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57. ¿Quién eres?

—Gatita... —murmuró Deathmask, deslizando los dedos por la mejilla de Kyrene, que yacía en la cama con la boca abierta, descubierta hasta la cintura y con la melena desparramada por la almohada.

—Mmmmh...

—¿Estás dormida?

—No, estoy pasando la aspiradora...

Él se echó a reír, se desnudó y se coló bajo las sábanas para abrazarla, pegándose a su espalda y pasándole los labios por el cuello a modo de saludo.

—Adivina quién acaba de llegar de Zúrich...

—Mi abuela —fue la somnolienta respuesta, acompañada de un sonoro bostezo y una sonrisa.

—...cargado de chocolate y queso para cebar a su chica favorita.

—Joder, abuelita, te has ganado un polvo —musitó ella, girando el rostro para besarle antes de volver a desconectarse.

Él la enlazó por la cintura y cerró los ojos, satisfecho de poder experimentar de nuevo aquella familiar serenidad tras más de una semana de ausencia; si por él fuese, suspendería las misiones fuera de Rodorio y se conformaría con hacer guardias, pensó, respirando hondo para aspirar el aroma a lluvia que emanaba la piel de la joven dormida. Y, sin embargo, tenerla cerca le ayudaba a olvidar los riesgos que todavía corría en cada uno de los trabajos que se le asignaban, incluso a darles un sentido si así conseguía que el mundo fuese un lugar mejor para ella.

Ya que al día siguiente no tenía que hacer nada salvo entregar el informe del trabajo en Suiza, se propuso descansar sin noción del tiempo hasta más allá del amanecer; no obstante, llevaría apenas una hora de sueño, despreocupado por completo y con los brazos cruzados bajo la cabeza, cuando una boca traviesa comenzó a pasearse por su pecho sin escatimar en mordiscos en los pezones antes de emprender una ruta descendente en dirección al pubis.

—¿Vas a volver a pasar la aspiradora? —sonrió, todavía adormilado, acariciando el pelo de la chica y echando la cabeza hacia atrás con un jadeo en cuanto sintió el primer roce de su lengua, cálida y juguetona, en el glande.

—Calla, abuela —dijo ella, lista para introducirse la mitad del miembro entre los labios con aire burlón.

Saciada su ansia de reencuentro, ambos volvieron a dormirse, estrechamente abrazados. Él fue el primero en volver a la vigilia bien entrada la mañana, deslumbrado por el sol que se filtraba a través de las cortinas. Dispuesto a preparar el desayuno, se sentó y se desperezó, pero una queja acompañada de un mohín de disgusto le detuvo.

—Eh, ¿adónde crees que vas?

—A encargarme de que no te falte potasio, gatita.

—Nada de eso, quédate aquí —exigió ella, tirándole del brazo hasta hacerle caer a su lado.

—¿Ya quieres abusar de mí otra vez, pervertida? —rio él.

Ella secundó su carcajada y le atrapó con una rodilla a cada lado de su cadera; sus manos recorrieron aquel musculoso torso arañándolo levemente y su boca se apoderó de la de él, en un asalto a mordiscos y lengüetazos que enseguida fueron retribuidos con igual pasión.

—Estás insaciable, gatita... —consiguió mascullar él.

—Te echaba de menos... a ti y a esto —admitió ella, llenándole el cuello de chupetones y frotándose contra él para hacerle notar la humedad de su sexo.

Erguida sobre el caballero y con una sonrisa lasciva, se meció despacio hasta deslizarle en su interior, aumentando el ritmo y la presión sin dejar de pasarle las uñas por el abdomen y los pectorales mientras él se dejaba manejar, concentrado en la ardiente suavidad que le envolvía. Joder, si pudiese firmar para empezar así cada día de su vida, hundiría la estilográfica en la sangre de los dioses, pensó, abriendo la boca para lamerle los dedos.

—Death... Seguirás conmigo pase lo que pase, ¿verdad? —gimió ella, zalamera, en un delicioso murmullo que le erizó la piel.

—Siempre, preciosa... te prometí que así acababa nuestra historia...

Ella intensificó sus movimientos y le aprisionó las manos por encima de la cabeza, arrancándole un rudo suspiro e impidiéndole acariciarla.

—Harías cualquier cosa por mí...

—Lo... Ah, mierda... lo que tú quieras... —gruñó.

La observó, disfrutando de la falsa sensación de vulnerabilidad que le proporcionaba el sólido agarre y seducido por aquella visión que parecía robada a un mundo imaginario: entre tenues gemidos, le cabalgaba con los labios húmedos y los ojos entornados, velados por una sombra grisácea que les daba un aire opaco e irreal, como si otra persona le espiase a través de ellos.

—Entonces, ¿por qué no me aceptas?

La cuestión resonó en los oídos del caballero, haciendo que todo a su alrededor perdiese entidad.

¿Por qué no me aceptas?

Aquellas palabras le resultaban demasiado familiares, demasiado parecidas a las peticiones que escuchaba en sus sueños... Quizá se estaba volviendo paranoico, dando crédito a suposiciones infundadas, pero de repente se sentía rodeado por un halo perverso que impregnaba todo a su alrededor y desataba en él un impulso de ira casi imposible de dominar. El mismo que le había convertido en el sicario perfecto de Saga, ese arrebato al que había logrado resistirse desde que su propia muerte le enseñó a medir sus fuerzas y las consecuencias de sus actos volvía ahora para atormentarle como en el pasado, tentador e implacable.

¿Por qué no me aceptas?

Lucha junto a mí.

Sella tu alianza conmigo.

La intrusa había abandonado el reino onírico para manifestarse en la vida real, ¿o acaso seguía dormido y todo era parte de una pesadilla? ¿Qué mierda estaba pasando y qué papel jugaba Kyrene en esa historia? En busca de una explicación que se le había escapado durante demasiado tiempo, separó los puños para zafarse con tal brutalidad que las patas de la cama se quejaron con un estridente chirrido y se abalanzó sobre ella usando la mano izquierda para sujetarle ambas muñecas, invirtiendo posiciones.

—¿Quién... coño... eres? —masculló, mirándola fijamente.

Un destello plateado en sus iris y media sonrisa fueron las únicas respuestas que obtuvo. El brazo derecho de Deathmask retorció la sábana en un fallido intento de controlarse y sus yemas comenzaron a marcarse en rojo sobre las pálidas cicatrices de la chica. 

Aquella jodida sonrisita le desquiciaba. Una expresión demente se adueñó de él, anunciando el regreso del sádico con quien no quería volver a tener nada en común.

—¡Estoy harto de juegos! ¡Responde o juro que te arrepentirás! ¿Qué has hecho con Kyrene? —inquirió, rodeándole el cuello con la mano libre. No se detendría ante nada para saber, por fin, qué estaba sucediendo.

Ella mantuvo la irritante mueca sin molestarse en tratar de apartar la garra que la oprimía.

—¡Habla, maldito engendro...!

—No me... sirves...

Deathmask arrugó el entrecejo al escuchar aquel dificultoso susurro, desconcertado y luchando por entender a qué se refería.

—¿De qué hablas?

La mujer guardó silencio. Él quiso insistir, pero en aquel momento el rostro de Kyrene se contrajo en un rictus de angustia, sus mejillas enrojecieron y las cejas le temblaron como si le faltase el aire. Entreabrió los labios, su mirada perdió aquel aspecto extraño y quedó desmadejada e inconsciente, igual que una muñeca.

—¿Kyrene...? ¡Joder, no!

La soltó con rapidez, incrédulo; habría jurado que algo o alguien se manifestaba a través de ella, pero ya no podía afirmarlo con certeza. El temor a haberse equivocado crecía en su interior tan rápido como lo había hecho la cólera hacía unos instantes. Sin embargo, ahora la prioridad era comprobar si estaba bien. Un breve reconocimiento le sirvió para constatar, con alivio, que respiraba en calma, como si hubiese caído en un profundo letargo, y que su impulsiva reacción no la había herido.

Arrepentido y asqueado de sí mismo, la acomodó en la cama y retrocedió para sentarse en un rincón de la estancia, con las sienes apoyadas en las palmas y el corazón desbocado. Se encontraba de nuevo frente a una faceta de sí mismo que detestaba profundamente: la del guerrero incapaz de percibir el mundo como algo más que una sucesión de desafíos y agresiones, la del asesino listo para aplastar a cualquiera a quien considerase un oponente. ¿Qué coño acababa de pasarle? ¿Cómo había podido tratarla de ese modo? ¿Por qué la había tomado por un enemigo? Las preguntas le aporreaban el cerebro como un ariete, sin dejarle llegar a ninguna conclusión. Quizá ella tenía razón y estaba obsesionado; sin duda, era eso: no sucedía nada extraño, él estaba viendo cosas que no existían. Sus pesadillas eran tan solo su problema; nunca se había caracterizado por dormir demasiado bien... Kyrene había mejorado su físico por el ejercicio que practicaba a diario y estaba irascible porque los dos tenían mucho trabajo y llevaban semanas viéndose poco; eso podía socavar cualquier relación.

Vale, todo tenía un motivo. Todo, excepto su mirada, apagada y sin brillo. Bueno, sería por falta de descanso; trabajar de noche no era ningún chollo.

No, mierda, no. No había explicación para ese detalle. No eran ojeras ni cansancio; parecían los ojos de otra persona. ¿Qué cojones podía provocar algo así...? Pensó en ello durante casi una hora durante la cual ella siguió durmiendo, suspirando de cuando en cuando y sonriendo en sueños, plácida como un bebé. Era ella, joder, la Kyrene de siempre, su tesalonicense de ojos verdes y ceño fruncido, la mujer que le había enamorado con sus temerarios escobazos y su capacidad de ver al hombre herido que se ocultaba tras la cortina de altanería que le aislaba del mundo... Y él había estado a punto de...

—Death...

La voz, apenas un murmullo, le sacó de sus cavilaciones. Elevó la mirada y la encontró incorporada sobre los codos, serena y aún aletargada. Intentó responder, pero no encontraba nada que decir; se sentía demasiado avergonzado de aquel violento arrebato.

—¿Qué haces en el suelo? ¿Te ocurre algo?

—No, es que...

Kyrene se desperezó, exhibiendo sin advertirlo el recién surgido rosario de petequias que se mezclaban con las antiguas heridas de sus muñecas. Sabiéndose el causante, él desvió la cara en un gesto que ella malinterpretó:

—¿Estás bien? Ha sido otra pesadilla, ¿verdad? —preguntó, gateando hasta el borde de la cama y descendiendo para sentarse a su lado y rodearle los hombros— Me preocupa que no estés descansando suficiente. ¿Qué te pasa, mi amor?

—Nada.

—¿Es por lo del trabajo en Suiza?

—Sí, eso es —respondió él, agradecido en su interior por aquel capote que ella acababa de echarle sin darse cuenta.

—Yo también he soñado cosas raras, pero no las recuerdo con claridad. Estabas tú y te enfadabas conmigo por algo...

—No, gatita —la reconfortó él, estrechándola entre sus brazos y pasándole los dedos por el pelo—. Sabes que no puedo enfadarme contigo, pase lo que pase. Haría cualquier cosa por ti.

Había escogido aquellas palabras de manera deliberada en alusión a la breve conversación que había desencadenado el incidente con la esperanza de obtener alguna pista, pero Kyrene se dejaba abrazar como si nada hubiese sucedido.

Joder. Eso solo podía significar una cosa: no lo recordaba.

Maldición... otra vez aquella historia de dormirse tras el sexo matinal y despertar habiéndolo olvidado... Le sucedía con cierta frecuencia desde su regreso de Irlanda, pero como ella no le daba importancia más allá de unas cuantas bromas, él también había intentado relativizarlo y no pensar que se había vuelto narcoléptica de repente o algo peor.

—Tengo hambre. ¿Dijiste que traías queso, o también lo he soñado?

—No, eso es real —respondió él, levantándose algo más animado y ofreciéndole la mano para ayudarla.

Le alegraba que ella tuviese noción, al menos, de su llegada de madrugada y, respecto al bochornoso suceso posterior, quizá era mejor que quedase enterrado por parte de ambos. Intentaría compensarla de algún modo y apartar aquellas ideas absurdas que amenazaban su cordura; no consentiría que un puñado de visiones ridículas y su propia tendencia a dar vueltas a todo arruinasen su historia con ella.

—Vamos, gatita. Tú haces el café y yo te preparo una tabla de quesos que te va a apestar el local durante dos semanas.

Ella se puso de puntillas y le rodeó la cintura para besarle antes de buscar algo de ropa.

—Sabes que te adoro, ¿verdad?

—Lo sé, nena.

Era solo cuestión de tiempo que la muerte de Keelan saltase a la luz y, tras la divulgación en la prensa nacional de algunos sucintos artículos cuya escasez de datos no levantó revuelo en la opinión pública, el Santuario contactó con las autoridades civiles para interesarse por el asunto, ya que había sido uno de sus miembros el responsable de su encarcelamiento. La poca información recabada, sin embargo, intrigó al patriarca, que decidió convocar a Deathmask para informarle en persona de aquella circunstancia.

El caballero de Cáncer fue avisado cuando terminaba su entrenamiento diario y hubo de asearse y cambiarse de ropa a toda prisa para hacer esperar lo mínimo posible a Shion. El patriarca ya estaba en la sala en la que solía reunirse de modo informal con los caballeros junto a una mesa baja en la cual habían servido un refrigerio ligero consistente en agua helada, zumos y frutas variadas.

—Bienvenido, Cáncer. Siéntate, por favor. He tenido ocasión de leer tu informe sobre el asunto de Suiza y estoy impresionado por la premura con la que lo has entregado; estás haciendo un trabajo excelente —saludó, dirigiéndose a él por el apelativo protocolario que la tradición le obligaba a utilizar.

Aún de rodillas, Deathmask observó a Shion y asintió, extrañado; siempre era agradable recibir un cumplido, pero no creía que le requiriese solo para felicitarle por realizar con corrección la parte más burocrática de su trabajo.

—Gracias, señor. Atenea guíe sus pasos. ¿Puedo preguntar para qué me ha llamado?

Un criado se apresuró a escanciarles la bebida mientras Shion tomaba asiento en uno de los dos escabeles y plegaba con cuidado su amplia manga para dar un primer trago al zumo.

—Imagino que no has tenido tiempo de leer la prensa estos días, entre el ajetreo de la misión y la vuelta a casa, así que quería ser yo mismo quien te dijese que Keelan ha muerto.

—¿Keelan...? ¿Cómo ha sido? Estaba a la espera de juicio, iba a ser muy mediático... —se sorprendió Deathmask, que había ocupado el otro asiento.

—En Korydallos, durante un vis a vis.

El joven dejó escapar una breve carcajada:

—Bueno, tenía una edad y mala vida a sus espaldas; le habrá dado un paro cardiaco.

—Es la principal hipótesis, sí, pero es un paro cardiaco bastante extraño, ¿no te parece?

—No veo el misterio por ningún sitio, señor. Si estaba en una visita conyugal... ya sabe, los años, los vicios... no estaba para muchos alardes el viejo —respondió el caballero, con una sonrisa cínica.

—Cáncer, guarda las bromitas de mal gusto para cuando estés en la taberna con tus compañeros de borrachera. No sé si te das cuenta de que dos hombres relacionados contigo han muerto en un plazo de tiempo curiosamente breve.

Deathmask miró de frente a su líder, sin amedrentarse. La indirecta era muy clara y comprendía que su nombre estuviese en todas las quinielas; de hecho, le resultaba incluso divertido.

—¿Soy sospechoso, señor?

—Yo no he dicho eso. ¿Podría alguien estar enviándote un aviso? ¿Es posible que hayas dejado algún cabo suelto en tus últimos trabajos?

—Señor, yo no dejo cabos sueltos —repuso Deathmask, altivo.

—¿Algún enemigo nuevo?

—Mi maestro, que terminó de destrozarme la existencia, y el hombre que arruinó la de mi novia... yo diría que soy un excelente sospechoso —continuó el joven, con aire pensativo.

—Es verdad que no podemos descartar nada en tanto no tengamos nombres y pistas definitivas, ¿no crees? Tú fuiste quien supo en primer lugar de la muerte de Aldaghiero...

—Mientras estaba encerrado en un avión junto al muy confiable Camus de Acuario... ¿por qué daría el aviso si fuese culpable? Podría dejarle pudrirse durante meses antes de que nadie se enterase...

Shion sonrió y apuró su zumo antes de servirse un vaso lleno de agua fría. No tenía pruebas de que Deathmask hubiese perdido la cabeza lo suficiente como para liquidar a aquellos hombres, pero su impulsividad y su falta de escrúpulos a la hora de matar -legendarias en otro tiempo- jugaban en su contra.

—Tu telequinesis es de las más poderosas del Santuario.

—Gracias, señor.

—Suficiente para ejecutar sin moverte del sitio...

—Gracias, señor.

—No era un cumplido, Cáncer.

—Bueno, supongo que nada me impediría acabar con cualquiera de los dos sin siquiera presentarme ante ellos...

—Salvo que ya no eres así.

—No, señor. No lo soy.

—No te embarcarías en una serie de venganzas personales ahora que has logrado la estabilidad en tu vida...

—No soy tan estúpido. Aunque admito que no deja de ser una ironía preciosa que esos dos cabrones hayan palmado casi a la vez...

—¡Cáncer! ¡Controla tu lenguaje!

—Lo siento, señor —respondió el italiano, con una pequeña sonrisa.

—Está bien, puedes retirarte. Esperemos que no haya más sucesos extraños a tu alrededor... mantente atento cuando retomes tu misión, por favor. Sabes que te necesitamos.

El caballero apuró el contenido de su vaso, se levantó y se despidió con una inclinación y la mano en el pecho, cerrando cuidadosamente las puertas tras de sí. Shion le observó marchar, intentando dilucidar hasta qué punto afectaba aquella noticia al joven italiano; había madurado mucho en los últimos años, dejando atrás la irascibilidad y la crueldad que le caracterizaban y ganando cierta capacidad para dialogar, pero leerle continuaba siendo tan difícil como cuando, siendo tan solo un chiquillo cubierto por una máscara pintarrajeada, le sacó de la institución con la promesa de darle un futuro de gloria y justicia. Algo que, era evidente, no había cumplido.

¡Gracias, gracias, gracias! ¿Sabes lo contenta que me pone saber que sigues leyendo esta historia? Pues si no lo sabes, te lo digo yo: ¡mucho! Gracias por votar, comentar, compartirla, guardarla... Por ayudarme a darle vida, en resumen. Permitidme que en esta ocasión dedique el capítulo a tinatakahashi, que siempre está al pie del cañón para dejar una estrellita sin falta. No quería dejar pasar el momento de tener un detalle con ella y espero poder dedicar otros capítulos a quienes estáis aquí para mí sin fallar, haciéndome saber que también os gustan las chorradas que escribo.

A Deathmask se le está yendo un poco la cabeza ya con el tema sospechas, pero no consigue averiguar nada. Por su parte, Kyrene tiene sus planes y, si ayer conociste a Kassandra, mañana sabrás quién es Penélope. ¡Te espero!

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