60. Schrödinger vs. la diplomacia italiana
Despertó con resaca por cuarto día consecutivo, con la cabeza convertida en una caja de resonancia y tan mal sabor de boca que no le habría extrañado si le hubiesen mostrado fotos suyas bebiendo alcohol a morro del trasero de un gato. Abrió un ojo con desgana y miró el reloj: mierda, tenía el tiempo justo para lavarse los dientes, vestirse y prácticamente volar escaleras abajo en dirección al coliseo, donde Aioria, Shaina y Milo ya le esperaban, listos para comenzar la sesión matutina de entrenamiento.
Lo que él pensaba que sería un desliz puntual se había convertido en su mejor recurso para mantenerse apartado de Kyrene y de una conversación incómoda que no podría evitar iniciar en cuanto la viese: tugurios en los que no quería estar, peleas con cualquier excusa, adrenalina corriendo por las venas para ocultar el rechazo al hipotético escenario que le acechaba hasta convertirse en una certeza, ese en el que la presionaba hasta que confesaba a gritos que había dejado de amarle. Y, sin embargo, soportar la incertidumbre tampoco era una opción; esos experimentos se los dejaba a Schrödinger y a su gato... o a su gatita, que para el caso era lo mismo.
Le habría gustado tener alguien para hablar del tema, pero estaba seguro de que Afrodita le daría la razón a ella, como siempre. A veces se preguntaba de quién era amigo aquel sueco que presumía de sensatez. Joder, ¿no podía apostar por él de cuando en cuando, en vez de regañarle y recordarle que no tenía ni idea de cómo llevar una relación? Vale que no era ningún sabio, pero algo habría hecho bien si habían sido felices hasta ese momento...
—Tío, ¿dónde vas con esa pinta de cadáver? —le interrogó Milo nada más verle aparecer, apresurado y jadeante— Parece que hubieses dormido sobre las vías del tren...
—A partirte los morros en cuanto te descuides...
—Sí que tienes mal aspecto, cualquiera diría que no has pegado ojo —añadió Aioria.
—Dejadle tranquilo, tiene lo que se merece por salir a beber sin nosotros.
—Ah, compatriota, solo tú me entiendes... —sonrió Deathmask, pasando el brazo por los hombros de la amazona de Ofiuco.
—¡Y eso no te librará de llevarte una paliza! —anunció ella mientras le enlazaba por la cintura y se encogía para meterle el pie entre las piernas, arrojándolo al suelo como un saco.
—¡Excremento de un demonio cojo...! ¡Por lo menos, avisa!
—¿Avisarte? ¡Mis ovarios! ¡Esa es por llegar tarde! Y ahora, levántate, que voy a curtirte a bofetadas por no invitarnos...
La sesión se extendió durante toda la mañana entre llaves, gritos, golpes y destrozos hasta que todos quedaron extenuados y cubiertos de sudor; solo entonces los caballeros dorados se despidieron de la aguerrida italiana para dirigirse a su vestuario, deseosos de refrescarse y reponer fuerzas en el comedor comunitario.
—Id subiendo, os alcanzo enseguida —dijo Deathmask acercándose a Shaina, que ya había emprendido el camino hacia la zona de aseo de los santos de su rango—. Eh, ragazza, aspetta!*
—Cosa vuoi?
—Necesito consejo y tú eres la única con quien puedo comentar esto —cuchicheó, siempre en italiano para evitar que otros entendiesen su conversación.
—No pienso hablar de mujeres contigo.
—Pero ¿qué...? ¿Quién ha dicho nada de mujeres?
La joven se le encaró con las manos en las caderas, malhumorada:
—Mira, Death, solo por que me haya comido más tetas que tú no voy a ser tu paño de lágrimas ni tu pozo de sabiduría, así que mejor espabila y discúlpate con Kyrene por lo que sea que le hayas hecho.
—¿Se puede saber qué estás diciendo? ¿Y por qué te pones de su parte, joder? ¡Ni siquiera te he dicho lo que pasa!
—No hace falta. Eres un patán y un garrulo, seguro que la has cagado y quieres escaquearte. Y yo no pienso ayudarte con eso —cortó ella, dándose media vuelta con altanería.
—¡Shai, mierda! ¡No seas así!
—Vaffanculo, bambino!
Deathmask chasqueó la lengua con irritación y volvió a su templo sin pasar por el vestuario colectivo. Empezaba a estar muy hasta los huevos de ese rollo del amor y todo lo que implicaba; sobre todo, de aquella desazón que continuaba corroyéndole el alma día tras día, noche tras noche.
El espejo le devolvía la imagen de un hombre abatido: el pelo más desordenado de lo habitual, dos oscuras medias lunas bajo los ojos y la mandíbula ensombrecida por una barba incipiente y poco uniforme se unían a la profunda tristeza que su sarcástica mueca luchaba por ocultar. Y, sin embargo, no podía estallar sin más, ni tampoco guardarse la información que "Rompebocas" le había suministrado unos días antes. Callarse algo así le costaría lo poco que le quedaba de salud mental, eso era un hecho. Necesitaba hablar con ella, entender el porqué de su comportamiento y olvidar aquella situación para avanzar, aunque no conseguía decidirse entre un enfoque calmado o una discusión capaz de hacer temblar los cimientos de la aldea entera.
Tendría que echar mano de toda su diplomacia -esa que, decían sus compañeros, jamás le habían visto emplear-, pero lograría respuestas por primera vez en semanas.
Luchando contra la parte de su cerebro que le exigía que bajase directo al encuentro de Kyrene sin siquiera cambiarse, se duchó, buscó la camisa blanca que, según ella, era su favorita por cómo resaltaba el tono de su piel y salió del santuario en dirección a la taberna. La idea era abordarla antes de que el local se llenase demasiado para hablar con cierta privacidad, quedarse tranquilo de una vez y disfrutar juntos del resto de la noche, como en los viejos tiempos. Solo tenía que preguntarle por qué le había ocultado lo de Lila y prepararse para escuchar una explicación totalmente lógica.
Su determinación se fortalecía a cada peldaño. No había nada raro entre ellos. Lo arreglarían... si lograba ignorar la voz en su cabeza que se negaba a cooperar:
Estás desesperado de ganas de creerla. Te tragarás cualquier historia que te cuente, como un gilipollas. Te va a mentir en la cara y tú sonreirás y la abrazarás, porque eres imbécil y la necesitas. Esto es lo que el amor ha hecho contigo, gran caballero de Cáncer: convertirte en su mascota.
A la mierda. Él era un adulto, joder, y los adultos hablaban, razonaban y entendían lo que se les decía. No tenía motivos para dudar de ella.
Caminó cabizbajo, con las manos en los bolsillos y sumergido en aquellas reflexiones que ennegrecían aún más su ánimo, hasta hallarse frente a la taberna. Inspiró profundamente para infundirse un poco de serenidad y anular el impulso de increparla sin más y entró, dispuesto a iniciar una charla breve -con suerte- y no demasiado incómoda.
Eugenia y Nikos, que estaban ordenando el local todavía vacío, levantaron la mirada apenas un instante para saludarle con cortesía y retomaron su tarea, intercambiando indicaciones de cuando en cuando. Diligente, la pareja de huérfanos limpiaba y colocaba mesas y sillas sin necesidad de supervisión, lo cual daba margen a su jefa para otras actividades.
En concreto, en aquel momento estaba tras la barra, manteniendo una conversación que parecía bastante personal con el primer cliente de la jornada, un joven de larga cabellera y rostro perfecto que sonreía y asentía, feliz de ser el receptor de sus confidencias. Con las cabezas muy juntas, cuchicheaban alrededor de sendas tazas de café, una de las cuales había sido coronada por la camarera con un copete de nata, virutas de colores y dos ramas de canela.
Deathmask resopló. Afrodita era el último de sus amigos a quien deseaba encontrarse en esa ocasión; debía pensar cómo despacharle para hablar con ella sin oídos indiscretos alrededor.
—Buenas noches, tortolitos —los interpeló, sarcástico.
—Hola, mi amor —respondió ella, al tiempo que se apoyaba en el mostrador para besarle—. ¿Has venido a seducirme? Porque, con esa camisa, lo tienes fácil...
El cuarto guardián correspondió al saludo con menos alegría de la que habría esperado. Tenerla delante coqueteando con él como si nada y ocultándole que había pasado toda una noche retozando con la tal Lila le hacía hervir la sangre; ¿cómo podía ser tan falsa?
—¿Qué tal, Death? Pareces cansado... —saludó Afrodita.
—¿Yo? No sé por qué lo dices...
—Por esas ojeras que te llegan hasta la barba, sobre todo.
—No te metas con mi hombre, es perfecto —le defendió ella con otro beso, esta vez en su nariz, que fue recibido con una fría sonrisa.
—¡Gente! ¡Tiempo sin veros! ¿Qué andáis tramando?
Los tres se volvieron hacia la puerta, cuyo umbral apenas alcanzaba a contener la titánica silueta de Aldebarán agitando el brazo con su afable expresión de siempre. Fabuloso, pensó Deathmask: ahora tendría que librarse de dos cotillas.
—¡Alde! ¿Cuándo has vuelto? —preguntó Afrodita.
—Esta mañana, pero he estado recuperando horas de sueño...
—¿Y por mí nadie pregunta? —inquirió una voz tan imponente que todos centraron en la atención en su propietario.
—Tú no eres importante, Saga. Aparta, que tengo sed —se dejó oír una mujer con deje italiano.
El anterior patriarca, rodeado por Mu, Shaina y un circunspecto Shura, se acercó a la barra y agarró un taburete vacío. Kyrene, que había sonreído con genuino júbilo al ver al español en su local por primera vez en semanas, borró enseguida la mueca de su cara cuando advirtió que estaba buscando el sitio más apartado de Deathmask para sentarse. De hecho, su incomodidad se hacía patente también en el modo en que esquivó su mirada y pidió la bebida a Eugenia aprovechando que pasaba por su lado para dejar la bandeja.
—Seis... —murmuró el canceriano.
—¿Qué?
—Nada, gatita, nada —bufó.
—Yo también quiero beber. Kyrene, ¿hay novedades? Ahora que vas tanto por Atenas, seguro que has traído algún licor original... —dijo Mu, acodándose en un hueco libre junto a Deathmask, que se apartó con un gesto de hastío.
—¡Hola, compinche! Deja que eche un vistazo. Debo de tener algo que pegue bien y no te ponga el cuerpo como una bayeta —bromeó ella, chocando el puño con el primer guardián.
Saga dio un par de sonoras palmadas para conseguir silencio y abrió los brazos como un mesías, componiendo una expresión entre cómica y pomposa:
—Hada de los Ronquidos, por favor, hónranos con tu mudez —comenzó, recibiendo a cambio una rotunda peineta de la camarera, que se marchó a preparar un cóctel para Mu—. Señora, señores; esto es serio. El motivo de este cónclave es afearos vuestro estrepitoso fallo: ¿habéis notado que va a llegar el cumpleaños de Milo y no le hemos organizado una fiesta?
—¿Para eso hemos quedado? ¿Para que nos regañes? —rezongó Mu.
—¿Y por qué el fallo es nuestro y no tuyo, lumbrera? —aportó Shaina, doblándose sobre la barra para robar un pedazo de limón.
—Saga, ¿piensas en algo además de en montar juergas? —rio Aldebarán.
—En lo fabuloso que soy y en dominar el mundo, pero eso os lo contaré otro día. Ahora, vamos a lo importante: ¿cómo podemos humillarle este año?
—¡Chicos! ¿Habéis empezado sin nosotros? —Marin, con el pelo recogido en dos coletas bajas, entró en la sala de la mano de Aioria y tomó asiento tras dirigir un saludo a Kyrene, que correspondió con un guiño.
Deathmask se apretó el entrecejo con dos dedos, indignado. Si todavía existía alguna oportunidad de hablar tranquilo con su novia, acababa de irse a la mierda sin remedio.
—¿Ya habéis llamado a Camus? Es el especialista en encontrar regalos y si no se le ocurre nada siempre podemos desnudarle, untarlo en nata y ponerle un lazo en...
—¡Joder, Shai, cómo te pasas! —la reconvino Afrodita.
—Tampoco ha dicho ninguna mentira... ¿Le avisamos y que venga?
—Kyrene, nos cederás la taberna, ¿verdad?
—Si no hay más opción...
—Eh, Death, ¿y a ti qué te ha dado? ¿Sigues de resaca? —quiso saber Shaina, golpeándole con el codo.
—Estoy bien —gruñó él.
—Pues tienes una cara que ni Shura oliendo un pedo...
—¿Y yo qué pinto en vuestras historias? ¡Dejadme tranquilo! —les espetó el mencionado, que no se había sumado a la bulliciosa reunión.
—Bueno, lo de Shura es de nacimiento, pero lo tuyo pinta a resaca que tira para atrás...
—¿Cómo que de resaca? ¿Te duele la cabeza, quieres una aspirina? —preguntó la camarera, alarmada.
—Es-toy-bien —repitió Deathmask, recalcando cada sílaba.
—No te creas nada, Kyrene. ¡Lleva así toda la semana! Viene a entrenar con una pinta que da asco, pena y miedo, se mete en su templo a dormir y luego se va por ahí a agarrarse el moco...
Consternada por aquella descriptiva enumeración, Kyrene se inclinó frente a él, acariciándole los antebrazos y observando su semblante cansado. Quizá había estado tan inmersa en sus planes con Morrigan que había desatendido a la persona que más le importaba, pensó, tratando de dejar a un lado la culpa para centrarse en él.
—Death, ¿estás bebiendo mucho?
—¡Qué va! No hagas caso a esa loca...
Ambas iban a replicar, pero una petición se les adelantó:
—Kyrene, ¿qué nos pones?
—Lo que quieras, ya lo sabes, Aioria —respondió, arrebatando el vaso al caballero de Cáncer, que se lo cedió de mala gana, y vigilando de reojo la afluencia de público.
—Gatita, necesito hablarte un momento...
—Claro, mi amor. Me desocupo y estoy contigo.
La noche había caído ya sobre Rodorio y otros clientes comenzaban a llegar, contribuyendo al habitual ruido de fondo y pidiendo rondas a Nikos y Eugenia, que memorizaban las órdenes para pasárselas a su jefa.
—Bueno, volviendo al tema... —se obstinaba Saga, intentando poner orden sin éxito en una charla cada vez más caótica en la que destacaban las tremendas carcajadas del brasileño, tan contagiosas que arrastraban a los demás.
—No tiene sentido organizar una fiesta para Milo sin música en directo —dijo Marin, con los dedos enredados en los rizos dorados de su pareja.
—Pues si no vais a montar nada, ¿por qué no os marcháis todos a otro sitio? —los reprendió Deathmask, a quien la griega había servido un zumo de tomate sin nada salvo sal y pimienta.
—Joder, Kyrene, ¿podrías echarle a este un polvo de vez en cuando para bajarle la mala leche?
—Shaina, para ya, en serio. No tengo ganas de aguantarte.
—¡Todos los que él quiera! —sonrió Kyrene, que pasaba frente a ellos en aquel momento cargada de menaje usado— En cuanto me den tregua los clientes, te ataco y luego hablamos, guapo.
Sin embargo, su propuesta no surtió el efecto esperado: en vez de devolverle una de sus legendarias réplicas, el caballero se limitó a enarcar una ceja y chasquear la lengua. Perpleja, se agachó para cargar el lavavajillas, preguntándose qué acontecimientos le alteraban tanto como para hacerle recaer en sus antiguos malos hábitos.
—¡Al cangrejo le ocurre algo, chicos, acaba de dejar pasar una oferta de sexo...! —canturreó Saga, rodeándole los hombros y mordiéndole una mejilla con socarronería.
—¡Suéltame! ¡Y vale de decir gilipolleces, todos! —se revolvió el italiano para sacudirse las manos de su compañero.
—¡Bueno, bueno! ¡Ignorad a este amargado y pensemos en la fiesta de Milo!
Kyrene seguía trabajando, con algunos vistazos disimulados a Deathmask, que debía de haber encontrado algo inédito en el fondo de su bebida, pues la escrutaba con tanta concentración como si no hubiese mundo a su alrededor. Su aspecto, hundido y pesimista, la desorientaba: él solía ser el que hablaba más alto, el que cabreaba a más gente y el que daba los mejores sablazos en cualquier juego, pero esa noche parecía un alma en pena.
—Eh, Death —se acercó, tomándole por el mentón—. ¿Qué tienes? Hoy no eres tú...
Sus ojos se encontraron y ella captó la angustia en el rostro masculino, cuyo rictus distaba años luz de su típica expresión arrogante.
—Tengo que preguntarte algo, pero con estos aquí no puedo. ¿Por qué no vamos dentro?
—Venga, dejo estas comandas listas y nos escapamos, ¿vale?
Él asintió, con el vaso girando entre las palmas. Era la tercera vez que le daba largas; seguro que se olía el asunto y estaba poniéndole excusas para no escucharle.
—¡Death, arriba! ¡Que no estamos en un entierro! —exclamó Aioria en un intento de animarle.
—Y si fuera eso, ya sabéis que siempre hay alguien dispuesto a traer de vuelta al finado para joderle el descanso eterno... —terció Saga, arrancando a todos risotadas con su ocurrencia.
—¡Alégrate, hombre! ¡Estás con tus amigos en el bar de tu novia! ¡Puedes beber por la cara!
—Lo único que me alegraría ahora es que os fueseis un poco a tomar por el culo y me dejaseis hablar con ella, pero no vais a darme ese gusto, ¿verdad?
La destemplada réplica fue acogida con burlas y abucheos y enseguida se perdió en la conversación colectiva. Kyrene, que por fin había logrado despachar sus tareas conforme a su promesa, se aproximó secándose las manos en un paño.
—Tranquilo, guapo, solo están interesándose por ti.
—No son ellos quienes tienen que hacerlo —respondió él, desabrido.
—Anda, guarda el hacha un rato, que yo también me preocupo...
—¿Ah, sí? ¡Pues no lo parece!
—El local está hasta la bandera y yo estoy trabajando, no seas así...
—Cuando quieres, sacas tiempo para todo...
—Pero ¿qué dices?
—¡Digo que te va genial haciendo tu vida...!
—¡Eh, eh! ¿A qué viene eso?
—Tú sabrás, pero hacerte la tonta no te pega, se te da fatal... —le espetó él, arrepintiéndose al instante del crescendo absurdo que acababa de protagonizar.
Ahí estaba su legendaria diplomacia, pensó, mordiéndose la lengua mentalmente. ¿Qué narices estaba diciendo? Del mismo modo que en el pasado jugaba con sus enemigos como una araña sobre su tela, martirizándoles por mera diversión antes de asestarles el golpe final, ahora estaba dando vueltas al tema sin ser claro y desconcertando a Kyrene, que le miraba estupefacta. Joder. Si pudiese rebobinar, lo haría; volvería atrás y le hablaría con calma en vez de ahuyentarla con aquellas maneras tóxicas. Pero no podía... ni debía. O eso aseguraba su voz pesimista:
Que sufra como tú; ¿por qué deberías ahorrarle el mal rato? ¿Sabe cuántas noches llevas sin dormir por su culpa? Intenta escaquearse, es la jodida gata de Schrödinger...
—No sé de qué vas, pero esta conversación termina aquí —dijo ella sin intención de seguirle la corriente, dando media vuelta para continuar sirviendo bebidas.
—¿En serio no piensas reconocer lo que estás haciendo? ¿Vas a tener la cara de seguir ahí plantada como una santa? —inquirió él, en voz alta.
Sabía que se estaba equivocando; que, en cualquier caso, ella solo había hecho uso de los permisos que él mismo le había animado a disfrutar, pero no podía detenerse. Se sentía traicionado, apuñalado de un modo que no conseguía racionalizar y su boca era más rápida que su cerebro. Con un movimiento tan brusco que dos vasos cayeron contra el suelo, se incorporó y la retuvo, sujetándola por el codo de una forma similar al encontronazo acontecido un año antes, cuando Keelan la chantajeaba. Ella entornó los ojos sin comprender todavía a qué venían su belicosa actitud y las ridículas indirectas, mientras parte del grupo observaba el furibundo cruce de miradas entre la camarera y el guerrero. Por todos eran conocidos los inflamables temperamentos de ambos, que habían llevado a más de uno de los presentes a vaticinar, al saber de su relación, que no durarían juntos, pero aquella bronca incipiente no era como las disparatadas noches de apuestas y escobazos: el porte socarrón de Deathmask se había evaporado por completo y la vibración de sus fosas nasales a cada inspiración no auguraba nada bueno, sobre todo teniendo en cuenta que Kyrene tampoco parecía muy dispuesta a permitirle continuar desbarrando. Molesta, abrió la boca para contestar, pero él no le dio oportunidad; llevado por la ira y el rencor, escupió unas palabras de las que renegaría durante una larga temporada:
—¡Maldita sea, Kyrene! ¿Por qué no admites que estás follándote a la chica de la discoteca?
—¡¿Qué...?!
Las mejillas de la joven enrojecieron de rabia y vergüenza al escuchar aquello y darse cuenta de que la atención de casi todos los santos de Atenea estaba puesta en ellos dos. Un nudo comenzó a formarse en su garganta, impidiéndole tragar y casi respirar, y sus dedos se crisparon en torno al paño de algodón que aún sujetaba. La huida había terminado antes de empezar: Deathmask sabía lo de Lila y no había tenido pudor en reprochárselo a gritos en público, humillándola por algo que ella en realidad ni siquiera había hecho.
—Death, no... Eso no es... —comenzó, buscando las palabras adecuadas.
—¿Vas a decir "no es lo que parece"? ¡Kyrene, joder, que no soy imbécil! ¡Estás enrollada con ella!
—¿Oyes ese chisporroteo? —murmuró Saga al oído de Shaina, divertido con la escena— Son los cables pelados de Kyrene a punto de iniciar una combustión espontánea...
—Cállate, idiota —respondió la italiana, con un pisotón.
Kyrene meneó la cabeza con pesimismo. No podía hacerle razonar. Estaba fuera de sí, herido de un modo que a ella misma le partía el corazón y todo era culpa de Morrigan... Pero no tenía sentido tratar de explicarse ante alguien que se negaba a escuchar.
—¿Y qué si lo estoy? ¿Ya no vale nuestro acuerdo? —se defendió, forcejeando hasta que él le soltó el brazo.
—Wait for it... —siseó Saga, malévolo.
—No me jode que os acostéis, sino que me lo ocultes —respondió él, con los dientes apretados en una mueca de rabia.
—¡Ah! ¿Ese es el problema? ¡Perdona! Pensé que encontrarías sus bragas cuando registrases mi casa...
—Condenada mentirosa...
—¡Tú eres el mentiroso! ¿Dónde quedó eso de "quiero que lo tengas todo"? ¿O solo se aplica si hablamos de tirarnos a tus amigos?
—¡Y aquí lo tenéis! ¡Un magnífico estallido de ira, cortesía de Lady Coñazo! —se mofó Saga, cubriéndose con los brazos para evitar los golpes de Shaina.
La furiosa reacción de Kyrene hizo que incluso Shura, que se había mantenido ajeno al espectáculo, se girase hacia ellos con su mejor cara de póker, pero a los protagonistas de la disputa ya no parecía importarles tener público, ensimismados en su propio dolor.
—¡No le metas a él en esto! ¡Estamos hablando de ti y de tu amiguita!
—¡Venga, airéalo más fuerte! ¡Creo que tus muertos no se han enterado aún de que estás como una cabra!
—Death, Kyrene; mejor id al almacén. Este asunto solo os incumbe a vosotros —propuso Afrodita, apoyándoles las manos en los hombros para separarlos.
—¡Esperad! ¿Qué amigo es ese que os estáis tirando? ¿Le conocemos? ¡Dadnos una pista! —gritó Saga, sin contener una carcajada.
La camarera asintió a la sugerencia de Afrodita e intentó calmarse con unos resoplidos; todavía indignada, se apartó el cabello del rostro, acalorada y pugnando consigo misma por no perder aún más el control. El caballero de Capricornio la miró, empatizando por un instante con aquella joven desolada; él mismo había sido un patán con ella desde su encuentro en Atenas y ahora Deathmask redondeaba la jugada con un reproche que nadie sabía de dónde salía. Parecía cansada y frágil a la luz mortecina de las lámparas, que imprimía destellos en sus ojos claros y en los pendientes que tapizaban sus orejas.
Los pendientes. Eureka.
Su expresión no varió un ápice mientras buscaba en su cartera un billete de cinco euros que plantó sobre la barra justo antes de aprovechar la confusión para salir del local, de vuelta al santuario.
Sin saberlo, Kyrene acababa de darle una idea.
*¡Eh, chica, espera!
¿Qué quieres?
¿Alguien creía que Deathmask conseguiría no reprocharle a Kyrene lo de Lila? Ahora queda pendiente la conversación entre ambos, que se prevé complicada y plagada de sus ya habituales desencuentros.
¿Consentirá Morrigan que Kyrene le explique la verdad a Deathmask? ¿En qué consiste la idea de Shura? ¿Realizará Kyrene su plan previo a la venganza de la diosa?
Mañana, "Algo oscuro te acompaña". Y a ti, gracias también por acompañarme cada día. Permíteme que el capítulo de hoy se lo dedique a AnimaMatt por ser tan agradable conmigo, apoyarme y aguantar mis eternas chapas sobre Deathmask. ¡Eres un sol!
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro