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3. La de Shura es enorme y maciza


El sol acababa de ponerse cuando Kyrene franqueó por primera vez en su vida las majestuosas puertas del Santuario, tras exponer el motivo de su presencia allí a los dos centinelas que las custodiaban. Estos consultaron la siempre breve lista de visitas autorizadas, en la cual solo figuraba su nombre esa tarde, y le permitieron el paso, manteniendo el semblante impertérrito aunque la camarera del principal antro de Rodorio no les era en absoluto desconocida.

La joven elevó la vista, conteniendo el aliento durante unos segundos al contemplar la monumental perspectiva de las doce casas unidas por la interminable escalinata de sillares de piedra desgastados por el paso de los siglos. A pesar de estar acostumbrada a vivir entre ruinas y monumentos, aquello resultaba mucho más sobrecogedor que la mismísima Acrópolis; no en vano todavía era la morada de una diosa...

Deathmask la esperaba unos metros más allá, al pie del primer tramo de escaleras, vestido al estilo tradicional, con pantalones de lino, túnica con cordones en el pecho y calzado de cuero atado a los tobillos. Sonrió al verla acercarse, tanto por la alegría del reencuentro como por el contraste entre las apariencias de ambos: ella llevaba sus viejos vaqueros grises con desgarrones en muslos y rodillas, un top negro calado y deportivas con cuña, y su cabello estaba peinado en dos trenzas holandesas a las que, sin duda, él sabría sacar partido en cuanto se quedasen a solas.

—Estaba deseando que llegaras, gatita —admitió, sujetándola por la cintura ante la mirada envidiosa de los guardianes y depositando un largo y cálido beso en sus labios.

—¿Y esta ropa? Te ves muy bien, como todo un ciudadano griego respetable... ¡de hace tres siglos! —bromeó ella mientras embocaban la larga hilera de peldaños que les llevaría a Aries.

—Para estar por aquí y para entrenar solemos vestirnos así. Ya sabes lo que nos gustan las cosas antiguas en Rodorio...

—También a mí me gusta esta antigualla —rio ella, pellizcándole el trasero con una mueca divertida.

Mu de Aries se asomó a la entrada de su templo cuando Deathmask pidió el protocolario permiso para pasar por él, saludando con la mano:

—¡Eh, Kyrene! ¡Tiempo sin verte! ¡Ya dejan entrar a cualquiera en el Santuario!

—¡No me delates! He noqueado a los guardias y me he colado para robar el casco del patriarca...

—¿Si te lo restauro vamos a medias con las ganancias? ¡No me vendría mal un poco de dinero extra!

—¡Dejad el latrocinio para otro día, aún queda camino hasta mi casa y tengo hambre! —les interrumpió Deathmask, en su línea habitual; parecía tener prisa por continuar la caminata.

—¡Bueno, te veo el sábado, que bajaré a tomar algo con los chicos...!

—Claro, Mu, siempre eres bienvenido.

Frente a Tauro se encontraron con Aldebarán y Shura, que charlaban con tranquilidad tras pasar la tarde entrenando:

—¡Pareja! —gritó Aldebarán, siempre simpático, con la larga melena recogida en una cola de caballo— ¿Se puede saber a dónde vais?

—¡A profanar el templo de Cáncer! —respondió Deathmask—¿Acaso te extraña?

—¡En absoluto! Me habría sorprendido si dijeses que ibais a leer la palabra de la diosa o algo así... —se la devolvió el brasileño entre carcajadas.

Kyrene sonrió y les saludó con un gesto de la cabeza, en total silencio. Lo cierto era que la apariencia física de Aldebarán era innegablemente atractiva, con su pecho atlético y sus rotundas piernas, firmes como columnas, pero a ella le resultaba imposible apartar los ojos de Shura, cuya ropa sudada se pegaba a su cuerpo delineando cada músculo con una definición casi obscena. El joven llevaba una pequeña toalla de mano con la que se estaba secando la frente y el pelo y parecía evitarla, con el rostro algo girado hacia el lado opuesto.

Aldebarán y Deathmask intercambiaron algunas bromas más hasta que el primero se retiró a su templo, no sin antes sugerirles planes de cena grupal para alguna otra noche, que su compañero prometió tener en cuenta.

—¿Subes a Capricornio, Shurita? —preguntó al español, que se mantenía a una distancia prudencial, cuando reanudaron la marcha.

—Sí, claro, quiero darme una buena ducha, que estoy hecho un asco.

—Creo que Kyrene diría que estás perfecto... ¿verdad, gatita?

—Eh... sí, sí... —respondió ella, aturullada.

—¿No te apuntas a cenar con nosotros? Kyrene ha amenazado con cocinar, pero he conseguido disuadirla ofreciéndole barra libre de sexo al terminar de comer y no me vendría mal un poco de ayuda...

—¡Death! ¿Te reventaría la cabeza por dejar de decir gilipolleces un ratito? —se quejó ella, propinándole un codazo en el costado mientras él se aseguraba entre risotadas de que no había nadie en Géminis a quien pedir paso.

—Otro día, quizá —se disculpó Shura, que caminaba junto a Deathmask—. Voy a tomar algo con Afrodita, Aioria y Marin.

—Tú te lo pierdes, amigo. Pero estoy seguro de que te pasarás la noche pensando en nosotros... —auguró el italiano al despedirse en la entrada de la casa de Cáncer.

Visto de cerca, el templo resultaba aún más impresionante que desde el tejado de la taberna: recorrido por un magnífico peristilo de sobrias columnas, su entrada estaba orientada al este, según la clásica costumbre griega, para que los primeros rayos de sol de la mañana iluminasen la estatua de Atenea que presidía la cela. Nada, en principio, que pudiese relacionar con los tétricos rumores que circulaban por el pueblo y que el mismísimo Deathmask le había confirmado durante su primera cita: no había caras en las paredes, no se oían aullidos sobrenaturales y no olía a muerte y putrefacción, lo cual, en el fondo, era un alivio.

De la mano de su inquilino, Kyrene entró y se detuvo un momento ante la efigie de la diosa, esculpida en pálido mármol, que la representaba con un simple peplo, el brazo extendido hacia el oferente y una compasiva sonrisa en los labios.

—¡Si la mía te gusta, tendrías que ver la de Shura! Es enorme y maciza, con todos los atributos de... —comenzó Deathmask.

—¡Death! ¿Es que no vas a dejar el tema, pedazo de cerdo? —se escandalizó la chica.

—Pero ¿de qué hablas, impía pervertida? ¡Me refiero a esta maravillosa obra de arte! Es todo un espectáculo, ¿verdad? Shion decidió que para mí sería más inspiradora una Atenea pacifista y misericordiosa; no veía claro eso de hacerme saludar cada mañana a la diosa de la guerra, ya intuía que lo mío son las interpretaciones libres... —bromeó, acariciándole los nudillos— Anda, vamos a casa.

La guio a través de la nave hasta la zona sur del templo, donde una sobria puerta de piedra maciza daba acceso al área privada del custodio, y giró el picaporte, invitándola a entrar con una ligera nalgada. Kyrene se descalzó e hizo un gesto de aprobación al contemplar por fin el lugar donde su pareja vivía, sorprendida ante el orden reinante, que contrastaba con su propia e irremediable desorganización.

—Sé lo que estás pensando, princesa. Te alucina que todo esté tan limpio y bien colocado, ¿verdad? Porque tú eres un poquito desastrosa... En cambio, yo soy un maniático y, además, cada día pasan a hacernos la limpieza.

—Así ya podrás, sinvergüenza...

—Una de las ventajas de arriesgar el culo por la humanidad, ¿no te parece? ¡La esperanza de vida en mi gremio no llega a los cuarenta! ¡No querrás que desperdicie mis mejores años limpiando el inodoro!

La chica asintió, conforme con el argumento, y continuó observando a su alrededor: un sencillo recibidor conectaba con la estancia principal, un espacio abierto de unos cincuenta metros cuadrados formado por el salón y una cocina simple pero funcional. Ni un solo adorno en las paredes, exceptuando un gran póster de "La dolce vita" y dos estanterías abarrotadas de libros, mapas y discos de vinilo. Satisfecha su curiosidad, dejó la mochila en uno de los taburetes que flanqueaban la isla que dividía ambas zonas y la abrió para extraer su contenido.

—¿Al final sí que has cocinado? —preguntó él, acercándose por detrás y tomándola de las caderas.

—Solo he traído unos aperitivos, no te preocupes. Reconozco tu superioridad en la cocina, la organización doméstica y el baile. ¡Ah! ¡Y tu intuición casi adivinatoria! —rio ella, brindando el cuello a los besos que el caballero comenzaba a depositar en él.

—¡Me halagas! Está bien, entonces yo reconozco tu maestría para mezclar bebedizos y para combinar distintos tonos de negro en la ropa, tu inteligencia y tu exquisito gusto para los hombres. Y ahora, siéntate, que voy a mimarte sin pedir nada a cambio salvo una sobrehumana sesión de sexo.

Kyrene obedeció, mirando cómo él se afanaba en coronar la ensalada con las aceitunas negras y el queso feta que ella había llevado, ultimar una deliciosa sopa de pescado y sacar del horno un hojaldre relleno. El caballero se movía con eficacia, como si estuviese habituado a agasajar invitados cada noche, y no tardó en disponer todos los platos y fuentes sobre la amplia superficie, esperando por parte de ella un cumplido que no se hizo esperar:

—Dioses, Death, no sé cómo lo haces, pero todo lo que cocinas tiene una pinta increíble...

—Me gusta que estés bien alimentada, gatita.

—Es curioso que te pongas tan paternal conmigo, cuando todavía tienes que pedir permiso para traer amiguitas a casa... —se mofó ella, cortando el hojaldre en porciones— No lleva cebolla, ¿verdad?

—No, no lleva. ¡Y no te pases de lista, que he conseguido que te dejen quedarte a dormir...! Mañana tendrás el raro privilegio de ser escoltada por tu espectacular novio hasta la entrada mientras avistas a todos los caballeros y amazonas dirigiéndose a la arena para entrenar. Es posible que te quedes bizca de ver tanta hipertrofia muscular junta...

—Me da igual. No creo que ese paisaje sea mejor que el que tengo delante ahora —respondió ella, zalamera, mientras le introducía entre los labios un trozo de comida.

—¿Ves como tienes un gusto excelente? —reiteró él, dándole a probar a su vez.

—Mmmh, esto está riquísimo, cocinas tan bien que saldría contigo aunque fueses horroroso y no se te levantase... —bromeó Kyrene, después de paladear el bocado entre exagerados ruidos de placer.

—Eso lo tengo claro, gatita; pero, por suerte para ti, soy un adonis y tengo un buen ariete. Venga, prueba la ensalada.

Después de la cena, ella se ofreció a recoger, aduciendo que era lo mínimo que podía hacer para agradecerle la invitación. El caballero estuvo de acuerdo y aprovechó para ir sirviendo el postre y palmearle el trasero cada vez que pasaba por su lado cargada con las fuentes y platos vacíos.

—Ahora ve al sofá, que te llevo una delicia —propuso, agachado frente al congelador.

Ella terminó de colocar el menaje en la pila y se sentó sobre la gastada tapicería azul marino, que debía de llevar allí por lo menos un cuarto de siglo, a la vista de su diseño. Desde luego, no desentonaba del viejo televisor, del reproductor de VHS y del tocadiscos, también fabricados con total seguridad antes de la llegada del euro; lo único reciente era el lector de DVD que ella le había regalado en Navidad, advirtió, recogiendo las piernas debajo del cuerpo y sonriendo a Deathmask, que se acercaba con sendos cuencos llenos de helado y decorados con frutos rojos y barquillos.

—Y de nuevo, sé lo que estás pensando, gatita: todo en mi casa tiene más años que nosotros dos juntos, pero espera a ver el dormitorio... —comentó al sentarse junto a ella y pasarle uno de los recipientes— Te garantizo que gritarás en éxtasis mirando el techo como si fuese la capilla Sixtina y eso que no hay frescos ni molduras... Helado de yogur con cerezas y arándanos, a ver qué te parece...

—Ahora te diré qué prefiero, si tu helado o tu cama... —le guiñó el ojo antes de meter la cuchara en el postre— ¡Oh, está de muerte...!

—¡Claro que lo está, lo he hecho yo! Y ahora, elige una película antes de ponernos a bajar estas calorías.

Bueno, no pensaba poner notas al final de los capítulos salvo para aclarar términos en otros idiomas, pero me gusta decir tonterías, así que ahí voy: muchas gracias por leerme, por dejar una estrellita y por comentar. Baby Yisas os ama mucho.

¿Creéis que Kyrene tendrá ovarios para montárselo con Shura delante de Deathmask? ¿Y Shura, se atreverá, o dirá que mejor en otra vida? El próximo capítulo se titula "Roncas y odias dormir solo" y quizá sí, quizá no... resolvamos el misterio.

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