41. Petricor
Oficialmente, la minúscula vivienda de Kyrene seguía siendo el desordenado reino de una sola mujer, pero el observador avezado podía encontrar algunos detalles que contradecían esa primera impresión: un cepillo de dientes adicional en el cuarto de baño y un par de camisetas de grupos musicales olvidadas por su propietario, que ahora servían como pijama para la griega, dejaban claro que, a despecho de las apariencias, alguien más habitaba aquel humilde espacio.
La noche había comenzado a reemplazar con lentitud a la tarde, los días iban acortándose y la pareja había aprovechado que los dos libraban para encerrarse en el dormitorio, con una maratón de viejas películas primero, una buena comilona después y, por último, descansando entre las sábanas, echados el uno junto al otro en el íntimo silencio compartido que llegaba tras sus arrebatos físicos.
—¿Y qué andas leyendo ahora, gatita? —inquirió el caballero, estirándose por detrás de ella para alcanzar la inestable pila de libros que ambos habían acumulado sobre la mesita de noche y que se desmoronó al primer roce de sus dedos con un estruendo sordo— ¡Mierda! Hay que ordenar esto...
Levantándose con un gruñido, tomó los volúmenes caídos y formó con ellos una torre, asegurándose de que todos quedasen colocados en el mismo sentido y que la base estuviese formada por los de mayor tamaño.
—¡Eh, eh! ¡No inyectes tus manías de cangrejo recalcitrante en mi pacífico caos! —rio ella, tratando de acomodarse de nuevo en el ancho torso del italiano.
—¿Qué hace aquí el tocho de los mitos, nena?
—Aquella recepcionista me lo regaló, ¿no lo recuerdas?
Deathmask enarcó una ceja y la miró con suspicacia antes de hojearlo, chasqueando la lengua ante la cantidad de marcadores adhesivos que señalaban páginas relevantes, subrayadas con colores diferentes y complementadas con anotaciones en los márgenes.
—Vaya, pues sí que te lo estás tomando en serio, el curso apenas ha empezado... ¿Y es imprescindible que escribas en él? Me pone de los nervios ver un libro así de maltratado... —se quejó, dejándolo de nuevo en la mesita y tomando uno de los suyos.
—¿Qué dices de maltrato? Voy comentando cosas que me parecen interesantes, añadiendo información...
—Con especial atención a la diosa Morrigan... —comentó él, de pasada, mientras abría su ejemplar del Silmarillion y la rodeaba con un brazo.
El corazón de Kyrene dio un vuelco. ¿Habría llegado el momento de hablar con él?
—Ten cuidado. No está preparado todavía. No debes contarle que estoy contigo.
—Bueno, sí. Es una figura fascinante y bastante... incomprendida. Creo que la historia no la retrata como merece.
—Será una zumbada caprichosa y demente, como todos los dioses... —su tono denotaba una indiferencia que casi ofendió a su compañera.
—Te da bastante igual, ¿no?
—No es que me dé igual, gatita. Es solo que a lo largo de mi vida he tenido suficiente de ese rollo divino. Esa panda de chalados solo me preocupa en tanto mi sueldo dependa de una de ellos. Por lo demás, en mi tiempo libre no les doy espacio. Pero eso ya lo sabías, ¿no? Tú opinas parecido, de hecho...
La voz de Morrigan volvió a resonar en la mente de la joven, como un susurro:
—Él desprecia lo que yo represento, Kyrene, pero entrará en razón. Ya te advertí que no sería fácil.
—A lo mejor resulta que Morrigan se preocupaba más de los suyos que Atenea de vosotros... —le provocó ella, interponiendo deliberadamente la cabeza entre los ojos del caballero y su libro.
—A lo mejor, sí. Podría ser —concedió él, al tiempo que le besaba la coronilla para apartarla—. Por cierto, ¿has cambiado de jabón?
Ella levantó el rostro, sorprendida.
—No, ¿por qué? ¿Huelo mal?
—En absoluto. Pero tengo archivado en la pituitaria tu olor a sándalo desde la noche en que nos conocimos y ahora, de repente, hueles a petricor.
—¿Que huelo a qué?
—A petricor, gatita —explicó él, sin dejar de leer—: a tierra mojada, a bosque tras la lluvia... Como en Irlanda casi todas las mañanas... ¿Nunca lo habías oído? Es griego, como tú...
—Ah, vaya, perdóname por no haber tenido tutores privados, señor culto...
—No es culpa tuya. Se nos exigía el dominio del idioma para trabajar aquí.
—Ya, pues será lo único que domines...
Deathmask bajó el libro y le devolvió la misma mueca de incomprensión con la que ella le había mirado un minuto antes:
—¿Estás molesta por algo?
—¿Yo? Bueno, exceptuando tu falta de interés en un tema que quería compartir contigo y tus leccioncitas de etimología, no, no estoy molesta —replicó ella, cruzándose de brazos.
—No pretendía darte lecciones de nada...
—Ni escuchar lo que yo quería decir.
—Vale, está bien —el caballero dejó su lectura sobre la almohada y sonrió, conciliador, estrechándola contra su cuerpo—. Cuéntame por qué esa tal Morrigan es tan increíble. Quién sabe, quizá incluso me convierta a su credo...
—Calma, Kyrene. Va a ser una ardua tarea...
—Mira, ¿sabes qué? Da lo mismo. Voy a hacerme un café. Estoy harta de tu sarcasmo y de tu condescendencia.
La chica se zafó de su agarre, salió de la cama de un salto y se puso una camiseta para bajar a la cocina.
—¿Te has enfadado? Por lo menos, harás para los dos, ¿no? ¡Y si no, devuélveme la camiseta!
—¡Claro, tómala! —exclamó, desnudándose de nuevo y dejándola caer— ¡No vaya a pegársele mi olor a "petrialcohol"!
Deathmask se echó a reír sin entender nada de lo que acababa de pasar y se levantó para ir con ella, genuinamente intrigado por su irascibilidad. La encontró apoyada en la encimera de espaldas a él murmurando algo ininteligible y se acercó a abrazarla, besándole la mejilla con ternura.
—Eh, venga. No te pongas así...
Ella se giró, sobresaltada y preocupada ante la posibilidad de que la hubiese escuchado hablar con Morrigan.
—¡Joder! ¡Menudo susto me has dado!
—¿Joder, qué? ¿Venir detrás de ti como un idiota también está mal? ¡Desde luego, hoy no acierto ni una contigo! —se exasperó él.
Kyrene bajó los ojos y respiró hondo, consciente de que había estirado demasiado la cuerda. Estaba claro que aquel desencuentro no tenía ningún tipo de sentido. Con una sonrisa un tanto torpe, recostó la cabeza en su pecho y le rodeó la cintura con ambas manos.
—Perdona, Death. Llevo unos días un poco nerviosa —confesó—. Sé que no querías ir de enterado. Te malinterpreté.
Sus disculpas fueron recibidas con unas caricias en la nuca y en la espalda.
—Tampoco pretendía pasar de las cosas que te gustan, gatita. Sirve el café, anda, e ilústrame con cosas de esa mitología tan interesante. A cambio, yo te leeré un par de capítulos del Silmarillion —propuso, sacando las tazas de la alacena.
—¿Enteros? Déjalo, creo que no me compensa —sonrió ella, cafetera en mano.
Las sensaciones eran exquisitas, fascinantes. Punzantes como aguijones, los estímulos recorrían sus nervios llenándola de una excitación potentísima y adictiva. El sabor de la comida, los aromas de la naturaleza, el tacto del cuerpo del contrario durante el sexo... incluso el roce de la ropa al vestirse se había convertido en una fuente de placer desconocida hasta el momento: algo tan sencillo como usar un jersey de lana directamente sobre la piel era ahora una experiencia increíble para ella, que se divertía intentando averiguar en qué momento el tejido dejaría de resultarle agradable para comenzar a irritarla.
También su percepción del dolor había cambiado: más allá de la curiosidad, hallaba en él un elemento de aprendizaje sobre sí misma. Pinchazos, pequeños cortes, torceduras: ya fuesen accidentes durante una carrera por el monte o provocados de forma intencional con sus afilados cuchillos, encontraba un peculiar deleite mirando cómo la sangre manaba de las heridas antes de que comenzasen a cerrarse y desaparecer.
Su unión con la diosa iba consolidándose día tras día, entre exploraciones conjuntas de los recuerdos de ambas y pruebas de resistencia que mostraban cómo su fortaleza aumentaba merced al poder de Morrigan.
Morrigan... Con frecuencia creciente, percibía su presencia tomando el control en cualquier momento del día, incluso mientras estaba con Deathmask; como si hubiesen suscrito un acuerdo tácito, las dos se turnaban con fluidez para darle placer y pedirlo, compartiéndolo sin celos ni exclusividad en un juego secreto que exacerbaba la sensibilidad de Kyrene, pues la diosa no le había mentido cuando le explicó que los de su clase sentían de un modo más vibrante: cada orgasmo era ahora embriagador, intenso hasta casi hacerle perder la consciencia.
Por su parte, el italiano no se habría quejado de aquella coyuntura ni en un milenio. De todos los cambios que había ido advirtiendo en Kyrene en los tiempos recientes, este era, con mucho, el que más le gustaba: la forma en que se derretía entre sus brazos era cautivadora, como si, de repente, su piel fuese capaz de reaccionar al mínimo toque con una pasión inédita que le incitaba a buscar nuevas formas de enloquecer juntos.
Recordaba haberla hecho estremecerse en la taberna con solo pasarle los labios por la nuca para saludarla y oírla suspirar cuando le quitaba las botas, arrodillado frente a ella como un caballero medieval con sus piernas en el regazo. Incluso Afrodita había sonreído, vanidoso, tras dejarla con la boca entreabierta y el gesto anhelante, como esperando un beso, al retirarle un rizo de la cara mientras ella se afanaba en rellenar una bandeja con una decena de consumiciones.
Sí, definitivamente, aquella facilidad para hervir de gozo con él compensaba con mucho sus recientes e inexplicables arrebatos de mal humor...
¡Gracias por leer esta historia! Las cosas se van liando poco a poco: Kyrene nota cambios en ella, Deathmask la ve rara pero no termina de entender a qué se debe porque Morrigan no se deja percibir y en un par de capítulos las cosas van a dar un giro.
El capítulo de mañana se titula "No me llames princesa" y en él Kyrene hará algo que a Deathmask no le gustará ni un poco y se enterará de una noticia que la obligará a recordar otros hechos de su pasado que preferiría dejar atrás para siempre:
"La mano de la joven se precipitó contra el rostro del italiano a tal velocidad que él, pendiente del café que tenía delante, no tuvo ocasión de interceptarla. El golpe resonó en el vacío del local como el restallido de un látigo, dejando a ambos paralizados."
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