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24. El diablo vuelve a Castletown


Siguiendo los consejos de Declan, el lunes por la mañana, después de un frugal desayuno consistente en café y tostadas, la pareja se despidió de Conaire y emprendió el camino hacia la catedral de Santa Brígida, pese a los intentos de Deathmask por redirigir la excursión hacia una cafetería donde completar la primera comida del día.

—Me preocupa que dediquemos tanto tiempo a ver iglesias cuando podríamos estar deambulando a la deriva en busca de los sídhe, gatita... —comentó antes de adentrarse en la sede religiosa.

—Mi hombre prefiere ver haditas juguetonas en vez de santos dolientes... —rio ella, llevándole del brazo.

—¿Y quién no? ¡No puedes culparme por preferir a Campanilla antes que a un tipo moribundo en una cruz!

—¡Shhhh! ¡No digas esas cosas o nos echarán por sacrílegos!

Tras una hora larga de paseo por la catedral y sus alrededores, dieron por terminada la sesión cultural y se dirigieron al hipódromo, donde apostaron en varias carreras, arrastrados por el fervoroso ambiente que allí se respiraba. Ante la falta de acuerdo acerca de en qué caballo depositar su dinero, Kyrene optó por "Blackbelly", que partía como favorito, y Deathmask se jugó diez veces más que ella por la victoria de "Brainbow Dash", un animal delgado y tranquilo que no debía de estar entre los predilectos ni de su propia madre.

—Death, ¿estás apostando por ese caballo solo porque se llama casi igual que uno de los ponis de esa serie que ves?

—Exactamente, gatita. Él y su jinete se han ganado mi corazón y mi cartera con ese inteligente guiño y ese juego de palabras. ¡Mucho mejor nombre que el del tuyo...!

—¿Te das cuenta de que vas a perder estrepitosamente y de que necesitamos ese dinero para continuar el viaje?

El caballero la miró con una ceja enarcada y una sonrisa tan seductora como irritante:

—¿Te das cuenta tú de que vamos a sacar tanta pasta que podremos comprarnos una caja de palillos mondadientes de oro macizo?

Ella hizo rodar los ojos, consciente de que nada de lo que dijese haría a Deathmask cambiar de planes, cualesquiera que fuesen, y esperó a que la carrera comenzase, pero el clima a su alrededor era de un entusiasmo tan absoluto, con el público exaltado animando a gritos a sus candidatos, que no pudo evitar contagiarse de su alegría y asir el brazo del italiano con fuerza.

—Ahora lo ves... Y ahora no lo ves —murmuró él en su oído, rodeándole la cintura a la vez que apuntaba con su índice derecho a Brainbow Dash.

El caballo pareció acelerar de repente a una velocidad imposible para sus esbeltas patas, sobrepasó a todos sus contrincantes y se puso en cabeza con tal agilidad que la griega soltó una exclamación de asombro mientras la concurrencia estallaba en un escándalo de vítores, abucheos, aplausos y exagerados gestos, mostrando su júbilo o su disgusto por el resultado.

—¡Death...! ¿Has visto eso?

—Sí, princesa: mi caballito acaba de follarse al tuyo y a todos los demás sin despeinarse.

—¡Espera! ¡Esto es cosa tuya!

—Shhhh, nena, recoge tu mandíbula del suelo y vamos a cobrar nuestras ganancias. Olvida lo que dije de la cafetería, a partir de ahora comeremos en los sitios más pijos que podamos encontrar, nos quejaremos de todo y degustaremos el postre con los pies sobre la mesa exhibiendo nuestros palillos como dos auténticos paletos...

Kyrene se echó a reír, dejándose llevar por el regocijo con el que Deathmask contaba los billetes que el cajero les había entregado, pero no tuvo valor para volver a hablar hasta que estuvieron lejos del recinto.

—Dime la verdad. ¿Le hiciste algo al caballo?

—¿Acaso me consideras un tramposo? ¡Me ofende!

—Ya sabes que sí: el tramposo más guapo de este hemisferio —le lisonjeó ella, tomándole de la mano.

—Bueno, quizá sí que haya ayudado un poquito de nada al inútil de Brainbow... Pero es que me dolía en el corazón ver a un caballito tan flojo desperdiciar un nombre tan ingenioso... Apenas le empujé unos metros...

—¡Pero, Death...! —se alarmó Kyrene— ¿Y si alguien ha grabado la carrera y ve que el caballo hace cosas raras... que desaparece y reaparece más adelante?

—¡No seas aguafiestas, gatita! Si eso pasa, enviará el vídeo a uno de esos programas de sucesos paranormales y el presentador dirá que es un misterio irresoluble... Pero para entonces, tú y yo estaremos fundiéndonos la pasta como dos nuevos ricos —replicó él.

Kyrene no pudo refutar la aplastante lógica de Deathmask: ni sus argumentos ni su paciencia eran suficientes, así que le besó la mejilla y condujo de vuelta a la residencia de los Cahill, donde Conaire les esperaba dando los toques finales al prometido solomillo, tan contento como si cocinase una cena navideña.

—No sabía si vendríais, temía que ese se escaquease para no preparar el risotto —dijo, señalando a Deathmask.

—No nos lo habríamos perdido por nada, Conaire —respondió Kyrene, lista para poner la mesa.

—Y yo siempre cumplo mis promesas, así que dame un delantal y preparaos para disfrutar de la orgía que vuestras papilas gustativas y mi arroz van a montar en vuestras bocas —se jactó el caballero de Cáncer—. Haré de más para que esas tres decepciones que tienes por hijos cenen y luego nos volveremos a la dulce vida de turistas.

El almuerzo fue agradable pero breve, para no robar demasiado tiempo a las excursiones de la tarde. Kyrene y Deathmask se libraron de recoger la cocina y se despidieron agradeciendo la deliciosa carne antes de volver al coche.

—¿Te das cuenta de que hemos organizado este día en torno a un solomillo? Estamos metiéndonos el doble de kilómetros solo por no hacerle un feo a Conaire...

—¿Y qué dice eso de nosotros, gatita? El pobre viejo iba a comerse todo ese manjar sin ayuda, no podíamos consentirlo.

—Bueno —reflexionó ella, con la vista en la carretera—, de mí dice que pasé mucha hambre en la adolescencia; y de ti, que en el fondo eres un hombre de familia.

Por fin, llegaron a la mansión Castletown, la mayor casa de campo de Irlanda, de la cual les maravilló tanto el espectacular camino de acceso como cada detalle que les explicaba la guía, una dama de mediana edad y cabello muy corto con conocimientos tan profundos que parecía haber nacido en la propia vivienda. La visita incluía un recorrido por diversas estancias con explicaciones acerca de la historia del edificio, invitados ilustres y remodelaciones posteriores, temas en cuyo desarrollo la señora no escatimó, para deleite de todos los presentes.

—¡Oiga, por favor! —la voz de uno de los turistas que formaban parte del grupo se dejó oír al pasar por un salón en el que podía verse un gran espejo roto— ¿Es esta la sala donde se apareció el diablo?

Todos los presentes quedaron en silencio esperando la respuesta de la guía, que sonrió complacida ante una nueva ocasión de demostrar su sapiencia.

—Así es: fíjense en que no solo el espejo está partido; también la chimenea sufrió en aquel extraño incidente —sus palabras fueron recibidas con un coro de "ooohs" y "aaahs" y ella esperó hasta que el rumor se disipó para continuar hablando, encantada con la expectación que acababa de generar—. La leyenda cuenta que Tom Connolly, hijo del fundador de esta casa, invitó a cenar a un desconocido, tras heredar la propiedad en 1758. Nada indicaba que hubiese algo extraño en él; sus modales y su conversación eran adecuados y corteses. Sin embargo, cuando se le animó a quitarse las botas para calentarse los pies junto al fuego, el señor Connolly vio con horror que, en vez de dedos, sus piernas terminaban en dos horribles pezuñas... ¡Entonces comprendió que había ofrecido su hospitalidad al demonio en persona! —la dama se santiguó, en un gesto que fue imitado por gran parte de los que la escuchaban, incluido Deathmask, tan teatral como burlón.

—¿Y qué pasó después? —quiso saber el joven que había dado pie a la explicación.

—El señor Connolly tuvo que echar mano de toda su diplomacia para salir del salón sin levantar las sospechas del engendro y fue a buscar a un sacerdote, el cual quebró el espejo intentando ahuyentarle.

—¿Y la chimenea...?

—La chimenea la rompió el mismísimo diablo en su huida —pronunció la guía, en un tono bajo y misterioso—. Por eso jamás se reparó: para dejar constancia de que Satanás adopta las formas más variadas y nunca se puede bajar la guardia...

Otro coro de murmullos se elevó entre la concurrencia en señal de asombro y respeto. Deathmask asintió vigorosamente, con su brazo en torno a los hombros de Kyrene, y apuntó al hueco de la chimenea:

—Señora, quizá su historia me haya impresionado demasiado, pero juraría que eso se está moviendo... —su dedo señalaba el atizador, una herramienta alargada de oscuro metal macizo que había comenzado a temblar, golpeando los ladrillos con un tintineo.

Su novia se volvió hacia él, dudando entre asestarle una colleja o seguirle el juego.

—¡Santo dios del cielo! ¡Es cierto! —exclamó una de las visitantes, persignándose enseguida.

—Pero... ¿qué? ¡Un poltergeist! —gritó otro, listo para grabar la escena con su teléfono.

—Mierda, Death, para ya... —farfulló Kyrene sin mover los labios ni reírse— Al final la vas a liar...

—¡No puedo creerlo! —jadeó la guía— ¡Es imposible!

Eppur si muove... —sonrió el caballero.

—¡Esto solo puede ser cosa del Maligno! ¡La visita ha finalizado!

El grupo de turistas, encabezado por la experta, se dirigió a toda prisa hacia la salida dejando al fondo a la pareja, que disimulaba la carcajada como mejor podía.

—Voy a matarte, Death, estas cosas se avisan... ¡Menudo día llevas!

—¡Vamos, gatita! La tentación era demasiado fuerte... Tú habrías hecho lo mismo en mi lugar, de haber podido...

—¡Eso es lo de menos, joder! —incapaz de aguantar más, Kyrene rompió a reír mientras intentaba regañarle— ¿No se supone que no debéis usar vuestros poderes para vuestro beneficio personal?

—Oh, claro, pero una cosa es la teoría y otra muy distinta su aplicación práctica... ¿O crees que el joven león nunca ha utilizado sus técnicas para encendernos una barbacoa en el campo?

—¿Aioria...? —preguntó ella, sorprendida.

—¡Incluso Camus, ahí donde le ves con esa cara de síndrome de Möbius, es un as preparando cubitos de hielo en las fiestas!

—¡Estáis todos mal de la cabeza! ¡No sé cómo os aguanta Shion!

—Ssssh, continúa disimulando o Satanás te arreará con ese atizador en el culete... —la reconvino él a su vez, enlazando su cintura para dejar el edificio.

—Entonces, ¿vais directos para Waterford ahora, chicos?

Deathmask y Kyrene habían recogido el equipaje y sus pertenencias con tiempo suficiente para proseguir su viaje, con intención de llegar a la siguiente parada antes de que la noche cayese sobre ellos.

—Sí, Conaire. Dormiremos allí y pasaremos el día visitando la zona.

—Está bien. Tomad esto, de parte de todos nosotros.

El dueño de la casa les tendió un paquete pulcramente envuelto con papel de estraza que Deathmask se llevó enseguida a la nariz.

—¡Conaire! ¿Más tarta de manzana? ¡Voy a tener que trotar hasta Waterford para neutralizar esta bomba calórica!

—¡Desde luego, si no la compartes sí que irás trotando! —exigió Kyrene, aspirando a su vez el delicioso aroma.

Después de despedirse de la peculiar familia Cahill, la pareja volvió al coche para recorrer los ciento treinta kilómetros que separaban Kildare de su destino. Kyrene conducía sin prisa, disfrutando de los frondosos paisajes que iban atravesando mientras Deathmask seleccionaba emisoras, tomaba una foto tras otra e improvisaba temas de conversación con los que mantenerla entretenida.

—Te gustaría hacer la ruta en bicicleta por la costa, ¿verdad? —comentó ella unos kilómetros antes de arribar, con un deje de culpabilidad en la voz— Lamento no saber montar...

—¿Cómo que no sabes montar, gatita? ¡Tengo aquí mismo una pelvis casi luxada que atestigua lo contrario!

La chica rompió a reír, recuperando el buen humor.

—¡En bicicleta! Vi tu cara cuando leíamos aquel folleto, se notaba lo mucho que te apetecía... Me supo mal decirte que no podía ser.

El caballero desprecintó un paquete de chicles, tomó uno y le metió otro en la boca a ella, con una sonrisa despreocupada.

—¿En serio? No me molesta lo más mínimo ir en coche, nena. Tiene muchas ventajas: me llevas tú mientras hago el vago, elijo la música, podemos dormir al raso...

—¿Seguro?

—¡Seguro!

Dando el tema por resuelto, Kyrene asintió y volvió a concentrarse en la conducción hasta agotar la distancia restante. Ante sus ojos se extendía el hermoso paisaje del atardecer rojizo sobre la primera ciudad fundada en el país, repleta de restos de la herencia vikinga, que ellos recorrerían durante dos días.

—Aquí está, mi amor: ¡Waterford, "la intacta"! —dijo ella, en alusión al lema histórico de la localidad.

—¿Ya hemos llegado? ¡Qué bien nos has traído! Y el hotel tiene muy buena pinta...

—Estoy deseando cenar y tirarme en la cama...

—Y yo estoy deseando tirarme sobre ti, gatita —rio él, guiñándole un ojo con aire cómplice.

—Sí, bueno, vamos a registrarnos y luego te digo sobre qué puedes ponerte...

Tal como Kyrene había pedido, tras una cena ligera en el comedor del hotel, Deathmask accedió a encerrarse en su habitación para descansar hasta la hora del desayuno.

—No puedo con mi alma, Death... Quítame las zapatillas, anda...

—Las zapatillas y lo que quieras, preciosa...

—Entonces, quítame también los calcetines.

Estamos inmersas en un periodo de tranquilidad, pero no os descuidéis porque esto en cualquier momento se da la vuelta y comenzamos con la truculencia... Nos acercamos a un punto de inflexión en la historia y no puedo deciros exactamente cuándo se producirá, pero seguro que os daréis cuenta cuando lo leáis. Gracias por estar aquí, acompañándome. Sois lo mejor.

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