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54. Las reglas de una solitaria

La noche había caído sobre Atenas por completo cuando la mujer de negro terminó su cena y pagó la cuenta sonriendo. El camarero, feliz con la generosa propina, la invitó a un segundo café y la acompañó con galantería hasta la puerta, junto a la cual se despidió haciendo una inclinación y ayudándola a echarse la capa sobre los hombros.

Todavía sientes la euforia, ¿verdad?

—Es como si volase, Morrigan. Acabar con ese cerdo por fin ha sido casi tan satisfactorio como...

—...como cuando degollaste a su hijo.

La joven asintió, caminando a paso ligero. Todas sus dudas habían quedado disipadas en el sobrecogedor momento en que, compartiendo el control con la diosa en perfecta armonía, posó su mano sobre el pecho del infame delincuente que le había destrozado la vida cuando apenas era una cría. Aquel poder podía ser usado para el bien y eso era lo que se proponía hacer.

Ahora es el momento de pensar a mayor escala. Helios, Aldaghiero y Keelan han sido apenas un entrenamiento para preparar tu cuerpo y tu mente de cara a un acto definitivo antes de devolver el mundo a tiempos mejores. ¿No se te ocurre algo más... espectacular?

Kyrene se cubrió la cabeza con la capucha y escondió las manos entre los pliegues de la capa, pensativa. Un gran despliegue de justicia, un juicio sin abogados para quienes osaban aprovecharse de los débiles e indefensos.

—Sí, admito que hay algo que me gustaría hacer. Un último golpe y, después, acometeremos tu plan.

—Claro, socia. Tuya es mi hacha.

Perdida en sus reflexiones, se dejó guiar por Morrigan, suponiendo que se dirigían a la estación para tomar el tren hacia la aldea contigua a Rodorio, pero cuando quiso darse cuenta se vio frente al mismo pub en el que había estado con Shura y Deathmask, aquella noche que ahora le parecía tan lejana.

—¿Qué hacemos aquí? —musitó, observando la fila de personas empingorotadas que daba la vuelta a la manzana.

Hoy has conseguido un gran avance, Kyrene. Celebrémoslo.

—No me gustan los pubs. La cena ha sido ya suficiente fiesta para mí... ha costado un pastón, como la ropa que has querido que comprásemos, y yo sigo teniendo el sueldo de una camarera.

Bueno, tu vestuario estaba hecho un asco, solo lo hemos renovado un poco con un par de prendas. Entremos para lucir tu inversión, anda.

—Está bien, si te empeñas... pero solo un rato —rezongó, no muy convencida.

Y échale cara. No somos unas plebeyas.

Sabía que tampoco tenía opción, así que respiró hondo y se encaminó a la puerta con tranquilidad, en busca del mostrenco de la vez anterior.

—Buenas noches, "Rompebocas" —le saludó, situándose frente al cordón dorado que hacía las veces de barrera e irguiéndose para salvar al menos un poco la diferencia de estatura entre ambos—. Hazte a un lado, por favor.

Él bajó la cabeza y examinó con semblante adusto a la mujer que había pronunciado aquel mandato en un tono educado pero irrevocable que le hizo dudar por un instante antes de recomponerse:

—Debe usted hacer cola, como todo el mundo.

—No me gusta esperar; quiero entrar ahora. ¿Acaso no sabes quién soy?

Un murmullo quejoso se elevó de entre los primeros de la fila al ser testigos de la osadía e insistencia de la chica, que no cedía su posición y continuaba obstruyendo el acceso al local.

—Perdone, ¿la conozco?

—Pues claro que me conoces. Este verano me hiciste pasar sin mayor problema. ¿No lo recuerdas, chiquitín? —preguntó, con una mirada lánguida.

Él volvió a observarla, rascándose la cabeza mientras trataba de recordar hasta que una idea cruzó por su cerebro:

—Esto... venía de parte de Deathmask, ¿no?

—Vaya, te ha costado, ¿eh? Ya se ve que no eras el más listo de tu clase... —se burló ella, cacheteándole con sorna —Venga, "Rompeboquitas", no tengo toda la noche...

El portero parpadeó un par de veces, como si intentase procesar la orden que acababa de recibir, pero la actitud de la joven, férrea y sugestiva al tiempo, le impulsaba a complacerla y eso fue lo que hizo, apartando por fin el cordón de terciopelo para permitirle la entrada entre las protestas de quienes aguardaban.

—Ahora, sostenme la puerta y di a Fiorella que me prepare un buen palco. Si terminas pronto aquí, puedes venir a verme para echar unas manos de póker, aunque te advierto que Deathmask a mi lado es un principiante.

Su voz se perdió en la penumbra del interior del local, que enseguida la devoró en un estruendo de luces de colores, música estridente y rostros irrelevantes, pero ella embocó sin dejarse impresionar la escalera que conducía a la zona de los reservados y la subió, deleitándose en la atención que sus caderas recibían por parte de quienes llenaban la pista de baile.

Fiorella, avisada por "Rompebocas", la esperaba ya, luciendo pailletes por todo su vestido fucsia y sonriendo ampliamente: recordaba bien a la chica de melena castaña a quien Deathmask había calificado como su "novia", ya que había sido la primera vez que le oía emplear ese término.

Buona sera, cara. Acompáñame, tengo una sala que te va a encantar. ¿Se te unirán los chicos más tarde? —la invitó a seguirla con un ademán y le mostró un espacioso habitáculo, muy similar al de la primera noche.

—Buenas noches, Fiorella. He venido sola, de momento.

—Siéntete como en tu casa, cara. Enseguida vendrán a tomarte nota. Si necesitas algo más, no dudes en llamarme; sabes que mi prioridad es tu comodidad.

Kyrene sonrió ante aquella exagerada cortesía, mezcla del interés comercial de la empresaria y del influjo seductor que Morrigan sabía desplegar a su alrededor, y tomó asiento en el sofá de cuero -negro esta vez- para esperar a la camarera, a la cual oteó de arriba abajo, deteniéndose en sus peculiares gafas redondas y en su cabello, afeitado en las sienes y teñido en tono turquesa. Juraría que la reconocía, pero algo no le cuadraba...

—Whisky irlandés. El mejor que tengáis.

La chica asintió, salió y volvió enseguida, abriendo la botella con un gesto resuelto para llenarle el vaso. Ella se mojó los labios en el líquido dorado y sonrió, mirándola con atención.

—Me suenas mucho. ¿Llevabas el pelo rosa...?

La chica asintió, coqueta y sorprendida, todavía inclinada sobre la mesa:

—Sí, me lo he cambiado hace un par de semanas...

—Me gusta este color. Resalta tus ojos —dijo la clienta, aproximándose a ella para tener una mejor perspectiva—. Y te llamas Lila, ¿verdad?

—¡Qué memoria tan buena! ¿Es usted habitual?

—No, pero quizá llegue a serlo.

La camarera se despidió con formalidad y dejó a la joven, que se reclinó en el sofá y cerró los ojos en un intento de descansar.

—¿Qué se supone que estamos haciendo, Morrigan? ¿A qué viene ese flirteo?

Ah, no seas una aguafiestas... ¡Bebamos! Pensé que apreciarías el whisky...

—No bebo alcohol. Me gusta estar sobria.

Pero hoy es un día especial y esa chica es muy bonita. Podríamos pasar un rato agradable con ella... ¿Cuánto hace que no estás con una mujer?

Kyrene resopló, inmóvil. Mucho, hacía mucho tiempo. Por su cabeza pasaron, invocadas por Morrigan, imágenes de los meses posteriores a la muerte de Stavros, cuando se quedó sola con Bull en la casa de Atenas y después en Patras. Meses en los que, cerrada a la posibilidad de amar para no volver a sufrir, decidió que el sexo no tenía lugar en su vida. Y, sin embargo, su necesidad de calor humano era tan real, tangible y acuciante que, en ocasiones, desesperada y rota de dolor, se entregaba como mero ejercicio de alivio físico, sin intimar jamás.

De hecho, nadie le importaba en aquella época; no recordaba una sola cara, un nombre. Todo era tan impersonal como un tonteo en un bar y, quizá, un intercambio rápido que ni siquiera le proporcionaba el placer esperado. Se engañaba a sí misma haciéndose creer que no precisaba cariño ni amigos y que la soledad era lo mejor para alguien que traía la muerte a quienes osaban acercársele, hasta que su cuerpo la traicionaba pidiéndole a gritos una mínima proximidad con otros.

Pero abrir su alma a los demás la habría hecho débil. Por tanto, era vital mantener la distancia e imprescindible cumplir las reglas.

No des tu nombre real.

No te acuestes con gente de tu entorno.

No pases dos noches con la misma persona.

Jamás pierdas de vista tus cuchillos.

En resumen: no dejarse conocer, no dejarse amar bajo ningún concepto.

Suspiró y estiró el brazo en busca del vaso para dar un breve trago. Revivir esa etapa era doloroso, como hurgar en una herida infectada. Le había llevado meses perder el pánico al contacto con Stavros y solo lo había conseguido gracias a la paciencia que él había desplegado y a su propio deseo de exorcizar su trauma, pero el resto del mundo -sobre todo, cualquier otra figura masculina- seguía siendo potencialmente peligroso, así que los bares de chicas fueron su refugio durante una temporada, al principio; lugares donde trabajar o charlar era sencillo y menos intimidante sin la presencia de hombres.

Ellas eran piel suave, cabello perfumado y dedos hábiles. Labios hambrientos, ojos acuosos, curvas que encajaban con las suyas en la privacidad de un cuarto de baño mugriento, en un dormitorio ajeno. Todo lugar al que ella no perteneciese era válido. Ellas eran los besos y los gemidos y las sonrisas sin promesas ni exigencias, eran la dulzura y el anhelo y la libertad.

Y ella... ella era la muerte, la mentirosa que se ocultaba tras un alias y volvía a casa para llorar abrazada a Bull, el único con quien compartiría su cama jamás. Ella era una moneda falsa, una mujer de piedra que no consentía ser tocada, una impostora incapaz de pedir amor porque tampoco sabía darlo. Y ahora que por fin tenía a su lado a alguien que se esforzaba en quererla a su manera, superando sus propios bloqueos, le alejaba sin pretenderlo, metiendo la pata una y otra vez para adoptar el papel de valedora de los indefensos, dominada por una presencia que había puesto su mundo patas arriba. ¿Por qué no podía ser todo más fácil...?

—¿Me ha llamado? ¿En qué puedo ayudarla?

Irguió la cabeza y sus ojos se cruzaron con los de la camarera, que la miraba con una gran sonrisa. Mierda, estaba tan concentrada en sus miserias mentales que ni siquiera había sido consciente del momento en que Morrigan había pulsado el timbre.

—¿Está usted bien...? —parecía preocupada.

Kyrene se frotó los párpados durante unos segundos y trató de sonreír a su vez. Toda la euforia había desaparecido al rememorar aquella fase, por fortuna ya lejana. Sin pensarlo, la tomó de la mano, acariciándole los nudillos con el pulgar.

—Sé que no debes, pero... ¿crees que podrías... sentarte conmigo, solo un par de minutos?

No esperaba obtener un "sí" inmediato, pues era consciente de la trascendencia de su petición. Ella misma había estado en el lugar de Lila, bandeja en ristre, escuchando la arenga de su encargada justo antes de abrir: "sonreíd, animadles a beber, pero jamás permitáis que os toquen; esto no es un prostíbulo y vosotras no sois la mercancía". Un discurso recurrente en los pubs de cierto nivel, que la había hecho sentir segura y confiada hasta darse cuenta de que los tratos que se sellaban en la intimidad de los reservados constituían una realidad aparte.

Lila atisbó de reojo la cortina que las protegía de vistazos indeseados y se encogió de hombros. La chica del reservado debía de tener más o menos su edad, estaba sola y se la veía tan abatida... Seguro que era inofensiva, no había nada de malo en pasar un momento con ella, decidió, acomodándose a su lado en el sofá.

—Bueno, ¿por qué no? Se supone que en un cuarto de hora tengo un descanso, puedo adelantarlo...

—Entonces, bebe. Yo invito.

Kyrene tomó el vaso, todavía casi lleno, y lo posó en los labios de la camarera, que bebió con cierta timidez y dejó escapar una risita. De cerca, era hermosa: sus ojos, enmarcados por las gafas y maquillados de modo extravagante con sombras de diversos tonos y un delineado egipcio, eran almendrados y oscuros, en contraste con el llamativo cabello; su piel lucía varias marcas de bronceado y su ropa, ajustada y rematada por largos flecos, se ajustaba a su curvilínea silueta. El resultado, en conjunto, le daba el aspecto de una criatura de ficción, hada o bruja.

—Madre mía, nunca había probado una bebida tan cara... ¡Es deliciosa!

Te desea, Kyrene. Tómala.

Una cálida oleada recorrió la columna de Kyrene. De nuevo, el anhelo de la diosa se mezclaba con el suyo propio, incitándola. Lila estaba muy cerca, tentadora, observándola con el rostro ladeado y la boca entreabierta como si esperase algo más, y ella había pasado de sentirse triunfante y poderosa a desorientada y vulnerable. Sin embargo, respiró hondo y rellenó el vaso, ahuyentando aquel pensamiento.

Por favor, Morrigan. Es preciosa, sí, pero quiero arreglar las cosas con Deathmask y acostarme con Lila no me ayudará... No me obligues a hacer esto...

Está bien, no te forzaré. Los límites del corazón humano son angostos a veces...

Kyrene hundió un dedo en el vaso y dejó caer una gota sobre su propia lengua, aliviada.

—Puedes beber cuanto quieras, Lila. Hoy estoy de celebración y quiero compartirla contigo.

—Pues no parece muy contenta... —especuló ella.

—Es cierto, pero intuyo que eso va a cambiar pronto. ¿Por qué no me tuteas? Y no tengas prisa, yo respondo de ti ante Fiorella.

El descanso de la camarera se alargó más de la cuenta aquella noche, pero nadie subió a molestarlas. Ocultas tras la espesa cortina y compartiendo el whisky a sorbos, establecieron una dinámica por la cual Lila hablaba y Kyrene escuchaba, según su costumbre, lo cual le proporcionó unas cuantas pinceladas acerca de quién era la chica de las gafas y con qué soñaba.

Supo, por ejemplo, que acababa de graduarse en la universidad en ingeniería de materiales y que había comenzado a trabajar en el pub mientras buscaba un puesto en algún laboratorio, pero las condiciones económicas del país y la escasa inversión en investigación no se lo ponían fácil y tenía miedo de quedarse atascada eternamente en esa situación. Tuvo ocasión de saber cómo habían sido sus tres primeras parejas, la oyó tararear canciones de Ariana Grande y Betty Davis y se rio hasta que casi se le saltaron las lágrimas cuando imitó con total desacierto a todas las mascotas que había tenido desde niña.

Por primera vez en semanas, Kyrene se sentía de nuevo ella misma. Morrigan no había vuelto a manifestarse y ella estaba relajada y alegre, atenta a las mil historias de su nueva amiga, que parecía tener energía para no parar en horas.

—Pero, bueno, solo hablo yo y eso no puede ser... ¿qué me dices de ti? —dijo al fin Lila, como si de repente le preocupase haberla aburrido.

Kyrene se mojó los labios en la bebida, prudente:

—No hay mucho que contar... también soy camarera, pero en una taberna de mala muerte, y estudio antropología en la universidad a distancia.

—¡Oye, pues sí que tenemos cosas en común...! Debo volver a la sala, pero ¿por qué no nos vemos después? Conozco un par de sitios que me da que te gustarían...

Kyrene dudó unos segundos antes de responder. A aquellas alturas ya había perdido el tren y no le apetecía caminar hasta Rodorio aunque sus nuevas habilidades le hiciesen más llevadero el trayecto; quizá fuese una buena idea eso de olvidar las preocupaciones de las últimas semanas en compañía de alguien alegre que desconocía todo acerca de sus malditas circunstancias... Asintió con una sonrisa y acordaron que esperaría al cierre del pub para seguir la fiesta en otros locales, en los cuales dejaron que las horas transcurriesen entre carcajadas y coreografías improvisadas hasta que el agotamiento pudo más que ellas.

¡Gracias por leerme! Hemos conocido un poco más del pasado de Kyrene y de su forma de relacionarse con los demás antes de conocer a Deathmask, ahora la pregunta es: ¿qué pasará con Lila? ¿Intentará seducirla? ¿La matará en un arrebato? ¿Te imaginas que las pilla Deathmask en mitad del tema?

Bueno, pues la respuesta te la daré mañana, en el capítulo titulado "Ajenos a los vivos y a los muertos".

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