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70. Perdido y encontrada

Estaba segura de que nada podría aliviar la infinita tristeza que la invadía mientras caminaba de vuelta a casa, descalza y empapada, pensando continuamente en el hombre que dejaba atrás. Parecía que Deathmask y ella llevaban trayectorias opuestas: él había dejado de afirmar que el poder equivalía a justicia, ella abrazaba ahora aquella idea para levantarse contra la mismísima Atenea.

Sabía que habría de enfrentarse al caballero en nombre de un bien mayor, pues él no renunciaría a su causa, y que la próxima vez Morrigan no tendría piedad; la nueva profecía así lo auguraba, invalidando su promesa de perdonarle la vida. La idea de perderle la destrozaba por dentro, pero comprendía que ninguno de ellos importaba como individuos aislados: la batalla final decidiría el modo en que las diosas regirían la tierra. Si vencía Atenea, el mal seguiría campando a sus anchas, cebándose con los débiles para diversión de los superiores; si ganaba Morrigan, su venganza daría inicio a una era bélica plagada de bajas que culminaría en la liberación de quienes sufrían. Los valientes lucharían para sí mismos y no en nombre de dioses, y estos dejarían de utilizar a los seres humanos en función de sus caprichos. Morrigan se encargaría de que la guerra sirviese solo para proteger la paz y no tendría miedo de declararla y liderarla cuando fuese imprescindible.

Pero Deathmask y ella no volverían a estar juntos. Pertenecían a bandos opuestos, por más que el corazón le doliese bajo el peso de aquella certeza.

Bufó, harta de dar vueltas al tema, y entró por fin en la taberna. Aunque ahora gozaba de una excelente resistencia gracias a Morrigan, necesitaba lavarse las heridas, que ardían debido al rápido proceso de regeneración, y coger algunas cosas antes de partir rumbo a la siguiente etapa de su historia.

—¿A dónde vamos, Morrigan?

A mi reino, donde la frontera que separa a los vivos de los muertos no existe.

Kyrene subió a la casa y se desnudó, frotándose las contusiones de los brazos con un gruñido de dolor. Tenía ya la mano en el pomo de la puerta del baño cuando se dio cuenta de que un girasol solitario descansaba sobre la almohada, como una inesperada mancha amarilla y parda. Lo acarició un instante, conmovida; Deathmask debía de haberlo dejado allí mientras la esperaba junto a la gruta, antes de convertirse en adversarios irreconciliables. Le entristecía saber que era el último que recibiría, pero no podía permitir que los sentimientos la arrastrasen; no hasta haber ayudado a Morrigan a completar su misión. Afligida, intentó concentrarse en aquel convencimiento para no deshacerse en llanto; se aseó, se vistió, preparó la mochila y salió con rapidez, confiando en no ser vista por nadie salvo el cuervo apostado en la baranda de su balcón, pero una voz familiar la hizo detenerse a pocos pasos de la taberna.

—Buenas noches, Kyrene.

Una figura masculina surgió de entre las sombras al otro lado de la calle. Su cabello oscuro, corto y rebelde contrastaba con su rostro marmóreo y sus ojos entornados, que le dotaban de una apariencia misteriosa, casi amenazadora.

—Vaya, Shura, ¿ya me hablas?

—¿Qué haces aquí tan temprano?

—¿Qué haces tú aquí tan tarde? —contratacó Kyrene.

—No podía dormir. Tengo mucho en que pensar...

—Pues ve a pensar a otro sitio. No tengo tiempo para tus estupideces —respondió ella, desabrida.

—No hay por qué ponerse así. Solo he venido a traerte esto, has debido de perderlo —dijo él, acercándose para mostrarle un trozo de metal plateado.

Ella sonrió con alivio al reconocer uno de sus pendientes: por un momento, había pensado que tendría que enfrentarse a él y, aunque su recuperación física se había completado y no quedaba rastro de las lesiones, no le apetecía volver a luchar después de lo sucedido con Deathmask en la caverna.

—Ah, sí. No me había dado cuenta... Gracias.

Shura avanzó, le apartó el cabello con delicadeza y dejó al descubierto el cuello y las orejas para comprobar que, en efecto, en la derecha faltaba un aro. El simple roce de sus dedos hizo estremecerse a la joven y envió a todas sus fibras nerviosas una descarga de placer amplificado gracias a la sensibilidad de la diosa, quien aprovechó para tomar el control.

—¿De verdad no lo habías echado en falta? —preguntó él, sin dar muestras de haber notado aquella tenue palpitación.

—No suelo quitármelos y tampoco me fijo mucho. ¿Podrías ayudarme? Sin un espejo es complicado... —ronroneó ella, coqueta, abriendo el mecanismo y dándole la espalda.

El caballero no titubeó y, con pulso firme, insertó el gancho en el pequeño orificio y presionó ambos lados hasta que un chasquido se dejó oír en la madrugada. Sus sospechas acababan de quedar confirmadas de manera irrefutable: Kyrene había estado en Campofelice di Fitalia, lo cual la convertía en cómplice de quienquiera que fuese el propietario del cosmos desconocido que había percibido allí, en Mégara y en la cárcel.

—Ya está.

Ella asintió y ladeó ligeramente el rostro. La luz de la luna incidió sobre su perfil, dibujando la curva del pómulo y el hueco de la garganta. Con un gesto incitante, se humedeció los labios y le miró de reojo al tiempo que pegaba su cadera a la de él, pero Shura, calmado y frío, frenó su acercamiento sujetándola por la cintura y bajó la voz hasta convertirla en un susurro junto a su oído:

—¿Y cómo es que lo he encontrado en Sicilia, "Penélope"?

Un tenso silencio surgió entre ellos, interrumpido enseguida por una breve carcajada de la diosa que evidenció que la cuestión no la había sorprendido. Sin dejar de sonreír, llevó los brazos atrás para rodear la nuca del hombre y suspiró, arqueándose con sensualidad. Relegada a mera espectadora, Kyrene notó los latidos atropellados de su propio corazón y una oleada de anhelo recorriéndola. ¿Qué estaba pasando? ¿Acaso Morrigan... deseaba a Shura?

—Ah, Sicilia... Si ya lo sabes, ¿por qué me lo preguntas? —dijo, rozándose contra él.

—Cuando caí en la cuenta de que era un pendiente, no lo relacioné inmediatamente contigo; es solo un aro, podría pertenecer a cualquiera... le di vueltas hasta convencerme de que era idéntico a los que usas.

—Eres muy atractivo, pero no demasiado avispado...

Él pasó por alto su comentario y continuó:

—No tenía motivos para sospechar justo de ti, una simple civil que no ha recibido entrenamiento para dominar su cosmos.

—Claro, ¿quién señalaría a la camarera, mortal y frágil?

—Exacto. Pero, aunque he comprobado que es tuyo, digamos que todavía quiero darte el beneficio de la duda... —replicó él, sin soltarla ni inmutarse.

—¿Qué duda? Me has delatado al patriarca, Shura. El santuario al completo estará tras de mí enseguida...

—Y, sin embargo, aún no comprendo por qué actúas así ni a quién pertenece el cosmos que sentí en la escuela... ¿qué papel has jugado en todo esto? ¿A quién estás ayudando? ¿Qué pasó en Korydallos?

Ella tomó aire y se giró, posándole el índice sobre los labios en una petición de silencio. Con un gesto mecánico, el caballero ciñó más su talle para impedirle zafarse, pegándola a su amplio pecho en una pose que recordaba a la de dos enamorados despidiéndose tras pasar la noche y que permitió a Kyrene advertir que, pese a su expresión pétrea, él también tenía el pulso acelerado.

—Qué conversación tan aburrida... ¿Has venido solo para interrogarme?

—En realidad, no. Al ver que Death tardaba en cumplir la orden del patriarca, decidí acudir en su ayuda y supuse que estaríais en tu casa. Por cierto, ¿te marchas?

—Así es, tengo una misión que cumplir.

—Yo también: debo llevarte conmigo.

—Ya, eso queréis todos, pero no va a poder ser. En otra ocasión, quizá.

—No habrá otra ocasión.

—No sufras, Shura, volveré pronto —dijo ella, burlona, acariciándole la mejilla y rozándole el mentón con los labios.

—Tan pronto como que no vas a ir a ningún sitio, Kyrene. Tienes que aclararle unos cuantos puntos al patriarca.

Trataba de mantenerse distante, pero había algo en los ojos de la griega que parecía hipnotizarle, distrayéndole de su objetivo. Parpadeó con fuerza un par de veces en un intento de volver a centrarse, pese a lo cual no consiguió apartar la vista de aquellos orbes brumosos, imbuidos de un enigma que se le escapaba.

—Me encantaría quedarme, pero no tengo tiempo. Deja de retrasarme —reiteró la diosa mientras sus dedos se deslizaban por la nuca del hombre para enredarse en su cabello.

—En ese caso, permite que te escolte al menos una parte del camino.

—Bueno, ya que insistes...

El abrazo de Shura se convirtió en una férrea presa sobre su cuerpo al tiempo que echaban a andar juntos.

—He de entregarte al santuario, Kyrene. No me lo hagas más difícil.

—No, Shura. Yo no acepto órdenes de nadie.

Él chasqueó la lengua, pero no replicó: la única salida de Rodorio era a través del bosque y allí tendría una ocasión perfecta para desenmascararla de una vez evitando un escándalo en la aldea. Sin volver a hablar, continuaron caminando y se adentraron hasta un claro formado por árboles centenarios, cuyas sombras fantasmagóricas se cernían sobre ellos como espíritus atormentados.

Shura se preparó para actuar, oteando alrededor con discreción para no alarmarla más; desconocía si tenía compinches esperándola o si le conducía hacia una emboscada, pero tampoco supondría un problema para alguien tan poderoso como él. Sería sencillo machacarlos de un golpe, alzarla en brazos y llevársela consigo; ¿qué podría hacer una mujer normal contra un caballero de oro?

Ella se detuvo sonriendo ampliamente, como si le hubiese leído el pensamiento y, entonces, Shura descartó con un escalofrío que fuese tan solo "una mujer normal": un oscuro cosmos la envolvía, agitándose en torno a ambos en una onda intimidante y agresiva de significado indiscutible: Kyrene no solo era la escurridiza Penélope y responsable de todos los crímenes que Shion le había encargado resolver... ¡además, aquella energía ancestral le pertenecía!

Ahora restaba una única pregunta, quizá la más difícil de responder: ¿quién era en realidad?

—¿Ese es tu...? —preguntó, soltándola y dando un paso atrás en posición defensiva.

—¿Qué es lo que te extraña, caballero? —inquirió ella a su vez, imperturbable.

—¿Desde cuándo...?

—¿Es que te has vuelto incapaz de terminar una frase? ¿Tanto te impresiono? —sonrió, acercando las yemas a su sien.

El hombre neutralizó el gesto de un manotazo. ¿Impresionarle? ¡Él era Shura de Capricornio, el guardián más fiel a su diosa! Vencería a quien estuviese actuando bajo la apariencia de la camarera y la llevaría ante Shion para que aplicase con rigor la justicia de Atenea. Ese era, a sus ojos, el único desenlace posible.

—Tú no eres Kyrene...

—¿Importa eso ahora?

—Quiero saber contra quién voy a luchar.

—Oh, ¿vamos a enfrentarnos? —dijo ella, con un mohín.

—Si te resistes a venir al santuario, sí.

—No pienso pisar ese lugar de dolor y mentiras salvo para derruirlo con mis propios puños.

El caballero enarcó una ceja. Su cosmos se arremolinaba en torno a su brazo derecho, pero su semblante permanecía impasible.

—Está bien. ¡No importa quién seas! Cumpliré con mi deber de un modo u otro.

La deidad negó con la cabeza. En su interior, un ramalazo de pánico atravesó a Kyrene: Deathmask la había dejado marchar, influido por sus sentimientos hacia ella, pero Shura... Shura entregaría su vida antes que perder un duelo.

"Por suerte para los tres, Kyrene, yo no te amo".

Recordaba esa clave, enunciada por él durante la noche que pasaron juntos en Atenas: ella era la novia de su compañero, nada más. Un cuerpo por el que había sentido curiosidad y deseo, una piel de la que ya había gozado. Satisfecho su ardor, ni siquiera quedaba la amistad entre ellos dos, a la vista del trato que le había dispensado desde entonces y, por tanto, no tenía motivos para refrenarse: la atacaría con todas sus fuerzas y Morrigan se vería obligada a defenderse, tal como le había advertido siempre que ella intentaba sincerarse con Deathmask... Y eso implicaría la muerte de Shura y, quizá, el inicio de una guerra santa.

—No quiero matarte, guerrero —dijo la diosa, solemne, aliviando en parte la angustia de la joven.

—Te daré una última oportunidad. Ven conmigo y seré clemente —replicó él, sin deponer su actitud agresiva.

—Ni obedezco ni rehúyo un combate, Shura de Capricornio. Lucha contra mí.

—¡Tú lo has querido!

El guerrero puso fin a aquel intercambio de bravatas con un primer golpe, que ella esquivó retrocediendo varios metros de un ágil salto. Enseguida llegó su respuesta, en forma de afilados dardos de energía que disparó contra él sin alcanzarle.

—Vamos, Shura de Capricornio... Olvida los jueguecitos, he de irme.

—¡Jamás! —otra estocada cortó el aire, afilada y certera, en busca del rostro de la mujer, que la evitó desviándose apenas lo necesario.

—¡Pusiste tu fe en el lugar equivocado; no lo empeores levantando tu espada contra la diosa de la guerra!

—¿La diosa de...? ¿De qué estás hablando...?

Ella sonrió al presentarse, con la mano derecha apoyada sobre el corazón, y aprovechó su confusión para acertarle de lleno con su siguiente lanzamiento. El caballero se cubrió el pecho con los antebrazos, amortiguando un tanto el impacto, pero no pudo evitar trastabillar y gruñir de dolor.

—Eres valiente, pero estúpido. No mereces conocer mi nombre —declaró ella, elevándose del suelo para avanzar y preparando un nuevo ataque.

—Dímelo, maldita... ¿eres un súcubo? ¿Un espectro atrapado entre dimensiones?

La carcajada de la mujer se perdió en el silencio y fue replicada por el lejano crascitar de varios cuervos como un eco siniestro. Sin embargo, no pronunció una sola palabra.

—¡Habla! ¡Ya te he dicho que quiero saber a quién voy a tener el gusto de matar! —exclamó él, al tiempo que se abalanzaba para golpearla con fuerza.

Continuó arremetiendo contra ella, que retrocedía en total mutismo sin dejarse tocar hasta que terminó acorralada contra la gran roca que ocupaba el centro del claro. Ya no tenía escapatoria. Solo restaba asestar la estocada definitiva y podría llevar ante Shion a aquella mujer que le observaba con una expresión de fiereza en el rostro, pese a estar en clara desventaja.

—¡Nadie escapa de las huestes de Atenea, impostora! —proclamó, triunfante, antes de lanzar su brazo una vez más para herirla por fin.

—Qué trágico desperdicio de talento, Shura de Capricornio —murmuró ella, negando con la cabeza.

—¿Qué dices?

—¡Pobre iluso...!

El caballero culminó su movimiento; sin embargo, en vez del crujido de huesos humanos bajo su arma, notó un latigazo de dolor atravesándole desde la yema de los dedos hasta la cintura. Perplejo, bajó el rostro: no quería creer lo que veía, pero, de algún modo, la diosa le había engañado, apartándose en el momento exacto para hacer que el brazo se le hundiese en la masa de piedra, que le envolvía igual que si se hubiese derretido y vuelto a solidificar para atraparle.

—¿Qué has...? —trató de preguntar, debatiéndose para liberar la extremidad sin lograrlo: se había quedado rígida hasta el hombro y resultaba tan pesada como el mineral que la cubría.

—Lo siento, pero no puedo dedicarte más tiempo. Nuestro encuentro finaliza aquí.

Las palmas femeninas, suaves y cálidas, le envolvieron los pómulos y sus ojos se encontraron en una mirada intensa mientras pronunciaba en voz baja palabras desconocidas para él. Sus músculos se relajaron y su ceño se aflojó, como si estuviese bajo los efectos de un conjuro, o quizá de algo tan simple como una nana. A duras penas conseguía mover la boca; el resto de su cuerpo había dejado de obedecerle.

—Volveremos a vernos, caballero, y quizá para entonces sepas qué es la realidad.

—No... no entiendo a qué te refieres...

Ella le dirigió una última ojeada. Sus ojos parecían cargados de una extraña melancolía cuando se aproximó a su rostro y le rozó la frente con los labios, acariciándole las mejillas justo antes de enviarle una descarga de cosmos que desintegró la roca y le arrojó contra el suelo, dejándolo inconsciente.

Slán agat*, bravo guerrero. El destino me aguarda en otro lugar.

*"Adiós", en irlandés.

Bien, espero que estés disfrutando de esta historia. Como ves, la relación entre Kyrene y Deathmask ha saltado por los aires y, ahora que Shura también sabe que se enfrentan a una diosa, no tardará mucho en llevar la noticia al santuario. ¿Qué consecuencias afrontará Deathmask por haberla dejado marchar? ¿Cómo tratará Shion esta amenaza? ¿Logrará Kyrene llegar a Eire antes de que los caballeros salgan en su busca?

Todo esto y mucho más, mañana en "Una piedra y nada más".

¡Gracias por comentar, votar y difundir la existencia de este fanfic! ¡Me hace muy feliz!

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