69. Siempre he creído en ti
Deathmask comenzaba a inquietarse esperando a que Morrigan emergiese. Sabía que no la había vencido; no podía ser tan fácil... ni tan siniestro, y, no obstante, Kyrene continuaba bajo el agua y llevaba allí más tiempo del que ningún ser humano sería capaz de soportar. Consideró la posibilidad de drenar la laguna de un puñetazo, pero aquello estrellaría a la joven contra las paredes y su prioridad seguía siendo recuperarla con vida, así que solo podía hacer una cosa...
...Y la hizo.
A despecho de todo lo aprendido en sus años de entrenamiento y lucha, de todas las lecciones y consejos sobre cómo encarar un duelo, se sumergió para buscarla, buceando y tanteando sin éxito. ¿Dónde se había metido? La laguna no era tan amplia ni tan profunda como para ocultarla por siempre, pensó, con los brazos estirados y los párpados muy abiertos en la casi total oscuridad del agua. Fue entonces cuando sintió el firme agarre a traición de una mano -pequeña pero fuerte- en el cabello y su propia cabeza dirigiéndose hacia el fondo contra su voluntad. El alivio por saber al fin dónde se encontraba Kyrene se mezcló con la desazón de la pelea inminente; deseoso de acabar con Morrigan y liberar a su novia, se removió en un infructuoso intento de soltarse con el cual solo consiguió hundirse aún más.
"Yo te habría convertido en una leyenda, Deathmask de Cáncer. Habrías sido feliz a nuestro lado, gozando de los favores de una diosa y de una vida próspera con tu amada, pero decidiste serle fiel a esa bastarda de Atenea en el momento menos indicado."
"Morrigan... déjame salir y lucha como corresponde a lo que finges ser..."
"Lo siento, Deathmask de Cáncer. Tu oportunidad ya pasó. Adiós."
Seguía descendiendo. Tenazmente sujeto por la diosa, su cara impactó contra el fondo limoso y unas piernas atléticas se enroscaron en torno a su cintura: la tenía encima, usando su propio cuerpo como lastre, y él empezaba a quedarse sin aire. Separó los labios por instinto y tragó una bocanada de agua y lodo que le encharcó los pulmones mientras sus ojos se nublaban durante un segundo.
No podía morir. No quería morir.
"No vas a conseguirlo, Morrigan. Hace falta algo más que una celta trasnochada para acabar conmigo."
Apretó los puños al tiempo que su energía crecía en competencia con la de su contrincante y le envolvía con su calor y su poder, llenándole de determinación. La vida de Kyrene, la suya propia y la seguridad del santuario dependían de él; la derrota no era una opción viable.
Consiguió girarse un poco y entonces, gracias a la luz que emitían los cosmos de ambos, la vio. Acababa de soltarle y flotaba frente a él con la melena dibujando una oscura corona en torno a su rostro, dividido entre el amor y la tristeza; una verdadera aparición divina, tan sublime como cuando le tentaba en sus sueños, que le acarició las mejillas con inesperada dulzura antes de unir los labios a los suyos en un beso que le suministró el oxígeno que tanto necesitaba y que le confirmó, de modo inequívoco, dos hechos: a la deidad le gustaba jugar y Kyrene no deseaba matarle.
Aún no había llegado el final. Debía salir de esa encrucijada, neutralizar a Morrigan y proteger a Kyrene.
Con un esfuerzo que le costó todo el aire que acababa de inhalar, pudo emerger y asomar la cabeza, tosiendo y boqueando. La diosa se le había adelantado y le aguardaba sentada en la orilla. En otras circunstancias, ese estilo retorcido y cínico le habría gustado, pensó, pero no con Kyrene atrapada en medio del conflicto. Dedicándole una mueca rebosante de rencor, se aproximó con los brazos cubiertos de una energía cuya evidente belicosidad no presagiaba nada bueno para quien se atreviese a confrontarle.
—Oh, ¿te has enfadado, guerrero? No lo tomes como algo personal —sonrió ella, desenredándose algunos rizos con los dedos como una sirena sobre una roca.
—Juro que te daré muerte, Morrigan. No descansaré hasta que tu alma quede sellada lejos de aquí.
—¿Y lo harás tú solito? ¿O llamarás a tu patriarca para que te dé permiso, traidor mezquino?
La joven se levantó para retomar la contienda, pero Deathmask no estaba dispuesto a dejarla salirse con la suya de nuevo y, sin previo aviso, se le adelantó y le propinó un golpe directo al estómago con tal celeridad que ella no pudo detenerlo.
La vio doblarse sobre sí misma y escupir sangre apenas un instante después de que el otro puño impactase también en su vientre.
Ya no había remordimientos, contención ni vuelta atrás. Fuera de sí, dejó de pensar en el daño que podría hacer a Kyrene para centrarse en cómo extraer de su cuerpo aquella entidad maligna.
Ella se recompuso con rapidez, envuelta en el halo verdoso de su cosmos, y se limpió la boca con el dorso de la mano. En apenas una milésima de segundo, hizo crecer entre sus palmas una esfera de energía y la disparó contra el caballero, acertándole en el pecho y haciéndole retroceder.
—Jodida demente megalómana... admito que eres fuerte...
—De haber dicho esto hace veinte minutos, tal vez te habría perdonado.
—¡No quiero tu perdón, sino que desaparezcas! —fue la respuesta del caballero al correr hacia ella para reanudar su escaramuza.
Ella aguantó en el sitio, detuvo su envite bloqueándolo con el antebrazo y le enterró las uñas en el costado hasta desgarrarle la piel sin que él mostrase ningún signo de dolor. Patadas y puñetazos se sucedían sin control en una danza que recorrió todo el perímetro de la laguna, pero Deathmask mantenía una mínima ventaja derivada de la aún escasa experiencia de Morrigan en el manejo de un cuerpo mortal y, consciente de su superioridad, no le daba tregua, lanzando una acometida tras otra hasta que ella se vio obligada a interponer un escudo de cosmos entre ambos, exhausta.
—No es el momento de mi partida, Deathmask de Cáncer. Ni de la tuya, todavía.
—¿Ya te has cansado? ¡Vamos, lucha! —exigió él, aporreando con furia la impenetrable barrera y disimulando su propio agotamiento.
—Angelo... espera. Hay algo que quiero decirte.
—¿Kyrene...?
Deathmask se detuvo al escuchar su nombre de pila; intuía que lo que iba a oír no le gustaría. La joven se abrazó a sí misma, jadeante y cubierta de sangre y heridas, al igual que él. De repente, parecía frágil como un pajarillo caído de un nido, tan perdida y vulnerable que tuvo que hacer un severo esfuerzo para reprimir el deseo de envolverla en sus brazos.
—Gatita, por favor, para con esto... tú no eres así...
—¿No soy cómo? ¿Ya estás con lo de antes?
—¡Exacto! ¡Te está manipulando! ¿O ya has olvidado que acaba de intentar matarme?
—¡Joder! ¡Ella no pretendía hacer eso! ¡De verdad, quiero acabar con todo este malentendido, pero no escuchas!
—¿Para qué quieres que te escuche? ¿Para convencerme de que tu loca arrogante lo haría mejor que la loca arrogante que ya conocemos? ¡Por favor, Kyrene! ¡Piensa un poco!
Orgullosa, ella se enderezó y sonrió apenas un segundo con cierta melancolía, todavía parapetada tras la energía de la diosa.
—Morrigan me ha dado un motivo para vivir... para morir, incluso. He pasado toda mi vida huyendo del destino, pero finalmente me ha alcanzado. Soy esto que ves, Angelo: una asesina, como tú, por mucho que me duela admitirlo. Traigo la muerte conmigo, la siembro a mi alrededor. Intenté rebelarme, me resistí con todas mis fuerzas y, por un tiempo, creí que lo había esquivado; que en Rodorio podría ser feliz contigo llevando la vida de una simple camarera, como siempre había deseado... Pero estaba equivocada: no tengo más opción que matar a quienes hacen de este mundo un lugar injusto; mi tarea es ejecutarlos a todos, uno tras otro, hasta que llegue mi hora.
—¿Desde cuándo crees en el destino? No es propio de ti...
—¿Cómo llamarías a esa fuerza que me impide escoger otro camino?
—No lo sé, ¿posesión, quizá?
La joven ignoró el sarcasmo y continuó, clavándole aquellos ojos verdes en los que él se había perdido tantas veces en las largas tardes compartidas de sexo y ternura y que ahora no brillaban ni expresaban ninguna emoción.
—Debo hacerlo. No tendré descanso ni paz si no lo consigo. Voy a dejar atrás a la gata callejera que subsistía huyendo y robando; voy a entregarme a esta causa y, si no quieres ayudar, lo único que te pido es que no nos entorpezcas.
El caballero se atusó el cabello, tan perturbado por su discurso que comenzaba a fantasear con echar la caverna abajo a puntapiés hasta que ambos quedasen sepultados por las rocas.
—Kyrene, sabes que no puedo mantenerme al margen. Mi trabajo es combatir a quienes amenazan el orden y la armonía en la tierra.
—En ese caso, deberías rebelarte contra Atenea. Ella es la amenaza.
—¡Estás equivocada! ¡Morrigan se burla de ti! ¡Te está usando como una sicaria!
—Te reprocha a ti sus errores del pasado. Es tan rastrero y mezquino como se dice de él. Solo busca una muñeca hermosa e inútil de la cual presumir ante sus amigos solitarios. ¿Vas a consentir que te reduzca a eso? ¿O vas a asir las riendas y a combatir a los que profanan este mundo?
Kyrene tragó saliva. No, no permitiría que él la tratase como un objeto decorativo.
—¿Una sicaria, en serio? ¿Como hacía Saga contigo para no ensuciarse las manos? —le espetó, con desprecio.
A él, aquellas palabras le dolieron como un golpe entre las piernas, pero no podía negar que eran ciertas. Si tenía la seguridad de que Morrigan estaba utilizando a Kyrene como arma arrojadiza era porque él mismo había sido la del anterior patriarca durante trece largos años.
—¡Sí, mierda, sí! ¡Eres su puto perro de presa!
—¿Crees que no puedo tomar mis propias decisiones? ¿Que soy una ingenua? ¡Míranos, Death! ¡Me ha dado poder! ¡Ahora sé qué sientes tú cuando haces que las cosas mejoren! ¿Por qué quieres negarme eso?
—¡Kyrene, joder! ¡Perderás tu alma peleando en el bando equivocado... y tu vida! ¡Morrigan absorberá tu espíritu para fortalecerse! ¿Es que no te das cuenta?
—¡Basta! ¡Si no quieres pelear junto a nosotras, se ha terminado...!
—¿Que se ha...? ¿Qué dices? ¿Nosotros...?
Ella asintió, mordiéndose el labio inferior para camuflar el temblor que lo agitaba. El muro de cosmos que los separaba se diluyó hasta desaparecer y él pudo acercarse y tomarla del mentón, incrédulo.
—Gatita, dime que no estás dejándome por una estúpida trifulca entre estúpidas diosas que ni siquiera tiene nada que ver contigo y conmigo.
Kyrene contuvo las lágrimas, callada. Él insistió:
—Dime que no pretendes que renuncie a todo el camino de redención que he recorrido. Dime que no me estás pidiendo que vuelva a ser un matón sin conciencia para estar contigo, Kyrene.
Ella negó con la cabeza.
—Ojalá hubieses creído en mí, Angelo.
—Siempre lo he hecho, aunque no sepa expresarlo o tú no sepas verlo.
—No quiero luchar contra ti...
—Pues hace un momento parecía otra cosa... Quizá ese sea el destino del que hablabas, gatita.
—Entonces, nos encontraremos en el campo de batalla.
—Si estás tan segura, supongo que lo único que puedo hacer es darte unas horas de ventaja antes de salir en tu busca —murmuró él, con la voz teñida de amargura.
—Espera; tengo un último mensaje para ti.
De puntillas, entrelazó los dedos en su nuca y dejó que sus labios se fundiesen en un beso al cual el italiano se entregó con las mismas ganas que ella, pasados los primeros segundos de desconcierto. Por un momento, pareció que todo se arreglaba entre los dos; cualquiera lo habría afirmado viendo la dulce sensualidad que destilaba aquel contacto, de no haber sido por el brutal puñetazo que le encajó a continuación en un costado antes de musitar un oscuro presagio en su oído:
La mano de la diosa da al guerrero el suplicio:
El alma reflejada en las pupilas de la amada,
La vida drenada de sus venas,
su fuerza arrojada al pozo del eterno olvido.
La roca que sellaba el único acceso al recinto se elevó para permitir salir a la mujer y cayó con un eco fúnebre. Deathmask, inmóvil, respiró hondo para recuperar el aliento mientras aquellas palabras se repetían en su cabeza una y otra vez.
La diosa celta de la guerra acababa de profetizar su muerte.
Bien, pues Deathmask acaba de perder a Kyrene y además ha desobedecido la orden de Shion conscientemente al dejarla escapar. Ahora queda por saber quién la detendrá y cómo.
¡Gracias por tus votos, comentarios y apoyo! Te recuerdo que la historia está completamente terminada, así que puedes leer sin temor a que te deje a medias (salvo que ocurra algo realmente gordo).
¡Nos vemos en el capítulo de mañana: "Perdido y encontrada"!
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