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37. Cuerpo de mujer, alma de diosa

El inventario, la lista de manuales y la limpieza quedaron pospuestos por causas de fuerza mayor. Kyrene pasó el día encerrada en el dormitorio, tratando de asimilar el hecho de estar compartiendo su cuerpo con ese algo o alguien que decía ser la "diosa de la guerra".

Vestida con una camiseta vieja y shorts vaqueros y sosteniendo una taza de té que estuvo a punto de derramar dos veces por el temblor que le sacudía las manos, pudo por fin hacer preguntas y obtener respuestas, incrédula y confusa.

—Tú me forzaste. No pienso prestarte mi cuerpo.

—No tenía otra opción. ¿Habrías accedido, de habértelo pedido sin más? —contestó la voz desde el interior de su cabeza, cediéndole por el momento el uso de su boca.

—¡Pues claro que no! ¿Quién en su sano juicio consentiría algo así?

—Tampoco tú tienes elección. No hay nada que puedas hacer para expulsarme, Kyrene.

—No... no me gusta esto y no me gustas tú.

—En ese caso, tenemos un problema de convivencia. ¿Por qué no dejas que te explique todas las ventajas de ser la envoltura de una diosa?

—¡Sal de mí! ¡Ahora! —insistió la joven.

Exasperada, se levantó tan rápido que su sencillo recogido se deshizo, esparciendo gotas de agua sobre la tarima.

Eso no va a pasar. Escúchame.

—¡No quiero escucharte!

Nuevamente, sus músculos dejaron de responderle; su brazo se estiró hacia la mesita de noche y extrajo la daga que guardaba en el cajón. Cuando quiso darse cuenta, el arma apuntaba a su propio cuello con una sonrisa sádica, como comprobó en el espejo.

Vas a hacerlo, quieras o no.

—¿Acaso piensas matarme, demonio?

Podría, ya ves que tengo el poder de controlar tus movimientos; pero no me obligues a clavarte la daga: eres un blanco demasiado fácil —declaró la entidad mientras la mano de la griega presionaba el extremo contra la arteria, enviando a sus fibras nerviosas una corriente de dolor.

—No te... no te atrevas...

Ahora vas a comportarte como una buena chica o tendrás problemas. Te necesito, sí, pero no eres imprescindible, o sea que no hagas el idiota creyendo que así me buscaré otra anfitriona... De hecho, ni siquiera me es preciso acabar contigo; piénsalo: puedo hacerte revivir tus peores experiencias, entregarte a quien se me antoje o forzarte a cometer crímenes horribles. Puedo destrozar tu vida, no estás en condiciones de exigir nada.

—¿Mis... experiencias...? ¿A qué te refieres...?

Tus recuerdos, todo lo que has vivido... tengo acceso a cada una de esas memorias. He dedicado estos días a estudiarte y no creo que te apetezca recrear la noche de El Pireo... ¿O sí? ¿Nos damos una vuelta por Atenas y buscamos un par de matones con los que pasar el rato?

Kyrene titubeó ante aquel certero e hiriente comentario y calibró la gravedad de su situación con un bufido enojado. No tenía otra salida que obedecer hasta obtener toda la información posible sobre lo que estaba sucediendo.

—Tú ganas. Habla.

—He estado esperando mucho tiempo a que llegase la persona adecuada, Kyrene. He languidecido, oculta entre las sombras, hasta que viniste a mi encuentro.

—¿Por qué?

La daga quedó sobre las sábanas y Kyrene suspiró con alivio.

—Tenemos una misión que cumplir; te la revelaré en el momento adecuado.

¿"Tenemos"? ¡Ah, no! ¿Qué pinto yo en tu misión? No hay en mí nada de especial...

—Oh, en eso te equivocas. Te repito que he visto tu presente y tu pasado. Eres fuerte, Kyrene: te has roto muchas veces, pero siempre has conseguido reponerte. Todas esas heridas te han enseñado a resistir y ahora, gracias a ellas, serás capaz de portar a una diosa.

Pero yo... no quiero nada de esto, ni sufrir más... Me gusta la vida tranquila que llevo aquí, en Rodorio...

—En ese caso, debes aceptarme. Yo soy la única que puede ayudarte a proteger lo que amas.

—¿De qué estás hablando?

Se avecinan tiempos oscuros, Kyrene, y habrá que luchar. Llega la hora de mi venganza, el momento en que haremos que la injusticia se desvanezca. Pero por ahora, nadie debe saber que estoy contigo. No hablarás de esto, ni siquiera con Deathmask.

¿Por qué?

—Él no lo entendería. Pertenece a las filas de Atenea y me vería como una enemiga. Me obligaría a defenderme y eso provocaría un cataclismo de proporciones inimaginables. Se lo contaremos a su debido tiempo, confía en mí. ¿Ya has olvidado cómo te traicionó hace unos días, solo porque no le gustaron tus explicaciones?

La griega tragó saliva, molesta: ya no era únicamente la preocupación de Deathmask -que ahora se revelaba legítima y lógica, pese a su equivocado modo de expresarla, y no un delirio paranoico como ella había llegado a pensar-, sino el hecho de ser espiada veinticuatro horas al día por un ente a quien nadie había invitado.

Pero... él no pretendía ser un capullo, sino ayudarme; lo está pasando mal y no quiero secretos entre nosotros.

—Lo entiendo; sin embargo, imagina su reacción cuando sepa que está ante la verdadera señora de la guerra y que ha desperdiciado toda su vida sirviendo a la deidad equivocada. Será un golpe demoledor para él. Debemos prepararle poco a poco, igual que yo haré contigo, por su bien y el tuyo.

Kyrene reflexionó durante unos segundos antes de volver a hablar.

Ya, en cuanto a eso... ¿cómo puedo estar segura de que eres quien dices ser? Un par de alas espectrales no prueba nada... Y las amenazas tampoco ayudan.

—¡Chica inteligente! Tienes razón: de momento no te he dado pruebas de mi identidad, pero me aseguraré de suministrarte certezas.

Y mi cuerpo... lo noto diferente... ¿me has hecho algo?

—En efecto; lo estoy perfeccionando. ¿Te gusta? Eres más fuerte, rápida y resistente. Me alegra que te hayas dado cuenta.

La joven se acarició los brazos, pasando las yemas por la tenue curva de los bíceps, más marcados de lo que nunca habían estado durante sus años de vida callejera, hambre y peleas. Esa era justo la explicación que Deathmask necesitaba, la que le dejaría claro por fin que no le había ocultado nada y que la confianza entre ellos seguía intacta: todo era tan simple e increíble como que llevaba dentro a una diosa celta.

Entonces, los calambres...

—Ah, sí... Espero no haberte molestado en exceso; eran un pequeño ensayo para aprender a usar tu cuerpo sin que se manifieste mi energía. Cuando estás despierta y consciente es algo más complicado, pero aun así ha ido bastante bien: ¿viste que nadie en la taberna notó nada raro la otra noche? ¡Y eso que compartimos la cama con un siervo de Atenea entrenado para detectar cualquier amenaza!

—¿Despierta y consciente? ¿A qué te refieres?

—Mientras duermes, puedo controlarte sin que lo notes. Lo comprobé cuando nos conocimos, al llevarte de vuelta a casa; cuando hago eso, tú no recuerdas nada, o como mucho, tienes la sensación de haberlo soñado.

¿Qué? ¡Joder! ¿Qué cosas me has obligado a hacer sin que yo lo sepa?

—Nada, de momento; quédate tranquila. Eso sí, aproveché para borrar ese corte tan feo que te hiciste intentando sacar el cuchillo y los arañazos de las manos y rodillas. Ya tienes suficientes cicatrices como para añadir más.

¿Que me borraste...? Espera, ¿puedes hacer eso?

—Puedo regenerar el cuerpo de mi portadora, ¿no es evidente? La envoltura de una diosa ha de ser poderosa y sólida, como una armadura de piel y huesos.

La chica se dejó caer de espaldas en la cama, con la vista fija en el techo. Aquello ya sonaba demasiado surrealista. ¿Qué era esa mierda de regenerarla y controlarla mientras dormía? La respuesta llegó enseguida, evidenciando una vez más que ya no era necesario que verbalizase ninguna de sus inquietudes.

—Kyrene, yo no preciso descanso físico, pero tu cerebro sí. Obligar a tu organismo a actuar cuando debería estar reposando te deja extenuada, pero a mí me ha dado libertad para explorar y aprender a manejarlo sin llamar la atención. Empleé el resto de vuestro viaje en poner a prueba nuestra unión y estoy convencida de que va a ser perfecta, en cuanto asumas que debes entregarte a mí.

Eso explica las lagunas... dijo, pensando en los incidentes de "pérdida de memoria" que la habían inquietado recientementeDespués de esa noche, Death me hablaba de cosas que habíamos hecho y yo no entendía...

Exacto, querida. Cuando regresamos de las colinas, fui yo quien le despertó. Y permite que te diga que es un excelente ejemplar. Qué delicia volver a sentir el calor de un hombre tan dedicado y pasional...

Kyrene chasqueó los labios.

—Fabuloso, ahora no tengo intimidad ni en mi dormitorio ni en mi propia cabeza y tú te tiras a mi novio usando mi cuerpo sin que yo me entere. Menudo negocio ruinoso...

¡Oh, no te pongas celosa! Tampoco es que necesite gozar de él sin ti, ten en cuenta que he estado presente en todos vuestros juegos desde entonces...

—Morrigan... —tras un par de minutos sopesando la situación, Kyrene usó por primera vez el nombre que se daba el ente— Entonces, sientes todo lo que yo siento, ¿es correcto?

Sí: veo a través de tus ojos, percibo con tus sentidos y experimento lo mismo que tú.

—¿Siempre?

Así es; no puedes ocultarme nada. Comparto tu placer y tu dolor.

—He notado, desde esa noche... —comenzó ella en voz baja, un tanto avergonzada— que todo es un poco más... intenso...

—¿Hablas del sexo?

—Sí...

Ah, esa es una de las ventajas del vínculo que se ha formado entre nosotras: sensaciones acrecentadas. Los dioses percibimos el mundo de un modo más vehemente y ahora tú, por ser mi portadora, compartes ese privilegio: el delirio y el éxtasis se te ofrecen como los frutos de un árbol.

—¿Y qué buscas? ¿Qué es esa misión que mencionaste antes?

Primero quiero disfrutar del mundo físico y sus placeres. Después serás la herramienta de mi venganza.

—Tampoco es que pueda negarme, ¿verdad?

—¿Y por qué habrías de hacerlo? Estos son mis regalos para ti, Kyrene. Y vendrán más. No es tanto lo que pido a cambio...

Siento haber actualizado hoy un poco más tarde, pero teníamos una celebración familiar. Gracias por tu comprensión. 

Bien, ahora Morrigan ha dejado algo más claro cómo funciona su relación con Kyrene. Espero que la historia te esté gustando y, si es así, por favor, deja un voto y los comentarios que te apetezcan. En el capítulo de mañana, "La intrusa invisible", podrás leer estas líneas:

La joven estalló en un llanto silencioso, pero incontrolable. Se mesó el cabello y reprimió un sollozo, dejando que su espalda resbalase por la pared hacia el suelo hasta apoyar la frente en el borde de la bañera como si un hondo pesar la atenazase. A cada latido, el pecho le dolía y tenía que forzar la respiración para enviar aire a sus pulmones.

Su amante había caído en combate.

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