parte, está desquiciado y ha metido la pata con Shion hasta la ingle. En el capítulo de mañana, "Cada hombre, un traidor", veremos si consigue reconducir su situación o si pierde la cabeza por completo. Ya te adelanto que para él no va a ser fácil escuchar los planes que se trazarán para neutralizar a Morrigan.

¡Gracias por acompañarme un día más, por votar y comentar! ¿Hay mejores lectores en el mundo que los de "Templo de carne y sangre"? Ya te lo digo yo: NO.

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