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33. Un bebé, una boda

—Entonces, ¿te gustó Irlanda? ¿Os vinieron bien mis sugerencias de lugares para visitar? —preguntó Afrodita, cuya habilidad para la papiroflexia parecía haberse incrementado en los tiempos recientes, a juzgar por la sofisticada torre que estaba construyendo con apenas media docena de servilletas.

—¡Muchísimo! Todo el viaje fue perfecto... Y, la verdad, nunca había pasado tanto tiempo a solas con Death; ha sido increíble, como...

—¿Como una luna de miel? —inquirió con malicia el caballero, sonrojándola.

—¿Qué? ¡No! ¡Ni mucho menos! Solo me refería a que ha sido agradable poder estar con él sin tener que preocuparnos de la taberna ni de sus guardias o misiones...

—¡Ah, claro! Vivir pensando solo en comer, dormir y tener sexo... ¿Como en una luna de miel, quizá?

—¡Afrodita, en serio! ¡Como en unas simples vacaciones!

—Vale, sigue contándome. ¿Qué tal el oeste? ¿Visitasteis los acantilados de Moher?

—¡Oh, sí! ¡Son maravillosos! Estábamos tan entusiasmados que Death se empeñó en acampar y pasar la noche allí en plan clandestino... ¡Menos mal que no nos pillaron!

—Menos mal, sí, o vuestra luna de miel habría terminado en comisaría...

—¡Que dejes de llamarlo "luna de miel"! —exclamó ella, exasperada— Hemos hecho como ochocientas fotos, ¿quieres que te torture enseñándotelas?

—¡No! ¡Por Atenea, eso sería crueldad absoluta! —bromeó él, fingiendo desesperarse con un gesto cómico— Pero no me importaría que me pusieras otro Martini...

—Solo si prometes no volver a decir eso.

—Trato hecho, venga.

—Entonces, ¡marchando un Martini con dos aceitunas para mi amigo el guapo!

El caballero de Piscis observó sin dejar de doblar el minúsculo pedazo de papel los gestos ágiles con que ella preparaba la bebida, pero lo que más le llamaba la atención no eran sus hombros descubiertos o sus caderas enfundadas en pantalones encerados, sino la gran sonrisa que no se había apagado ni un instante desde que la saludó en la puerta. Era evidente que el viaje había sido un éxito, de acuerdo con los planes de Shion, pensó Afrodita, sonriendo a su vez: Kyrene y Deathmask estaban felices, relajados y de nuevo integrados en la apacible y a veces tediosa vida de Rodorio, como debía ser.

—Aquí tienes. Y cuéntame, ¿qué has hecho de interesante estas semanas? —dijo ella, tendiéndole la copa y acodándose frente a él para dar un trago a su zumo de tomate.

—No te sientes todavía, cariño, creo que tienes que atender a otro cliente... —replicó el sueco con un guiño.

Kyrene se volvió en el mismo momento en que Deathmask, vestido con vaqueros oscuros y una camiseta blanca que resaltaba su bronceado, se acercaba a ellos tras hacer su entrada triunfal.

—Buenas noches, pececito. Gatita... —saludó, rozando teatralmente la mano de la chica con los labios.

—Crustáceo... —le siguió la broma su compañero, con la copa levantada hacia él.

—Mirad, el hombre más sexy de Europa en mi taberna... —le lisonjeó ella, con una mirada de absoluto arrobamiento.

—No he venido a flirtear, señora. Mi chica es muy celosa y no quiero que me corte... la nariz —bromeó él al tomarla por el mentón para besarla—. Tendrá usted que conformarse con admirar el paisaje. ¿Qué se bebe hoy?

Ella soltó una carcajada y le sirvió una jarra con presteza. Los clientes comenzaban a llegar, lo cual significaba que tenía que encargarse de las comandas que sus camareros le dejaban sobre la barra.

—Voy a ayudar a Eugenia y vuelvo, ¿de acuerdo?

—A tu aire, gatita. Dita me entretendrá y ahuyentará a las valientes que intenten acosarme en tu ausencia.

—No sufras, ni siquiera te verán mientras estés sentado a mi lado —presumió el otro, echándose el cabello hacia atrás.

Kyrene puso los ojos en blanco y se marchó a atender pedidos, dejando a solas a los dos caballeros, que no tardaron en entablar conversación.

—Parece que las vacaciones os han sentado bien, amigo. ¡Y gracias por los regalos!

—Sí, reconozco que Shion estaba en lo cierto: necesitábamos despejarnos unos días fuera de Rodorio. Ahora tengo la sensación de que Kyrene ha podido pasar definitivamente la página después de todo lo que sucedió con Keelan...

—No debió de serle fácil afrontar aquello sin poder contarte la verdad —concordó Afrodita, comenzando a plegar la enésima servilleta.

—Supongo que no. Bueno, ¿y qué ha pasado por aquí en nuestra ausencia? Milo me ha dicho que te enviaron a Suiza...

—¿Durante vuestra luna de miel, dices? —musitó traviesamente el custodio de Piscis.

—¿Luna de...? ¿Qué dices, pirado? —exclamó Deathmask al tiempo que se giraba para asegurarse de que Kyrene no estaba cerca.

Su compañero se echó a reír con ganas:

—¡Por Zeus, Death! ¡Si te vieras la cara! ¡Te has puesto blanco! Es una pasada lo mucho que tenéis en común ...

Deathmask le hizo callar con un siseo y se inclinó como si fuese a confesarle un crimen, con un aire de misterio que hizo que el hermoso rostro de Afrodita se iluminase ante la perspectiva de escuchar algún secreto desconocido para el resto del mundo.

—No es eso, es que... verás, aún no se lo he dado, pero cuando estuvimos en Galway le compré un...

—¡Kyrene! ¿Estás bien?

La atención de Afrodita, que estaba enfocada por completo en las palabras de Deathmask, se vio desviada de repente hacia el brusco estruendo de cristal y metal que acababa de producirse tras la barra.

Con expresión desorientada, observada por cincuenta pares de pupilas y rodeada de vasos rotos y líquidos cuyos colores comenzaban a mezclarse sobre el entarimado, ella asintió, sin hacerles mucho caso. Usando solo la mano derecha, recogió la bandeja y algunos pedazos de vidrio y limpió el charco en silencio, sin prestar atención a Deathmask, que se le acercaba desde el otro extremo del mostrador, sorprendido por su extraña apatía y su mirada ausente:

—¿Te ocurre algo, gatita?

La práctica totalidad de los presentes seguía pendiente de ella, ya que el hecho de que la jefa dejase caer una bandeja cargada con una decena de consumiciones era algo inédito.

—Sí, yo... no sé, he sentido un calambre en el brazo y se me ha quedado sin fuerza, como muerto... —atinó a explicar, barriendo los pequeños fragmentos.

El caballero de Cáncer frunció el ceño, preocupado.

—Te ha fallado igual que esta mañana, cuando estabas poniendo la mesa...

—Algo parecido, aunque entonces no rompí nada —admitió ella, con una sonrisa avergonzada.

—Convendría que te viese el médico.

—Death, no voy a ir al médico solo por un brazo dormido...

—No es solo eso. Tienes los ojos sin brillo, como si estuvieses muy cansada, a pesar de que duermes más que nunca.

—Quizá sea muscular. ¿Has hecho algún esfuerzo raro últimamente? Quiero decir, aparte de pasar el día aguantando a este —intervino el duodécimo guardián, que se había aproximado con intención de ayudar.

—¿Esfuerzos...? No, no creo... me habrá dado un tirón haciendo ejercicio... no es nada importante: mirad, ya lo muevo bien. Voy a preparar esto otra vez, disculpadme —se excusó ella antes de volver al trabajo.

Los dos amigos se encogieron de hombros y ocuparon de nuevo sus asientos; Afrodita aprovechó para retomar la conversación en el punto donde la habían dejado, impaciente por escuchar la historia completa, mientras el italiano vigilaba de reojo a su novia por si volvía a encontrarse mal:

—Bueno, estabas contándome que le has comprado un anillo a Kyrene y vas a proponerle matrimonio, ¿no?

Deathmask abrió la boca, pasmado:

—¡¿Qué?! ¡Dita, yo no he dicho en ningún momento las palabras "anillo" ni "matrimonio"! ¿De dónde sacas eso?

—Ya, claro, ¿qué otra cosa podrías comprarle que no quisieras mencionar en voz alta en un bar lleno de gente, bobo? —rio el sueco.

El otro alzó una ceja, con una sonrisa arrogante.

—¿En serio? ¿Te hago una lista? Empezando por un laxante, pomada para las hemorroides, un vibrador, condones de sabores o cualquier otra cosa relacionada con la escatología o el sexo...

—¿A quién intentas engañar? ¡Si fuese eso, lo dirías a voz en grito para cabrearla! Es un anillo, no me líes.

—Eh... ¡Bueno, sí, supongo que tienes razón! ¡Vale, le he comprado un anillo!

El entusiasmo de Afrodita se desbordó en cuanto vio confirmadas sus sospechas:

—¡Sí! ¡Maravilloso! ¡Vamos a ir de boda! ¿Ya has pedido permiso al Patriarca? ¿Será una celebración clásica? Preferiría ir de traje; la armadura es incómoda para el baile que habrá después, pero la ceremonia es muy épica... Yo seré uno de tus testigos, claro... ¿Y los otros tres? Milo, Saga y Shura, ¿no?

—Eh, eh, que te estás embalando...

—Bueno, tal vez Kyrene opte por el rito ortodoxo... No, ella no cree en ese dios y además respeta a Atenea como todo el mundo aquí... —el caballero de Piscis se acarició el mentón, organizando en su mente el evento del siglo— Bueno, por lo que la conozco, la imagino más casándose en un juzgado, en la intimidad y por lo civil, ¿verdad? No le van los alardes...

—Dita, que no le he dicho nada aún... —susurró Deathmask entre dientes, controlando la barra con el rabillo del ojo.

—El caso es que estaría guapa vestida de novia. Aunque eso del color blanco y la pureza sería irónico en vuestro caso...

—¡Para, que nos va a oír...!

—¿Y dónde viviréis? ¿Arriba, en su casa? No creo que a Shion le haga gracia que se mude a tu templo, pero claro, tendrás que seguir con tu trabajo...

—Dita, pero si no voy a...

—¿Que no vas a seguir...? ¡Por los dioses! ¿Vas a desertar por amor? —Afrodita se llevó ambas manos a la boca, abierta hasta formar una "o" perfecta.

—¡Dita! ¿Qué coño dices? ¡Baja a la realidad! ¡Ni siquiera voy a pedirle que nos casemos...! Solo quiero tener un gesto con ella, algo que le demuestre que voy en serio...

Afrodita recuperó la compostura, hizo un mohín de decepción y se echó hacia atrás con los brazos cruzados.

—Ah, vale, entonces no vas a proponerle nada.

—En este momento, no. No me parece adecuado.

—¿Y cuándo es adecuado, según tú?

—Joder, Dita, te ofendes como si te lo fuese a pedir a ti... No llevamos ni un año juntos, no quiero agobiarla con cosas raras.

—No me ofendo, es solo que ya me había hecho a la idea de verte sentar la cabeza.

—¡Pues me da que te vas a quedar con las ganas...!

—¿Que te vas a quedar con ganas de qué, Afrodita? —preguntó Kyrene, que volvía junto a ellos.

—De veros casados —respondió el aludido, con total franqueza.

La chica pareció sorprenderse durante una décima de segundo, pero se repuso con rapidez y se echó a reír, parafraseando la mentira con la que Deathmask había inaugurado su estancia en Irlanda:

—Oh, ¿no te lo ha contado Death? Nos casamos en secreto en Dublín por el rito católico, en honor a sus raíces italianas.

—¡Mentira! ¡No seríais capaces de dejarme fuera de algo así! —se escandalizó Afrodita, con la mano sobre el corazón.

—¡Claro que no! Solo te estoy vacilando. No nos casaremos hasta que nazca el bebé. ¿Verdad, mi amor? —dijo ella, inclinándose sobre la barra para besar la punta de la nariz de Deathmask.

—¡Exacto! Formalizaremos nuestra unión y presentaremos ante los dioses a nuestro retoño concebido en Irlanda, todo en una única fiesta. Algo sencillo, sin lujos...

—¿Queréis dejar de decir tonterías? ¡Los dos! —exigió el sueco mientras Kyrene les servía una segunda ronda, partida de risa.

Deathmask sonrió y dio un trago a su vaso, levantándolo hacia ella con aire guasón como si le dedicase un brindis. La joven le dirigió una expresiva mirada y les dejó una vez más para atender la llamada de Eugenia. Él la retuvo apenas una décima de segundo, tomándola de la mano, antes de soltarla. Claro que pensaba pedírselo, en algún momento... pero bajo ningún concepto permitiría que fuese Afrodita el primero en enterarse.

Si has llegado hasta aquí, gracias de corazón. Por leer, por votar, por comentar y por animarme a continuar. En el capítulo de mañana, Deathmask percibirá un par de detalles nuevos y extraños en Kyrene que le van a mosquear bastante... Y ya sabemos lo pesado que puede llegar a ser el cangrejo cuando quiere saber algo, ¿verdad?

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