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49. La epifanía de Ottavio Aldaghiero

El desconcierto se apoderó del ánimo del anciano al escuchar a aquella figura, divina sin duda alguna, dirigirse a él. Boquiabierto, negó con la cabeza, sin comprender sus palabras:

—Mi reina... Vos sois mi sustento, mi razón de existir...

Ella se aproximó y le tomó del mentón con una ácida sonrisa.

—Yo no soy esa que invocas, viejo. Mi nombre es Morrigan, la Reina Fantasmagórica. Yo gobierno el inframundo, acompaño a los guerreros cuando terminan sus días y hago arder de amor y bravura sus corazones, si son dignos de mí.

Un par de imponentes alas se proyectaron a su espalda, desplegándose en reflejos verdinegros cuando el sol las atravesó con sus últimos rayos. Él arqueó las cejas en un rictus de incredulidad y se echó hacia atrás, irguiéndose con presteza al darse cuenta de su equivocación.

—Tú... ¡impostora! ¿Cómo te atreves a intentar reclutar a los servidores de la diosa? —le reprochó, apuntándole con el índice.

—¿Reclutarte? ¿A ti? No eres más que un cobarde que maltrata niños y carece de arrestos para acudir en persona a la lucha... ¡No te querría ni como escupidera! —se mofó ella.

A un gesto de sus dedos, la pipa se elevó del suelo y se posó en su palma. Niveló de nuevo el contenido con la yema sin manifestar incomodidad por la temperatura del tabaco y le dio una calada, entornando los párpados. El humo, espeso y azulado, salió de sus labios despacio, adoptando una forma que recordaba vagamente a un ave.

—Tu Atenea es la única impostora. Pero no debes preocuparte, yo soy clemente con aquellos que reconocen su error y suplican por sus vidas. Diviérteme con tus plegarias y quizá te perdone.

—¿Suplicar...? ¡Nunca haría tal cosa! —la enfrentó él, orgulloso.

Ella frunció los labios y sopló sobre la pipa, cubriéndola al instante de voraces llamas verdosas que la consumieron hasta convertirla en un montoncito de cenizas a sus pies. Estupefacto, el hombre adoptó una posición de ataque, tratando de decidir cómo actuar.

—Está bien. Esa es tu opción. Recibe entonces el castigo por torturar a tus discípulos en nombre de ese supuesto bien mayor, por destruir su grandeza y su inocencia como yo he hecho con este pedazo de brezo.

—¡No permitiré que salgas de aquí, Morrigan! —se envalentonó él, activando su cosmos.

El primer golpe del italiano pretendía impactar en el pecho de la diosa, pero ella lo detuvo con una mano, riendo con ganas.

—Venga, Ottavio... Asume tu inferioridad, remedo patético de maestro... —le aconsejó, retorciéndole la muñeca hasta postrarle de rodillas otra vez — Me das asco. Solo eres un viejo despreciable, demasiado miedoso para morir por esa que decías adorar... ¿Qué honor hay en enviar niños a batallas que deberían librar los adultos?

Él se retorció, tratando de liberarse infructuosamente: la fuerza con que ella le sujetaba era sobrehumana, en siniestro contraste con su risa vibrante y alegre.

—Yo solo obedecía órdenes... Mi tarea era enseñarles a... —gimoteó con el rostro levantado hacia su oponente, sin cejar en su intento de incorporarse para herirla.

—¡Cállate! —exigió ella. Su pierna impactó en el costado del hombre de una patada que le rompió dos costillas y le arrojó contra las baldosas como un saco— ¡Miserable! Destrozaste tres vidas sin ninguna necesidad, pero ahora por fin serás útil: voy a regalarle a Deathmask de Cáncer su venganza, aunque sea tardía y carente de gloria.

—¿Venganza...? ¡Yo le ayudé! ¡Le transformé en un héroe que será recordado por las generaciones venideras! —rebatió él desde el suelo, apretándose la zona dolorida con ambas manos para mitigar el dolor.

Con una mueca sádica, la intrusa le estampó la bota en la cara de otro puntapié y le obligó a enderezarse asiéndole por la pechera de la camisa, satisfecha al observar su boca sangrante y su creciente dificultad para respirar con el pulmón perforado por sus propias costillas. Aun así, él aprovechó para lanzar otra arremetida, torpe y lenta, que ella bloqueó con el antebrazo.

—Ah, Ottavio, eres tan detestable... venía dispuesta a darte una oportunidad, pero no te la mereces. ¡Lucha por tu vida o la perderás a mis manos!

El maestro tosió, lanzó un sanguinolento escupitajo a sus pies y elevó su energía una vez más, preparándose para golpearla con los puños; sin embargo, lo único que consiguió fue que ella sufriese otro ataque de risa mientras neutralizaba todos sus intentos sin apenas esfuerzo y le propinaba una tercera patada, esta vez en el costado opuesto, que volvió a estrellarle contra el pavimento y le fisuró el otro pulmón.

—Oh, vamos, ¿es todo lo que sabes hacer? ¡Mi primera lucha con un integrante del santuario y estoy a punto de bostezar! En verdad, la diferencia de poder entre nosotros es evidente, ¡míranos!: yo soy una diosa en un cuerpo joven y fuerte y tú, un carcamal que nunca se ha enfrentado a un rival de su talla porque su especialidad es masacrar seres indefensos, ¡pero esperaba algo más de ti...!

—¡Condenada...!

—¡Hombrecillo risible! No sirves ni como escabel para una reina... y no puedo obviar tu mezquindad.

Cerrando la mano en torno a la del italiano, apretó, sonriendo cuando el sonido de los nudillos y falanges quebrándose restalló a su alrededor.

—¡Por Atenea...! ¡Yo te maldigo, Morrigan!

—Oh, qué ignominia, ser maldita por un maestro de papel... —ironizó ella, sin aflojar la presión— Comprobemos cuántos huesos puedo partirte antes de que tus pulmones se encharquen, ¿sí?

Él concentró su cosmos en la mano libre, a sabiendas de la desigualdad de aquel combate.

—¿Aún quieres tratar de herirme? Sea, entonces: no me moveré —prometió la diosa, divertida con la situación.

El hombre se abalanzó contra ella; sin embargo, no fue su brazo, sino su cabeza lo que impactó contra el torso femenino como un ariete, dejándola sin resuello durante un par de segundos y logrando que le soltase.

—¡Ja! ¡No me subestimes! ¡Por algo fui elegido para formar a todo un caballero dorado! —se pavoneó.

Encantado con su pequeño triunfo y listo para aprovechar aquella breve ventaja, iba a sujetarla por el cuello, pero ella le evitó, exhibiendo los dientes en una franca sonrisa que dejaba claro que ya se había repuesto:

—¡Eh, vejete, eso no ha estado mal, aunque he tenido que dejarme golpear para que lograses rozarme! ¡Quizá hoy aprendas a pelear de verdad, después de todo!

Sin perder su aire sarcástico, creó una esfera oscura y brumosa en torno a su índice y se la disparó a la cabeza haciéndole perder el equilibrio, tras lo cual le destrozó la rótula izquierda de un pisotón.

— Vaya, parece que estás algo oxidado... no creo que puedas entretenerme mucho más.

El siciliano continuaba buscando con denuedo el modo de oponerse, pero todos sus esfuerzos eran vanos: ella contrarrestaba cada uno de sus avances sin esfuerzo aparente y resistía sonriente y estoica sin permitirle siquiera arañarla, aguardando con paciencia hasta que el agotamiento hizo mella en él.

—¿Ya te has cansado, momia innoble?

—No... no te burles... voy a... acabar contigo, Morrigan...

—Bueno, soñar no cuesta nada, ¿verdad? Pero ahora que hemos intimado, acércate para que te cuente lo que te espera... no debemos perder más tiempo —ordenó, asiéndole por la trenza y forzándole a girar el cuello en un ángulo antinatural.

—Suéltame... —suplicó él, exhausto e incapaz de esquivar el abrazo en el que ella le envolvía.

Shhhh, Ottavio... deja que te muestre tu destino.

La diosa le acogió en su seno, cálido y reconfortante. Su cosmos había perdido la belicosidad y ardía como una hoguera en una noche de invierno, calmando el dolor de todas las heridas que le había infligido: la rodilla, los pulmones, la cara y la mano parecían anestesiados por su aura tierna, casi maternal.

—No... lasciami*... —se quejó él, en una última tentativa de retrasar lo inevitable.

—Esto es lo que Atenea jamás hizo por ti: sentirte el predilecto de un dios supera cualquier vivencia al alcance de los seres humanos —murmuró ella, con voz suave—. Mis guerreros mueren con esta llama en sus corazones y yo misma acompaño a los héroes al más allá para agradecerles su valor y su entrega. No quiero que trasciendas sin conocer este éxtasis.

Él dejó de retorcerse y asintió, con la cabeza apoyada en el pecho de la diosa y dejando que su aroma a lluvia recién caída le hiciese olvidar los sinsabores del combate. Era tal la sensación de paz que iba adueñándose de su alma que ni siquiera se resistió cuando ella le tomó la mano sana, entrelazando sus dedos y retorciéndola hasta romperle la muñeca con un crujido siniestro.

—Y, sin embargo, Ottavio —dijo con falsa tristeza, sosteniéndole la barbilla y deleitándose ante la expresión de agonía que le cruzaba el rostro—, tú no eres uno de ellos, ¿verdad?

Su brazo le rodeaba los hombros, dulce pero firmemente, impidiendo cualquier conato de huida.

—No lo soy... nunca lo he sido.

Las lágrimas comenzaron a brotar de los ojos del anciano en un reguero incontenible y

ella le permitió desahogarse durante un breve lapso mientras le acariciaba el cabello antes de volver a hablar:

—Ahora es cuando comprendes que entregaste tus mejores años a la causa equivocada, ¿no es así? Era a mí a quien deberías haber buscado si querías servir a la diosa de la guerra... Pero nada de eso tiene sentido ya, porque vas a morir y nadie te recordará: tus discípulos no están, para Deathmask eres solo un borrón y no hablemos de esa Atenea que ni siquiera sabe que existes.

—Morrigan... perdóname, permíteme adorarte... —sollozó él, tratando de arrodillarse.

—Ya es tarde para ti, Ottavio: eres un viejo prescindible —repuso ella con delicadeza, como si hablase con un niño pequeño.

—Pero eres benévola conmigo...

—No; te estoy torturando, dejando que vivas el amor de una diosa para que sufras sabiendo que ella jamás te lo dio porque ni te apreciaba ni reconocía tu entrega. Y, por supuesto, para que te mortifiques por siempre recordando que durante un instante pudiste experimentar un goce reservado solo a los triunfadores...

—Yo... por favor, necesito redimirme...

—No hay redención para ti. Tu fuego vital se extinguirá enseguida, pero, como me inspiras lástima, voy a permitirte que te despidas de él.

—¿De "Máscara"?

—En efecto. Háblale. Que sepa de tu epifanía.

—No... no creo que pueda conseguirlo...

—Esfuérzate, como hacían tus chicos.

El hombre inspiró, sofocando un jadeo de dolor al sentir el aire pasar por sus maltrechos pulmones; un acto tan simple como activar su cosmos le suponía en aquel momento un martirio insoportable. Sin embargo, tras unos cuantos intentos consiguió concentrarse y utilizar sus últimas fuerzas para enviar un mensaje a su antiguo alumno:

Estábamos equivocados... ella... ella es la única que merecía nuestro sacrificio...

—Muy bien, Ottavio. Prepárate para reunirte con tus víctimas.

La diosa sostuvo entre las palmas las mejillas del anciano y le besó la frente como si se despidiese de un ancestro querido. Sin dejar de mirarle a los ojos, hipnótica y mortífera, acumuló su energía en el puño derecho, le asestó un brusco golpe que terminó de aplastarle la caja torácica y hundió la mano en la cavidad, retorciendo el músculo cardiaco hasta que se deshizo en un estallido sanguinolento.

—Debes atravesar la última puerta sin compañía, como corresponde a los cobardes. Una eternidad de vergüenza y deshonor te aguarda.

Esperó sin soltarle hasta que el postrer soplo de vida abandonó su cuerpo y solo entonces deshizo el abrazo que lo mantenía erguido para permitirle desplomarse contra el suelo sin ningún resquicio de remordimiento.

Kyrene retrocedió y se recostó en un fuste destrozado, recuperando el control de su cuerpo y mirando con curiosidad su diestra, cubierta de sangre hasta el codo. Estaba hecho. Frente a ella, el señor Aldaghiero yacía con el pecho destrozado y una difusa sonrisa en los labios.

Respira hondo, Kyrene. Ahora te invade el vértigo de quien descubre que puede manejar un poder tan antiguo como el mismísimo universo. Has percibido mi energía circulando por tus venas, perfeccionándote para convertirte en la fuerza definitiva. Te dije que haríamos grandes cosas juntas, ¿no te entusiasma purgar el mal de este mundo?

La griega entró en la vivienda para lavarse las manos en la cocina, se ajustó las mangas del jersey con cuidado y se apartó el cabello del rostro, con el corazón acelerado por la emoción.

—No había sentido nada igual en mi vida, Morrigan. Me gustaría agradecerte todo lo que estás haciendo por mí.

Llegará el momento, tenlo por seguro. Pero ahora debes recoger los frutos de nuestra excelente acción de hoy.

Kyrene asintió, recuperó su mochila y salió de la casa, cerrando la puerta tras de sí.

*Lasciami: déjame.

Kyrene y Morrigan han cumplido su venganza. ¿Cómo reaccionará Deathmask? ¿Se reconciliará con Kyrene? ¿Agradecerá el gesto y entenderá sus motivos, o le servirá para confirmar sus sospechas? ¿Llevará a Kyrene ante Shion? ¿Podrá ella por fin contarle qué está sucediendo?

Mañana, en "¡Enfermera, un whisky!", algunas de estas preguntas tendrán respuesta. Aquí tienes un pequeño párrafo por si te pica la curiosidad:

"Bajo la apariencia de un turista más, el hombre aterrizó en Palermo sin otro equipaje que un petate al hombro y una chaqueta vaquera anudada en torno a la cintura. Manteniendo un semblante de indiferencia hacia cuanto le rodeaba, salió del aeropuerto y buscó un lugar donde cenar, a la espera de que la noche le sirviese de camuflaje para cumplir con su misión."

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