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51. Nada nos une

Macilento y fatigado tras el largo viaje, Deathmask llegó a Rodorio un par de días después que Kyrene, que ya había vuelto a servir comandas como si jamás hubiese salido de la aldea. Animado por Camus, que estaba deseando perderle de vista, y aliviado tras saber que el patriarca había encargado a Shura las indagaciones sobre el deceso de Aldaghiero, el caballero de Cáncer decidió actuar igual que siempre que regresaba de una misión y bajar a visitar a su novia después de darse una ducha y comer algo.

Sabía que Shura era tan meticuloso y detallista como un detective profesional; si había algo que encontrar, él daría con ello. De hecho, Shion le había prometido que podría leer el informe completo cuando estuviese terminado, pero, aun así, no conseguía desprenderse de la sensación de fatalidad que le había acompañado desde que recibió el mensaje de su antiguo maestro. Con ese fúnebre pensamiento dándole vueltas en la cabeza, descendió las escaleras, salió del santuario y cruzó el pueblo hasta la taberna, en cuya entrada se detuvo algunos segundos para observar la silueta familiar de la joven que atendía la barra.

Como si hubiese sentido su presencia, ella elevó el rostro y le dedicó una sonrisa que casi le hizo olvidar sus cuitas; se acercó, rodeó el mostrador y la tomó por la cintura sin preocuparse de los presentes, levantándola en vilo para besarla impetuosamente en un gesto posesivo, casi desesperado, que ella correspondió con igual afán.

—Tanto como tú a mí... —musitó Kyrene cuando él aflojó la presión sobre sus labios, sin esperar a la consabida pregunta con la que solía saludarla en sus reencuentros— No vuelvas a irte sin avisar, aunque estemos peleados, ¿vale? O, mejor aún, no peleemos más.

—Lo siento, gatita. Han sido días raros —admitió él, buscando un taburete y tomando asiento.

Kyrene preparó un cóctel y se lo ofreció, exhibiendo un aire entusiasta que contrastaba con el pesimismo del italiano.

—Se te ve cansado, ¿te encuentras mal?

—El vuelo ha sido muy largo y Camus es un muermo inaguantable. Supongo que me sentiré mejor después de dormir como un fardo, pero necesitaba verte.

—Y yo a ti. Te agradezco que hayas venido enseguida; he estado preocupada.
—Lo sé, no era mi intención hacerte pasar un mal rato. ¿Y qué tal tú, nena? ¿Has hecho algo interesante?

El semblante de la griega se iluminó como si aguardase esa pregunta, pero sabía que todavía no era el momento de contarle en qué se había ocupado durante su ausencia, así que optó por una respuesta breve.

—La verdad es que sí... He estado en la universidad, en unos seminarios.

Bien hecho, Kyrene; deja que él hable primero. Cuando se haya desahogado, le harás feliz con la muerte de ese cerdo.

—¿En Atenas? Suena muy bien. ¿Has aprendido cosas nuevas?
—Muchas. Luego te leo las notas que tomé, pero ahora cuéntame por qué estás tan abatido —pidió ella, al tiempo que se inclinaba sobre la barra para buscar sus ojos—. Parece que vinieses de un funeral. ¿Te han herido durante la misión? ¿Ha pasado algo?

—¿Herirme? No, tranquila. Pero sí que ha pasado algo. Mi maestro ha muerto, gatita.

Ella respiró hondo. Estaba segura de que recibir el último mensaje de Aldaghiero habría sido un motivo de alegría para él y, en cambio, lucía como si hubiese perdido a un familiar cercano. Luchando consigo misma por no confesar su crimen a gritos, le acarició una mejilla para instarle a continuar.

¿Es posible que nuestro presente no haya sido de su gusto? ¡Qué pusilánime es el espíritu humano!

—¡Nikos, voy dentro, te quedas solo!

—¡De acuerdo, jefa! ¿Me sacas un barril de cerveza a la vuelta?

Asintiendo con el pulgar hacia arriba, salió de la barra y tomó a Deathmask de la mano para llevarle al almacén, deseosa de hablarle con franqueza.

—Vale, me estabas contando que tu maestro ha muerto...

Él se recostó contra la pared con los brazos cruzados y ella se apoyó en una estantería, a cierta distancia.

—Sí, y de un modo extraño. Me... me mandó un mensaje que no conseguí entender. Decía algo así como que estábamos equivocados, pero no estoy seguro.

—Bueno, te trató muy mal y ya era mayor. Está mejor muerto. ¿Por qué te afecta tanto?

—Porque es la persona que prácticamente me crio, Kyrene.

—Te crio a golpes, tú mismo lo dijiste... —repuso ella, sorprendida por su estado.

—Eso ya no es importante. Enzo, Salvatore, él... todos están muertos... es como si mi historia se fuese borrando poco a poco...

—¿No eras tú el que presumía de no regodearse en el pasado?

—Una cosa es eso y otra, sentir que te lo arrebatan...

—Pero no dejaba de ser de un maldito viejo cabrón. No es una gran pérdida, ¿no?

El caballero la miró con el ceño fruncido, como si no la creyese capaz de actuar con tal falta de empatía.

—Era un maldito viejo cabrón, sí, pero ya lo había dejado atrás. Él hizo lo que suponía que tenía que hacer y, quizá de casualidad, consiguió que le saliera bien.

—Death... —ella se mordió la lengua un instante, comenzando a dudar: si ni siquiera aprobaba el asesinato de Aldaghiero, no parecía muy factible que fuese a aceptar su alianza con Morrigan—, todo lo que lograste fue por ti mismo, no gracias a él.

—¿No? ¿De qué otro modo crees que habría alcanzado este nivel de poder? —interrogó él, altivo, con una chispa de energía bailando en su índice.

—¿Qué tal con disciplina y un buen ejemplo, en vez de con torturas diarias?

—No puedo saber qué habría pasado en ese caso. Solo conozco esto.

—Entonces, míralo de otro modo: su muerte es un acto de justicia hacia ti y tus compañeros.

—¿Qué justicia, Kyrene? De haber querido, yo mismo le habría matado la noche en que me marché de allí —su tono de voz era amargo, casi resentido.

—¿Qué dices? Eras solo un niño, Death... —replicó ella, con un nudo en la garganta.

—Y también un asesino, siervo de una diosa.

—Pero no le mataste, porque tú eres mejor que eso.

—Soy justo lo que me entrenaron para ser. Otro caso de éxito de la antigua escuela de Sicilia.

—¿En serio? ¿Te das cuenta del tipo de conducta que estás justificando? —musitó ella.

—¿Te das cuenta tú del tipo de justicia que estás legitimando?

—¡Joder, Death! ¡Es, punto por punto, la misma que tú has defendido toda tu puta vida!

—¡Sí, hace años! ¡Estaba equivocado, era otra persona y eso precisamente es lo que no quiero olvidar!

—¿Ahora vas de angelito?

—¡No, no voy de nada! ¿Y tú? ¿Tengo que recordarte la sucesión de muertes y desgracias que te trajeron hasta aquí? ¡Keelan te jodió entera, te obligó a vivir escondida como una rata! ¡Todavía tienes el cuerpo cubierto de sus putas cicatrices! ¡Y, aun así, nunca deseaste asesinarle! ¿O solo es que te faltaron pelotas?

Kyrene apretó los labios para no escupirle en la cara que ella era la responsable de la muerte de su maestro, que había disfrutado de cada segundo de aquel crimen y que lo había hecho para agradarle.

He cometido un terrible error, Morrigan... —dijo, en su cabeza— Pensé que se sentiría liberado, pero lo único que he conseguido ha sido pisotear un trozo de sus vivencias. No le he ayudado...

Se avergüenza de no haber tenido el coraje para hacerlo por sí mismo, eso es todo. Debes estar orgullosa: ese fantoche ya no podrá corromper a nadie más al amparo de un credo.

La joven reflexionó durante unos segundos en busca de algo que pudiese apaciguar al italiano.

—Death, creo que no lo estás enfocando bien. Un malnacido menos en este mundo siempre es una buena noticia...

—No te reconozco —masculló él, avanzando hacia ella sin reflejar nada salvo cólera en su rostro—. Cuando te conocí, tu alma conservaba su pureza, a pesar de lo que te tocó vivir... pero últimamente pareces otra. Dices y haces cosas impropias de la mujer que amo. ¿Qué está pasando?

Kyrene le sostuvo la mirada, desafiante. Comenzaba a estar harta de aquella situación: ella solo había querido hacerle feliz, ¿y de repente le venía con remilgos? ¿Él, el guerrero que había pasado media vida cumpliendo con su deber sin cuestionarse el daño que infligía a los inocentes que tenían la mala suerte de cruzarse en su camino?

—¿Otra vez con eso? ¡Estás obsesionado! A lo mejor te has vuelto un blandengue que lloriquea por los que le trataron como mierda. ¿Es que echas de menos sus palizas? —le reprochó, aproximándose hasta que sus rostros quedaron separados por milímetros, aún dolida por la alusión a Keelan.

—¿Dónde ha quedado eso de "no peleemos más"? Ten cuidado con tus palabras —le advirtió él.

—¿O qué...?

—O los dos acabaremos diciendo cosas hirientes, Kyrene.

—¿Más hirientes que llamarme cobarde por no matar al hombre que tasó mi cabeza cuando solo era una niña...?

—Insisto: vamos a dejarlo aquí. No quiero seguir discutiendo contigo.

Él tenía razón, pensó ella. Desde la llegada de Morrigan, parecían atrapados en una espiral de incomprensión que les alejaba cada vez más; incapaces de entenderse, resolvían un malentendido para encontrarse otro, haciéndose daño entre sí sin encontrar el modo de salir de aquella red de medias verdades y desconfianza.

No había nada más que decir. Él no comprendería nunca su vínculo con la diosa.

Descorazonada, le abrazó, buscando sus labios en un intento de recuperar el talante conciliador con el que habían comenzado la noche, pero él interpuso la palma entre ambos negando con la cabeza.

—No vas a distraerme con sexo. No lo intentes.

—Pero ¿qué dices, gilipollas? ¡Solo quería...! ¡Bah, olvídalo! ¡Sigue gimoteando por el cabrón de tu maestro!

Deathmask la vio dar media vuelta hacia el local, enfadada y ofendida, y tuvo claro que se había pasado con los comentarios mordaces. Al fin y al cabo, tenía catorce años cuando aquel malnacido la destrozó, ¿qué otra cosa podría haber hecho? El hecho de matar al hijo de Keelan para poder huir ya había sido un derroche de coraje para una cría sola, asustada y sin experiencia en el manejo de armas... Arrepentido de su salida de tono, la retuvo aferrándola por la muñeca y la besó fieramente, hundiéndole una mano en el bolsillo trasero para adosarla a él con tal vehemencia que Kyrene no supo resistirse ni continuar discutiendo. Sofocando un suspiro, ella le echó los brazos al cuello y dejó que sus lenguas se enredasen, notando cómo sus respiraciones se aceleraban. Sus dedos hallaron enseguida el extremo inferior de la camiseta del caballero para dejar al descubierto su firme torso, que cubrió de besos y mordiscos en tantoél le quitaba a tirones el jersey, le bajaba con prisa los tirantes del sujetador y liberaba sus pechos, ensalivándole los pezones y atrapándolos con los dientes.

Sin pronunciar una sola palabra, ella se descalzó, le desabrochó el pantalón y metió la mano bajo su bóxer, acariciándole entre los ávidos jadeos de los dos, cada vez más escandalosos. Él la despojó a su vez de los leggings y se arrodilló para apartar con torpeza las bragas y humedecer su sexo a lengüetazos, tan exaltado como si no fuesen a verse más. Ansiosos por devorarse, ni siquiera se molestaron en terminar de desnudarse antes de que ella le guiase a empujones hasta una silla; poco importaba aquello mientras exploraban la piel del contrario con dedos y labios, sumergidos en su peculiar combate privado.

A horcajadas sobre el caballero, Kyrene le hundía las uñas en los hombros, gimiendo al sentir la réplica de ese gesto en sus glúteos. Salvaje, frenético y brutal, aquel encuentro se diferenciaba de los demás en el difuso pero innegable matiz de ansiedad -casi angustia- que les envolvía, igual que si fuese su último recurso para comunicarse con honestidad y esquivar los embrollos y equívocos. Necesitados de una tregua, usaban sus cuerpos como vías de escape, procurándose uno al otro un placer que esperaban que les reconciliase de nuevo por encima de sus problemas.

Sin embargo, no funcionaba: el asesinato de Aldaghiero y su falta de acuerdo sobre ello se interponían entre ambos como una losa. Kyrene fue la primera en apercibirse de ello y levantarse, apesadumbrada.

—Es inútil, no puedo seguir. Me vuelvo al trabajo —declaró, buscando su ropa por el suelo del almacén con semblante taciturno.

—¿Qué? ¿Por qué?

Ella se enfundó en los leggings con un contoneo, ocultando el rostro tras la melena. La frase que iba a pronunciar resonaba en su cabeza, mortificándola... y, no obstante, era verdad:

—Es... como si no nos quedase ni esto.

—¿A qué te refieres? —él se apartó el cabello de la cara y resopló para calmar su ritmo cardiaco.

—Al sexo. Parece que nada nos une ya, ¿no lo has notado?

—Espera. No te marches aún. Me niego a creer que una mala racha tenga tanta trascendencia —negó él, acercándose para abrazarla.

Ella recostó la cabeza en su pecho con un suspiro.

—Death, no logro lamentar la muerte de tu maestro, pero siento mucho que estés triste. Perdona —dijo, en un nuevo intento de reducir la tensión, al tiempo que se ponía el jersey.

—¿Perdonarte, por qué? ¿Por no empatizar conmigo en lo de ese vejestorio asqueroso? —sonrió él, algo más sereno— No puedo exigirte eso. Pero me entiendes, ¿verdad?

—Creo que sí...

—¿Quieres seguir con...?

—Tengo que trabajar y, si te soy sincera, no estoy de humor ahora mismo. ¿Por qué no te quedas a dormir? Seguro que después de cerrar conseguimos hablar más tranquilos...

—Eso ya suena mejor, aunque es mi cerebro el que te está contestando y mi entrepierna no está nada de acuerdo. Deja que yo lleve lo que te pidió Nikos, anda.

Deathmask se vistió, levantó el barril que ella le indicaba con tanta facilidad como si estuviese vacío y le besó la nariz al pasar, precediéndola en su vuelta al local. La chica parecía apática y cansada, pero al menos habían zanjado la bronca aunque fuese por un rato, así que decidió obviar aquella preocupación y, hambriento de distracciones mundanas, saludó a un grupo que preparaba una partida de dados, aceptando enseguida la invitación para unirse a ellos.

https://youtu.be/0GiGE8UUTKM

Por su parte, Kyrene relevó a Nikos en la preparación de las órdenes, tratando de no dejarse llevar por la tristeza. Se debatía entre el orgullo de haber sido capaz de matar al malnacido que había quebrado el alma del hombre al que amaba y el remordimiento por haberse arrogado tal derecho. Y, por si aquello fuera poco, esa venganza solo había empeorado las cosas entre Deathmask y ella... Morrigan era un estorbo; ¿para qué quería ella un poder que enturbiaba la vida que había elegido libremente?

No te arrepientas de tus actos. ¿Quién le da a él el privilegio de juzgar a una diosa?

La diosa eres tú, no yo, Morrigan, y he asesinado a alguien que no me había hecho nada.

Tú eres mis manos y mi boca y yo decidí que ese anciano no podía seguir ensuciando este mundo con su existencia. Deathmask no es nadie para inmiscuirse en nuestros asuntos.

Pero es que este asunto era suyo, lo hicimos por él... pensé que así comprendería lo que tú y yo... él tiene razón, actué mal...

Quizá debas asumir que él no va a acompañarte en este emprendimiento, Kyrene. Hemos de modificar el curso de la historia; puedes hacerlo. Es más, ahora que ya has resarcido a dos personas queridas sin pedir nada a cambio, ¿por qué no piensas en algo para ti?

No quiero matar más, Morrigan. Estoy agotada. Necesito volver a lo que tenía antes. Por favor, encuentra otra portadora —Kyrene se agachó tras la barra fingiendo buscar algo para ocultar sus ojos vidriosos, de espaldas a los clientes.

Deathmask mencionó a Keelan. ¿En qué andará metido ahora?

He dicho que no. Vete.

Él te asesinó en muchos sentidos; destrozó todo cuanto amabas durante años. Sabes que merece la muerte y tú eres la indicada para dársela.

¡Mierda! ¿Por qué no puedes dejarme en paz, Morrigan? ¡Para de hurgar en mis recuerdos! ¡Ojalá te marchases para siempre de una puta vez! ¡Solo eres un incordio que me está jodiendo!

Un relámpago de terror se extendió por su columna no bien hubo pensado aquellas palabras; sabía que no quedarían impunes y, en efecto, su castigo no tardó en llegar. Sin que pudiese impedirlo, su brazo se estiró y tanteó el suelo hasta dar con los restos de un vaso roto que debía de haber escapado a la limpieza diaria. La joven observó de reojo cómo su propia mano se dirigía hacia su boca e introducía en ella un mugriento trozo de cristal, pero ni siquiera tenía autonomía para esbozar un gesto de asco. Nadie iba a ayudarla. Cuando fue a la barra para dejar su bandeja, Nikos solo vio a su jefa acuclillada frente al armario y dio por hecho que debía de estar reuniendo los ingredientes para preparar algún cóctel.

Quería escupir, gritar; quería acuchillar a aquella entidad incorpórea que estaba destrozando el apacible equilibrio que se había construido, pero era imposible. Su lengua apretó el vidrio contra el paladar, hundiéndolo en la carne y saturando sus papilas con el sabor ferroso de la sangre. El lacerante dolor compitió con el miedo en su cerebro hasta que las palabras de Morrigan volvieron a resonar, tajantes:

Escúchame bien, Kyrene: tengo razones para desear que tú seas mi anfitriona y eso no va a cambiar por el momento. Te estoy dando la posibilidad de saldar tus cuentas pendientes y no me gusta que una simple mortal se permita el lujo de cuestionarme o rechazarme, así que tienes dos opciones: aceptas lo que te ofrezco y lo disfrutas, o te sometes por las malas.

Morrigan... te lo ruego, no...

Si te comportas como una niña malcriada, así se te tratará. Ahora vas a pensar tranquilamente un rato.

La mantuvo paralizada en aquella posición no menos de cinco minutos, torturándola con la idea de perder la lengua o, peor aún, forzarla a tragarse el trozo de cristal hasta que, por fin, su cuerpo volvió a responderle durante unos instantes que invirtió en extraer el objeto y precipitarse de vuelta al almacén para provocarse el vómito. Al girarse para buscar un paño con el que secarse el rostro recién lavado, la diosa volvió a dejarse oír:

Deja que me asegure de que lo has entendido, Kyrene.

La joven cerró los ojos, preguntándose qué vendría a continuación. De repente, una claustrofóbica angustia la envolvió, haciéndola sentir arrinconada dentro de su propia cabeza. Era como si Morrigan ocupase todo su ser, relegándola a un hueco mínimo desde el que no podía hacer nada excepto observar sin tomar parte.

Morrigan... ¡No tienes derecho...! —se rebeló, tragando sangre y aguantando el dolor de la herida sin emitir ningún sonido.

Te equivocas, Kyrene: yo puedo actuar como me plazca y tú debes elegir entre unirte a mí o ser un mero testigo de cómo cambio el mundo por mi cuenta. No necesitamos a nadie. Solas, tú y yo, contra quien ose desafiarnos.

¿Todavía me acompañas en esta historia? ¡Gracias! Ya ves que Morrigan tiene las cosas muy claras y no va a permitir que Kyrene albergue dudas al respecto, sea por las buenas o por las malas. Mañana, en "Me perteneces", Morrigan le revelará a la griega algo más acerca de qué pretende hacer.

Tus comentarios y votos dan vida a las cosillas que yo escribo. De verdad, gracias por dedicarme tu tiempo, por reírte conmigo, por implicarte con los personajes y por darme mil motivos para seguir inventando relatos.

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