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55. Ajenos a los vivos y los muertos

Kyrene llegó a Rodorio a tiempo para cambiarse de ropa y abrir la taberna, exhausta tras una noche bastante más agitada de lo habitual y orgullosa de la hazaña que la había precedido. Con la capa pendiendo de un hombro y la melena desordenada, empujó la puerta, que había decidido atascarse justo en aquel momento, y se precipitó hacia el botiquín en busca de una aspirina con la que mitigar el profundo dolor de cabeza que el traqueteo del tren y la discusión mental sostenida con Morrigan durante todo el trayecto no habían hecho más que agravar.

Había despertado en un dormitorio desconocido, desnuda y abrazada por la joven camarera, cuyo corto cabello turquesa formaba ondas sobre la almohada, manchada de restos de maquillaje. Los rayos de sol de la tarde entraban a través de las arrugadas cortinas de rayas entreabiertas e incidían en la cama dibujando caminos dorados sobre los cuerpos de ambas; el perfume de Lila llenaba la estancia, dulce y un tanto cargante, y una legión de muñecos de peluche y figuras japonesas las observaba desde media docena de baldas tan abarrotadas que amenazaban con caerse.

Desorientada, Kyrene trató de incorporarse, pero Lila la retuvo acurrucándose contra ella:

—Quédate un ratito más... —la oyó decir, todavía somnolienta y apretándole las caderas con las manos en un gesto íntimo que la hizo estremecerse, sin saber muy bien si de deseo o de inquietud.

—No puedo, tengo que volver a casa —repuso, en un susurro.

Después de ayudarla a conciliar de nuevo el sueño con suaves caricias en la espalda y algunos besos en la cabeza, había conseguido vestirse, salir sin confraternizar con sus compañeros de piso -que cenaban en la cocina en medio de una animada conversación y bajaron el tono entre risitas cuando la vieron escabullirse-, trotar hasta la estación para comprar un billete a toda prisa y montar en el último momento en el vehículo que la devolvería a la vida real.

¿Cómo coño había terminado en la cama con Lila? Había acordado con Morrigan que no lo harían y no había bebido más que unos cuantos sorbos; insuficiente para olvidar lo que quiera que hubiese hecho...

Tenía fresca en la memoria la invitación de la joven para dormir en el sofá del salón cuando se encontraron sin más bares que cerrar y con los pies tan doloridos que bailar se había convertido en un martirio; ella había aceptado con la idea de tomar temprano el tren de vuelta al día siguiente. Y así había sido: recordaba haberse quitado las botas para echarse a descansar, cubierta por una manta estampada con cachorros y estrellas, y, sin embargo, había aparecido en la cama, desprovista de toda su ropa y sin entender cómo había llegado hasta allí.

¿Por qué le das tantas vueltas, Kyrene?

La joven resolló y apuró de un trago un vaso de agua para ayudar a la aspirina a pasar por su garganta.

—Porque me la has jugado, Morrigan. Has aprovechado que estaba dormida y me has usado para acostarte con Lila.

Oh, vamos, no es nada tan grave... Ella deseaba que sucediese y lo sabes. Tú también querías estar con ella, pero tu estúpida y mezquina pasión por esa bestia de Deathmask te condiciona de un modo incomprensible.

Kyrene entró en el almacén, subió a la vivienda y se desnudó para meterse en la ducha, irritada.

—Claro que no lo comprendes. Las diosas no amáis a nadie. No entendéis nada, salvo vuestros conflictos milenarios... —atacó, resentida.

Voy a pasar por alto tu impertinencia porque eres tú, criatura limitada, quien no ve que el amor es infinito. Nada de lo que le dimos anoche a Lila le fue arrebatado a Deathmask. Tus sentimientos por él siguen intactos, igual que cuando te entregaste a su mejor amigo...

La griega encajó la certera acusación en silencio mientras se lavaba la cabeza para eliminar el aroma de Lila, una mezcla de vainilla y flores demasiado densa para su gusto. Claro que había captado las insinuaciones de la chica, los roces nada casuales de sus labios en el oído para hacerse oír en el ambiente ruidoso del pub y el modo en que la tomaba por la cintura intentando enseñarle algún paso de baile; por supuesto que había fantaseado con recorrer su cuello con los dientes, acariciarla y gemir juntas, pero el sexo casual con ella no le serviría para aliviar el pesar de sus desencuentros con Deathmask; utilizarla de ese modo no habría sido justo para ninguno de los tres y sentía que Morrigan la había traicionado, manipulándola como un mero contenedor para satisfacer sus caprichos.

Pero no podía hacer nada al respecto; ahora ella era la única desleal: si hablaba, a ojos de Deathmask habría faltado a su pacto al no avisarle y, bueno, no era demasiado grave, pero estaría admitiendo algo que en realidad no había hecho ni podía explicar. Y si se lo guardaba, su mala conciencia acabaría por interponerse entre ambos. No había una manera fácil de sortear aquel nuevo escollo.

¿Y por qué ibas a contárselo? Se supone que sois libres...

—Y lo somos, pero parte del acuerdo es compartir estas cosas.

Entonces, es mejor que no pienses más en Lila y sigas con tu vida.

—Claro, como si fuese fácil esconderle algo a la persona con quien convivo —rezongó la joven, recordando las innumerables ocasiones en que la intuición del caballero le avisaba de algún detalle relevante.

De acuerdo. Díselo, entonces. Cuéntale todo.

—Muy fácil también, sí. "Oye, me he tirado a una chica, pero no te preocupes, es que llevo conmigo el alma de una diosa y a veces le pica."

Sin secretos. ¿Qué es lo peor que puede pasar si me delatas? ¿Que te deje? ¿Que intente llevarnos ante Shion para ejecutarte? Ya te dije que no está preparado para mí.

Kyrene apretó los labios ante aquel sarcasmo. Le irritaba tener que asumir como propios los actos de su invasora y tampoco le apetecía que Deathmask le pidiese detalles que ni siquiera conseguía recordar. Hablar era mala idea.

Sabes que el patriarca tasará tu cabeza, Kyrene. No le importará si tenemos una misión, si estamos limpiando el mundo de indeseables. Tratará de matarte, me veré obligada a iniciar una guerra sin estar aún en plenitud de facultades y no podré protegerte... Pero si quieres hablar, adelante.

—¿En serio, Morrigan? A veces creo que solo te burlas de mí.

Es una lástima que no lo hayas vivido de modo consciente. Me levanté para abordarla en su dormitorio y la encontré viniendo hacia mí, casi desnuda, con los ojos húmedos de anhelo... Nunca sabrá que pasó la noche en brazos de una diosa, será tu nombre el que perdure para siempre en sus sueños.

—Dijiste que no me obligarías...

Y no lo hice. Solo tuve que esperar tres minutos y te dormiste. ¿De qué me sirve residir en este cuerpo si no puedo buscar un poco de placer con él? Y créeme, la joven Lila sabe lo que se hace... Ni revisando todos tus recuerdos logré adivinar para qué servía ni la mitad de los juguetes que sacó...

—Yo... creía que te gustaba lo que tengo con...

No está mal, pero ¿por qué restringirte a un solo hombre, habiendo todo un mundo dispuesto a adorarnos? ¡La deseabas tanto como yo, no seas mojigata!

Kyrene renunció a seguir discutiendo; era más que evidente que Morrigan no cambiaría de opinión y se arriesgaba a hacerla enfadar si insistía, así que salió del cuarto de baño y terminó de vestirse para bajar a la taberna en el mismo momento en que Nikos golpeaba la puerta de entrada.

—¡Oye, jefa, no te lo vas a creer! —exclamó en cuanto la vio, como si fuese el presentador de un informativo dando un anuncio de extrema importancia— ¡Mira a quién me he encontrado de camino!

La boca de Kyrene se abrió en un gesto de asombro y alegría en cuanto él se apartó con los brazos levantados para enfatizar sus palabras. Frente a ella, una sonriente joven rubia la saludaba, con la cabeza bien alta y aire decidido.

—¡Eugenia, has venido! ¡Es fabuloso! —gritó, estrechándola con fuerza en un arrebato incontenible.

—¡Eh, eh, Kyrene! ¡Para ya, que me vas a romper... y yo quiero trabajar y aportar al bote de las propinas!

El regreso de su camarera fue el detalle definitivo que Kyrene necesitaba para recuperar el buen humor. Aunque sabía que las heridas del pasado jamás se cerrarían por completo y, en ocasiones, sentía deseos de confesarle lo que había hecho por ella, verla trabajar con su habitual jovialidad la ayudaba a reconciliarse consigo misma tras semanas de incertidumbre y ansiedad.

—No te fuerces, Eugenia. Nikos y yo nos apañamos sin ti —pidió un par de veces, preocupada.

—Estar aquí me hace bien. Además, no me parece correcto que sigas pagándome el sueldo sin ganármelo... Sé que la taberna no da demasiado dinero —respondió la joven, en alusión al sobre con su salario que Kyrene le había hecho llegar puntualmente cada sábado durante su ausencia.

—Eso es lo de menos. No vamos a dejarte tirada mientras te recuperas. Somos una familia.

Nikos, que pasaba junto a ellas despejando la barra de vasos y botellas, intervino, risueño:

—¡Claro que lo somos! ¡Y a ti, como hermana pequeña, te va a tocar fregar el suelo, así que no te preocupes por eso de merecerte la paga...!

—¿Pequeña? ¡Pero si solo soy ocho meses menor que tú! —contratacó Eugenia, amenazándole con el trapo que llevaba colgando del cinturón.

—¡No deberías faltar al respeto a tu hermano mayor! —exclamó el otro, huyendo cargado de envases vacíos.

Kyrene bajó la voz cuando Nikos se alejó, un tanto consternada:

—Oye, Eugenia... siento no haberte visitado tan seguido estas últimas semanas, pero he estado ocupada.

—Lo sé, Aglaya me dijo que estabas asistiendo a clases presenciales en Atenas. No te preocupes. Mis compañeras están muy pendientes de mí... y yo ya me siento mejor, en serio. Por cierto, ¿has oído que el cabrón ha muerto?

—Sí, la noticia voló por el pueblo —respondió Kyrene, desviando el rostro.

—No sé qué haría para terminar así, pero quienquiera que lo haya hecho tiene mi agradecimiento eterno —declaró la joven rubia, dirigiéndole una elocuente mirada.

La jefa sonrió, conciliadora:

—Él es el pasado y ya no puede joder a nadie más. Tienes que pensar en ti misma, en sanarte.

—Le abrieron las tripas, Kyrene... como si fuese la continuación del día en que se propasó con nosotras aquí, ¿te acuerdas?

¿Cómo olvidarlo? Aquella trifulca le había costado una bronca del patriarca y había provocado el revanchismo de Helios que había culminado en la violación de la chica que tenía frente a sí... No solo eso, había sido el detonante del viaje durante el cual se convertiría en el recipiente de Morrigan...

—¿Crees que atraparán al responsable...? —insistía Eugenia.

—No lo sé y no me preocupa. Como te digo, ese malnacido es el pasado —se zafó ella, evasiva.

También la situación con Morrigan parecía haberse calmado, dejando atrás el desencuentro a cuenta de lo acaecido con Lila. Aun así, temiendo que la diosa utilizase su cuerpo en algún otro escarceo mientras ella dormía, Kyrene había echado mano de algunos somníferos para conciliar el sueño las noches siguientes, pero pronto tuvo claro que los medicamentos no eran en ningún caso más poderosos que la voluntad de la deidad que la habitaba y, tras tres o cuatro intentos que terminaron en vigilia hasta el amanecer, dio el caso por perdido.

No temas; lo de Lila fue un capricho ocasional. Ahora el sexo es secundario. Debemos centrarnos en trazar tu plan y después llevaremos a cabo mi misión. Se acerca el momento —fue la propuesta de Morrigan.

Tenía razón; no sería fácil, era consciente de ello, pero estaba dispuesta a intentarlo con toda su energía. Nunca se había fijado una meta tan clara en su vida, más allá de sobrevivir, y ahora, aliada con una auténtica diosa, volcaría el tablero de juego de una patada. No volvería a huir de nadie.

Dormir también se había convertido en una experiencia inquietante para el caballero de Cáncer, que, poco amigo de la medicina, optaba por pasar las noches al raso, sentado en el tejado de su templo. Absorto en la contemplación de la luna, su astro regente, daba vueltas a sus cada vez más habituales broncas con Kyrene hasta que sus párpados se negaban a seguir abiertos.

Entonces, la dama de cabello de fuego aparecía ante él.

No ocurría cada noche; no había un patrón establecido que le permitiese saber cuándo se encontrarían, pero, desde luego, sucedía con mayor frecuencia de la que él habría deseado.

Soberbia y serena, con el ajustado atuendo de una guerrera y acompañada por un ominoso cuervo, la entidad llegaba a sus sueños con el rostro de Kyrene para perturbarle, repitiendo invariablemente el mismo mensaje:

—Acepta mi dádiva, Deathmask de Cáncer; lucha junto a mí.

Incapaz de rechazarla o resistirse, se veía a sí mismo con la rodilla hincada en tierra, el rostro elevado hacia ella y el pecho lleno de la honda alegría de saberse comprendido y aceptado. Esa desconocida era como él: una criatura ajena a los vivos y los muertos, una viajera junto a la cual todo tenía sentido. Esa mujer era su diosa, y su diosa ahora era Kyrene. Y él, solo él era el elegido de ambas, el indicado para escoltarlas dondequiera que el destino los llevase, el único con el poder necesario para masacrar a sus enemigos y las agallas suficientes para dar su vida a cambio de un minuto más junto a ellas.

Ah, aquella sensación embriagadora, la certeza de pertenecer, de haber encontrado un propósito incuestionable e inmutable, un objetivo tan definido que podría grabarlo en piedra a puñetazos.

Como la primera vez que la vio, un cáliz lleno de sangre se aproximaba a sus labios, sin darle lugar a preguntar quién era o qué batallas pretendía librar, y vertía despacio su contenido a lo largo de su garganta antes de que el más cautivador de los besos firmase su silencioso acuerdo.

Ese era el momento en que el caballero conseguía escapar del hechizo y despertar agitado y sudoroso, sin poder decir si aquello había sido un sueño o si una parte de realidad se filtraba a través de las extrañas imágenes, haciéndole dudar de su cordura.

¿Sigues ahí? ¿Aún me aguantas? ¡Vaya, eres muy perseverante! A estas alturas de la historia, ya te imaginas que tanto Deathmask como Kyrene van a tener serias dificultades para mantenerse en unos parámetros, digamos, "normales". Morrigan aún se mantiene oculta, a la espera de algo que solo ella conoce, animando a su portadora a perder el control, mientras él no consigue ordenar las piezas de ese puzzle. 

En el capítulo de mañana, veremos qué planea hacer Kyrene a continuación. ¿Logrará conservar algo de su humanidad, o se dejará llevar completamente por los argumentos de Morrigan?

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