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34. Donde sea, ahora mismo

Cuando pasaban la noche juntos, era raro que Deathmask y Kyrene aprovechasen la primera hora del día para dedicarse a algo que no fuese el sexo, pero el suave sol de finales de verano les había despertado lo bastante temprano como para satisfacer sus inquietudes matinales y añadir a la agenda una carrera por la playa, así que allí estaban, calentando las articulaciones en la orilla desierta mientras el italiano, que ya se había quitado la camiseta para colgársela de la cintura, presumía de forma física ante su risueña novia.

—¿No te vuelve loca este tono tostado, gatita? Ni siquiera la lluvia irlandesa ha podido con él, es como si me hubiesen esculpido en puro bronce...

—Hermoso, igual que el "Púgil de las Termas" —concordó ella, besándole el hombro y ajustándose el cordón de su gastado pantalón deportivo.

—Pero con la nariz perfecta. ¿Te gustaría que fuésemos a Italia el próximo verano? Podríamos ver esa escultura, hace tiempo que no paseo por Roma sin prisa...

—Sabes que contigo iría a cualquier lugar, incluso a trotar un sábado antes de que los pájaros despierten...

Quod erat demonstratum*... —se jactó él, apartándole el flequillo de la frente con un gesto cómplice.

ὅπερ ἔδει δεῖξαι, mi guapo Euclides...

Iniciaron el ejercicio a ritmo tranquilo, como siempre que corrían en pareja. Dada la diferencia de capacidad entre ambos, lo que para Kyrene era una sesión agotadora no pasaba de un divertimento para el caballero, pese a lo cual les gustaba compartir aquellos momentos en los que, con el sol entibiándoles la piel y las olas lamiéndoles los tobillos, se arrojaban caracolas uno al otro o se avisaban de un cangrejo o un erizo que esquivar.

En un silencio solo matizado por el sonido de sus respiraciones, recorrían la playa desierta de lado a lado, tocando las formidables paredes de roca que la delimitaban a modo de recuento de vueltas cada vez que llegaban al extremo. Todavía preocupado por los frecuentes dolores musculares que habían comenzado a aquejarla, Deathmask vigilaba de reojo a Kyrene, que solía mostrar signos de cansancio al terminar la sexta ronda; sin embargo, en esa ocasión parecía seguirle bien el paso, cubierta de sudor, pero tranquila.

—Eh, nena, ¿quieres parar?

Ella negó con la cabeza. Sin detenerse, se deshizo de la camiseta para enganchársela en el elástico del pantalón, como él, y aumentó ligeramente la intensidad.

—¡Vaya, el paisaje se ha vuelto muy inspirador! —bromeó él.

Paró para echar un trago de agua, dejó que tomase la delantera durante algunos segundos y aprovechó para mirarle el trasero mientras se alejaba, tras lo cual guardó la botella y la alcanzó sin esfuerzo, notando que corría mucho más rápido de lo normal.

—¡Gatita, hoy estás dándolo todo!

Ella sonrió. Su coleta empapada esparció gotas de sudor al volverse para trotar unos metros marcha atrás.

—¡Me siento genial! ¡Como si pudiera ganarte!

—Bueno, bueno, tampoco alucines... Sería capaz de ir y volver de China cargado con una familia de osos panda antes de que terminases de decir "bambú" —se pavoneó él.

—¡Corre y calla, bravucón! —sugirió ella, apretando un poco más.

Intrigado con aquella muestra de aguante, él obedeció, sorprendido al descubrir que ahora Kyrene lograba dar otras cinco vueltas sin parecer más exhausta que él.

—¿Has estado tomando anabolizantes, nena? ¿Ginseng? ¿Viagra? —se burló, usando su camiseta para golpearle la espalda con aire jocoso.

—¡No! ¡Pero mírame, creo que podría estar así todo el día! —respondió, encantada, al tiempo que le devolvía los azotes— ¿Echamos una carrera?

—¿Una...? ¡Ah, no, ni en tus sueños! Tendría que dejarme ganar para no herir tu ego y ese no es mi estilo...

—¡Está bien, entonces veamos cuánto duro!

Sin esperar respuesta, se soltó a correr con toda la energía que le quedaba, dejando atrás a un pasmado Deathmask que se rascaba la cabeza observando el despliegue de potencia: insuficiente para hacerle sombra en una competición seria, sí, pero impresionante a pesar de todo.

—¡Escríbeme cuando llegues, gatita! ¡Yo iré a comunicar tu desaparición al Santuario! —gritó, haciendo bocina con ambas manos junto a la boca.

Gruñidos de frustración, uno tras otro. Eran los únicos sonidos que salían de la boca de Kyrene mientras, echada en la cama, trataba de subirse los ajustados vaqueros grises sin conseguirlo. Lo intentaba afanosamente, pero no había manera de que pasaran de la parte superior de los muslos, por más que tirase de las trabillas como si su vida dependiese de ello.

—Bueno, al menos he disfrutado con la gastronomía irlandesa... —masculló, incorporándose para probar suerte con una serie de ridículos saltitos que tampoco surtieron efecto.

Irritada, se quitó el pantalón, abrió la puerta del armario para verse en el espejo interior y examinó su cuerpo en busca de cambios recientes, sin encontrar el problema hasta que, al girarse un tanto, la luz creó un juego de sombras sobre sus piernas. No había engordado, advirtió, observando la silueta que se marcaba en la cara anterior del muslo: eran los cuádriceps, que se revelaban de un modo leve pero inequívoco. ¿Cuándo había sucedido eso? Bueno, se ejercitaba a diario, pero de ahí a ganar músculo de golpe... Aunque quizá eso explicaría los dolores que la asediaban durante la noche y los inoportunos calambres a cualquier hora, pensó, mientras su mirada viajaba por el vientre, más plano de lo habitual, hacia los bíceps, que parecían haber crecido casi de un día para otro.

Satisfecha con sus conclusiones, volvió a hacer fuerza para embutirse en la prenda, pero solo consiguió que el tejido crujiese y se desgarrase por las dobles costuras donde solía esconder sus armas. Echando los brazos al cielo con un bufido, dio por amortizado su pantalón favorito y sacó de la cómoda unos leggings, que, a decir verdad, tampoco le quedaban mal, decidió, llevándose las manos a las caderas con una inusual coquetería antes de terminar de vestirse para abrir el local.

El ambiente en la taberna estaba tan animado como si se celebrase la final de una competición deportiva del máximo nivel, pensó Deathmask al franquear el umbral y encontrarse con una algarabía de gritos, aplausos y puños en alto que hacían imposible cualquier intento de conversar.

Tuvo que abrirse paso a codazos entre una multitud enfervorizada hasta dar con el epicentro de aquel terremoto doméstico: la mesa frente a la cual Kyrene, ahorcajada en una silla volteada según su costumbre, agitaba un fajo de billetes y reía a carcajadas, animando en voz alta a los presentes a retarla.

—¿A qué se supone que estáis jugando, panda de descerebrados? —preguntó el caballero al joven que estaba junto a él y que no apartaba la vista de la entusiasmada camarera.

—La jefa estaba echando un pulso contra Alexis y, no sé cómo, ha acabado organizando un "todos contra una".

—¿Perdona?

—Un torneo, los va eliminando y aumentando el valor del premio acumulado...

—¿Va usted a apostar, señor Deathmask? —preguntó otro chico, que no tendría más de dieciocho años, según su rostro aún redondeado y lleno de acné.

—¡No seas burro! ¿Cómo va a apostar? ¡No sería justo, le destrozaría el brazo sin parpadear!

—No os paséis. No pienso hacer daño a mi novia, y menos aún en su mano más hábil —les reconvino Deathmask, con aire tranquilo—. ¿Y a cuánto decís que va la apuesta?

—A diez euros. El que consiga ganarle se lleva el bote, y calculo que debe de andar ya por trescientos...

El italiano silbó, sorprendido. Kyrene siempre había sido una bocazas propensa a dejarse llevar por los desafíos, pero apostar en su propio local iba contra sus normas. ¿Y decían aquellos dos críos que había sableado a más de treinta parroquianos? Se la veía tan fresca como si acabase de empezar, exhibiendo su éxito en forma de billetes y jaleando a los clientes, que iban pasando por la mesa uno a uno para perder su dinero y dejaban tras de sí un rastro de imprecaciones, gestos de dolor y maldiciones farfulladas entre dientes, sin que ella pareciese sufrir o esforzarse lo más mínimo.

—¿Quién es el siguiente? Alexandra, ¿te animas? —interpeló a una mujer alta que estaba observando el circo que se había montado.

—¿Yo? Ni borracha, guapa. He visto cómo le has dejado la muñeca a Théo, se ha ido a meterla en hielo.

—¿Y la mano también? —se mofó la camarera— ¡Es un flojo, no me ha durado ni medio asalto! Lo siento por su pareja... Bueno, ¿hay algún valiente en la sala? ¿O damos por cerrada la competición y os vais a vuestras casitas a lloriquear por no haber sido capaces de derrotarme?

—Yo competiré contra vos, mi señora —proclamó Deathmask, llegando hasta ella y tomando asiento.

Un coro de murmullos se elevó entre los asistentes y recorrió la sala como una ráfaga de viento, dividiéndolos entre la expectación y el asombro y retrotrayéndoles a los viejos tiempos en que ella y el guerrero terminaban a escobazos cada noche.

La joven sonrió con arrogancia, dejó el dinero en un montón en el centro de la mesa y le ofreció el brazo derecho.

—Gatita, eres zurda. ¿Reamente pretendes jugar con la diestra o es que te da miedo que te inutilice la mano buena? —la provocó él.

—Mi casa, mis reglas.

—Como quieras. Pero aclaremos un par de detalles antes —propuso, uniendo su mano a la de ella, colocando el codo y bajando la voz para que los demás no le oyesen—: si gano, no solo me llevo tu dinero, sino que cerrarás la taberna y me darás placer en esta misma mesa.

Ella volvió a reír y asintió:

—De acuerdo, pero tú debes igualar lo que llevo ganado para comprar tu participación.

—¡¿Cómo?! ¿Te has vuelto loca? Con ese dineral podemos ir a Milos y reservar una playa privada...

—No olvidemos que aún me debes pasta de cuando Giorgos... No eres demasiado fiable.

—¿En serio quieres perder una extremidad funcional y sana por unas cuentas antiguas que no interesan a nadie?

—Tampoco te vengas arriba, cangrejo cobarde, hoy me siento afortunada.

—Te aprovechas porque sabes que no voy a emplearme a fondo, gatita —la reprendió él, con una mirada capaz de elevar el nivel del mar—. Ve pensando qué cosas sucias me harás, ya que tu única fortuna será tener acceso a este cuerpazo.

El pulgar de Deathmask acariciaba con suavidad el dorso de la mano de Kyrene, tan seguro de su victoria que no se inmutó cuando Alexandra les envolvió los puños con sus palmas para comprobar que estaban bien posicionados, mientras los clientes que aún tenían ganas de apostar anotaban todo a favor de él.

—¡Dama y caballero, cuando quieran!

El colmillo del italiano destelló bajo la luz de las lámparas en una mueca de suficiencia al comenzar, lenta pero inexorablemente, a llevar el brazo de su novia hacia la mesa.

—¿Tan rápido, mi amor? ¿No te apetece un ratito de preliminares? —inquirió ella, con un puchero sarcástico.

—Oye, estás fuerte... —comentó él al notar que ella ofrecía mayor resistencia de lo que había calculado en un principio.

—Pura suerte, ya te lo dije...

—Ah, ¿sí? ¿La fortuna te sonríe?

—La fortuna está enseñándome las tetas, mi amor.

—Está bien, entonces demos un buen espectáculo a tu clientela.

El guerrero soltó una risotada y aflojó para que ella recuperase terreno hasta que su dorso casi rozó la madera, arrancando de la concurrencia un grito colectivo de estupor. Uno de los espectadores, que había arriesgado su salario de un mes para votar por la camarera, se encaramó de un salto sobre la espalda de otro, chillando de emoción.

—Tranquilos, chicos, no pienso dejarme ganar; el dinero que habéis palmado me va a venir de maravilla para un par de cosas que no necesitáis saber... —aseveró él, al tiempo que regresaba a la posición de inicio.

—¿Tanto te pone la idea de hacerlo en esta mesa? —le tentó ella, pasándose la lengua por los labios.

—No vas a distraerme con tus encantos, preciosa. Debo mantenerme centrado para aplicar la energía justa y no descuajeringarte el brazo...

—Siempre tan considerado, por eso me enamoré de ti...

Kyrene no era rival para él -ni ella ni nadie en el local, eso era evidente-, por mucho que se esforzase, pero no dejaban de llamarle la atención el tesón y la fuerza con que resistía, haciendo gala de una capacidad que nunca había mostrado hasta esa noche.

—Bueno, gatita, hemos terminado de jugar —declaró, al cabo de un rato de tira y afloja, con una ojeada lasciva a sus pechos, cubiertos por una camiseta y un top de rejilla—; prepárate para darme mi premio ahora mismo.

Incrementó solo un poco la presión, acercándose al triunfo, pero, de repente, le fue imposible tumbar la mano de su oponente, que se mantenía rígida, con los ojos fijos en él y bloqueando su avance.

—No vendas mis bragas antes de quitármelas.

—Joder, ¿es que Alde te ha dado sus mierdas multivitamínicas de açai? ¿O te has dopado con algo ilegal? Llevas unos días que estás tremenda...

—Cállate y aprieta.

—Eso me dirás en un ratito...

—¡Pues gánatelo, bravucón!

No se hizo de rogar. Le preocupaba lesionarla, pero la idea de montárselo en el local y que todos supiesen que los desalojaban por ese motivo era demasiado divertida y excitante como para dejarla pasar, así que fue subiendo el nivel con cuidado, sorprendido ante el aguante de su adversaria, que, aunque no conseguía contratacar como para ganarle, le plantaba cara con ahínco. De hecho, le dificultó la intentona durante un par de minutos que a todos se les hicieron interminables, obligándole a empujar con aún más potencia para vencer finalmente, entre alaridos de alegría de quienes se habían animado a apostar por él y el llanto histérico y cuajado de hipidos acongojados del incauto que había ligado su sueldo al destino de ella.

Deathmask recogió el dinero con una sonrisa y se vanaglorió de su triunfo con sendos puñados de billetes en las manos como un boxeador en el ring, mientras Kyrene se inclinaba con sorna ante él para reconocer su derrota.

—¡Bueno, bueno, y ahora todos fuera! ¡La jefa y yo tenemos un asunto que discutir ya mismo! ¡Aire, que en la calle se está mejor! —les conminó, haciendo aspavientos para sacarles del local— Vosotros también, Nikos: no es un espectáculo apto para críos.

La camarera esperó hasta que se quedaron solos y atrancó la puerta de entrada, apoyándose en ella y dirigiéndole una mirada anhelante al tiempo que se aproximaba con un contoneo de cadera.

—¿En la mesa, decías?

—Donde sea, joder, pero ahora mismo.

La tomó por la cintura y la sentó en el destartalado mueble, cuyas patas crujieron por la repentina carga.

—La vamos a romper...

—No sería la primera que te reparo... Bésame, anda —exigió, lanzando los billetes hacia el techo con un destello de su cosmos y riendo al verlos revolotear a su alrededor.

*Quod erat demonstratum es una locución latina que significa "que era lo que se quería demostrar"; es la traducción aproximada de ὅπερ ἔδει δεῖξαι (transcrito: hóper édei deĩxai), una frase utilizada por matemáticos griegos antiguos como Arquímedes y Euclides. Por eso en el texto dejo la contestación de Kyrene en griego, a pesar de que se sobreentiende que es el idioma en el que ambos se comunican habitualmente si no especifico lo contrario.

Gracias por estar ahí. ¿Romperán la mesa Deathmask y Kyrene? ¿En qué se gastará él el dinero que le ha sableado?

El capítulo de mañana se titula "No te estás drogando" y en él, Deathmask meterá la pata hasta la ingle:

—Desde hace unos días corres como una lanzadera, te has puesto más fuerte y apareces de repente con los ojos opacos, igual que si estuvieses colocada. Te he preguntado varias veces a qué se debe y no me respondes, así que he registrado tu armario y al menos tengo la tranquilidad de que no te estás metiendo mierda. 

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