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31. Un desvío inexplicable

Gracias a dos tazas de café y una ducha, Kyrene ya estaba despierta y lista para continuar el viaje cuando Deathmask regresó a la habitación con la diminuta caja forrada en satén oculta en el bolsillo de la sudadera.

—He visto en el espejo tu nota avisando de que te ibas. Es todo un detalle, pero ¿era necesario escribirla en el reverso de una foto mía durmiendo?

—Era de vital importancia, gatita, pero si no te ha gustado, la próxima puedo garabateártela en la frente —dijo él, aguantándose la risa al besarla—. ¿Has descansado?

—Ah, sí... Estaba agotada, pero ahora ya tengo energía para llevarte hasta Castlebar.

—¿Cenamos por el camino?

—Claro, como quieras.

La exploración de Castlebar y sus alrededores comenzó temprano al día siguiente, con una caminata de casi ocho kilómetros hacia Turlough para visitar el Museo de la Vida en el Campo, desde cuyo primer piso contemplaron el cementerio y su espectacular torre defensiva, construida mil años antes. Después, tomaron un tentempié en la cafetería, pasearon de nuevo hasta la pequeña ciudad y recorrieron el Camino de las Esculturas y sus principales calles en busca de un restaurante en el que encargaron comida para llevar con intención de llegar al parque nacional de Ballycroy a tiempo para ver el anochecer en una de las visitas guiadas y acampar.

Continuaban dirigiéndose al este día tras día, lo cual les permitió conocer los campos neolíticos de piedras de Céide y comer junto al mar en Inniscrone, en playas tan idílicas que arribaron a Sligo demasiado tarde para ser admitidos en ningún hotel o casa de huéspedes.

—Otra noche al raso...

—Más dinero para comer mañana, entonces.

—¡Esa es la actitud! Nos conseguiremos una habitación con vistas, y cuando digo "habitación" quiero decir "nuestro coche".

Tras un rato de búsqueda, dieron con un emplazamiento en las afueras en el cual aparcar para desplegar la tienda de techo, congratulándose por poder ver desde allí el río Unshin. La humedad ambiental incrementaba la sensación de frío, pero un grueso jersey y los brazos de Deathmask en torno a su cuerpo ayudaban a Kyrene a mantener la temperatura mientras, sentada entre sus piernas, le narraba leyendas relacionadas con el paisaje que tenían frente a ellos.

—¿Cómo sabes tanto sobre folklore irlandés, gatita? —indagó él, mientras enrollaba en sus dedos un mechón de la larga cabellera castaña de la chica.

Kyrene tardó unos segundos en responder, pensativa, con la cabeza apoyada en el pecho del caballero. Ahora que lo mencionaba, lo cierto era que no recordaba con claridad de dónde había sacado aquellos datos.

—Creo... que lo leí en el libro que me dejó aquella recepcionista —respondió, tirando del cuello del jersey para cubrirse el mentón.

—Vaya, parece que alguien va a sacar sobresalientes por docenas el próximo curso...

Cuando Deathmask abrió los ojos a la mañana siguiente, Kyrene ya había recogido todo y le esperaba vestida, con el termo lleno de café caliente, el pelo húmedo y la vista fija en la rumorosa corriente del Unshin.

—Buenos días, guapo. ¿Has soñado con sirenas? —preguntó, girándose cuando percibió movimiento a su espalda.

—¿Qué? —todavía adormilado, extendió el brazo para aceptar la taza que ella le ofrecía— ¿Desde cuándo estás despierta?

—Desde antes del amanecer... ¡He ido a bañarme al río y luego he bajado a la ciudad y te he traído el desayuno, mira! —proclamó alegremente.

Deathmask dio un trago al café y se frotó los ojos para espabilarse sin terminar de entender lo que acababa de oír.

—Espera, gatita: ¿te has bañado en el río sola? Suena peligroso...

Ella rio, sentada sobre la hierba, mientras terminaba de disponer bollos y fruta fresca en platos de metal.

—¿Peligroso? ¡No, en absoluto! Más bien ha sido divertido... Tenía unas agujetas tremendas que no me dejaban descansar, así que me he quitado la ropa y me he metido en agua helada casi a oscuras en pelota picada... ¡Me he quedado nueva! ¡Ven, prueba este panecillo! Lleva tanta mantequilla que noto cómo me sube el colesterol solo con olerlo...

El caballero se puso un jersey sobre su ligera camiseta, le besó la frente y se sentó a su lado, chasqueando la lengua en señal de desacuerdo.

—Bueno, no es que me queje de que mi chica me prepare el desayuno... Pero ten cuidado. Los ríos son lugares traicioneros.

—La señora de la cafetería dice que hay un pub llamado "Shoot the Crows" donde ponen música tradicional y unas pintas deliciosas. ¿Quieres que vayamos esta noche? —sugirió Kyrene, en un cambio de tema que él aceptó de buen grado.

—Sí, después de subir a Knockarea para visitar la tumba de la reina de las hadas. Podemos comer un bocadillo allí, ¿te apetece?

—Según el folleto, son las vistas las más bonitas del mundo, así que yo digo "sí".

Salieron de Sligo ese mismo día al atardecer en dirección a Longford, de la cual les separaban algo menos de cien kilómetros. Como era habitual, Kyrene conducía y Deathmask interpretaba el mapa y señalaba a uno y otro lado del camino los puntos de interés en los cuales merecía la pena detenerse hasta que la noche cayó sobre ellos, obligándoles a elegir entre dormir o continuar el trayecto.

—¿Quieres seguir un poco más, gatita?

—Sí, estoy despejada. Descansa y te aviso cuando lleguemos.

Agotado tras caminar todo el día, el italiano había dado una cabezada durante lo que creyó que era un instante. Sin embargo, cuando despertó, sobresaltado al no sentir el ruido del motor, el desconcierto se apoderó de él.

El silencio y las tinieblas envolvían todo. Estaban parados en medio de ningún lugar, fuera de la carretera principal. Bueno, sería más correcto decir que estaba parado, ya que el asiento del conductor se hallaba vacío, aunque las llaves seguían en el contacto. ¿Qué narices...? Parpadeó varias veces hasta que un borrón rojizo fue perfilándose ante él: el titilante reloj digital del salpicadero marcaba las cuatro de la madrugada. En teoría, deberían haber llegado a Longford hacía horas... Pero lo más preocupante era la ausencia de Kyrene. ¿Le habría ocurrido algo?

Se precipitó fuera del vehículo, inquieto, y miró en todas direcciones tratando de no alarmarse demasiado. Seguramente le habrían entrado ganas de ir al baño y estaría haciendo sus cosas oculta tras un arbusto; sí, eso era, se dijo a sí mismo, entrando un momento en el coche para coger las llaves y la linterna de la guantera.

—¡Kyrene! Nena, ¿dónde estás? —exclamó, colocando ambas manos junto a la boca para proyectar mejor la voz.

Mierda. Si al menos fuese una amazona, la localizaría usando su cosmos: podría saber si le hacía falta un pedazo de papel para limpiarse, si se había caído en un pozo, o si... Pero no, estaba bien. Tenía que estarlo. Él se habría enterado de inmediato de haber percibido cualquier peligro, o si ella hubiese gritado...

—¡Kyrene, joder! ¡Si es una broma, no tiene gracia!

Miró hacia el cielo para situarse. La falta de carteles no le permitía saber en qué carretera se encontraba, pero al menos la posición de las estrellas le indicaba con claridad que no se habían desviado demasiado de su camino. Eso era una buena señal.

Encendió la linterna, que chisporroteó como si le diese pereza hacer su trabajo, y la golpeó un par de veces para obtener un chorro fijo de luz que hizo girar a su alrededor, concentrado en buscar algún rastro. Fue trazando círculos concéntricos en torno al coche, alejándose un poco más cada vez, sin éxito. Mierda, de nuevo. Tenía que dar con ella. Kyrene podía ser del tipo de persona que necesitaba espacio, pero marcharse sin más no era su estilo; algo debía de haberla forzado a salir sola, alguien se la habría llevado... No, imposible. Lo más urgente era dejar de pensar sandeces y encontrarla. No conseguiría nada dejando que su cabeza fuese por libre.

Siguió moviéndose en espiral y luchando contra su preocupación y, por fin, su perseverancia se vio recompensada a unos trescientos metros del vehículo con unas débiles huellas de botas que le hicieron bendecir las habituales lluvias que mantenían el suelo lo bastante blando como para marcarlo al caminar. Digiriendo la mezcla de alivio e incertidumbre que le invadía, siguió la pista durante casi cuatro kilómetros y localizó a Kyrene, que caminaba con el aire ausente de una sonámbula, tiritando y calada hasta las rodillas.

—¡Kyrene Angelopoulou! ¡Joder, menudo susto me has dado! ¿Estás bien?

La chica no pareció oírle y continuó andando, apartando con gesto casi robótico una rama para no rasguñarse la cara.

—¡Angelopoulou! ¿Es que te has dado un golpe en la cabeza? —corrió hacia ella, la sujetó por los codos y la zarandeó para espabilarla— ¡Eh! ¿Qué te ocurre? ¡Te estoy hablando!

Ella tardó todavía unos segundos en volver en sí, mirándole con extrañeza al advertir dónde se encontraban:

—Death... ¿por qué me has traído aquí? Esto no es Longford...

—¿Qué cojones...? ¿Estás pirada, gatita? Me quedé dormido y cuando desperté te habías ido de excursión... Y tú no eres de las que deja notas —le recriminó, abrazándola contra su pecho para disimular el temblor de sus propias manos.

—Yo... estaba conduciendo, pero... espera, creo que... iba por la N4, y de repente... me desvié por la N61 hacia... tenía que ir a un sitio, una...

Pero no pudo terminar: se desmayó como un juguete sin batería y su cuerpo, convertido en un peso muerto, recayó en el de Deathmask, que la sostuvo estrechándola con más fuerza.

—¿Se puede saber qué pasa, Ky...?

La examinó a la luz de la linterna: estaba pálida, tenía la piel fría por la caminata y su respiración era débil. Con cuidado, elevó su cosmos lo mínimo para volver rápidamente al coche, la depositó en el asiento del copiloto cubierta por una manta y reclinó el respaldo, dejándola casi tumbada. Mirándola de reojo a cada instante, arrancó el motor, encendió el GPS y consiguió orientarse para regresar a la vía correcta y reanudar su viaje interrumpido, sin entender qué había podido suceder. Al parecer, se habían desviado hacia el suroeste y habían perdido un par de horas de sus vidas, pero lo único que le importaba en aquel momento era asegurarse de que ella estuviese bien. Llegaría al hotel, conseguiría ejecutar su reserva -pese al retraso- explicándoles que habían tenido un percance y después la vigilaría para decidir si era necesario llevarla al hospital.

Pero... ¿por qué habían terminado en mitad de la noche perdidos en aquel lugar? ¿A dónde pretendía ir Kyrene?

A diferencia de Deathmask, cuyas ojeras delataban que no había dormido por cuidar de ella, Kyrene no volvió en sí hasta las diez de la mañana. Despertó de buen humor y se giró para abrazar al hombre, pero él la tomó por el mentón y la observó, con semblante serio.

—¿Qué fue lo de anoche, gatita? ¿Estás enferma? —preguntó, sinceramente preocupado.

—Anoche... ¿no lo he soñado, entonces?

—Si te refieres a montártelo con Mu y Shaka, lo has soñado. Si hablas de tu escapadita de hace unas horas por el campo, eso ha sido de verdad.

Ella le miró con ojos brillantes y aire contrito. Daba la impresión de estar arrepentida.

—Death, perdona... de verdad que no sé qué pasó... no consigo recordar por qué tomé el desvío.

—¿Y qué hacías caminando por el bosque como un zombi?

—Tampoco lo recuerdo... es como si necesitase algo que había allí, pero a la vez todavía no era el momento...

—Gatita, no entiendo nada de lo que dices...

—Lo sé. Ni yo misma lo entiendo.

—¿Pero te encuentras bien?

—Perfectamente.

—Es la segunda vez que te escapas y luego lo olvidas. Si sigues así, a la vuelta iremos a que te hagan un chequeo completo.

—Te juro que estoy de maravilla. Siento haberte hecho pasarlo mal.

—Bueno, entonces invítame a desayunar para compensarme por esta historia y luego te daré una sorpresa que te va a dejar alucinada.

—¿En serio? ¡Qué bien! —se entusiasmó ella.

—No te alegres todavía. Podrían ser diez palillos bajo las uñas en venganza y te los merecerías todos. Ni se te ocurra volver a darme un susto de estos.

¿Dónde quería ir Kyrene y por qué no consigue recordarlo? ¿Qué sorpresa va a darle Deathmask? ¿Va a seguir dándole mucha matraca subliminal para que se lo monte con sus compañeros? ¿Sabe ella lo que ocurre o le está mintiendo?

Mañana, "Adiós, Eire". 

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