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66. Sucumbirá con nosotros

—Ya estás preparada para escuchar toda la verdad, Kyrene. Ahora que conoces el placer de la matanza, el goce que invade tu cuerpo y tu espíritu cuando impartes justicia armada con un poder sobrenatural, ha llegado el momento de que te revele el auténtico propósito de mi vuelta.

La joven asintió, echada en la cama con los ojos cerrados e inmersa en aquella agradable sensación que solo la diosa podía prodigarle. No existía nada afuera, los estímulos mundanos carecían de sentido mientras la voz de Morrigan resonaba en su interior, llenándola a la vez de decisión y serenidad, y ella había esperado aquel momento desde que supo que llevaba otra alma en su interior.

—Como sabes, yo soy parte de los Tuatha Dé Dannan, los dioses conocidos como hijos de Danu y líderes de Eire por derecho. Libramos batallas por la soberanía de nuestras tierras, la mayor de las cuales tuvo lugar en Maige Tuired contra los opresores fomorianos, y al final de la batalla vaticiné el futuro, pues tal es mi poder.

Kyrene esperó en un respetuoso silencio a que la diosa prosiguiese su relato.

Profeticé el fin de los días, Kyrene. Vi la decadencia, el deshonor y el embrutecimiento de los seres humanos, la humillación y el exilio.

Esa profecía... son las palabras que pronunciamos sobre la roca la primera noche, ¿verdad?

—Así es. ¿Las recuerdas?

Kyrene comenzó a declamar en voz baja y monocorde utilizando la lengua irlandesa antigua:

Ní accus bith nombeo baid:

sam cin blatha,

beit bai cin blichda,

mna can feli,

fir gan gail.

Gabala can righ

rinna ulcha ilmoigi beola

bron, feda cin mes.

Muir can toradh.

Tuirb ainbthine

immat moel

rátha, fás a forgnam

locha diersit- dinn

atrifit- linn lines

sechilar flaithie

foailti fria holc,

ilach imgnath gnuse ul-.

Incrada docredb- gluind ili.

imairecc catha,

toebh fri ech delceta

imda dala

braith m-c flaithi

forbuid bron

sen saobretha.

Brecfásach mbrithiom-

braithiomh cech fer.

Foglaid cech mac.

Ragaid mac i lligie a athar.

Ragaid athair a lligi a meic.

Climain cach a brathar.

Ní sia nech mnai assa tigh.

Gignit- cenmair olc aimser

immera mac a athair,

imera ingen...

—Así es —interrumpió la diosa—. Contemplé el declive de la civilización humana y el dolor traspasó mi corazón como una flecha envenenada. Pero guardé para mí misma el final de mi visión: si la verdadera diosa de la guerra se alza con la victoria ante los ojos incrédulos de quienes han pervertido sus enseñanzas, quizá nos quede una esperanza.

—¿Qué haremos, Morrigan?

Volveremos a Eire y desde allí declararemos la guerra a Atenea.

—¿A Atenea? ¿Por qué?

Ella es responsable del estado en que se halla la Tierra, Kyrene. Su mezquindad me impidió seguir cuidando de mi pueblo.

—¿Qué hizo?

¡Esa bastarda asquerosa...! Me atacó por la espalda mientras descansaba tras derrotar una vez más a los fomorianos que querían apoderarse de las tierras de mis fieles. Yo jamás la había provocado ni movido guerra contra su panteón. Vivía en mi territorio, encargándome de los míos, pero esa desgraciada indigna aprovechó mi debilidad, desgarró mi alma y me condenó a siglos de agonía y reclusión en una cueva solo porque no podía soportar que otra diosa fuese adorada como regente de la muerte y la guerra.

Kyrene sintió un violento ramalazo de odio hacia Atenea extendiéndose por todo su cuerpo; las emociones de Morrigan y las suyas se alimentaban mutuamente.

Me impidió seguir tutelando a mi pueblo, que al no tenerme cerca terminó olvidándome y entregándose a otras creencias. Atenea hizo que quedasen abandonados, no se ocupó de ellos. Su indiferencia y dejadez hacia el sufrimiento de aquellos que dice amar no puede seguir impune. La desafiaremos a luchar en persona por el bien de la humanidad en cumplimiento de mi profecía.

—Pero el mundo nunca será perfecto; el ser humano es su propio agresor... —dudó la griega.

Así es, querida. No obstante, la maldad se cohíbe si se teme la cólera de un ser superior. Cuando todos sepan que los actos viles reciben su castigo a manos de héroes y deidades, los perversos se lo pensarán dos veces. El trono de la diosa de la guerra estará ocupado por alguien que entiende que la contienda es el último recurso para mantener la paz. Impartiremos la auténtica justicia.

—¿Y qué ocurrirá con los caballeros?

—¿Te refieres a los servidores de Atenea?

Kyrene hizo un gesto afirmativo.

Seremos misericordiosas con quienes nos juren lealtad y ejecutaremos a los traidores. Serán una demostración de mi fuerza para quienes osen dudar.

—Morrigan, por favor. Te pido... no, te suplico que les perdones la vida. Ellos son quienes cuidan de los seres humanos en nombre de Atenea.

¿A todos ellos? Es una petición muy ambiciosa que no puedo garantizar.

—Incluido Deathmask. Sé que él no te gusta, pero te lo imploro.

Tu amor por esa bestia no decae; ¡qué admirable perseverancia!

—No quiero que le ocurra nada... Aún confío en que recapacite y se una a nosotras. Sabes que sería un aliado excelente.

Está bien, querida. Le otorgaremos una última oportunidad. Tienes mi palabra de que no le daré muerte, si nos acepta.

Tuyo es mi empeño; guía mi brazo, sacia tu sed de combate, reina de la batalla —murmuró la joven—. Que mi fuerza se desborde para acabar con tus enemigos.

La verde exuberancia del entorno no conseguía esconder la melancolía que emanaban aquellos parajes y que empapaba el ánimo del caballero. En mitad de la noche desbordante de estrellas y con paso cauteloso, bordeaba los abruptos perfiles de la costa del norte de Irlanda en busca de la mujer de rostro familiar -y, sin embargo, desconocida- hasta sentir su presencia, no por esperada menos impresionante.

Como llegada de otro mundo, la figura se materializó ante él sobre el mar, observando hierática al joven que se aproximaba, orgulloso y renuente a hincar la rodilla en tierra. Con la melena trenzada en un elaborado peinado que dejaba al descubierto sus facciones y ataviada con un traje negro cuajado de relieves, su pose de guerrera vencedora en mil batallas habría podido intimidar al más bravo de los contendientes. Incluso su voz sonaba majestuosa, calmada y segura, como correspondía a su rango:

—Entregarte a mí es abrazar tu libertad, Deathmask de Cáncer; libertad para no avergonzarte de esa fuerza que tanto dolor te costó obtener. No me hagas esperar.

Él frunció el ceño tratando de desentrañar el críptico mensaje y de dar una réplica sarcástica, sin lograrlo. Sabía que estaba soñando, dormido sobre el tejado de su templo, pero era como si las palabras se ahogasen en su garganta antes de encontrar el camino hacia sus labios.

—Solo junto a mí puedes manifestar lo que realmente anhelas. ¿Cuánto tiempo vas a sufrir fingiendo profesar un credo que te oprime y lastra tu poder?

—¿Quién eres? —puso articular, por fin, con esfuerzo.

—Yo soy aquella que acompaña a los muertos a su postrer destino. Recibo con honores a los héroes y los guío al paraíso para su regocijo eterno.

—Pero Kyrene...

—Ella es mi hogar, el templo vivo que envuelve el alma de la diosa de la guerra.

—¿Diosa? ¡Ningún mortal puede soportar el peso del alma de un dios! ¡La matarás!

—En absoluto: le abriré las puertas de la otra vida en agradecimiento. Ningún padecimiento la afligirá nunca más.

El caballero la recorrió con la mirada, perdido en la mayestática belleza de su silueta, que se recortaba contra el firmamento por encima de las olas enfervorecidas.

—Mi señora, por favor. Devuélvemela. Ella pertenece a este mundo —imploró, sin comprender de dónde nacía aquel tono sumiso.

—Nadie pertenece a este mundo. Se os consiente hollarlo y profanarlo durante el suspiro de una deidad y, a cambio, se os infligen incontables tormentos. ¿Por qué alguien en su sano juicio abrazaría la idea de quedarse aquí?

—Pertenece a este mundo... conmigo —repitió él, negando con la cabeza.

—Ella es la morada de la muerte, el hogar de la reina que resurge. Yo insuflo el valor que dota de empuje a su mano.

Llegado de quién sabía dónde, un cuervo crascitó siniestramente, sobrevolando las tenebrosas aguas hasta perderse de vista.

—Acepta mi regalo, Deathmask de Cáncer. Te ofrezco el honor de caminar junto a mí por encima de los cadáveres de nuestros enemigos.

—Si acepto, ¿la dejarás marchar?

—No puedo complacerte en eso. Necesito un portador.

—Entonces, úsame a mí y libérala.

—Tu ofrecimiento es generoso, pero inútil. Su alma ya se ha entrelazado con la mía, sus heridas alimentan mi fuerza.

—Iré contigo si la dejas en paz...

Una carcajada hendió el silencio haciendo estremecerse al joven dormido, cuyos puños se apretaban contra las tejas. Sí, era consciente de que era un sueño, pero esa conversación absurda le exasperaba, despierto o no.

—Yo soy la oscuridad que acecha y el bálsamo que alivia el dolor —murmuró ella, flotando hasta él y besando con suavidad sus labios—. Rechazarme es perecer. Ahora debes marcharte.

—¡Espera...! ¡No me has dicho tu nombre! —exclamó él, envuelto en un torbellino que le alejaba de repente.

La mujer le despidió con un gesto, sin dejar de mirarle. Por un momento, él habría jurado que su rostro destilaba una enorme y conmovedora tristeza, como si acabase de suceder algo irreversible.

¡Gracias por haber llegado hasta aquí! Kyrene ya está al tanto de las verdaderas intenciones de Morrigan y parece dispuesta a prestarse a sus deseos (tampoco tiene muchas más opciones, como hemos podido ver). La diosa sigue ocultándose ante los caballeros, pero ya ha dejado claro que su objetivo es regresar a Irlanda. ¿Lo logrará o será interceptada antes por los miembros del santuario? ¿Intuirá Atenea la que se le viene encima

En el capítulo de mañana, "Remolino", sucederá algo que pondrá a Deathmask frente a la incómoda verdad de una vez. 

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