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36. No volvimos solos

Deathmask se había marchado temprano de vuelta al Santuario para asistir a una reunión con el patriarca y sus compañeros, sin despertarla, pero había tenido el detalle de dejar listo el café, constató Kyrene cuando bajó al local a la mañana siguiente. Frotándose los ojos, se sirvió una taza y la paladeó con la cadera apoyada en la mesa, alrededor de la cual estaban todavía las botas, los leggings y el top que él prácticamente le había arrancado en cuanto el último cliente salió por la puerta.

Apuró la bebida entre bostezos, recogió sus bragas -que habían terminado colgadas del extremo de una estantería-, las arrugó en una bola con el resto de las prendas y subió de nuevo al dormitorio para darse una ducha, sonriendo al recordar las rudimentarias pero sinceras disculpas de su caballero y la salvaje reconciliación posterior. Sin ninguna prisa, entró en el cuarto de baño, metió la ropa en la traqueteante lavadora que había recibido junto con la casa y dejó que el chorro de agua terminase de espabilarla, llenándola de aquella familiar nostalgia que la invadía siempre que se desprendía del olor de Deathmask.

Tenía que revisar la lista de manuales para las asignaturas en que se había matriculado, actualizar el inventario de la taberna y hacer un poco de limpieza, pensó mientras se ajustaba la toalla en torno al tronco y se cepillaba los dientes. Asegurándose frente al espejo de que no le quedaban restos de dentífrico alrededor de la boca, se desenredó con los dedos el cabello mojado y se lo recogió en la nuca; estaba casi lista para dar comienzo al día cuando, de repente, una punzada de dolor le atravesó el cráneo de lado a lado, tan repentina e intensa que estuvo a punto de caer contra el suelo.

—¡Ah...! ¿Qué...?

Con dificultad, consiguió apoyar la espalda en la pared y deslizarse hasta quedar sentada en las baldosas, sujetándose la cabeza con ambas manos en busca de alivio y aguantando inmóvil aquella especie de taladro que parecía capaz de partirla en dos.

Por suerte, la angustiosa sensación cedió pasados unos segundos y pudo erguirse de nuevo, mareada y agarrándose al lavabo para mantener el equilibrio. Pálida y temblorosa, su apariencia distaba de la que ofrecía poco antes; no comprendía qué había sucedido ni por qué sonreía con esa mueca inquietante...

De hecho, ¿por qué no conseguía dejar de sonreír?

Pero lo más inquietante de todo fue sentir y ver su brazo derecho estirándose de manera autónoma y agitando los dedos en una especie de saludo.

Trató de borrar la grotesca expresión y de bajar la mano, pero sus músculos no obedecían sus indicaciones; estaba paralizada por completo. En aquel instante, con los ojos fijos en su reflejo, escuchó con claridad unas palabras pronunciadas por su propia boca:

—Hola, Kyrene. ¿Me has echado de menos?

Quiso gritar y no pudo. No sabía qué estaba pasando, pero observar sus labios moverse sin orden suya era tan desconcertante que cejó en su intento y se limitó a escrutar la imagen que sonreía burlonamente.

—Es normal que estés sorprendida, pero enseguida te alegrarás de tenerme contigo —continuó, manteniendo aquel rictus de superioridad.

Por fin, logró llevarse la palma izquierda al rostro, palpándolo sin creerse lo que veía. Pugnó también por articular algún sonido, pero era como si esa parte de su cuerpo no le perteneciera.

"Debo de estar soñando. Eso es, aún no he despertado", pensó, asustada. "He leído sobre eso, lo llaman parálisis del sueño".

—¿Es todo lo que se te ocurre? ¿Un sueño? ¡Que patético! Espera, puedo ayudarte —dijo, pellizcándose un costado con la diestra, tan fuerte que la piel se le enrojeció—. ¿Mejor ahora? Estás despierta y esto es real, asúmelo.

Atónita, Kyrene se frotó la zona dolorida.

¿Quién... quién eres? ¿Qué está pasando?

Hizo la pregunta en su interior por puro instinto y observó cómo ella misma verbalizaba la respuesta:

—Te dije que eras mía, ¿recuerdas? Aquella noche, en la caverna, llegaste a mí y me rescataste. Encontraste el lugar donde mi alma descansaba y me entregaste tu cuerpo. Tienes mi agradecimiento, Kyrene.

Eso no responde a mi pregunta...

—Cierto. Lo diré más claro: te he elegido para ser mi portadora. Mi alma necesita un cuerpo que pueda alojarla y creo que el tuyo me va a ser muy útil.

La joven sintió que se la habitación comenzaba a girar a su alrededor. Se le permitió retroceder un par de pasos para recostarse de nuevo contra la pared del cuarto de baño y cerrar los ojos, ofuscada.

No... no entiendo nada... Salí a dar un paseo y desperté en casa de Sorcha. Creí que lo de la gruta había sido un sueño...

—¿Otra vez con lo del sueño? No, querida, nada de eso. ¡Respondiste obedientemente a mi llamada! Ven, sentémonos: tenemos mucho de que hablar.

Kyrene notó cómo se desplazaba sin intervención suya hasta llegar a la cama. La agradable sensación posterior a la ducha se había disipado del todo, reemplazada por un tétrico sudor frío. Con la cabeza gacha y los párpados cubiertos por las palmas, solo pudo tragar saliva, buscando disolver el nudo que le oprimía la garganta ante la sucesión de imágenes que comenzaba a cruzar su mente.

El suelo trémulo agrietándose bajo sus pies y dejándola caer.

La gruta, la oscuridad insondable, la luz plateada.

La voz que la guiaba.

Como en una película, volvió a verse arrodillada e indefensa ante los tentáculos neblinosos que la rodeaban. Revivió el chasquido de la mandíbula, las uñas clavadas en los muslos y el intento de grito congelado igual que si sucediese en aquel momento.

Recordó cada instante de aquella noche aciaga, enterrado en las profundidades de su cerebro.

Se había incorporado para caminar hacia el lago de aguas negras desnudándose en la orilla con movimientos mecánicos y se había sumergido en el oscuro líquido por completo. Había llegado hasta la roca plana que albergaba en su centro y se había puesto en pie sobre ella con los brazos extendidos, declamando con voz gutural en un idioma que desconocía.

El espléndido cuervo voló hacia ella, que le ofreció el hombro y le acarició la cabeza con dulzura. Sintió la exquisita felicidad de alguien que cumple un deseo largamente anhelado y sonrió, observando su cuerpo como si fuese la primera vez.

Y escuchó la voz, de nuevo, que ya no hablaba dentro de su cabeza, sino con su boca. Porque ahora ella le pertenecía y debía rendirse a la superioridad del ser que albergaba.

—Gracias, Kyrene. Tu carne y mi alma, juntas, erigirán un mundo nuevo.

Abrió los ojos despacio, conmocionada por aquella revelación. ¿Estaba... poseída?

—¿Poseída? No es una palabra que me guste. Considéralo una asociación beneficiosa para ambas: tú me permites alojarme y yo hago cosas buenas por ti.

—¿Qué clase de demonio eres? —preguntó en voz alta, más calmada al sentir que ahora al menos compartían el control.

—¡Oh, vamos! ¿En serio?

Notó que volvía a levantarse y abría el armario para mirarse en el espejo que había en la cara interna de la puerta, deshaciéndose de la toalla con brusquedad. Suspiró de alivio al contemplarse: era ella, la chica corriente de siempre, con la piel surcada de marcas y el pelo anudado en una coleta goteante. No había nada diferente en ella, salvo los ojos, brumosos y grisáceos. La siniestra sonrisa regresó a su cara y, de repente, vio cómo tras su espalda se proyectaban dos gigantescas alas negras, cuyo plumaje fulguraba en destellos de color verde oscuro bajo la luz matinal.

—No soy ningún demonio, Kyrene. Tienes el honor de llevar contigo a Morrigan, diosa de la guerra y de la muerte.

Ahora ya sabemos qué sucedió en la gruta aquella noche y por qué Kyrene estaba tan extraña. ¿Qué ocurrirá a partir de ahora? ¿Cómo reaccionará Deathmask cuando se entere?  Espero que la historia te esté gustando; si es así, por favor deja tu voto y, si te apetece, comenta, comparte, disfrútala...

¡Gracias por estar aquí! Mañana, en "Cuerpo de mujer, alma de diosa", sabremos algo más acerca de Morrigan y de sus intenciones.

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