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48. Una llamarada de ira

El sol seguía descendiendo con lentitud, dotando al cielo de una apariencia casi apocalíptica. La joven se dejó conducir, atenta al entorno, y él retomó la charla:

—Me preguntabas si me costó reformular mis planes. Sí y no; tradicionalmente, el santuario siempre ha confiado en este centro para formar al custodio de la casa de Cáncer, del mismo modo que las demás armaduras encontraban a sus destinatarios en otros lugares. Cuando se supo que se aproximaba el momento en que la diosa se encarnaría, todas las células durmientes, por decirlo así, nos reactivamos a la espera de que el patriarca nos enviase reclutas prometedores. Este era mi trabajo, para el cual fui educado por mis predecesores, así que haría lo que se me encomendase. Tanto me daba que el heredero de la armadura fuese uno u otro mientras se tratase de uno de mis chicos.

Kyrene, que caminaba junto a él en silencio, sonrió de medio lado al escuchar la referencia al "trabajo", tan similar al modo en que Deathmask solía expresarse. Él continuó, sin esconder cierta tristeza en su tono:

—Si he de ser sincero, mi único pesar es no saber quién dirigirá la escuela después de mí. Me gustaría que el patriarca me enviase a alguien para inculcarle mi conocimiento. De hecho, cuando te escuché hablar en griego, por un momento pensé que habías venido para darme noticias sobre la continuidad de mi labor.

—Lamento haberle decepcionado, señor Aldaghiero, pero no, no estoy aquí para perpetuar su tarea. Y dígame, ¿no habría preferido ser usted el siguiente caballero de Cáncer? —indagó ella.

—¿Yo? ¡Por Atenea! ¡No, en absoluto! —el anciano rio a gusto la ocurrencia y dio una primera calada a la pipa— Nunca deseé protagonismo, ni estar en primera línea de batalla. Yo solo era el transmisor de la sabiduría acumulada durante siglos en nuestro hogar y, una vez cumplida mi misión, fui dispensado del servicio activo, como puedes ver. Ahora me he convertido en un viejecito retirado que pasa sus días leyendo sobre arte clásico y cultivando plantas en el huerto.

—Bueno, quizá usted no, pero uno de sus hijos... —dejó caer.

—No tengo hijos, Kyrene. Juré mis votos por mi propia voluntad para entregarme a Atenea y siempre tuve claro que mi cometido era crear héroes dispuestos a dar sus vidas, o, vistos desde el bando contrario, asesinos implacables. Servir a mi diosa de la mejor manera posible fue mi único objetivo. Esos niños fueron lo más parecido a mi propia descendencia.

—Y, no obstante, los condenó a un entrenamiento atroz...

—Y se me dio muy bien, ¿no estás de acuerdo? Supe hace algún tiempo que Enzo se había torcido, pero no por falta de poder, sino por una ambición equivocada; Salvatore fue una total decepción y una pérdida de tiempo, y "Máscara"... Ah, "Máscara" superó sus límites y mis expectativas. Le moldeé con ahínco, expulsé la debilidad de su cuerpecillo flaco y enfermizo y le inculqué todas las cualidades que caracterizan a un auténtico caballero... —sonrió casi extasiado, dejando salir el humo en aros azulados— Esto era el patio donde solíamos entrenar —abarcó con un ademán la explanada, rematada por algunas columnas de las cuales solo quedaban las bases y apenas un tercio del fuste—. En tiempos, fue un excelente lugar para practicar; como ves, ellos mismos derruyeron el hermoso peristilo que lo rodeaba a fuerza de atacarse unos a otros...

Kyrene apretó los labios, pero se las arregló para recomponerse sin que él advirtiese su incomodidad con la mirada fija en el atardecer que teñía el jardín y el pequeño huerto, en uno de cuyos limoneros podía verse al cuervo graznando con las alas extendidas.

"Le inculqué todas las cualidades que caracterizan a un auténtico caballero". Aquella frase daba vueltas en su cabeza como un pájaro intentando escapar de su jaula. ¿Estaba loco, era idiota o tan solo carecía de toda humanidad? Sentía la cólera en su interior, pugnando por invadirla, cada vez más hirviente y, no obstante, todavía no era el momento de dejarse llevar.

—¿Cualidades de caballero? ¡Le educó con violencia, señor Aldaghiero! Más que moldearle, le forjó como un herrero que ablanda el metal a martillazos sobre el yunque.

—Eso es lo de menos; lo importante es el resultado. Y sabes que es perfecto, o no le amarías.

—Se equivoca usted: le amo a pesar de esa supuesta perfección, no a causa de ella...

Ma che bello! —exclamó él, de buen humor— La verdad es que le golpeaba tanto que más de una vez pensé que no despertaría por la mañana. No era un espectáculo agradable salir aquí al día siguiente y encontrar las baldosas todavía sucias de su sangre reseca, u oírle llorar de hambre cada noche. Pero no era nada personal. Los traté a todos con la misma severidad; era necesario.

El señor Aldaghiero rodeó la casa hasta una puerta lateral que abrió de un empujón. La madera crujió al desencajarse de las jambas y Kyrene pudo distinguir el interior, tras parpadear para adaptarse a la penumbra: se trataba de una habitación de unos cuatro metros cuadrados, carente de ventanas o ventilación, en la cual solo había un colchón de no más de tres palmos de ancho ubicado directamente sobre el suelo. El nauseabundo olor de la humedad, denso y cargante, la abofeteó con contundencia en cuanto se acercó al umbral, forzándola a cubrirse nariz y boca.

—¿Qué es...?

—El dormitorio de los aspirantes —dijo él, con naturalidad.

—¿Dormían aquí los tres? ¿En serio?

—No, solo el que ganase la competición del día. El sitio de los perdedores era el suelo del patio que acabamos de dejar. Te alegrará saber que "Máscara" pasó aquí muchas noches en cuanto se convenció de que debía ligar su destino al santuario. Creo que fue después de pillarle intentando enviar señales al pueblo con una linterna que me había escamoteado. Recibió un castigo acorde a su conato de deserción que le quitó las ganas de volver a hacer el idiota y sus compañeros también tuvieron un correctivo, para que estuviesen pendientes de él.

Kyrene tragó saliva al recordar las largas veladas llenas de mensajes en morse que habían precedido al inicio de su relación. Aquello explicaba su conocimiento del código, pensó, sin atreverse a indagar acerca del tipo de penitencia impuesta al joven aprendiz.

—Pero solo eran unos críos...

—Así lo exige la tradición de los caballeros de Atenea: comienzan su andadura desde la niñez y aprenden a no cuestionar las órdenes de sus líderes. ¿O crees que si conocieran otra vida renunciarían a ella para entregarse a la diosa? ¿Que si tuvieran familias adineradas y amorosas las dejarían para morir en su mejor momento?

—De hecho, sí. Algunos caballeros de esta generación tuvieron infancias llenas de cariño, con padres dedicados —argumentó ella, recordando a Aldebarán—, y no todos fueron entrenados a base de abusos.

—Esos individuos son vulnerables. Yo creé un guerrero decidido, letal, sin dudas ni escrúpulos. Sicilia no entrega pusilánimes.

—Está usted muy convencido de haberle convertido en el asesino ideal, ¿no es así?

—Lo estoy, Kyrene. Y deberías vanagloriarte de tenerle a tu lado. Nunca olvidaré el día en que consiguió su armadura. Su cosmos bullía de rabia, su poder era inconmensurable. Solo dejó de machacar a Enzo cuando el pobre chico tuvo más huesos rotos que sanos. De hecho, me costó separarles... Estaba transfigurado, ya no quedaba en él nada del alfeñique que el patriarca me encomendó. ¡Era una pura llamarada de ira, soberbio, magnífico...!

—Un niño convertido en un criminal bajo el manto de la diosa que dice amar a los seres humanos más que nadie... ¡y sin embargo exige que los más pequeños se le entreguen en cuerpo y alma!

—Así es... ¿y qué valor tiene un individuo frente a toda la humanidad, Kyrene? "Máscara" siempre ha estado listo para inmolarse por la causa de Atenea, para eso se le adiestró. Su existencia solo es válida en tanto esté dispuesto a ofrecerla por su diosa. En caso contrario, es prescindible, como cualquier otro, incluidos tú y yo.

Ella meneó la cabeza, apesadumbrada. Mientras le preparaba la pipa, había esperado algún comentario que le hiciese cambiar de opinión, reacia aún a arrebatar otra vida, pero era evidente que no solo no se arrepentía de sus crímenes, sino que se regodeaba en ellos sin ver el alcance de sus actos. Él cerró la puerta de aquella especie de zulo y continuó con la visita, señalándole al pasar una cortina raída que apenas alcanzaba a cubrir el hoyo que había servido en el pasado como letrina.

—El cuarto de baño. Las duchas eran colectivas y al aire libre, para endurecer el carácter. No teníamos lujos, pero nos sobraba determinación —proclamó, muy ufano.

—¿Él... fue feliz en algún momento? —musitó ella.

—Eso era irrelevante. Su destino era convertirse en el caballero de Cáncer y su única ocupación, formarse para conseguirlo.

—Deathmask me habló de la primera vez que usted le ayudó a ir a Yomotsu...

—¡Ah, sí! ¡Un día apasionante! ¡Demostró su valía! Consiguió salir por sus propios medios in extremis, tan debilitado que creí que moriría, y tuve que hacerle limpiar toda la casa de rodillas por orinarse encima. Después de eso, empezó a practicar por su cuenta. Supongo que temía el momento en que le obligaría a volver...

—¿Estaba el patriarca al tanto de sus... técnicas de aprendizaje?

—No de manera explícita. El patriarca siempre me dio toda la libertad posible para educar a los chicos; confiaba en mi responsabilidad como maestro y no cuestionaba los métodos empleados. De hecho, no hacía preguntas; su principal preocupación era recibir una nueva generación lista para portar las armaduras con devoción ciega hacia la diosa.

—¿No le importaba, entonces, que usted les tratase así?

—Esa pregunta deberías hacérsela a él, aunque no veo por qué tendría que darte explicaciones acerca de su modo de gestionar el santuario, jovencita.

—Creo que he oído suficiente, señor Aldaghiero. Es mi turno de hablar —dijo ella con calma, al tiempo que detenía sus pasos.

—¡Claro! Es agradable charlar con alguien después de tanto tiempo en soledad. Espero no haberte aburrido demasiado con mis batallitas de viejo.

—Al contrario, ha sido muy instructivo. Pero ¿por qué me ha mentido, señor Aldaghiero? —preguntó ella, con indiferencia.

—¿Mentirte? ¿A qué te refieres?

—Usted ha dicho que no tenía hijos y eso no es verdad.

El hombre se volvió hacia ella con la pipa entre los labios.

—No los tengo, Kyrene.

—Pero los tuvo, ¿no es así? —él endureció su mirada—Por el modo en que habla de él, tengo la impresión de que Salvatore, ese niño que tanto le defraudó, era suyo. Quizá perdió a su madre y usted se vio obligado a acogerlo, ocultando su origen para que nadie le acusara de mancillar sus votos. Solo así se explica tanta inquina. ¿Sabía él que el hombre que le torturaba era el mismo que le había engendrado?

—Jovencita, no especules. No es un asunto de tu incumbencia.

—Debió de ser muy frustrante ver que su descendiente no había heredado su talento... Por eso se centró en Enzo, ¿me equivoco?

—Insisto: yo no tengo hijos —dijo él, severo.

—De acuerdo, como quiera. Deje entonces que le cuente algo sobre mí. Verá, Deathmask y yo tenemos varias cosas en común. Ambos perdimos a nuestros padres siendo muy pequeños y terminamos en instituciones gubernamentales porque el resto de nuestra familia no podía o no quería hacerse cargo de nosotros —el anciano asintió, dibujando una voluta con la siguiente chupada a la pipa y emprendiendo el trayecto de vuelta al patio, aliviado por el cambio de tema—. Al igual que él con usted, yo también tuve mentores; pero, en vez de en una sicaria brutal al servicio de una diosa, me convirtieron en una ladrona. Hábil, silenciosa y con un propósito claro: sobrevivir a toda costa.

Caminó por la explanada y se detuvo frente a los restos de una columna en la que aún se distinguían las huellas de la contienda diaria. Pasando los dedos sobre los relieves desgastados por el transcurso de los años, se preguntó cuántos de aquellos desperfectos habrían sido causados por el cuerpo huesudo del pequeño "Máscara" al impactar contra ella.

—Tanto Deathmask como yo vimos morir a nuestras madres, o la figura más similar a una en mi caso, del mismo modo: asesinadas de un tiro en la cabeza. Los dos hicimos cosas horribles para seguir en este mundo y, aun así, conservamos algo de nuestra humanidad. Yo, incluso, renegaba del dolor y la muerte y me oponía a vengarme de quienes me habían hecho daño. ¿Puede creer que solo maté en defensa propia, señor Aldaghiero? ¡Qué ingenua era!

—Joven, tu historia es muy entretenida, pero no veo la relación con...

—Ya, ya —le reprendió ella, mientras hacía girar entre sus dedos un trozo de piedra desprendido de la basa—; comprendo su impaciencia, teniendo en cuenta que su tiempo en esta tierra termina, pero deje que siga. No suelo abrir mi alma de este modo en la primera cita —bromeó, cortando con un gesto el intento de interrupción por parte del sorprendido maestro—. A principios de verano, Deathmask y yo hicimos un viaje durante el cual conocí a alguien que volvió a cambiarme. Es usted la primera persona a quien cuento esto y espero que pueda comprenderlo, dados su bagaje y su filosofía. He dejado de ser una mujer normal para albergar algo mayor, trascendente y eterno; ¿me sigue, señor Aldaghiero?

Por primera vez, el cosmos de la diosa se elevó ligeramente en un halo visible a su alrededor, formando una radiante onda plateada. En su interior, un relámpago de insoportable placer atravesó a Kyrene, más intenso aún que cuando había acabado con Helios: la inminencia del momento en que harían justicia excitaba a deidad y humana por igual, entrelazándolas en un vínculo indisoluble. El anciano, con los ojos muy abiertos, dejó caer la pipa y se arrodilló, con los brazos extendidos hacia ella:

—Mi... mi señora Atenea, ¿sois vos? ¡Mi diosa! ¡Sabía que no me permitiríais morir sin una señal...! ¡Sabía que vos respaldabais mi vida de entrega, todos mis años de duro trabajo con esos mocosos...! ¡Los convertí en vuestros siervos inmaculados, lo hice todo por vos!

La mujer pulverizó en su puño el cascote con el que había estado jugando y le dirigió una mirada fría y cuajada de desprecio con aquellos iris que de repente habían perdido el brillo y parecían fundirse con sus pupilas.

—¿Atenea...? Debes de ser un completo estúpido, Ottavio Aldaghiero, para confundir mi esencia con la de tu rastrera Atenea —le espetó, mientras el halo que la rodeaba se oscurecía hasta adquirir un verde profundo—, o quizá la senilidad nubla tu juicio. Pero nada de eso importa ahora: es el momento de que te postres ante mí y me reconozcas como la auténtica y única diosa de la guerra, antes de exhalar tu hálito final. 

Espero que la historia te esté gustando. Confieso que yo me lo pasé genial escribiendo esta parte y la de mañana, titulada "La epifanía de Ottavio Aldaghiero". Te recuerdo que a partir de aquí las cosas se irán poniendo truculentas y es posible que se me olvide insertar el aviso en cada capítulo, así que tenlo presente, por favor, antes de leer. Te dejo un pequeño adelanto del siguiente capítulo:

"La diosa le acogió en su seno, cálido y reconfortante. Su cosmos ardía como una hoguera en una noche de invierno, calmando el dolor de todas las heridas..."

¡Gracias por acompañarme, por votar y por comentar! ¡Es un placer compartir esta historia contigo!

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