44. Un alma en llamas
Fiel a su promesa, Kyrene volvió para visitar a Eugenia todas las tardes antes de comenzar su jornada laboral en la taberna, constatando pequeñas pero importantes mejorías cada vez. El aire, irrespirable al principio, se había renovado gracias a la ligera corriente provocada por un par de ventanas abiertas, aunque las luces seguían apagadas, y la atmósfera resultaba menos opresiva. Recorrió el pasillo que ya conocía bien tras una semana, golpeó la puerta del dormitorio con los nudillos y escuchó un tenue "pasa" que obedeció sin dilación.
—Hola, Eugenia. ¿Cómo ha ido la noche?
La chica todavía parecía algo cansada; sin embargo, se las arregló para sonreír. Sentada junto a ella en la cama, Aglaya le trenzaba la melena, tomando mechones con delicadeza y entrecruzándolos en un elaborado peinado de inspiración clásica.
—Es curioso, pero he conseguido dormir sin infusiones. Anoche no sentí la necesidad, tan solo cerré los ojos y descansé...
—¿En serio? ¡Eso está muy bien! Y los hematomas ya van desapareciendo... —la felicitó Kyrene, tomando asiento frente a ella y sacando algunos objetos de su mochila.
—He soñado contigo, ¿sabes?
—Ahá... —Kyrene se colocó los pies de la joven sobre el regazo y le quitó los gruesos calcetines de algodón.
—Y no sé por qué, pero desde entonces ya no tengo miedo. Es raro, ¿verdad?
—Supongo...
—Estaba aquí mismo y tú entrabas. Pero no por la puerta, tan solo aparecías, sin más.
Kyrene abrió un frasco de vidrio y vertió unas cuantas gotas de aceite aromático en sus palmas, frotándolas para templarlas antes de aplicarlas sobre los tobillos de su empleada en un vigoroso masaje.
—¿Me materializaba como si tuviese poderes...? —inquirió, risueña, relajada ante la mejoría en el talante de Eugenia y concentrada en reactivar la circulación de sus piernas.
—Algo así... Te acercabas a mí, me abrazabas y me hablabas al oído —rememoró ella, con expresión serena—. Y recuerdo palabra por palabra lo que decías.
La voz de Kyrene salió espontáneamente de su garganta sin pensar siquiera en el mensaje:
—Ya no puede herirte. Eres libre, Eugenia.
Eugenia y Aglaya la miraron con incredulidad.
—Espera, ¿cómo sabías...? —preguntó la rubia, perpleja.
—¡Eugenia! ¡Es justo lo que me dijiste que pasaba en tu sueño! —exclamó Aglaya, soltando sin darse cuenta la sofisticada trenza que estaba a punto de rematar.
—Ah, ¿sí? ¡Vaya, qué casualidad! —replicó Kyrene— Habrá sido una intuición... ¿Qué tal notas las piernas? Hoy vas a bajar y a sentarte en el salón, ¿de acuerdo?
—Lo intentaré...
—Lo harás. Para eso estoy dejándome las manos masajeándote las pantorrillas, mi niña —insistió.
Manteniendo la conversación alejada de temas escabrosos con la ayuda de Aglaya, Kyrene prolongó su tratamiento por espacio de media hora, transcurrida la cual animó a Eugenia a dar unos vacilantes pasos con los que pronto estuvo al inicio de la escalera. La chica las miró a ambas, se agarró con decisión al pasamanos y comenzó a descender despacio, pero sin detenerse. Animándola en silencio, ellas la escoltaron y esperaron hasta que se dejó caer en el sofá de terciopelo burdeos que presidía la sala principal.
—¡Chicas! ¡He salido del dormitorio! ¡Lo he logrado! Me daba pánico... ¡Pero lo he hecho gracias a vosotras!
Kyrene se acercó y depositó en su frente un beso casi maternal antes de echarse al hombro la mochila, lista para marcharse.
—¿Ya te vas, jefa?
—Sí, tengo que ayudar a Nikos a abrir. Tú sigue progresando a tu ritmo, Eugenia. No tenemos prisa.
—Muchas gracias. Creo que cenaré algo y leeré hasta la hora de dormir.
—Ese es un buen plan.
—¿Vendrás mañana?
—Por supuesto —dijo Kyrene—. Entre nosotras, nos cuidamos. Siempre.
Esbozando una sonrisa de esfinge, se despidió con la mano y salió de la casa.
Y, sin embargo, pese a la abnegación con la que atendía a Eugenia cada tarde, las noches de Kyrene habían vuelto a convertirse en un suplicio interminable. Devorada por el remordimiento, se retorcía durante horas entre las sábanas, consciente de que había desobedecido las órdenes de Shion y preguntándose si habría podido obrar de otro modo para ayudar a su empleada.
Sabía que Helios merecía un castigo. Sabía que Eugenia jamás sería la misma, por mucho que se esforzase en sanar sus heridas. Sabía que su acción había evitado el sufrimiento futuro de otras mujeres y, aun así, la culpabilidad la arrasaba.
No era solo el hecho de haber segado una vida; eso la preocupaba, claro, pero el problema principal era el disfrute que había obtenido al hacerlo. En su momento, vengarse de su propio violador le había resultado placentero, pero esta vez era diferente: desde que tomó la decisión de liquidar a Helios había sentido escalofríos de puro goce, que alcanzaron casi el éxtasis cuando hundió en él su arma hasta la empuñadura. Se trataba de un plan cuidadosamente trazado, no de un arrebato obligado por la necesidad de sobrevivir, y eso la hacía sentir asco de sí misma.
Sin nadie con quien compartir su inquietud so pena de ser llevada ante la ley, se hallaba prisionera dentro de su propia cabeza, custodiada por Morrigan, que defendía su postura con tenacidad madrugada tras madrugada:
—¿Por qué te arrepientes? Eugenia no estaba dispuesta a denunciarle, ¿habrías preferido dejarle libre para que hiriese a otras? —argumentaba con una lógica irrefutable, desmontando sus dudas como piezas de una torre de juguete.
—No, eso no me lo habría perdonado. Si él hubiese tocado a alguien más...
—Entonces, ¿dónde está el inconveniente? No hay sitio para desgraciados como él.
—Shion podría exiliarme si se entera...
—Arreglaste una situación compleja sin causar daño a nadie salvo a ese parásito. Ya lo habías hecho antes, no eres ajena a la muerte.
—¡Joder, Morrigan! ¡Estoy asustada porque me gustó lo que hice...! ¡Me gustó mucho!
La deidad rio, jubilosa.
—¿Y qué tiene eso de malo? Regocijarse en la batalla es propio de guerreros valientes. El mundo es muy amplio, Kyrene, y apenas has comenzado a conocerlo. He puesto en tus manos un poder con el que jamás habrías podido soñar; es tuyo para hacer justicia. Disfrútalo. Cambia lo que te rodea, por una vez, sin temor a las consecuencias.
—¿Cambiarlo... como una especie de súper heroína poseída? No dejaré que me utilices, Morrigan. No sé qué pretendes, pero no pienso ser tu instrumento —la voz de la joven sonaba extenuada mientras se apretaba las sienes con las palmas para tratar de amortiguar el dolor de cabeza causado por la falta de sueño.
—Me ofendes, querida. Es cierto que mi llegada no fue anunciada, pero pensé que habíamos zanjado ese asunto. Solo te he entregado las herramientas para ayudar a quienes lo necesitan. No has hecho nada erróneo. Todos han de morir, antes o después; tan solo impediste que arruinase más vidas antes de poner fin a la suya.
—Visto así, supongo que... se lo merecía, ¿verdad?
—Exacto. Mira a tu alrededor y enorgullécete de lo que has hecho y de lo que harás, Kyrene.
El silencio se adueñó durante un par de minutos de la cabeza de la chica, que suspiró con ansia y se arrebujó bajo la sábana, necesitada de un descanso. Estaba molesta por la contundencia de las certeras y seductoras réplicas de Morrigan, pero en su interior sabía que tenía razón: ¿cuánto habría tardado un juez en condenar a Helios? ¿Y cómo llevarle ante las autoridades sin exponer a Eugenia contra su voluntad? ¿Tenía derecho ella a hacerle revivir esa noche horrible en un tribunal? La diosa le había dado la fuerza necesaria para actuar por su cuenta. ¿Por qué no utilizarla? Solo había acabado con un demonio... Si merecía algo era reconocimiento, no reproches.
—Yo... de acuerdo, pero no... no quiero ocultarle nada más a Death. Está preocupado. No consigo controlar mi temperamento, no puedo explicarle por qué estoy distinta, discutimos continuamente... ¿Por qué no me permites contárselo? ¿Es que tienes miedo de que nos ataque? —especuló.
Ahora fue la diosa quien dejó en suspenso su respuesta unos segundos, como si reflexionase acerca de la conveniencia de acceder a la petición de Kyrene:
—¿Miedo? ¿De un mortal? ¡En absoluto! Mi única tribulación es que tú sufras si él no reacciona como debería, pero está bien: ya que insistes, yo misma le haré saber de mi presencia. Confiaremos en que no intente llevarnos ante el patriarca.
—Gracias, Morrigan —dijo Kyrene, aliviada.
—Y ahora, intenta descansar. Un cuerpo exhausto no puede servir a un alma en llamas.
Los capítulos 16, 21 y 28 son algunos de los que más me gustan de los que ya he ido subiendo, pero el que subiré mañana me fascina también. Se titula "Unidos por la sangre y la muerte" y este es un breve avance:
"—Mi paladín —su mano libre se enredó en aquellos mechones indómitos, masajeando el cuero cabelludo del caballero, que volvió a agachar la cabeza en cuanto sintió su contacto—, tú estás destinado a acompañarme. Estamos unidos por la guerra, la sangre y la muerte."
No debo adelantaros muchos datos, pero quiero advertiros que en muy breve las cosas se van a poner violentas, muy violentas e incluso desagradables. No puedo estar avisando en cada capítulo, así que os lo voy dejando dicho ya por si acaso. Si hay algún tema que os moleste especialmente podéis escribirme por privado y os diré si se trata o no, aunque en la nota preliminar ya os dejé una lista.
¡Muchas gracias por leer, por comentar y por animarme con tu apoyo!
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