45. Unidos por la sangre y la muerte
Sus pies hollaban una superficie blanda y polvorienta que concordaba con el resto del desolado lugar. Tierra suelta, cielos grises. La perfecta imagen de la devastación.
Yomotsu: conocía cada uno de sus rincones y la desesperación de quienes transitaban por la llanura; sin embargo, jamás había compartido las sensaciones vividas por el resto de la humanidad en aquel recorrido. Para él, la muerte no era sino un paso inevitable que dar, con resignación, demasiadas veces.
Ella esperaba en la cima de la colina, observando con displicencia la fúnebre comitiva envuelta en un traje de cuero negro repujado cuyos intrincados diseños celtas se entrelazaban a lo largo de sus piernas y avanzaban por la cintura hasta el cuello. Impertérrita, su gélida tranquilidad parecía impregnar el aire a su alrededor haciendo que todo se moviese con lentitud, incluso el cuervo que revoloteaba por encima de su cabeza en amplios círculos, con aire vigilante.
Ahora era diferente. Aquello le pertenecía por derecho y ambos lo sabían: ella, solo ella era la legítima soberana de la extensión yerma y lúgubre, al igual que del resto del mundo. Cubierto por su armadura -refulgente pese a la siniestra penumbra que les rodeaba-, ascendió por la ladera para arrodillarse a su diestra como correspondía al primero de su ejército al tiempo que ella alargaba el brazo izquierdo ofreciendo un punto de reposo al majestuoso pájaro azabache, que se acercó en un vuelo grácil hasta su muñeca, protegida por un brazalete a tono con el resto de su vestimenta.
—Míralos. Temen porque saben que nada salvo el abismo les espera. Pero yo os ofreceré la gloria del renacer. Un paraíso aguarda a los guerreros de corazón bravo.
Él se sobresaltó ante la inesperada solemnidad de su tono, pero mantuvo su disciplina intacta sin variar un ápice la postura. El ave ladeó la testuz como si comprendiese y ella acarició el brillante plumaje, complacida.
—Mi señora... —articuló por fin él, atreviéndose a mirarla.
Ella bajó el rostro, en el cual se dibujaba una leve sonrisa, con la larga cabellera -extrañamente rojiza en vez de oscura- ondeando en la desagradable ventisca. Siempre le había parecido hermosa, pero ahora ofrecía una imagen digna de la deidad que era, imbuida de autoridad y misericordia al tiempo, magnánima y temible; y era obvio que verle a su lado, convertido en el más fiel de los servidores, la llenaba de un hondo placer.
—Mi paladín —su mano libre se enredó en aquellos mechones indómitos, masajeando el cuero cabelludo del caballero, que volvió a agachar la cabeza en cuanto sintió su contacto—, tú estás destinado a acompañarme. Estamos unidos por la guerra, la sangre y la muerte.
Asintió, sin proferir un sonido; cada una de esas palabras encontraba eco en sus inquietudes siempre silenciadas y encajaba a la perfección en los recovecos de su alma. Sí, iría donde ella fuese. Mataría por ella, moriría por ella y le entregaría su último aliento. Ella era la única diosa a quien quería servir, la única con poder suficiente para gobernar el principio y el fin, la destrucción y la creación. Como si hubiese expresado aquellos pensamientos en voz alta, las caricias de la dama se volvieron más intensas; solo las detuvo para rozar al cuervo, convirtiéndolo al momento en un cáliz de bruñido metal oscuro lleno de un líquido carmesí.
—Sella tu alianza conmigo. Esto es lo que siempre has querido en realidad...
Los ojos de ambos se encontraron: de un vibrante azul los de él, profundos y opacos los de ella. En unos se leía una veneración sin límites; en los otros, el goce de saberse adorada y obedecida. La mujer agitó la voluminosa copa, tomó un trago y se inclinó hacia el guerrero, cuyo mentón sostuvo para darle de beber de su propia boca en un beso lento y subyugante.
Sin embargo, no era vino ni ningún otro licor lo que se abrió paso entre los labios del hombre hasta su garganta, sino el inconfundible gusto metálico de la sangre, férvido, prohibido, irracionalmente delicioso. Sí, bebería la sangre de quienes se atreviesen a desafiarla, incluso la de sus propios aliados si osaban alzarse contra ella.
—Levántate y ocupa tu sitio junto a mí, Deathmask de Cáncer...
—Vos, mi diosa...
—Yo seré todo para ti, caballero: tu diosa, tu placer, tu refugio —asintió ella, abriendo los brazos en un gesto incitador.
—¡No...! ¡No lo eres!
Despertó en mitad de la noche gritando, con la sábana pegada al cuerpo empapado de sudor y el pelo goteando sobre la frente. El corazón le golpeaba el pecho con tal ímpetu que por un momento le fue imposible tomar aire, pese al viento de comienzos de otoño que entraba por la ventana abierta, enfriando la habitación y silbando entre los postigos como si se burlase de él.
¡Joder! ¿Qué clase de sueño había sido ese? ¿De dónde salía semejante visión, enfermiza y perturbadora... y por qué se presentaba con una apariencia tan similar a Kyrene? Negando con la cabeza, se sentó y apoyó las sienes en las palmas y los codos sobre las rodillas flexionadas, tratando de sosegarse para no despertar a la joven que descansaba junto a él. Había sido tan real... por un momento, incluso habría jurado que podía sentir el sabor de la sangre en la boca, pero... ¿a qué venía todo aquello?
—Eh, ¿estás bien? —una somnolienta voz femenina llegó a sus oídos, conocida y reconfortante. La voz que necesitaba y temía oír en aquellos momentos.
Los cálidos brazos de Kyrene le rodearon por detrás y sus labios se aproximaron a su rostro en busca de un centímetro de piel expuesta sobre la que depositar un beso, sin éxito. Él se envaró al notar su tacto, echándose el cabello hacia atrás con las manos e impostando una sonrisa.
—Perfectamente, gatita. Solo ha sido una pesadilla; siento haberte molestado —respondió, intentando sonar tranquilo.
Ella le escrutó con aire inquisitivo. Las legendarias pesadillas de Deathmask eran algo que solo conocía de oídas y, además, jamás le había visto despertar tan agitado, ni siquiera cuando se levantaba sobresaltado después de una noche de póker y sexo porque llegaba tarde a entrenar o a una reunión con el patriarca... No era normal. Besándole, ahora sí, la mejilla mientras le secaba el sudor con su propio antebrazo, insistió:
—¿Quieres hablar de ello? Si me lo cuentas verás que era una tontería, seguro.
—En realidad, no; no quiero, gatita. Era desagradable y absurdo. Solo deseo olvidarlo de una vez.
—¿Seguro?
—Seguro.
—De acuerdo, entonces durmamos un poco más, anda... —pidió ella, asomándose por su costado para mirarle de frente y riendo— ¡Vaya nochecitas me das! Cuando no estás roncando, te pones a dar voces como un chalado, voy a tener que mandarte al patio...
—Ya, bueno... Quizá sí que me vendría bien tomar un poco el aire, ahora que lo mencionas... —estiró el brazo en busca del pantalón, lo agarró por el extremo de la pernera y se levantó para ponérselo, sin molestarse en tratar de localizar la ropa interior— Voy a dar un paseo, ¿de acuerdo?
—Claro, haz lo que necesites... ¿Quieres que te acompañe?
La chica se incorporó a su vez, le besó en los labios e intentó ordenarle el flequillo, rozándole el cráneo con las yemas de un modo que le recordó a... La miró, incrédulo, y ella le dedicó una sonrisa que él ya había visto en otro lugar.
Mierda.
Debía de estar volviéndose loco, porque, por un momento, había tenido la impresión de atisbar un reflejo inusual en sus ojos. Sus puños se crisparon en torno a la camiseta, en un gesto que le impediría ceder al instinto de atacarla como si ella fuese una amenaza. Tenía que salir de allí antes de empezar a decir tonterías o de hacer algo de lo que pudiera arrepentirse.
—No. Necesito estar solo.
—¿Seguro que estás bien, Death? —extrañada, le acariciaba el rostro.
—¿Estás sorda? ¡Te he dicho que sí, joder!
Con un ademán desabrido, se zafó de su abrazo, se vistió y salió por la puerta, dejándola allí sin más explicaciones. No quería creer lo que su intuición le indicaba, pero los indicios apuntaban a una conclusión inequívoca: Kyrene ya no era Kyrene.
Parece que la relación entre Deathmask y Kyrene comienza a resquebrajarse gracias a Morrigan, junto con la cordura de él. El drama se acerca...
Gracias por acompañarme hasta aquí. Mañana, el capítulo 46: "Te ha abandonado".
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