67. Remolino
Las evidencias eran indiscutibles y, sin embargo, él se negaba a asumirlas con la misma terquedad con la que se obstinaba en enumerarlas cada vez que tenía ocasión. Había ganado fuerza física y también su actitud había cambiado: de naturaleza pendenciera y respondona, ahora parecía segura de sí misma hasta actuar con un engreimiento rayano en la soberbia si alguien la cuestionaba. Algunas veces, la notaba distante y distraída; otras, tenía lagunas, decía no recordar nada de lo sucedido poco antes o desaparecía sin dar explicaciones.
Pero lo más extraño de todo era la creciente aura de muerte que la rodeaba, perceptible solo para quienes, como él, habían transitado ambos lados de la existencia y poseían el poder de ver a los finados. A alguien con su capacidad de caminar por el filo que dividía las dos dimensiones no se le escapaba que Kyrene estaba envuelta en un halo siniestro, tenue pero real, y esa funesta impresión se intensificaba con las visiones que le hostigaban en sus sueños, en las cuales la veía transmutada en una especie de figura preternatural que le ofrecía insólitos tratos a cambio de su lealtad.
Aun así, rehusaba procesar todos aquellos datos de forma consciente, pues sabía perfectamente cuál era la conclusión a la que llegaría: algo habitaba en el interior de la mujer que amaba y él no había sido capaz de preverlo ni evitarlo. Ese pensamiento le consumía hasta quitarle el sueño; a solas en su templo, oraba a la diosa suplicando una pista acerca del mejor modo de actuar. Debía hablar con Shion, pero ¿qué podía decirle? ¿"Hola, señor, creo que mi novia está poseída; lo sé porque se ha puesto fuerte, corre como una centella y es todavía más macarra y agresiva que antes"? Eso implicaría la ejecución inmediata de Kyrene, pues el patriarca no consentiría que una amenaza de ningún tipo invadiese el territorio de Atenea oculta bajo un disfraz humano. Era ridículo; tenía que acudir al santuario con información contrastada, veraz y lógica y con un plan para mantenerla a salvo, pero no veía el modo.
En cualquier caso, ¿desde cuándo era él un cobarde? Un hombre pragmático, sí; un superviviente a cualquier precio, también, pero nadie podía decir que no se había dado de golpes contra el enemigo en cada momento. Afrontaría la situación con Kyrene sin más una última vez: solo necesitaban sentarse a hablar en calma y sin reacciones desproporcionadas; ella le explicaría lo que estaba sucediendo y él haría todo lo posible para ayudarla, como siempre desde que estaban juntos.
Sí; aquella era la única solución.
Era más de medianoche cuando Kyrene llegó a la entrada de la gruta subterránea tras cerrar la taberna. El caballero, que la esperaba apoyado en la pared rocosa con las manos en los bolsillos, hundido en sus propios pensamientos, se enderezó al verla aparecer y sonrió, deseoso de firmar la paz tras semanas de discusiones y desencuentros.
—Veo que leíste mi nota; no estaba seguro de si vendrías...
Ella arqueó una ceja y le echó los brazos al cuello para besarle como si jamás hubiese sucedido nada incómodo entre ellos.
—¿Por qué no iba a venir? Una dama educada no rechazaría una invitación tan interesante...
Reconfortado por el cariñoso saludo, él apartó la gran piedra que bloqueaba el acceso al interior, la tomó de la mano para recorrer el angosto pasillo hasta el lago de arena negra y, orgulloso de sí mismo, señaló un mantel sobre el cual había dispuesto algunos platos con tentempiés variados que hicieron a la chica relamerse:
—¿No es un poco tarde para un picnic?
—¿Tarde para probar las cosas ricas que te hago? —replicó él, sentándose en el suelo e invitándola a acompañarle con un ademán.
Ella negó y se mordió el labio:
—Tienes razón; la comida puede esperar, muéstrame esas delicias.
Con decisión, se quitó el jersey y le apoyó un pie en el regazo para que la descalzase. Él elevó los ojos hacia su rostro, que lucía una malévola sonrisa, y le desató despacio las lazadas de las botas, rozando los finos tobillos, los gemelos y la exquisitamente sensible piel de las corvas en una caricia que ella retribuyó con un leve suspiro.
—¿Es que no puedo traerte a este sitio sin que pienses en sexo, gatita?
Kyrene apoyó las plantas sobre la arena, jugando con los dedos en la tibia superficie, y le asió por el cabello para aproximarlo a su cuerpo con aire dominante.
—No. Bájame los leggings —él llevó las manos a sus caderas, pero ella chasqueó la lengua— y no uses las manos.
El italiano esbozó una mueca tan perversa como la de ella y mostró los agudos colmillos antes de engancharlos en el elástico de la prenda, del cual tiró con fuerza.
—Ah, cuánto me gusta verte así... —la lisonjeó al contemplar su vientre y sus pechos, que lucían casi azulados bajo la blanda luz lunar que entraba por las grietas del techo.
La despojó de la ropa interior con la misma técnica y se desnudó a su vez para tomarla en brazos y sumergirse en las cálidas aguas de la laguna, besándole el lóbulo de la oreja, la boca y el cuello en dirección al torso.
—Estás hecho un salvaje... —gimió ella, delineando con las uñas la musculatura de su amplia espalda.
—Tú eres la responsable de eso; yo era un hombre formal hasta que te cruzaste en mi camino... —se defendió Deathmask, con un pezón apresado entre los labios.
Por toda respuesta, ella le rodeó la cintura con las piernas, pero él la sujetó y la alejó unos centímetros.
—No seas ansiosa, gatita, deja que te toque... he estado pensando en ti... —admitió, recordando el periodo de abstinencia forzosa al que les habían llevado sus continuas peleas.
Con la lengua de nuevo sobre sus pechos, la abrazó y le deslizó la mano libre entre los muslos, jadeando al notar su piel aún más caliente que el agua en que flotaban. Ella envolvió también su miembro hinchado y empezó a masturbarle con un movimiento firme.
—Estás... hecho un salvaje —repitió, con la voz entrecortada.
—Pero me adoras...
—En eso tienes razón... —concordó ella, buscando su boca y masajeándole los testículos— Te he echado mucho de menos, Death...
—Yo también a ti. No discutamos por tonterías, gatita —pidió, con el pulgar sobre el clítoris y el dedo corazón haciendo círculos en la entrada de su sexo—. Nosotros estamos por encima de esas mierdas...
Kyrene asintió en silencio mientras él aumentaba la presión de sus yemas, decidido a hacerla gritar por primera vez en la noche. La besó con ansia, mordiéndole la lengua y estrechándola contra él con suficiente fuerza como para robarle el aire, pero ella le seguía el ritmo sin desfallecer, replicando la fuerza y velocidad de las manos masculinas con tal habilidad que ambos alcanzaron el clímax juntos, arropados por el eco de sus jadeos en las húmedas paredes de piedra.
—Joder... no quería terminar tan pronto... es que han sido muchos días de poco sexo...
—¿Me has esperado todo el rato? ¿Sin tocarte siquiera? —la voz de ella reflejaba sorpresa y cierta incredulidad.
—No tenía ganas, la verdad. Estaba demasiado cabreado... y preocupado —admitió él.
—¿Preocupado por qué, mi amor? ¿Por nuestras peleas? —dijo ella en un cariñoso ronroneo, sin soltarle.
—Prefiero no pensar en ello en este momento, gatita...
El hecho de que Kyrene continuase acariciándole jugaba a su favor: le permitía cerrar los ojos para esquivar su mirada y, con un poco de suerte, volver a centrarse en ellos dos. Bajo ningún concepto quería arruinar la noche hablando justo en ese instante de los crímenes aún no resueltos de Mégara y Sicilia, ni mucho menos de las sospechas que le acuciaban con respecto a ella.
—Entonces, sigue ahora... por favor... —la oyó musitar, casi implorante, tratando de guiar a su interior la pulsante erección, que aún no había perdido toda su dureza.
—¿Cuándo te he negado yo algo...? —accedió él al tiempo que se adentraba de un solo golpe y comenzaba a moverse, con las manos en los glúteos de la chica.
Joder, de verdad la había añorado, pensó, inmerso en aquel placer largamente deseado, sin detener su vaivén ni el rosario de besos con el que le llenaba la boca para ahogar los gemidos de ella y sus propios gruñidos. Incluso su cuerpo parecía reaccionar por su cuenta, manteniendo el vigor pese al poderoso orgasmo que acababa de experimentar, y ella debía de sentir lo mismo, aventuró, a juzgar por el modo en que le exprimía y por la lascivia con que danzaba sobre él, ayudada por el agua.
Retrocedió poco a poco con ella en los brazos hasta la orilla del lago y se dejó caer para permitir que le cabalgase. Ah, aquella imagen le robaba la cordura: la cintura describiendo círculos, los pechos goteando, la melena empapada a un costado y, sobre todo, la expresión de su rostro crispado de deseo, mostrando a las claras cómo se preparaba una vez más para estallar y arrastrarle con ella en aquel anárquico torbellino que provocaban sin remedio en cuanto se quedaban a solas.
—¡Ah, así... es perfecto! —gritó ella, apoyándose en los codos para besarle casi sin resuello.
—Como siempre que lo hacemos, nena...
Dejaron pasar los minutos fundidos en un abrazo jalonado con besos cada vez más calmados y caricias que pasaban de la lujuria a la ternura, gozando del sosiego de la noche sin apenas moverse hasta que el estómago de Kyrene se quejó ruidosamente de falta de contenido, haciéndoles soltar una carcajada. Recordando las viandas que él había preparado, ella se incorporó y se sacudió la arena de las piernas para ponerse el jersey y las bragas.
—Ahora sí, ¿qué decías de cenar? —sonrió, tomando asiento al borde del mantel.
Él se enderezó y la miró de arriba abajo mientras se abrochaba el vaquero, complacido con el cariz que adquiría la noche: habían empezado con un magnífico polvo de reconciliación y ahora todo iría como la seda, pensó. Cada una de sus dudas recibiría una contestación lógica y podría olvidar esa historia de sueños absurdos y comportamientos misteriosos. Incluso le daría el anillo -que había llevado consigo, convencido de que esa sería la ocasión oportuna- y pondrían fin a aquella extraña racha. Las parejas atravesaban fases complicadas y ellos no eran una excepción, pero seguro que lo aclararían, decidió, sirviéndole en un plato de bambú varios bocados que ella degustó con entusiasmo.
—¿De qué está rellena esta empanadilla? ¡Es deliciosa!
—Puede que suene raro viniendo de mí, pero es cangrejo. ¿Nunca lo habías probado?
—Mmmmh —la chica masticaba atropelladamente—, no... pero ya no quiero comer otra cosa jamás...
—Bueno, puedo ayudarte con eso... —se ofreció él, metiéndole en la boca un tortellone— A ver si te gusta este, lleva anguila ahumada.
La madrugada avanzaba, demostrando a Deathmask que las cosas volvían a funcionar: buen sexo, comida apetitosa y una conversación íntima era todo lo que necesitaban para regresar a su dinámica habitual. Se sentía tan a gusto que no podía evitar palpar en su bolsillo la cajita forrada de satén, deseoso de entregarle aquella prueba de lo que ella significaba para él, así que respiró hondo un par de veces para reunir valor y carraspeó, tratando de sonar casual:
—Oye, gatita, hay algo que quería decirte...
Ella le limpió la comisura con el pulgar y se lamió el dedo, en un gesto carente de segundas intenciones.
—Claro, te escucho.
—Verás, sé que hemos pasado una temporada rara y que apenas llevamos un año juntos, pero creo que tú y yo estamos...
"Deathmask, necesito tu atención."
El caballero se quedó callado de repente, con la mirada en el infinito como si hubiese perdido el hilo del discurso: acababa de percibir la voz de Shion, transmitida mediante su cosmos. Tenía que tratarse de algo muy importante para que el patriarca se comunicase con él a aquellas horas.
—¿Tú y yo qué, guapo? —le animó ella al tiempo que abría el termo que él había llevado y llenaba sendas tazas de café humeante.
Deathmask no dijo nada. Ni siquiera varió la expresión de su rostro.
"Ten mucho cuidado con Kyrene. Shura ha descubierto que ella..."
—¿Mi amor...? ¿Estás bien?
Debía concentrarse en el mensaje de Shion, pero era imposible: alguien intentaba colarse en su mente e interceptar aquella comunicación; notaba otro cosmos desconocido, poderoso y siniestro presionando, sutil pero firme, en busca de un resquicio por el que infiltrarse.
Desconocido, poderoso, siniestro... como el que había percibido en Mégara.
Instintivamente, miró a la mujer que tenía frente a sí, rechazando por enésima vez lo que su intuición y los hechos le gritaban, mientras Shion le daba la orden que él jamás habría querido recibir:
"Tráela."
Bien, Deathmask ha llegado a un punto de no retorno y va a verse obligado a escoger entre el amor y el deber. ¿Logrará retener a Kyrene? ¿Intentará Morrigan llevarle a su terreno una vez más? ¿Cómo le explicarán lo que está sucediendo?
Mañana, en "Asesina", responderemos a algunas de estas cuestiones. Aquí tienes un pequeño avance como agradecimiento por tu paciencia:
"No quiso escuchar ni una palabra más. Enloquecido, se abalanzó contra ella y la embistió para arrojarla a la laguna. La joven salió despedida, con expresión sorprendida y el brazo extendido hacia él, y se hundió pesadamente en el agua, desapareciendo entre gotas y ondas."
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro