26. Sidecar
El amanecer sorprendió a Deathmask solo en la cama. Desconcertado, se apartó el desordenado flequillo de la frente y miró a ambos lados hasta encontrar a Kyrene, que yacía atravesada en un butacón, apenas cubierta por una manta cuyo extremo pendía hasta el suelo.
—Eh, gatita, ¿estás bien? ¿Por qué te has ido de la cama? ¿Ocupo demasiado espacio? —preguntó, arrodillándose frente a ella y despertándola con unas caricias en las mejillas.
La joven abrió los ojos y pareció sobresaltarse hasta recordar dónde estaba.
—Buenos días... No, nada de eso... Me costaba dormir y me senté aquí a leer un rato.
—Podrías haberme avisado si necesitabas hablar o pedirme alguno de mis servicios especiales... —dijo Deathmask, con un guiño, mientras le pasaba el pulgar por la comisura para limpiarle un hilillo de saliva.
—No quería molestarte, se te veía muy a gusto...
Él recogió del suelo un libro que debía de haberse caído de la mano de Kyrene cuando se rindió al sueño y miró la portada con curiosidad.
—"Mitología irlandesa y su importancia en el mundo celta"... ¿de dónde lo has sacado?
—Estaba tan desvelada que bajé a la recepción un momento y me lo prestó la chica que atendía el mostrador. Dijo que un huésped lo había dejado olvidado hace años.
—Parece interesante... Aunque si te hizo dormir, debe de ser un buen ladrillo —bromeó él, hojeándolo—. ¿No ibas a matricularte en una asignatura sobre rituales y creencias? Seguro que te resulta útil para estudiar...
Kyrene asintió. Sabía que si le confesaba que seguía pensando en la viejecita chalada de la taberna él le diría que no tenía importancia y, a pesar de que estaba segura de que así era, la escena regresaba a su cabeza una y otra vez para atormentarla con su falta de significado. Y tampoco serviría de nada si le explicaba que, desde hacía algunas noches, la asediaba una pesadilla en la que un cuervo la observaba posado sobre su vientre hasta que despertaba conteniendo un grito. Se incorporó con lentitud para doblar la manta, admirando la musculatura del hombre que tenía delante, y se quitó la camiseta que le había robado para usarla como pijama.
—Ahora quiero estudiarte a ti. ¿Nos da tiempo antes de ir a desayunar?
—Si nos lo proponemos, seguro que podemos conseguir un orgasmo para cada uno en tres minutos, pero la pregunta es: ¿te gustará tanto como cuando nos pasamos un par de horas retozando? —replicó él, apoyando la cara entre sus pechos y aspirando su olor.
—No lo sabremos si no lo probamos...
Kinsale parecía haber sido construido para lucirse en las postales que los turistas enviaban a sus familiares y amigos, a causa de los vivos colores de las fachadas y el entusiasmo de sus gentes a la hora de convencer a los paseantes de que parasen en alguno de los abundantes restaurantes a degustar el pescado recién traído del mar.
Fieles al ritmo tranquilo con el que habían decidido viajar, Kyrene y Deathmask comenzaron el día con una visita guiada por Charles Fort, una de las dos impresionantes fortalezas del pueblo, haciendo fotografías y gozando de la agradable brisa a pesar de la gran cantidad de subidas y bajadas del trayecto. Recorrieron el perímetro amurallado en forma de estrella junto al resto del grupo escuchando las explicaciones del experto y contemplaron tomados de la mano el faro que presidía el acantilado, conocido como "Old Head of Kinsale", cuya silueta se desdibujaba entre la bruma.
—¿Quieres ir a verlo? —propuso él, enlazándola desde atrás y frotándole los brazos, cuya piel estaba erizada por el viento.
—¿El faro? Sí, estaría muy bien. ¿Crees que desde allí se divisará esta punta de la fortaleza?
—Como una mujer muy sabia me dijo justo antes de empezar a abusar de mi cuerpo, "no lo sabremos si no lo probamos"... —respondió socarronamente mientras se acercaban a la salida con los demás.
Kyrene iba a doblar la esquina en dirección al lugar donde había conseguido estacionar el coche, pero él tiró con suavidad de ella hacia un pequeño establecimiento de fachada turquesa coronado por un llamativo letrero bermellón que rezaba "bike rental".
—Espera, Death... ¿Ahí pone "alquiler de bicicletas"? Yo no...
—Lo sé, gatita, crees que tu sentido del equilibrio no te permite ir sobre dos ruedas, pero yo tengo la solución a ese problema.
—Si estás pensando en un tándem, no creo que sea buena idea.
—¡Ah, venga! ¡Déjate llevar por una vez, en sentido literal! —exclamó él, entrando en el local y apuntándole con el dedo— Dame un momento, anda.
Tres minutos después, reapareció acompañado por el dueño -un treintañero bronceado por el sol con el cabello recogido en una larga trenza- para examinar la fila de bicicletas que esperaban ser alquiladas hasta detenerse frente a la más extraña que Kyrene había visto en su vida.
—Aquí tienes, amigo —declaró, risueño—: mi mejor sidecar, para que tu novia vaya como una reina en su carroza.
La griega observó con suspicacia la combinación de bicicleta y cápsula que tenía delante.
—¿Qué te parece, nena? ¡No tienes que conducir ni pedalear! ¡Yo te llevo!
—Son casi diecinueve kilómetros... —dudó ella.
—De ida, y otros tantos de vuelta, ¿y? ¿Has visto estas piernas? —se vanaglorió él, golpeándose los muslos, envueltos en unos vaqueros desgastados— Podría llevarte hasta Galway si fuese necesario. ¡Monta, vamos!
—Pero ¿este trasto es seguro?
Él se echó a reír y tradujo la pregunta al encargado, que hizo repiquetear los nudillos sobre la carrocería del sidecar, muy convencido:
—¡Fibra de carbono de la mejor calidad! No habrá ningún problema. Te garantizo que volverás entera, ¡siempre y cuando no os caigáis por un acantilado!
Deathmask le ofreció la mano para ayudarla a subir en un gesto tan galante como innecesario que, no obstante, ella aceptó, sentándose y agarrando con fuerza su mochila.
—No es un avión, no tienes nada que temer. ¡Confía en mí, Kyrene, por la diosa!
—Está bien, pero como hagas cualquier cosa rara, te juro que te soltaré una patada donde más pueda dolerte...
—¡Si me das ahí, tus noches serán mucho más aburridas! —rio él, entregándole la cámara de fotos para iniciar la marcha hacia el faro.
Habiendo establecido en Cork su cuartel general para aquella parte del viaje, permanecieron en la ciudad y sus alrededores un par de días más conociendo la gastronomía del mercado cubierto, las atracciones relacionadas con el Titanic del puerto de Cobh y las sorpresas que escondían las aldeas cercanas, antes de salir hacia el próximo destino por el camino de la costa, siempre rumbo al oeste del país.
Añadían kilómetros y paradas improvisadas a un trayecto de por sí rico en ocasiones para perderse, deteniéndose en lugares que les llamaban la atención, fotografiando paisajes o comiendo un bocadillo en cualquier recodo, amparados por las frondosas copas de los árboles que flanqueaban la carretera hasta llegar a Bantry.
A pesar de la insistencia de Deathmask, Kyrene vetó la idea de colarse sin permiso en la señorial Bantry House para ver sus antigüedades, argumentando que había que respetar la privacidad de sus residentes y su decisión de no organizar visitas en verano. A cambio, pasaron todo un día en los jardines de la isla de Garnish, condujeron hasta las playas de Allihies y, por fin, se encaminaron al parque de Gleninchaquin, iniciando un recorrido por el mítico anillo de Kerry sin limitarse a las sugerencias de las guías de viaje: desde el círculo de piedras de Uragh, donde se tomaron las típicas instantáneas fingiendo sujetar los megalitos, bordearon la costa por Kenmare, Caherdaniel y Waterville y disfrutaron cada noche de la negritud de la reserva internacional de cielo oscuro de Kerry, en la cual, se aseguraba, se veía el firmamento tan lleno de estrellas como en la antigüedad.
—Me muero de ganas de dormir aquí contigo, gatita, al aire libre —dijo Deathmask en cuanto llegaron a Ballinskelligs, parada oficial de la reserva y punto de encuentro de los turistas que optaban por contratar visitas organizadas.
—¿Quieres que vayamos con un grupo? —preguntó ella, señalando el tablón informativo que detallaba el horario de los paseos con guía.
—Lo haremos si te apetece, pero preferiría seguir mostrándote yo mismo las constelaciones... —sugirió él, en alusión a las pequeñas lecciones de astronomía con las que la ayudaba a abandonarse al sueño— Deja que me luzca haciéndome el intelectual, anda.
—No diré que no, siempre y cuando mañana pasemos por Skellig Michael. Aquí dice que en esa isla hay un monasterio y que se ven todo tipo de aves, focas grises y tortugas laúd...
—Claro, gatita. Dormiremos donde nos dé la gana, como a nosotros nos gusta, y cuando amanezca tomaremos el ferry hacia allá y fingiremos ser personas decentes escuchando las historietas de los guías.
Tras una larga caminata al atardecer, esperaron a quedarse a solas para abrir la tienda de techo, listos para improvisar una cena con algunas conservas y panes. Llevaban varias jornadas acampando de forma ilegal y Kyrene ya se había acostumbrado a la imponente sensación de no tener nada salvo el cielo sobre sus cabezas. Al principio había sufrido cierta ansiedad al recordar los años que vivió en la calle, robando y huyendo, pero era consciente de que gran parte de la paz que ahora experimentaba al contemplar el firmamento nocturno se debía al hombre que la estaba rodeando con sus fuertes brazos en aquel momento.
A pesar de la mágica belleza de aquella extensión infinita tachonada de estrellas, que les tentaba a modificar su itinerario para quedarse unos días más por allí, retomaron la marcha en dirección al interior hasta Clonkeen, en el condado de Kerry. La idea era pernoctar allí varias jornadas para desplazarse con comodidad al parque nacional de Killarney, el resto del anillo de Kerry y todos los puntos de interés cercanos a la zona, considerada la más mágica y misteriosa de Irlanda.
—Aún no puedo creer que el patriarca no te meta prisa para volver. ¿Se supone que puede prescindir de ti sin problemas? —preguntó Kyrene, con la boca llena del chocolate que Deathmask acababa de embutirle aprovechando que ella llevaba ambas manos en el volante.
El caballero asintió, sin tomar a mal la pregunta:
—Bueno, tiene otros diez ineptos para suplirme. Supongo que alguno hará algo bien...
Ella se echó a reír ante su arrogancia y le dirigió una rápida ojeada, fascinada por el modo en que el sol del atardecer imprimía destellos violáceos en sus ojos.
—Mírame el plano, por favor... —comenzó, siendo enseguida interrumpida por un comentario jocoso:
—¡No lo tienes plano!
—...que no estoy segura de cuál es nuestra salida —remató, sin poder disimular una risilla.
—Es justo la próxima, nena. Un día dejaré de hacerte bromas sucias y tu vida se volverá gris y sin salsa...
—Aún no tengo claro si Clonkeen es un pueblo, un barrio o el nombre de la casa donde vamos a dormir —dijo ella, tomando el desvío e ignorando la última amenaza.
—¿Qué más da, gatita? Mientras nos pongan buena comida y la cama sea mullida, estaremos bien.
—En eso tienes razón. Mira, debe de ser ahí, ¿no?
Él sacó de la guantera los documentos de reserva y asintió, examinándolos a la luz mortecina del interior del habitáculo. En efecto, se hallaban ante la pintoresca residencia de los O'Flaherty, un matrimonio de mediana edad que alquilaba un amplio dormitorio en la planta superior y cuyos huéspedes se deshacían en elogios hacia ellos, según las reseñas que habían tenido ocasión de leer durante la preparación del viaje.
Kyrene situó el coche junto a la verja que rodeaba la propiedad, frente al jardín, y robó un bombón del regazo de Deathmask antes de salir para estirarse con un gran bostezo.
—No estás descansando estos días, gatita. ¿Te ocurre algo?
Ella se volvió hacia el joven, que estaba sacando del maletero su sucinto equipaje, y negó:
—Serán los nervios por estar fuera de Grecia... Pero no te preocupes, te avisaré si veo que no puedo conducir.
—No me preocupa tener que conducir, sino que tú estés bien —afirmó él, cargando las mochilas y cruzando el césped hasta la puerta de la casa.
Una dama de cabello oscuro y ojos grises les esperaba en el dintel, saludándoles con el brazo en alto.
—¡Paddy! ¡Paddy, ya están aquí los chicos! —proclamó alegremente.
—No les llames "los chicos", ¡ni que fuesen hijos nuestros! —rezongó un hombre canoso que llevaba varios periódicos doblados en los brazos.
—Buenas tardes, señores O'Flaherty —comenzó Deathmask, con una sonrisa angelical—. Esperamos no llegar demasiado tarde; hemos hecho varias paradas para admirar los paisajes.
El matrimonio le miró; ella le devolvió la mueca con afabilidad y él frunció el ceño, pero, a pesar de su apariencia severa, para el perspicaz italiano era evidente que el señor O'Flaherty estaba contento de tener alguien con quien compartir una buena charla.
—Llegáis justo a tiempo para cenar —declaró ella, invitándoles a entrar—; os hemos preparado sopa y empanada y estoy segura de que no probaréis nada más rico en vuestra vida.
Deathmask se apartó para ceder el paso a Kyrene, pero ella no estaba a su lado. Dando media vuelta, oteó a su alrededor hasta localizarla en el extremo opuesto del jardín, agachada bajo un robusto roble. Junto a ella, un brioso setter rojizo se dejaba acariciar, deleitándose con las atenciones que le prodigaba y lamiéndole las mejillas como si llevasen toda una vida juntos. La chica elevó el rostro hacia las tres figuras que destacaban a contraluz en el umbral, con los ojos húmedos, y se mordió el labio en un gesto de alegría y nostalgia:
—¿Has visto, mi amor? ¡Tienen un perro!
En breve comienza el salseo, queridas lectoras, queridos lectores (sí, sé que hay algún chico por ahí disfrutando con el lemon a chorrón que os he colado para engancharos o para hartaros, depende de cada uno). Recordad: habrá violencia y temas escabrosos de todo tipo, así que si seguís leyendo es bajo vuestra responsabilidad.
Una lectora me preguntó ayer por las fotos con las que estoy ilustrando algunas partes: son de los lugares por los que Deathmask y Kyrene van pasando en su viaje, para que os hagáis una idea de cómo es cada parte del camino.
Dicho esto, el próximo capítulo se titula "Un primer plano inolvidable" y aquí tenéis un mini-spoiler de por qué se titula así:
—¡Oye, tú, exhibicionista! ¡Ponte algo por encima o mi mujer me obligará a apuntarme al gimnasio! ¡Puedo contarte los abdominales desde aquí y también lo que tienes más abajo!
¡Gracias por estar ahí y hasta mañana!
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