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22. Colecciones de pedruscos

—Recuérdame por qué tenemos que madrugar hoy para ir a ver una cárcel, gatita... ¿No prefieres pasar el día aquí, revolcándote conmigo y pidiendo carne y helado al servicio de habitaciones?

Kyrene observó en el espejo que presidía la pared principal de la suite la atrayente figura del hombre, apenas cubierto por las sábanas, y le apuntó sin girarse con el cepillo que estaba utilizando para recogerse el cabello:

—La noche de bodas ha sido espectacular, señor Dimitraki, pero no solo de sexo vive una dama, así que haga el favor de levantarse y darse una ducha...

—Hum, "señor Dimitraki"... Me gusta cómo suena, pero ¿por qué no "señor Angelopoulou"? —preguntó él, saliendo de la cama y abrazándola por detrás— Y lo que es más importante, ¿esa postura tan... creativa que propusiste anoche era cosa de las señoras del tugurio?

Ella se echó a reír y le dio un beso en los labios al tiempo que le propinaba una ligera nalgada con el peine.

—Respondiendo a tu primera pregunta, porque en tu cabeza la señora Dimitraki es una diva estilosa, no una camarera pringada como Kyrene Angelopoulou; y en cuanto a la segunda, al igual que tú, yo tengo mis secretos... Te doy diez minutos para prepararte, he leído que el buffet de este hotel es el más completo de Dublín y tengo tanta hambre que te mordería un brazo...

—¡Está bien, está bien! Y después iré a la cárcel por ti... Ya sabía que lo nuestro no podía acabar bien...

Tal como sospechaba mientras se duchaba y comprobaba que su barba aún podía pasar un día más sin sucumbir a la navaja, sus protestas no disuadieron a Kyrene de apuntarse a la visita guiada por la prisión de Kilmainham. La joven, decidida a aprovechar al máximo su estancia en Dublín, había diseñado un apretado programa de visitas que incluía museos, catedrales, parques y tiendas típicas, aunque Deathmask al menos consiguió negociar que la segunda parada del día fuese la fábrica de Guinness.

—¿A que ahora agradeces que cambiemos de tercio, gatita? Esto de ver celdas y patios de ejecuciones mientras te dan la charla sobre los héroes de la independencia irlandesa es un poco coñazo, por no decir deprimente; tienes que admitirlo —se pavoneaba al término de la excursión, ocultando su propio malestar al pensar en lo que habrían vivido sus internos y llevando sujeta por la cintura a la chica, impresionada tanto por las explicaciones del guía como por la atmósfera impactante y siniestra del lugar.

—La verdad es que aún tengo el corazón acelerado, ha sido de lo más agobiante... Pero tampoco es que tú necesites excusas para meterte una pinta a las doce de la mañana, ¿no? —se mofó ella, al tiempo que buscaba en el plano la dirección exacta de la Guinness— Mira, es apenas un paseo, ¿vamos caminando?

—Claro, ¿por qué no? Oye, ¿has leído eso de que el contrato de alquiler de la fábrica es por nueve mil años? ¡Joder, ni la mismísima Atenea lleva tanto tiempo en el Santuario...!

Definitivamente, Deathmask tenía razón: aquella visita era el contrapunto perfecto a la tensa experiencia que había supuesto Kilmainham, pensaba Kyrene, disfrutando junto a él de las vistas de toda la ciudad desde el Gravity Bar, situado en la azotea del edificio. Después del susto que le había dado la anciana del pub, entrar en aquel sitio marcado por décadas de sufrimiento ajeno la había puesto bastante nerviosa; resultaba agradable relajarse mirando las hileras de tejados rojizos y grises que se extendían hasta el horizonte.

—¿Te habías fijado en que el arpa que simboliza a Irlanda es la misma que la del logo de esta cerveza, pero invertida? —comentó Deathmask mientras hacía girar entre los dedos una moneda de un euro en cuyo anverso estaba grabada la tradicional arpa céltica.

—¿Eh? Pues tienes razón, ahora que lo dices... —concordó ella, saliendo de sus reflexiones y dando un sorbo a la pinta del caballero— ¡Joder, qué amargo está esto! No sé cómo puede gustarte...

Él sacó con celeridad su polaroid y disparó directo al rostro de la chica, captando sus labios fruncidos y sus párpados apretados en un gesto de asco.

—Y yo no sé cómo puedes regentar una taberna y no beber alcohol, gatita... ¡Misterios de la vida, supongo! Pero no me quejaré: ¡más para mí! —exclamó.

—¡Eh, eh! ¡Nada de fotos comprometedoras! —exigió ella, con el brazo extendido en busca de la instantánea que él agitaba burlón, fuera de su alcance.

—¿Qué es lo comprometedor? Estás vestida, vas de negro y tienes cara de oler pedos: Saga estaría de acuerdo conmigo en que esta es tu normalidad...

—¿Eso crees? ¡Entonces, quizá a la vuelta debas irte a roncar a casa de Saga! —contratacó ella, sin cejar en su intento de recuperar la humillante fotografía.

—Yo no ronco y solo te la daré si haces todo lo que yo te diga esta noche sin rechistar —la chantajeó, sujetándole la muñeca y besándole la boca—. ¿Quieres ir a comer ahora?

Kyrene se echó a reír ante su desfachatez y sacó el cuaderno donde llevaban anotadas las próximas excursiones:

—Te diría que no tengo hambre después de ponerme hasta arriba en el hotel, pero es mentira... Eso sí, podríamos pasar antes por las catedrales de San Patricio y la Santísima Trinidad, ¿qué te parece? Aquí dice que están muy cerca...

—¡Gatita! ¿Catedrales protestantes? ¿Qué hace un matrimonio católico practicante como nosotros allí? —bromeó él— ¡Si nos ven nuestros nuevos amigos, ten por seguro que conseguirán que nos excomulguen!

La joven cerró el cuaderno y secundó sus carcajadas, recordando el desparpajo con el que Deathmask se había montado la noche anterior una película digna de ganar un Oscar al mejor guion original.

—¿Y eres tú el que nunca miente, cangrejo trolero? ¡Menudo rosario de bolas les colaste anoche! —le recriminó, sin parar de reír.

—¿Habrías preferido perderte aquel despliegue de medios? ¡Mi mentirijilla piadosa hizo felices a un hatajo de viejos que tenían ya pie y medio en el pozo de Yomotsu! Es más, cuando volvamos a casa, pasaré por allí y seguro que les localizo en la cola para saltar ...

—Creo que tu sentido del humor solo te divierte a ti, mi amor... —sonrió ella— Por un momento, temí que se te fuese de las manos y nos obligasen a montárnoslo delante de ellos para demostrar que éramos vírgenes...

—El pedazo de paja que me estabas haciendo cuando empezaron a hablarnos demuestra que no te habría importado demasiado, pequeña exhibicionista —le recordó él, con un ligero mordisco en la oreja.

Kyrene seguía riendo, liberada al fin de las angustiosas sensaciones que se habían cernido sobre ella durante gran parte de la mañana. Con un último beso, se levantó y tiró de su mano, dando por terminada su estancia en la fábrica para encaminarse sin prisas a la primera de las catedrales, la de la Santísima Trinidad, en cuya cripta pasaron varios minutos inmersos en un respetuoso silencio.

—Este edificio tiene más de mil años y sigue en pie... Y el santuario de Atenea es todavía más antiguo, y ambos seguirán aquí cuando no estemos... Hace pensar en lo breve que es nuestra existencia...—reflexionó ella en un susurro, agarrada a su brazo.

—Muy breve, gatita, sobre todo para los que han rebasado su fecha de caducidad muriéndose unas cuantas veces... —respondió él, pretendiendo sonar frívolo.

Kyrene le posó la palma en la mejilla, acariciándola con suavidad. Le conocía demasiado bien como para no captar aquel ligero deje de amargura en su voz.

—Supongo que hubo ocasiones en que no querías volver... Que, a veces, tu alma pesaba demasiado como para cargar con ella. Pero soy egoísta y me alegro de que estés aquí ahora, conmigo, pese a lo doloroso que debía de resultarte aparecer de nuevo en la casilla de salida.

Él asintió con la vista perdida en algún punto de la pared y tragó saliva antes de hablar:

—Es paradójico: hice de todo para seguir viviendo, pensando solo en mí, convencido de que actuaba con justicia y no me tembló el pulso a la hora de matar a cualquiera que me pareciese un estorbo para los objetivos del patriarca. Vivía impulsado por mi sentido de supervivencia, huyendo hacia adelante... y, sin embargo, morir fue, en cierto sentido, una liberación, una forma de esquivar un destino que me estrangulaba. Ya no tenía que servir a una diosa ausente, ni masacrar a nadie. Simplemente, el dolor -físico y mental- se esfumó y me sentí invadido por una paz tan grande que, de repente, todo dejó de importarme. Tienes razón en que no fue agradable despertar y verme forzado a volver a ser yo, el despreciable, el indigno de ser llamado "caballero". Ahí fue cuando comencé a autodestruirme. Sentía que no importaba lo que hiciese, Kyrene: los dioses no me permitirían morir. Me reclamarían una y otra vez para forzarme a seguir, para hundirme un poco más cada día en el pozo de mierda que era mi existencia, en un castigo eterno del cual no había escapatoria.

—No eres despreciable ni indigno, Death. Ahora eres fuerte y justo, como siempre quisiste.

—Es mucho más fácil serlo desde que me rodeo de gente por quien merece la pena luchar —dijo él, esbozando una sonrisa y besándole el pelo—. Vamos a ver la siguiente colección de pedruscos, anda. Imagino que después de comer querrás ir a comprar recuerdos...

—¡Claro que quiero! Como mínimo le debemos un detalle a Afrodita por habernos hecho esta lista de cosas que ver...

—Espera, ¿él es el culpable de que haya pasado una mañana en la cárcel, gatita? —se alarmó Deathmask, mientras salían de la catedral— ¡Esto requiere venganza! No imaginaba que le daría por recomendarnos sitios tan deprimentes...

—También es curioso que hagas tanto drama por Kilmainham, tú que eres el rey de Yomotsu...

—¡No es lo mismo! Allí nadie se queja de nada, van para el pozo tranquilitos. Pero ese otro sitio estaba lleno de historias de mierda... —rezongó él.

—Hablando de historias de mierda... Anoche, cuando estaba con esas señoras... —comenzó ella, dubitativa.

—¿Las locas del pub? ¡No me digas que te contaron anécdotas cerdas de su juventud!

—No... bueno, sí, eso también, pero hay algo más... La mayor de todas decía que podía ver el futuro en las velas.

—¿Y crees en esas chorradas, gatita? —inquirió él, rozándole los nudillos con el pulgar y mirándola de reojo.

—No, en absoluto; pero dijo cosas inquietantes, como si supiera quiénes somos. Que eres un protector, que tú y yo habíamos vuelto del más allá... y que la oscuridad acecha, o algo así. Dijo que debía ir a no sé qué sitio y que llegaría un momento en que solo mis lágrimas me pertenecerían... Tonterías acerca de templos y reinas...

Una mueca ácida se dibujó en los labios del joven:

—Eso significa que no debes apostar tu templo, o sea, la taberna, o la perderás y llorarás como una plañidera. Nada más.

—Pero era todo muy raro, Death... comenzó a temblar, como si fuese a darle un ataque...

—No lo pienses más, Kyrene —la rodeó con un brazo y le besó la sien, abandonando su tono de burla—. He vivido lo suficiente para saber que ese tipo de vaticinios suelen ser desvaríos de borrachos o idiotas con ganas de fastidiar a los demás. Estamos juntos, ¿no? Eso es lo que importa. Olvida a esa viejecilla chalada y disfruta conmigo.

Kyrene recostó la cabeza en su pecho, pensativa. Deathmask estaba en lo cierto: no eran más que chaladuras de una vieja senil, tonterías sin ningún sentido, y ellos tenían unas fabulosas vacaciones por delante; no permitiría que una bobada se las estropease. El día continuó soleado y agradable durante el resto de las visitas que la pareja había proyectado, lo cual les permitió comer en la terraza de un pequeño restaurante, adquirir algunos regalos y pasear hasta llegar de nuevo a la zona de tabernas cercana a su alojamiento.

—¿Quieres que dejemos las bolsas en la habitación y bajemos a tomarnos algo? —preguntó ella, observando el ajetreo que ya reinaba en la calle, repleta de gente que entraba y salía de los pubs.

Deathmask la miró con detenimiento: aunque Kyrene no se había quejado, su rostro y su voz evidenciaban el cansancio propio de un primer día de turismo y caminatas por la ciudad. Le dirigió una sonrisa torcida y le metió la mano en el bolsillo trasero del vaquero, atrayéndola hacia él para besarla:

—Creo, gatita, que lo mejor que podemos hacer es lo que te dije esta mañana: tirarnos en el sofá y pedir mucha comida al servicio de habitaciones...

—Tienes razón: los planes de Afrodita no pueden compararse con los tuyos —accedió ella, suspirando y entregándose al beso antes de tomarle del brazo y reemprender el camino en dirección al hotel.

El domingo, a diferencia del día anterior, Deathmask estaba recién afeitado y vestido cuando Kyrene despertó, listo para comenzar con la visita a la destilería Jameson que había colado en la agenda sin avisar.

—¡Arriba, dormilona! ¿Cómo consigues dormir con el follón que he armado cantando en la ducha? No había manera de espabilarte, he estado tentado de tomarte el pulso un par de veces...

—Death, espera un rato, estoy cansada... —musitó ella, cubriéndose con la ropa de cama.

—¡Despierta...! ¡Hay muchas cosas que ver!

La joven suspiró, renuente. No quería abrir los ojos ni confesar había pasado buena parte de la noche dando vueltas a lo acontecido con Eithne.

—Me costó mucho dormirme... Déjame un poquito más y te daré sexo de buenos días...

—¿Qué? ¿No puedes parar de pensar en eso ni un rato, pervertida? ¡Sal de la cama ahora mismo o te llevaré al comedor enrollada en esa misma sábana a lo Cleopatra!

Del mismo modo en que él no había podido convencerla de saltarse el paso por Kilmainham, los innumerables bufidos y amenazas que ella profirió tampoco consiguieron que Deathmask se apease de su idea, así que optó finalmente por levantarse, bostezando sin pausa y mostrándole el dedo medio con aire rencoroso. El caballero incluso le escogió la ropa mientras ella se duchaba para no perder ni un segundo en bajar a desayunar, deseoso de ponerla al corriente de los nuevos planes de la mañana.

—¿En serio? No sé qué se nos ha perdido ahí, y además la entrada es bastante cara... —se quejó cuando supo de la visita a la destilería, mordisqueando un pedazo de pan tostado.

—Es por puro interés cultural, gatita.

—Claro, y yo trabajo por amor a la humanidad.

—¡No seas así! Luego iremos al castillo y, si quieres, a la Casa Número 29.

—También quería ver el Trinity College...

—Bueno, lo que sea, pero no te canses demasiado: tenemos que dejar el hotel antes de comer y salir temprano hacia Kildare.

—Es verdad, me toca conducir... —suspiró ella, bostezando de nuevo.

—¿Te das cuenta? ¡Nuestra distribución de tareas es excelente! Yo hablo un inglés casi perfecto para entenderme con los nativos y tú puedes manejar un coche manual por la izquierda.

—Sí, supongo que, si dependiésemos de mi inglés y tus habilidades para la conducción, íbamos a estar bien jodidos...

—Así es, gatita. Y ahora, repón fuerzas, porque no vamos a sentarnos hasta la hora de almorzar.

Kyrene parece dar más importancia que Deathmask a las palabras de Eithne. ¿Qué quería decir la señora con aquella perorata? ¿Visitarán todas las fábricas de bebidas alcohólicas de Irlanda? ¿Y las iglesias? Quizá lo sepamos en el próximo capítulo, "Dulce y adictiva, ácido y pegajoso". 

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