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52. Me perteneces

Deathmask, que había esperado hasta que Kyrene cerró la taberna para pasar la noche con ella tal como habían acordado, no supo siquiera de la lesión que había sufrido, puesto que Morrigan se encargó de reducirla a una pequeña herida que no le impedía hablar o comer.

Cautelosos ambos tras la reciente conversación, evitaron los temas controvertidos, limitándose primero a un silencio compartido en el cual se sentían cómodos por primera vez en mucho tiempo y después al relato de la misión en Namibia por parte de Deathmask, cuya crónica acerca de los singulares hábitos de sueño e higiene del meticuloso Camus hizo reír a Kyrene con ganas al fin.

Sin embargo, en cuanto él se durmió abrazándola con una plácida sonrisa de satisfacción, la tortura volvió a comenzar para ella. Estaba de nuevo atrapada en sí misma, estrechamente encerrada en las paredes de su mente hasta tal punto que tenía la impresión de que le costaba respirar, y la diosa volvía a la carga:

No puedes oponerte a mí, Kyrene; estamos unidas. Tú misma lo dijiste, disfrutaste acabando con esos dos criminales: ha sido la sensación más intensa de tu vida, ¿por qué renunciar a ella?

Por favor, Morrigan... No lo soporto más. Te ayudaré a encontrar un portador más digno de ti, pero libérame...

Eso no es posible. Nuestro vínculo ya es indisoluble: yo soy tú y tú me perteneces. Nuestras almas se entrelazan, haciéndonos más fuertes a las dos, ¿no te das cuenta?

No quiero ser fuerte, solo vivir tranquila...

Puedes tomar mi poder y usarlo sin consecuencias para evitar que otros niños sufran como os pasó a Deathmask y a ti. Puedes salvarles antes de que sean vendidos, maltratados o asesinados. Reflexiona. ¿O acaso tienes miedo?

Kyrene apretó los párpados. Nunca había querido ser una justiciera ni nada parecido; durante toda su existencia se había limitado a escapar para sobrevivir en busca de un futuro más halagüeño, pero la posibilidad que Morrigan le ofrecía era demasiado seductora. ¿Y si su destino era ayudar a otros? Aldebarán había sido muy claro la noche de la cena: "nuestra responsabilidad es ayudarles a tener una infancia mejor". Quizá debía aceptarlo sin más y pelear para que no hubiese más "capitanes de la arena" tan rotos como ellos mismos... y, de paso, evitar a otro ser humano la agonía de llevar a la diosa en su interior.

—¿Has pensado alguna vez en cómo las religiones manipulan al ser humano, Kyrene? Se os dice que los dioses no intervienen, que os otorgan libre albedrío para obrar a vuestra voluntad, pero en realidad se divierten viéndoos padecer y castigándoos con su indiferencia cuando les suplicáis. ¿Por qué permitió Atenea que alguien como Aldaghiero actuase en su nombre? ¿Por qué no le reprendió personalmente, si no es porque le gusta que imploréis? Busca adoración, sin importar de quién...

—Atenea no se había reencarnado aún cuando Death entrenaba para conseguir la armadura... —intentó defenderla ella, sin estar muy segura de por qué se molestaba en dar la cara por alguien que había permitido que Deathmask y la mayoría de sus compañeros sufriesen vidas llenas de dolor y angustia.

—¿Es eso una excusa válida? Supongamos que sí, pero ¿y después? Cuando perdonó la traición de tu hermoso italiano de ojos azules, podría haber castigado al viejo... Y, sin embargo, no solo no lo hizo, sino que le mantuvo en su retiro apacible y sin remordimientos rubricado por su compinche, el patriarca.

Supongo que ella ayuda a los seres humanos de otras formas...

Dime una, Kyrene, solo una.

La... la guerra santa...

Ah, sí, ¿esa en la que dejó morir a sus caballeros sin mover un dedo para asegurarse el triunfo? Hablamos de la misma cría que no elimina el mal porque no quiere convertirse en una figura innecesaria, ¿verdad? ¿Luchó por los intereses de la humanidad o se limitó a mirar el espectáculo para mimar su ego? ¿Qué cambió tras su victoria...?

La griega se mordió la herida de la lengua, desconcertada. No tenía ninguna respuesta válida para tales cuestiones. De repente, cada palabra de Morrigan parecía encajar con sus propias ideas y estar dotada de pleno sentido. Atenea no hacía nada. Atenea consentía el dolor, la muerte, la violencia. Atenea, de hecho, disfrutaba con aquella barbarie.

Solo debes fundirte en mí, dejarte llevar. Te estoy entregando un don que ningún humano ha ostentado jamás, tan grande que ni siquiera Deathmask puede comprenderlo. Por eso no te acepta: esto va más allá de su capacidad.

¿Y acabaremos con tanta injusticia, Morrigan?

Te doy mi palabra. Derrocaremos a Atenea, derribaremos lo establecido, subvertiremos este orden antinatural. Los guerreros lucharán por aquello en lo que creen sin implicar a los débiles. Vamos, Kyrene. Demostremos que nuestra determinación es suficiente para poner fin a la podredumbre de la Tierra.

Derrocar a Atenea... aquellas eran palabras mayores. Tenía un nudo en la garganta y los ojos húmedos, pero permaneció inmóvil para no despertar a Deathmask. Morrigan estaba en lo cierto: tanto si a él le parecía bien como si no, ella tenía acceso a un poder divino y sería una completa idiota, una cobarde y una egoísta si no lo utilizaba para el bien común. Sí, lo haría. Aunque tuviese que sacrificar la calma que tanto le había costado conseguir.

De acuerdo, Morrigan. Soy tu brazo, guíame.

La rendición de Kyrene dio lugar a un periodo de tranquilidad en su relación con la diosa: tras asumir que debía entregarse en cuerpo y alma a su nuevo cometido, Morrigan no volvió a castigarla; en cambio, retomó su hábito de regalarle recuerdos, haciendo hincapié en los momentos más dulces de la primera infancia de la griega, en su propia trayectoria como guerrera y profetisa y en su relación con el resto de los dioses y los reyes.

Toda una jornada de ejercicio en el monte, escalando y nadando en agua helada ya no bastaba para extenuar a Kyrene, que ahora trataba de relajarse en la cama, escuchando las historias de Morrigan sobre los conflictos antiguos y sus encuentros con Cúchulainn, el único héroe que había intentado oponerse a ella y cuya temeridad hubo de pagar con su propia vida.

—Hubo una vez en que Maeb, reina de Connacht, se dirigió hacia el Ulster para invadirlo. Cúchulainn era el responsable de custodiar la frontera, pero se distrajo retozando con una joven, así que Maeb tuvo la ocasión perfecta para lanzar un hechizo sobre los demás guerreros. Las tropas invasoras entraron y los masacraron al completo. Solo él sobrevivió, claro.

>>¿Puedes creer que aquel a quien la historia consideraría un héroe fuese tan simple como para perder un ejército por ir detrás de unas faldas? Cúchulainn, destrozado por la culpa, los vengó a todos luchando contra las huestes de Connacht en el valle. Él solo, en una serie de combates personales. Transformada en cuervo, lobo o vaquilla contemplé durante meses aquella magnífica exhibición de fuerza... ¡Ah, qué hermoso espectáculo! Cúchulainn se transfiguraba cuando luchaba: su cuerpo se convertía en el de un monstruo, sus ojos parecían salirse de las órbitas, su ira semejaba un trueno tras otro.
>>Comprendí que merecía gobernar nuestra isla y me presenté ante él con la apariencia de una princesa para ofrecerle reinar sobre todo cuanto sus pupilas veían... ¿y qué crees que hizo aquel estúpido? ¡Me rechazó! El muy palurdo presupuso que le regalaba mi cuerpo, sin más... Y, claro, después de que su impulso irracional hubiese costado las vidas de tantos, lo último que quería el pobre bobo era repetirlo, así que retiré mi oferta y profeticé su muerte, jurándole que yo estaría allí para verla.

>>Cúchulainn siguió combatiendo. Nada le detuvo en su furor para subyugar a las fuerzas enemigas, pero, a fin de cuentas, era humano. Fue en su última batalla, mientras usaba sus propios intestinos para amarrarse de pie a un árbol y hacer creer a sus enemigos que aún tenía vigor para luchar, cuando cumplí mi vaticinio: en mi forma de cuervo, me posé sobre su hombro y esperé hasta que murió... Después, le llevé en persona al paraíso. Su alma merecía los honores que solo yo podía prodigarle.

Kyrene asintió con los párpados cerrados. Podía ver en su mente la desolación del campo de batalla y oler la sangre de Cúchulainn azuzando su propia sed de masacre.

—Él era importante para ti; lo leí en aquel libro y lo noto por cómo me late el corazón cuando le evocas.

—Así es; él era importante, aunque no tanto como la tarea que acometeremos juntas. Nuestra venganza alcanzará a todo enemigo, dios o humano.

No te vayas todavía porque hoy hay dos capítulos en vez de uno (insertar meme de "p*ta, qué ofertón"); como este ha sido breve y sin demasiado contenido, he querido ofrecerte un pequeño regalo para agradecerte que me sigas cada día y que acompañes esta historia que se cuece con lentitud, pero que espero que estés disfrutando y que consiga engancharte, así que dale, que enseguida vamos con el siguiente.

¡No olvides dejar tu voto! Es una forma muy bonita de decirle a esta humilde autora que te gustan sus chorradas :D

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