32. Adiós, Eire
Deathmask podía ir de gañán, prepotente y bravucón inaguantable, pero cuando quería era el más detallista de los hombres que Kyrene había conocido, pensó ella en cuanto supo qué había tramado para la etapa final del viaje.
Apenas ciento veinte kilómetros de carretera separaban Longford de Dublín, una breve distancia que ella contaba con recorrer en coche durante algunos días antes de volver a Grecia; sin embargo, Deathmask la llevó primero a la oficina de alquiler de vehículos, donde se despidieron del práctico utilitario que les había permitido acampar por todo el país para disfrutar de sus profundas noches estrelladas, y después a un punto concreto junto al río Shannon para desvelarle con cierta petulancia el último hallazgo de aquellas vacaciones:
—Gatita, prepárate para lo inesperado: ¡vamos a volver a Dublín en nuestro propio barco por el Royal Canal! —exclamó, señalando una barcaza desde cuya cubierta les saludaba una pareja sonriente.
—¡Bienvenidos al Anam Cara! —dijo la mujer cuando subieron, al tiempo que les estrechaba las manos afablemente.
—Anam Cara... "amigo del alma" —tradujo Kyrene en un murmullo.
—Oh, ¿hablas irlandés? No es muy común que los turistas lo entiendan...
—Yo... no, qué va... ha sido una intuición —respondió ella.
—Por lo general, el trayecto se hace a la inversa, desde Dublín y vuelta, pero tu novio insistió en comenzar aquí, por eso hemos venido a traeros la embarcación. ¿Quién va a ser el capitán? —preguntó el joven, que había estado callado hasta ese instante.
Deathmask levantó la mano con tanto ímpetu que golpeó a Kyrene con el codo sin advertirlo.
—¡Yo, yo! ¡Perdona, nena! ¿Te he hecho daño?
—No, pero relájate, anda...
—Entonces, ¿se encargará ella de abrir las esclusas?
—¡Claro que sí! ¡Mírala! Tiene la fuerza de un toro, o de dos cabras enfadadas —rio el caballero, apretándole los bíceps con aire bromista.
—Está bien, vamos a enseñaros el interior para que dejéis el equipaje y os explicaremos cómo funciona todo.
Apenas tres horas más tarde, Deathmask y Kyrene estaban preparados para navegar el Royal Canal. Él guiaba la barcaza y ella descendía en cada esclusa, vaciaba o llenaba la cámara -según fuese necesario-, abría y, una vez él había hecho pasar la casa flotante, cerraba. Parando para disfrutar de los tranquilos paisajes entre localidades o para cenar en algún pub, durmiendo en el acogedor camarote y contemplando el firmamento, dejaron que los días finales de su escapada transcurriesen en aquella bucólica calma hasta llegar a Dublín.
Emplearon su última mañana en Irlanda para devolver la embarcación, despedirse del país y pasear sin dirección hasta que llegó el momento de prepararse para tomar el avión. A pesar de algunas punzadas de nostalgia anticipada, era hora de reencontrarse con la vida que habían dejado en Rodorio, tras varias semanas de evasión sin atender a nada que no fuesen ellos mismos, así que, reacios a pagar una fortuna por la mediocre comida del aeropuerto, buscaron un lugar tranquilo en el que cenar temprano, ojeando las fotografías del viaje entre risas antes de tomar un taxi.
—Gracias por convencerme para venir, Death. Estas han sido mis primeras vacaciones; me habría perdido un viaje increíble por mi miedo a volar... —admitió ella, metiéndole un rollo de rosbif en la boca a traición.
—Mmmmphfff... —el caballero masticó como pudo y tragó— ¿Ves como merecía la pena darle una oportunidad al "ataúd volante"? —hizo unas comillas con los dedos para enfatizar su broma— Además, no te preocupes: prometo no dormirme durante el trayecto, para protegerte.
—Ya, y yo prometo raparme la cabeza si cumples eso —ironizó ella, de buen humor, mientras ordenaba el montón de polaroids.
—¿Por qué esa falta de confianza en mi palabra, gatita?
—Llámalo intuición, o llámalo experiencia...
Llegaron al aeropuerto con tiempo suficiente para pasar unos minutos mirando los aviones que despegaban antes de que su vuelo fuese anunciado en las pantallas informativas, momento en el cual se encaminaron hacia la puerta de embarque. Hicieron cola junto a los demás pasajeros para entrar en la aeronave y Deathmask buscó sus asientos, teniendo la precaución de dejar a Kyrene junto al pasillo y de bloquear con un golpe subrepticio la butaca que le quedaba delante, de modo que su ocupante no pudiera molestarla reclinándose. Ella, sin percatarse de la maniobra, le ayudó a subir su equipaje al compartimento superior, se sentó y le apoyó la cabeza en el hombro con un suspiro, contemplando a través de la ventanilla las luces nocturnas mientras preparaban todo para el despegue. Podía ver algunos técnicos ultimando detalles, el edificio principal y el trasiego de vehículos cargados de maletas yendo y viniendo en una secuencia sin final.
Advirtió entonces el cuervo posado en el ala del avión: un ave soberbia, cubierta por un plumaje de un negro tan profundo que parecía engullir la luz, cuyos iris casi rojizos daban la impresión de observarla solo a ella. ¿Qué hacía allí y cómo había escapado a los concienzudos cetreros del aeropuerto? Kyrene sintió que la boca se le secaba sin motivo y un escalofrío le recorrió la columna desde la base hasta la nuca. Intrigada, extendió el brazo para mostrárselo a Deathmask, que ya se había colocado los auriculares y hojeaba un libro, tratando de recordar en qué página había dejado la lectura:
—Oye, Death, ¿es normal que haya pájaros aquí, en plena pista?
—¿Pájaros...? ¿Dónde?
—Ahí mismo, mira...
El ave parecía sostenerles la mirada en un desafío mudo que se alargó hasta que, por fin, desplegó sus hermosas alas oscuras y echó a volar, abriendo el pico en un graznido que ellos no pudieron oír.
—No, no lo es. Para eso tienen halcones adiestrados, seguro que uno lo ha visto y lo ha ahuyentado...
—Está bien... Ahora creo que voy a cerrar los ojos un momento mientras esto se pone en marcha... —dijo ella plácidamente, buscando una postura más cómoda.
—Espera, ¿que tú vas a qué...?
El caballero no terminaba de creerse que fuese capaz de dormir en el avión, pero ella bostezó, le asió el bíceps y cayó en apenas treinta segundos, ronroneando a ratos durante las cuatro horas de vuelo. No se movió ni despertó hasta que él la avisó de que estaban a punto de tomar tierra en Atenas, complacido al ver que, de alguna manera, había superado su fobia.
—Eh, gatita, espabila... ¿O debería llamarte "lirón" a partir de ahora? Menuda siesta te has pegado, no te has enterado ni de las turbulencias... —dijo, al tiempo que la ayudaba a ajustarse el cinturón de seguridad.
—¿Qué...? ¿Me he quedado traspuesta?
—Bueno, yo más bien diría inconsciente, pero sí, algo así... Si estás muy cansada, podemos dormir aquí y mañana volvemos temprano a Rodorio. ¿Qué te parece?
—Eso estaría muy bien, todavía tengo sueño...
Avanzamos despacio hacia un problema serio, como expliqué en la sinopsis de esta segunda parte. Pero antes de eso, todavía nos quedan algunos capítulos más ligeros para divertirnos con la relación entre estos dos. El de mañana se titula "Un bebé, una boda" y aquí os dejo un extracto:
—Oh, ¿no te lo ha contado Death? Nos casamos en secreto en Dublín por el rito católico, en honor a sus raíces italianas.
—¡Mentira! ¡No seríais capaces de dejarme fuera de algo así! —se escandalizó Afrodita, con la mano sobre el corazón.
—¡Claro que no! Solo te estoy vacilando. No nos casaremos hasta que nazca el bebé. ¿Verdad, mi amor? —dijo ella, inclinándose sobre la barra para besar la punta de la nariz de Deathmask.
—¡Exacto! Formalizaremos nuestra unión y presentaremos ante los dioses a nuestro retoño concebido en Irlanda, todo en una única fiesta. Algo sencillo, sin lujos...
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