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46. Te ha abandonado

Kyrene trataba de ocultar su aflicción, pero enterarse por Saga de que Deathmask se había marchado de misión sin molestarse en avisarla no le había sentado demasiado bien y su ceño fruncido lo dejaba muy claro. Con la cabeza baja, descargaba y cargaba el lavavajillas mientras Nikos hacía su mejor esfuerzo por suplir a Eugenia, que continuaba recuperándose de su misteriosa "gripe".

Aquella desagradable sensación se unía a la que tenía desde la estampida del italiano la noche de su pesadilla; una reacción impropia de él que le había extrañado en un primer momento, hasta que Morrigan se la aclaró a la mañana siguiente:

Como te prometí, intenté mostrarle quién soy y por qué debería unírsenos, pero nos rechazó, Kyrene. Me produce un gran dolor; en otras circunstancias, sé que él nos habría amado y, sin embargo, prefiere abandonarte... Ya viste la forma en que te trató; tal vez no sea digno de nosotras.

—No tiene nada que ver con el amor. Sé lo que siente. Déjame hablar con él —había insistido ella, sin conseguir el permiso de la diosa.

Encontró comprensible que Deathmask dejase de visitarla durante un tiempo. También ella agradecía un pequeño descanso después de tantos desencuentros, pero cuando se cumplió una semana comenzó a pensar que quizá él no tenía intención de volver por la taberna. Fue esa noche cuando Saga, entre pinta y pinta, le contó que el caballero de Cáncer llevaba cuatro días en algún lugar de África, colaborando con Camus en la rehabilitación de una presa bajo el respaldo de una empresa pantalla de la fundación presidida por la señora Kido.

—Vaya cara se te ha quedado, lady Cenizo... ¡No me digas que no lo sabías! —la provocó, tendiéndole la jarra para que se la rellenase.

—Saga, estás metiendo la pata —le reprendió Afrodita.

—Y mucho —remató Milo, cauto por una vez.

—Es su trabajo, no tiene por qué explicarme nada —dijo ella, como un autómata.

Aun así, le echaba de menos. Pese al extraño momento que atravesaban, añoraba sus sarcasmos, su sonrisa, su cálida piel con aroma a madera, las largas charlas sobre cualquier cosa y el modo en que sus cuerpos encajaban cuando dormían juntos. En un segundo intento de esconder su malestar, dio la espalda a los caballeros y se dedicó a ordenar las baldas, desempolvando una a una toda una fila de botellas viejas que llevaban allí más tiempo que ella.

Su estrategia surtió efecto durante algo más de media hora en la cual se limitó a cumplir con su labor hasta que un grupo de vecinos irrumpió en el local, con los rostros llenos de la euforia propia de quien trae noticias y quiere airearlas.

—¡Eh, gente! ¿Os habéis enterado de la última? —exclamó la mujer que estaba al frente de la pequeña comitiva, con el brazo en alto.

—¡Xenia, no te hagas de rogar! ¡Suéltalo ya o bebe y calla! —la animó uno de los clientes, apurando su jarra.

Los recién llegados entraron, se acomodaron en la barra y pidieron bebidas, al tiempo que algunos cotillas se arremolinaban en torno a ellos para escuchar las novedades. Kyrene les sirvió y continuó con sus tareas sin prestar la más mínima atención al revuelo que comenzaba a formarse.

—¿Estás hablando en serio?

—¡No puede ser!

—¿El de las pieles? ¿Estás segura, Xenia?

—¿Ya lo saben en el santuario?

—¿Y qué más le da al santuario? ¡No es un asunto que concierna al patriarca, no tiene nada que ver con Rodorio!

Saga, Milo y Afrodita, que seguían charlando entre ellos, se callaron al unísono cuando escucharon mencionar a su jefe. El caballero de Géminis levantó la mano en un gesto autoritario con el que logró silenciar a todos los presentes.

—¿De qué va ese chisme?

La mujer sonrió con cierta coquetería. Era evidente que hablar con alguien del rango y el atractivo de Saga le resultaba fascinante.

—Han encontrado a Helios, el comerciante al que el patriarca echó del pueblo, en la aldea de al lado... muerto.

El pulso de Kyrene, que seguía preparando consumiciones, tembló apenas un segundo ante la mención de ese nombre odiado, dibujando sobre la barra un hilo de líquido que se apresuró a limpiar con un paño. Sin embargo, ya no tenía sentimientos contradictorios acerca de su acción: había protegido a una inocente, Helios había sellado su destino con su conducta libremente elegida.

—Todos los días se muere gente, que yo sepa. ¿Qué tiene de peculiar? —indagó Saga, displicente.

—Nada, salvo que le acuchillaron hasta sacarle las tripas —intervino un hombre de mediana edad, deseoso de aportar algo al tema de la noche.

—Por lo visto, quienquiera que fuese se ensañó con él sin ningún tapujo. Dicen que ni siquiera hallaron restos de sangre o piel bajo las uñas, vamos, que no tuvo ocasión de defenderse.

—¡Eh, Kyrene! ¿Por qué estás sonriendo? ¿Te parece divertido? —increpó un tercer miembro del grupo a la camarera.

Ella elevó el rostro; en efecto, lucía una amplia sonrisa. Con una mano apoyada en la cadera, le apuntó con el índice, segura de sí misma:

—"Divertido" no es la palabra; me parece justo, sin más. Ese cabrón hizo daño a mucha gente y se merecía morir. Eso es lo que pienso y cualquiera que venga a defenderle puede ir saliendo de mi local ahora mismo —expresó, oteando a su alrededor en busca de alguna voz discordante.

Bien dicho, compañera. No esperes que el pueblo comprenda nuestras acciones. Los motivos y hechos de los dioses están por encima de la limitada visión de los meros mortales.

—¿Que hizo daño a gente? ¡Si lo dices por vuestro encontronazo, te recuerdo que te desquitaste sin mayores consecuencias! ¡Era un pendenciero, pero de ahí a algo así...!

—¿Y cuál es el problema? ¿Le tenías aprecio? ¡Un cerdo muerto sigue siendo un cerdo!

—¡Ah, vamos! ¿De verdad? ¿Te alegras del asesinato de un ser humano? ¿Imaginas cómo sufrió? ¡Por imbécil que fuese, no es eso lo que Atenea nos enseña! —insistió el hombre mientras se acercaba a la barra.

Kyrene se palpó el muslo en un gesto instintivo que hizo a Afrodita arquear una ceja y dar un cauteloso paso hacia ella.

—Yo me alegro de lo que me sale de los ovarios, ¿te enteras? ¡Y sí, me parece maravilloso que haya un malnacido menos en este mundo! ¡Si tanta lástima te da, ve a decírselo a las personas que destrozó! —siseó, agresiva.

—Oíd, vecinos, haya paz —intervino Saga, con los brazos extendidos—. Kyrene tiene razón en que Helios era un mal bicho y tú la tienes en que no por ello hay que desearle la muerte, pero ahora ya todo está hecho, así que esperemos que encuentre el descanso en otra vida y sigamos bebiendo y divirtiéndonos.

El caballero dirigió a Kyrene una elocuente mirada que ella contestó levantándole el dedo medio con hostilidad, pero su perorata surtió el efecto deseado en el resto de clientes: el corrillo se disolvió y se reanudaron las peticiones de bebida, que los camareros se apresuraron a atender.

—¿Este es el anterior patriarca? Me gustaría saber si sus palabras son dictadas por la cobardía o por la mesura...

—Se supone que se reformó; se le considera un ejemplo de sabiduría y templanza —respondió Kyrene en su mente.

—Creo que su antiguo "yo" me habría seducido más... ¿No piensas que este es el tipo de cosas en las que Deathmask estaría de acuerdo?

—Quizá, pero a él tampoco se le permite actuar por su cuenta. Shion es inflexible en lo que respecta a matar civiles. Y es posible... es posible que yo haya metido la pata con Helios...

—¡En absoluto! No te dejes llevar por la debilidad de otros. Lo que hiciste fue ayudar al equilibrio del universo. Helios sobraba. Debía desaparecer. De hecho, si quieres congraciarte con Deathmask, siempre he pensado que la mejor prueba de afecto es vengar a nuestros seres queridos, como hicimos con la joven Eugenia... Una demostración de amor y poder que le permita conocer y admirar tu fuerza, Kyrene.

La chica, que estaba llenando de vasos la bandeja de Nikos, se detuvo en seco, rumiando aquella idea. Sí, ella había opinado como ese rodoriense en cierto momento de su vida, cuando vivía rodeada de muerte y violencia y solo quería comenzar de nuevo, pero ahora era diferente. Deathmask tampoco compartía aquellas ideas pusilánimes de piedad hacia el enemigo; sabría apreciar la generosidad de un acto de aquel tipo dirigido solo a él. Le mostraría que ahora podía actuar contra esos malnacidos gracias a Morrigan, él se daría cuenta de que había juzgado mal la situación y recapacitaría. Podría explicarle todo, la diosa les revelaría en qué consistían los tiempos oscuros a los que había hecho referencia cuando se manifestó en la gruta por primera vez y las cosas volverían a funcionar como siempre entre ellos.

Tiene que haber alguien en su pasado que nos sirva para dejarle claro que luchamos por la misma causa, ya que revelarle quién soy no ha sido suficiente.

Kyrene caviló durante algunos segundos hasta dar con una respuesta, frotando el paño contra la barra con un gesto mecánico.

—Su maestro... —pronunció en voz baja, pensativa.

Un hombre cruel y despiadado, tan carente de conciencia como para transformar a un niño herido en un asesino, ¿verdad?

—Él le hizo daño; mucho daño.

Es hora de reabrir las viejas heridas para limpiarlas. Solo así pueden convertirse en cicatrices sanas y diluirse con el tiempo.

—Cicatrices sanas, sí...

—Eh, Kyrene, ¿estás bien?

La camarera se volvió hacia Afrodita, que la observaba con preocupación, y le dedicó una sonrisa amistosa.

—Mejor que nunca. ¿Todos tenéis bebida? Dejad que os invite a una ronda.

—Es lo más sensato que te he oído decir en meses, reina del tedio. Caer dormidos a base de alcohol será mucho mejor que aburrirnos mirando cómo cuchicheas entre dientes y restriegas manchas que solo tú puedes ver.

Kyrene sirvió a los tres caballeros, pero retuvo la jarra de Saga durante un par de segundos, empuñándola por el asa.

—No vuelvas a enmendarme la plana en público, Saga. Nunca. No estás en el santuario: aquí eres solo un borracho más.

—Eh, Kyrene, no vayas por ahí. Todos sabemos que así comenzó tu historia con Deathmask y comprendo que te apetezca buscarte un sustituto, pero lo siento, no eres mi tipo.

—Sois igual de inaguantables, pero al menos él me hace reír.

—¿Tú, riendo? Cuando lo vea, lo creeré.

—Te lo ganas a pulso... —masculló ella, justo antes de escupir en la pinta y plantarla frente a él.

Los guerreros miraron boquiabiertos el recipiente, pasmados ante la rabiosa e inesperada acción de la chica. Sabían que tenía temperamento y una capacidad de aguante bastante escasa, pero no era habitual que tratase así a un cliente, y menos aún a alguien con quien tenía una relación relativamente cordial.

—¡Serás...! ¡Maldita hija del averno! —se quejó el griego, mirando la cerveza con cara de asco.

—¡Venga, Saga, no te hagas el digno! ¡Te hemos visto comerte las babas de gente menos aseada! —rio Milo para restar tensión al momento.

—No son imágenes que quiera recordar —añadió Afrodita.

El antiguo patriarca permaneció en silencio durante unos segundos, como si valorase la conveniencia de armar un escándalo, pero al fin se echó a reír.

—¡Tenéis razón! ¡Que no se diga! —reconoció, vaciando media jarra de un trago entre aplausos del resto del grupo— ¡Firmemos una tregua, anda! — añadió, al tiempo que tendía la mano a una Kyrene algo más tranquila.

Avergonzada de su arrebato, ella aceptó el gesto y retomó su plan. Una gran ventaja de su trabajo era la facilidad para obtener información: no había dato inaccesible si contaba con tiempo y bebida suficientes y ni siquiera los mismísimos integrantes de la Orden Dorada eran inmunes a esos dos factores, sobre todo combinados con unos oídos prestos a escuchar. Por tanto, solo necesitó esmerarse en rellenar los vasos a los tres custodios, acodarse en la barra frente a ellos y dirigir con sutileza la conversación hacia los viejos tiempos para recibir un aluvión de anécdotas acerca de condiscípulos, maestros, técnicas vigentes y obsoletas e incluso historia de las armaduras.

Un par de horas después, satisfecha con sus averiguaciones, les sirvió las últimas copas y comenzó a recoger el local para cerrar.

Estaba lista para ofrendar a Deathmask el regalo perfecto.

Gracias por continuar aquí, por tus votos y tus comentarios. Como ves, el temperamento de Kyrene no estalla solamente con Deathmask: es una bomba de relojería incluso frente a Saga. Mañana subiré el capítulo titulado "El hombre que esparce el mal en el mundo", al cual pertenece este extracto:

"—Mi... mi señora Atenea, ¿sois vos? ¡Mi diosa! ¡Sabía que no me permitiríais morir sin una señal...! ¡Sabía que vos respaldabais mi vida de entrega, todos mis años de duro trabajo con esos mocosos...! ¡Los convertí en vuestros siervos inmaculados, lo hice todo por vos!"


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